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martes, 29 de marzo de 2022

El caso del sargento retirado

El 18 de marzo de 1937, el diario canario Falange publicaba la petición del fiscal en los recientes consejos de guerra, solicitando -entre otros- «para el sargento de la Guardia civil retirado Onofre Mañas, pena de reclusión perpetua y accesorias, por el delito de rebelión militar».

Onofre Mañas, sargento de la guardia civil adscrito a la guardia colonia, había pasado a situación de retiro unos años antes, el 1 de octubre de 1931.

Juan Medina Sanabria, comenta en Isleta, Puerto de la Luz: campos de concentración: «Causa nº. 589/36 Juez Instructor Alférez Pedro González Rodríguez, por el delito de rebelión Militar, contra el Sargento de la Guardia Civil retirado, Onofre Mañas Cortés. Según el atestado efectuado en Bata, unido a esta causa, el inculpado perteneció a la milicia de manera voluntaria, efectuando diversos servicios con armas. Al llegar el Ciudad de Mahón y oir los cañonazos bajó a la playa; se refugia en el edificio de Aduanas, donde es visto disparando un fusil, contra las lanchas. El consejo de guerra se celebra el 7 Marzo 1937 en el salón de actos del RIC-39, en La Isleta, siendo aprobada la sentencia por la Autoridad Judicial del Archipiélago, el 24 Marzo 1937».

Precisamente en La huida, recogemos la carta que desde Camerún remite Rodrigo Miralles el 19 de octubre al Diario de Almería, en la que se se relata el suceso: «sin previo aviso, y con la bandera francesa enarbolada, disparó [el Ciudad de Mahón, pintado de negro,] dos cañonazos sobre dicha motonave, destruyendo el puente de mando de la mismas y parte de la popa; seguidamente, y al mismo tiempo que arriaba la bandera francesa e izaba la monárquica española abrió un nutrido fuego de ametralladoras sobre los españoles que tripulaban la motonave y sobre los indígenas que trabajaban en la carga y descarga. Debido a la sorpresa y a que en la motonave no se contaba con más que con seis fusiles, el pánico fue enorme y la desmoralización completa. (...) Los habitantes de Bata, al darnos cuenta de la traición, nos reunimos en la playa, y con los pocos fusiles que contábamos rompimos fuego protegiendo a los tripulantes que venían a nado y que eran ametrallados sin compasión por el Ciudad de Mahón; nada pudimos hacer para salvar el barco; al poco rato ardía por los cuatro costados. Se dio orden de que las mujeres y los niños salieran de Bata y se trasladaran lo más cerca posible de a la frontera: contábamos con poquísimas armas, pero decidimos vengar salvajismo tan grande y los que teníamos fusiles nos parapetamos en la playa decididos a evitar todo intento de desembarco a pesar de que las ametralladoras del barco lanzaban una lluvia de balas sobre nosotros.
Después de bombardear el barco, el Ciudad de Mahón empezó adisparar sobre Bata, sin tener en cuenta que es una población indígena y que los negros están al margen de toda lucha entre nosotros. Poco podríamos hacer con nuestro medio centenar escaso de roñosos mosquetones contra los cañones y ametralladoras...».

Será condenado a 30 años de prisión, y el Boletín Oficial del gobierno de Burgos publicará que «a propuesta del Negociado de Justicia, causa baja en la Guardia Civil, el Sargento de este Instituto D. Onofre Mañas Cortés, condenado por un Consejo de Guerra a la pena de treinta años de reclusión mayor, con las accesorias de inhabilitación absoluta e interdicción civil durante la condena. Burgos 14 de junio de 1937, =EI General Jefe, Germán Gil Yuste».

En los años cuarenta se beneficiará de los beneficios de conmutación de penas, y será puesto en libertad el 17 julio de 1941.

jueves, 10 de marzo de 2022

El caso de José González Casado

Una vez más, el incansable Pedro Medina Sanabria nos facilita información a la que de otra forma sería difícil llegar...

