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miércoles, 5 de junio de 2019

El aficionado a los toros de Santa Isabel

Recoge Javier Rodrigo en La guerra fascista. Italia en la Guerra Civil española, 1936-1939 que Queipo de Llano «declara ante la legación italiana en noviembre de 1937 que tras la guerra los españoles no se convertirían, y que en consecuencia había "que librarse de esta gente. Hay que seguir fusilando, o crear grandes campos de concentración en las Canarias o en Fernando Po [sic]"». Pese a ese explícito posicionamiento, no se llegó a construir un gran campo de concentración en Fernando Poo. Se recurrió, eso sí, -como veíamos en Gran palabra tienen los blancos- al confinamiento de la población autóctona en Annobón, mientras los colonos desafectos al golpe de Estado acabarían en el campo de concentración del viejo lazareto de Gando, en Canarias.

Precisamente, cuenta Juan Rodríguez Doreste sobre su vivencia de confinamiento en ese campo de concentración que «Llevábamos algunos meses en Gando cuando llegaron los detenidos en la Guinea española, que procedían de la isla de Fernando Poo y del territorio del Río Muni, a los cuales se habían incorporado los tripulantes capturados del vapor de la Compañía Trasmediterránea, llamado precisamente el Fernando Poo, hundido en las aguas del puerto de Bata. Eran aproximadamente unos ciento cincuenta en total, entre tripulantes y coloniales. De los primeros salieron las bajas más importantes que causó la expedición conquistadora. (...) Creo que llegó a nuestro cuarto [de "los pintores"] para completar un hueco. Gonzalo Carrillo, en cambio, anterior compañero en el recinto de los abogados, dibujante, acuarelista, caricaturista, pintor de paisajes tropicales, negras fenomenales y toreros en acción, vino por derecho propio. Por derechos de aptitud y de fecundidad, pues nadie pudo superarle en incansable laboriosidad. Utilizaba para sus pinturas unos esmaltes que se caban pronto y puedo afirmar que ni uno solo quizás de los mil y pico presos que por entonces quedábamos en Gando se fue para su casa sin llevarse una obra de Gonzalo, en cualquiera de los muchos registros plásticos que tocaba».

El Ministerio Fiscal había solicitado cadena perpetua contra Gonzalo Carrillo Riera, condenándole finalmente a diez años (más lo que le cayera por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas). Al fin y al cabo, tenía la imperdonable falta de ser uno de los públicos contribuyentes a la donación de las 10.353,65 pesetas para la República, conforme a la Gaceta de Madrid del 5 Noviembre 1936.

Apunte de Gonzalo Carrillo Riera 
que representa al brigada Martín
"en un día bueno".
«La llegada de los dos nuevos huéspedes de Guinea [a la celda de "los pintores"] alteró un poco la calma monocorde de nuestras horas. Gonzalo Carrillo, vivo, hablador, ocurrente, con labia de andaluz, de familia riojana, había nacido casualmente en Las Palmas y se titulaba en broma, con mote taurino, Chiquito del Puerto. Introdujo en nuestros diálogos temas inéditos: los problemas de la colonia y de la negritud -aunque todavía Leopoldo Senghor no había acuñado el término- la narración de las aventuras de su frustrada fidelidad republicana, etc. Pero, sobre todo, los inagotables comentarios de su entrañada taurofilia. Tenía en aquellos años facha y hechura de torero: alto, espigado, estrecho de caderas, piernilargo.

Lo menos taurino era su traza epidérmica, rubia y pálida, con blancura que la larga reclusión había acentuado hasta términos de transparencia.

