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domingo, 4 de agosto de 2019

Permiso de turismo

Todo un mundo lleno de turistas está disfrutando de las vacaciones de verano, y Guinea Ecuatorial es el destino ideal para potenciales viajeros.

Cuenta la Embajada de España en Malabo, que «en la Isla de Bioko es necesario obtener permiso de estas autoridades para visitar algunas zonas de interés turístico, como el Valle de Moka, Ureka y el Pico Basilé.
En cuanto a la Región Continental, se suele exigir una autorización para viajar por zonas turísticas del interior expedida por la Delegación Regional de turismo o, en su caso, por la policía regional de Bata. Esta autorización es necesaria, en todo caso, para viajar a las islas de Corisco y Annobón. Si se viaja a Corisco en algún tipo de embarcación desde Kogo, debe presentarse la autorización ante las autoridades policiales de esta localidad antes de embarcar».

El Gobierno guineoecuatoriano dice lo mismo: «El Ministerio de Cultura, Turismo y Promoción Artesanal, mediante su Dirección General de Ordenamiento Turístico y Estadística, tiene a bien poner al alcance de toda la población interesada en realizar visitas turísticas a las zonas protegidas y demás zonas en general, el formulario oficial para presentar las solicitudes de visita ante el Ministerio».

La picaresca ibérica inicia desde el momento en que hay que tramitar el visado, o se va a cruzar la aduana. En Guinea de Fernando Gamboa, la protagonista -Blanca Idoia- relata su vivencia:

«—¿Motivo de su visita? —preguntó al fin, sin mirarme y sin disimular su desagrado.
—Turismo —contesté con la voz algo temblorosa.
—Nadie viene por turismo a Guinea Ecuatorial —replicó, alzando la vista con suspicacia.
—Entonces, seré la primera.
—¿Y qué más viene a hacer a Guinea Ecuatorial? —insistió.
—Turismo —repetí sin perder la sonrisa, sacando la cámara de fotos del bolso—. Solo turismo.
(...) No contestó y siguió observando páginas en blanco. Sin duda, el tipo debía aburrirse terriblemente el resto del día y le traía sin cuidado la larguísima cola que había aún a mi espalda. Al llegar a mi foto se recreó en la misma, levantó la vista un par de veces para compararme y concluyó: —La mujer de la foto no es usted.
—¿Perdón?
—Digo —repitió, poniéndome el pasaporte a la altura de los ojos— que esta no es usted.
—¡Claro que soy yo! —repliqué desconcertada—. Esa foto no tiene ni una semana.
—La mujer del pasaporte —afirmó sin sombra de duda— tiene el pelo recogido y viste otra ropa. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Lo dice en serio?
—No puede entrar en el país con este documento —sentenció, haciendo el amago de devolvérmelo. —Un momento, un momento… —mascullé, tratando de darle sentido a aquel absurdo—. La mujer de la foto soy yo, pero el día que me la tomé llevaba el pelo recogido y un abrigo para el frío.
El policía volvió a hojear todo el pasaporte por tercera vez y entonces caí en la cuenta de lo que estaba pasando.
—¿Me permite el pasaporte un momento, por favor?
El aduanero me lo devolvió. Me levanté un poco la blusa, saqué de la riñonera interior que llevaba pegada al cuerpo un billete de veinte euros, lo doblé, lo metí entre las páginas del pasaporte y se lo devolví al policía. Este lo abrió por la página adecuada, se guardó el billete en el bolsillo de la camisa sin ningún disimulo y me estampó el sello de entrada a Guinea Ecuatorial».

Una vez pasada la aduana, la movilidad interior no está exenta de sobresaltos, y en ese sentido comparte Pablo Rabasco su impresión en La garra del bosque. Guinea Ecuatorial, el último intento: «Vamos tarde hacia el poblado. No suele ser buena idea viajar de noche por Guinea Ecuatorial. En la carretera, muchos controles policiales que de día son simples escenografías de poder, pobres caricaturas, de noche adquieren un carácter intenso. El alcohol, la desesperación y la necesidad de reafirmarse hacen que estos militares, policías, o lo que sean, al llegar la noche encuentren un espacio que conjuga juego y fatalismo, un momento en el que por fin son protagonistas. Esta extraña selva se convierte en espectadora. Selva callada, que supura agua oscura y calor. Permanecemos atentos, sumisos y sometidos a una desconfianza latente. Tres controles policiales muy pesados, y otro en el que pasé miedo. Al final llegamos al poblado. Es tarde y hay que localizar al alcalde, al jefe de policía, al jefe de la tribu. Hay que encontrarlos y respetar el orden, la jerarquía, intuir los recelos preexistentes y dejarse llevar por estructuras de poder que, aunque nos resulten ajenas, no dejan de ser reconocibles. Hablamos con el jefe de la tribu, nos da permiso y entramos al pueblo…»

Tras su experiencia en el territorio, Manuel Gutiérrez Aragón escribió igualmente sobre este tema y la picaresca hispánica: «La autopista es de fácil circulación, entre otras cosas porque apenas hay automóviles, pero de vez en cuando aparece una improvisada barrera de latas y troncos con un trapo colgando. Son los abundantes controles policiales, en los que normalmente un uniformado harapiento pide papeles y salvoconductos. No contento con esto, termina diciendo: "¿Y qué hay para mí?". Este tipo de controles -sobre todo en la parte continental del país- puede revestir un carácter conminatorio y amenazador. Así se recuerda a la población que solo se mueve por un favor especial de la autoridad».

¿De dónde vendrá esa necesidad de controlar el desplazamiento por el territorio nacional?

Gustau Nerín recuerda que para realizar el trabajo de campo de Un guardia civil en la selva, tuvo que «superar más de un centenar de controles policiales en las cenagosas carreteras de la selva guineana». En su relato histórico queda igualmente recogida esa situación ya que durante la administración española, «los guardias africanos, por su parte, no tardaron en aprender de sus superiores: solían cometer bastantes robos, sobre todo de cabras y gallinas. Los áscaris (los soldados "indígenas") instalaban barreras en los caminos y asaltaban a quienquiera». Y concluye más adelante que «en la Administración guineana actual no hay ninguna corruptela que no hubiese sido ya inventada por los colonizadores».

Así, con todo, es probable que ese hábito por los controles responda a varios orígenes y uno de ellos lo recoge el semanario Ébano del 12 de octubre de 1940:

«está sujeto a la imperativa obligación, bajo penas y sanciones determinadas en cada caso por los Jefes inmediatos superiores, de dar cuenta a dichos Jefes de los viajes que se hagan y residencias que se fijen, así como de presentarse en esas residencias, ya sean fijas ya accidentales, a los Jefes Locales de la Falange, justificando la estancia y especificando los motivos -oficiales o particulares- del viaje». Firmaba la circular el gobernador general en funciones (en ausencia de Juan Fontán), Víctor Suances Díaz, y -por tanto- en su condición accidental de Jefe Provincial de FET y de las JONS.


Sobre si se puede o no tomar fotografías en espacios públicos... te lo contamos otro día.

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