Así, nos encontramos con el JOSÉ GONZÁLEZ CASADO ACUSADO DEL DELITO DE AUXILIO A LA REBELIÓN MILITAR, el cual tras la toma de Bata había estado hasta inicios de 1940 exiliado en Camerún con su hijo:

A.9.138.944

62

Excmo. Señor:

El Fiscal Jurídico Militar, evacuando el traslado que le ha sido conferido a tenor del artº 542 del Código de Justicia Militar, formula las siguientes conclusiones:

PRIMERA.- El procesado JOSE GONZALEZ CASADO, al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional, siguió una conducta en todo momento de acuerdo con el Comité del Frente Popular establecido en los territorios del Golfo de la Guinea Española. Actuó como miliciano rojo prestando servicios de armas, practicó registros de diferentes fincas, fue nombrado Agente de Policía por el Delegado del Frente Popular y en la noche del 3 de Octubre de 1936, en unión de Gerardo de la Cera [probablemente el agricultor zamorano Gerardo de las Heras Ríos], se presentó para detener a D. Antonio Pedroza, con el pretexto de que en la Caja de Curaduría de Niefa[g] se guardaban ciento cincuenta mil pesetas, que figuraban a cargo de del indicado. Al ser reconquistado los territorios de Guinea por las tropas nacionales, el procesado huyó al Camerún donde permaneció hasta el 15 de Enero de 1940.

SEGUNDA.- Estos hechos que se encuentran probados a todos los folios del sumario son constitutivos de un delito de auxilio a la rebelión militar previsto y penado en el art. 240 del Código de Justicia Militar.

TERCERA.- No existen circunstancias modificativas de responsabilidad criminal

CUARTA.- Renuncia este Ministerio a ulteriores diligencias de pruebas y a la asistencia a la de lectura de cargos.

QUINTA.- Procede imponer a la procesado una pena de QUINCE años de reclusión temporal, con las accesorias legales correspondientes. Conmutable por NUEVE años según el apartado 9º del Grupo V de la Orden de 25 de Enero de 1940, relación con la Ley de 6 de Diciembre de 1940.

SEXTA.- Le será de abono al procesado el total del tiempo de prisión preventiva sufrida por razón de esta causa.

SEPTIMA.- Como responsabilidad es de aplicación el Decreto de 9 de Febrero de 1939.

OCTAVA.- Todo conforme a los preceptos legales citados y demás de general aplicación.

Santa Cruz de Tenerife 10 de Marzo de 1942.

EL FISCAL,

P.I.

[Firma rubricada precedida por el sello elíptico estampado en tinta, de la FISCALÍA JURÍDICO MILITAR DE CANARIAS * Santa Cruz de Tenerife, que lleva en su interior el escudo nacional del águila aferrando el Yugo y las Flechas].

 

Cfr. Archivo del Tribunal Militar Territorial 5.- 7186-227-8- Causa 33 de 1941.- Folio 62.

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 CAPITANIA GENERAL DE CANARIAS

 7186-227-8

 

GOBIERNO MILITAR DE LAS PALMAS           JUZGADO EVENTUAL Nº 5.

DE GRAN CANARIA.-

 

C A U S A     NUM  33  D E L   A Ñ O   DE  1941.

 

Instruida por el supuesto delito de Auxilio a la rebelión contra el paisano JOSE GONZALEZ CASADO.

 

Dieron principio las actuaciones el día 10 de Febrero de 1940.

 

Terminaron el dia       de                      194

 

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– – – –

JUEZ INSTRUCTOR.

 

SECRETARIO.

Teniente de la Guardia ColonialInstructor de 3, de la Guardia Co
DON JUAN LOPEZ ALERlonial D. Anselmo Muñoz Baños
 Instructor de 2, de la misma Don
Antonio Perez Moreno. Instructor
— — — — —de 2, de la misma D. Pedro Rodri-

guez Muñoz.

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O T R O

OTRO —

Teniente Provisional de ArtilleríaCabo de Infanteria
DON ANTONIO GARCIA AROCENAEduardo Diaz Gordillo.-
OTRO
CABO DE INFANTERIA
MANUEL FLORES BAEZ

 

Cfr. Archivo del Tribunal Militar Territorial 5.- 7186-227-8- Causa 33 de 1941.- Cubierta.

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JOSÉ GONZÁLEZ CASADO fue encartado en esta causa por hechos acontecidos en Guinea Ecuatorial.