Yo había sido algo aficionado a la fiesta nacional. En mis tiempos de estudiante conviví con un señorito andaluz, tronado, borrachín a salto de mata ca da vez que pillaba un duro, de fluyente simpatía, que había frecuentado capeas y becerradas, y que con una toalla, ayudada en su caso por una pata de silla desvencijada a guisa de estoque, me enseñó prácticamente todas las suertes del toreo, de capa y muleta: verónicas y medias verónicas, gaoneras, chicuelinas, molinetes, pases naturales y de pecho, ligados, ayudados por alto y bajo, etc. Y las suertes de matar, recibiendo, al volapié, la estocada tendida, hasta las cachas, etc.
Gonzalo Carrillo, que también había toreado becerrillos, completó mi erudición. Llegué a saber los nombres de los mejores diestros y sus especialidades. Entonces era rey de los ruedos El Niño de la Palma, rondeño de estilo y naturaleza, padre del que después fuera el grande y famoso matador Antonio Ordóñez. Me instruí también entonces en las características de las distintas escuelas, cada una de las cuales ha poseído un astro mayor, suerte de pontífice, revestido de específicas cualidades que son como la pauta ideal, la escala valorativa, raramente alcanzada en las cimas de la perfección, de las hazañas de los respectivos epígonos: el toreo alegre de Joselito, el estatuario de Belmonte, el de fugaces ráfagas geniales de Rafael El Gallo, el temerario de Granero, etc. Carrillo casi acabó haciendo torear a todos los abogados de su cuarto. Su contagiosa jovialidad, la gracia de sus imitaciones y caricaturas, porque era certero y suelto dibujante, nos desarrugó muchas veces el ceño en aquellos meses en que los desalentadores reveses de nuestra causa en el exterior se sumaban a las incomodidades y molestias de nuestro estado.
Gonzalo Carrillo se representa a si mismo como
"Chiquito del Puerto" dando un muletazo.
(...) Gonzalo Carrillo la nota más aguda, nunca chirriante, siempre afinada en el tono más hilarante, más divertido, más adecuado para desentumecer y alejar el tedio nostálgico que muchas veces, inevitablemente, ganaba nuestros ánimos. Ya expliqué que, aunque oriundo de la Rioja, donde ahora vive, trabaja en su profesión y patrocina festivales taurinos sin cuento, nació en Las Palmas en una escala de su madre hacia la Guinea, donde su padre, don David, fue muchos años Curador colonial. Un canario gracioso y salado, con humor bien distinto del nuestro, que es habitualmente más irónico y socarrón».







Correspondencia de Gonzalo Carrillo, enviada desde el campo de concentración del viejo Lazarero de Gando, recogida en "Memorias de Contrabando":

«Las escasas obras literarias y artísticas conservadas se erigen en auténticas crónicas del sufrimiento y el horror vividos: poemarios como Lo imprevisto, de López Torres y Ortiz Rosales; los poemas, cuentos y dibujos de la Antología de musas cautivas elaborados por presos de Gando y Fyffes, o las pinturas, dibujos y caricaturas creadas en el cuarto de la pintura del Lazareto de Gando por Felo Monzón o Gonzalo Carrillo, entre otros.
Estas y otras expresiones artísticas y literarias son parte importante de la memoria histórica de la represión durante y después de la Guerra Civil en Canarias y dan testimonio de la lucha por la dignidad, la supervivencia, la resistencia y el compromiso político de los represaliados».
 «Utilizaba para sus pinturas unos esmaltes que secaban pronto y puedo afirmar que ni uno solo quizás de los mil y pico presos que por entonces quedábamos en Gando se fue para su casa sin llevarse una obra de Gonzalo, en cualquiera de los muchos registros plásticos que tocaba».

Falleció a finales de 2000, y de él afirma su nieto, el escritor y abogado logroñés Andrés Pascual, en Aquellos silencios del abuelo:
«No concibo mi vida sin los toros de la misma manera que me es imposible entender mi existencia sin la figura de mi abuelo Gonzalo» (...). En realidad el autor riojano asegura que todo lo que es está en relación con sus cuatro abuelos, que fallecieron mayores y con los que tuvo «mucho tiempo para poder compartir sus sueños y vivencias». Y el que le introdujo los toros en el corazón fue el inolvidable Gonzalo Carrillo, abogado, pintor y cronista taurino durante muchas temporadas en Radio Nacional de España: «Él me dio la alternativa también como abogado, ya que me inoculó la pasión por el derecho durante tantas horas que me permitió asistir a sus consultas. Él tenía el despacho en su casa de Nájera y yo deambulaba por toda las habitaciones, incluyendo la sala de espera y sus relaciones con los clientes».
Andrés Pascual recuerda a Gonzalo como una persona que tenía «la virtud de convertir en algo mágico todo lo que le rodeaba. Por ejemplo los paseos por la playa de Peñíscola, donde gracias a él aparecían piratas, contrabandistas y princesas cautivas; o por las choperas de Nájera, en las que unos días los protagonistas de sus relatos eran indios y vaqueros y al día siguiente guerreros de las cruzadas o caballeros templarios. Así era él y con los toros sucedía exactamente lo mismo». Por eso, para Andrés Pascual las corridas de toros no «eran un mero festejo al que acudíamos para ver un buen muletazo». «Era un universo que comenzaba desde por la mañana cuando me cogía yo a su pantalón porque me encantaba estar con él en la plaza para el apartado y ver aquellos increíbles animales que eran los toros. A mi escala eran como inmensos mamuts, gigantes, retadores, inmortales. A su vera para un niño como era yo estar a su lado significaba aventurarse por una ventana ante unos mundos fascinantes», recuerda.
Pero había más, «porque en casa antes de comer hacía unos cuadrantes increíbles para colocar a la gente en sus entradas, la contrabarrera del 2, éste o aquel tendido... Después de las corridas llegaba a casa y todos esperábamos a que le llamaran de la radio y comenzara con su mítico: buenas noches, aquí Gonzalo Carrillo desde Logroño para Radio Nacional de España. Aquello me parecía como un sueño. Entonces, con aquella voz de doblador de cine contaba la corrida con su mirada y yo me daba cuenta hasta qué punto era capaz de ver cosas que para muchos pasaban inadvertidas. En realidad no las miraba con los ojos, su acento tenía que ver con los latidos de su corazón», afirma.
El corazón y el alma
Y qué quedaba de todo aquello en la mente de Andrés Pascual cuando era niño: «Lo que respiraba era épica y un inmenso respeto. Él, con todo lo que sabía, se mostraba ante la fiesta y ante cada uno de sus protagonistas con semejante humildad que te hacía, sin darte cuenta, formar parte de ella como uno más. ¿Cómo tiene que ser esto para que el abuelo dedique semejantes silencios?, me preguntaba. Él no era nada hablador en las corridas, él escuchaba la música del toreo y no me refiero a los pasodobles, sino a la respiración de los matadores, los latidos acompasados del animal y del hombre y todos esos sonidos que se generan en un coso. Aquello me impresionaba y es lo que más grabado se ha quedado en mi espíritu y además, lo mantengo».
18 de julio de 1942 en Santa Isabel

Lamentablemente, Carrillo -el aficionado a los toros de Fernando Poo- nunca pudo disfrutar de ellos en la isla tras su destierro y confinamiento, ya que la primera lidia tuvo lugar en los años 40. Como diría Agustín de Foxá en su artículo "Toros en Fernando Poo" de 1945: «No son los de América los únicos festejos taurinos que exigen días y días de mar para que los españoles los presencien. Como en todos los lugares donde asomó la influencia ibérica, allá en la lejanía caliente del Golfo de Guinea también se oye, en las vísperas de las fiestas tradicionales -Día de la Raza, 18 de Julio, fechas de la liberación de Bata o de Santa Isabel-, charlar apasionadamente del temple de un natural imaginario o del efecto de una estocada todavía en potencia. La fiesta llega al Ecuador, y en los “chiringuitos” que se adelantan al mar entre palmeras, en el "Negresco" de Bata o en el Casino de Santa Isabel, la conversación taurina fluye, sustituyendo por unas horas el eterno comentario, que gira siempre sobre el precio del café, la holgazanería del bracero o el cuidado de la finca de cacao».



1 comentario:

  1. ¿ #Toros en la «Guinea Española»?
    #NoDO del 16 de febrero de 1959.
    http://www.rtve.es/filmoteca/no-do/not-841/1487045/
    vía @rtve #Historia

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