Consta expediente de indulto a finales de la década de los 50.


lunes, 7 de marzo de 2022

El barco hundido

Entre los interesantes Relatos breves de Esteban Calderón queremos señalaros El barco hundido (¡gracias Esteban!):

El "Fernando Poo (foto de la Cª Transmediterránea),
visto desde la amura de babor y su famoso mástil en primer término.
Desde la playa de Bata se podía divisar perfectamente el mástil de un barco cuando se producía la bajamar, que en aquellas latitudes es máxima, hasta el punto de dejar dos centenares de metros de arena al descubierto y poder circular por aquella improvisada pista de arena con un Land Rover. De noche era un espectáculo contemplar con las luces del coche el pulular de millares de cangrejos blancos que hormigueaban deslumbrados por la arena. En Bata estaba también destinado un tío segundo mío y justamente delante de su casa se podía observar aquel mástil mejor que desde cualquier otro sitio de la pequeña ciudad. Un buen día me contó la historia.

Nos remontamos a julio de 1936. La motonave “Fernando Poo” había sido botada en 1934, unía la Península con la colonia africana y era uno de los buques más modernos de la Compañía Transmediterránea. En los confusos momentos iniciales del Alzamiento la Isla y el Continente se situaron en bandos opuestos: Fernando Poo se alzó contra la República, mientras que Río Muni permaneció leal al régimen. El “Fernando Poo”, que se hallaba en el puerto de Barcelona, embarcó tropas y se dirigió a Guinea, pero al tener conocimiento del levantamiento en la Isla, se desvió hacia Bata y fondeó frente a la ciudad, puesto que en esta no había puerto por la escasa profundidad de su costa. Allí fue usado como prisión flotante, ingresando en sus bodegas aquellas personas sospechosas o declaradas desafectas a la República. El 14 de octubre se presentó frente a Bata el “Ciudad de Mahón”, también buque de la Compañía Transmediterránea, procedente de Las Palmas, con tropas rebeldes a bordo y artillado con un cañón a proa y otro a popa. A poco más de una milla el “Ciudad de Mahón” abrió fuego contra su compañero de flota, provocando un importante impacto en la línea de flotación. La dotación se puso a salvo, pero los prisioneros, entre ellos tres misioneros claretianos, se hundieron con la nave en aquellas aguas someras. Hasta 1951 se hicieron esfuerzos por reflotar el buque, pero las dificultades técnicas, el clima agotador y el constante peligro a que los buzos se veían sometidos por los tiburones obligaron a olvidar la empresa.

Pero aquel mástil, que con insistencia y rigurosa puntualidad surgía de entre las aguas con la bajamar, nos incitaba a hacer una incursión. Mi tío Luis era persona muy aventurera, aviador, hombre avezado en el bosque por su afición a la caza y con muchas horas de pesca submarina; además, para esta última afición poseía una lancha, que era el instrumento imprescindible para acercarnos a la tumba del “Fernando Poo”. Así fue como una buena mañana dispusimos todo lo necesario mi tío, una prima mía, Mariemi, y yo. Mariemi era una chica muy inteligente --actualmente enseña matemáticas en la Complutense-- y siempre me pareció muy guapa; habíamos pasado la infancia juntos, con mucha complicidad, en Cartagena y ahora nuestras vidas se volvían a encontrar en el corazón de África. Como el buque se hallaba en aguas poco profundas, la inmersión era a pulmón libre y no hacía falta botella de oxígeno, solamente gafas de buceo y tubo.

Con esta sana intención nos dirigimos en unos minutos al lugar del naufragio y echamos el ancla a unos veinte metros de distancia. En aquellas aguas tranquilas y sumamente limpias se divisaba claramente la estructura del “Fernando Poo” desde la superficie. Pero fue al introducirnos en el mar y comenzar la aproximación cuando un estremecimiento recorrió mi cuerpo de pies a cabeza: la visión cuasi fantasmal del pecio hundido era un espectáculo que ya no podría olvidar jamás. Aquellos 150 metros de eslora y 9.000 toneladas de obra muerta estaban ligeramente recostados sobre la amura de babor en un fondo arenoso y en sus bodegas aún se hallaban los cadáveres de los prisioneros que con él se fueron a pique. A su alrededor un nutrido coro de peces tropicales de diversas especies y tamaños parecían danzar lenta y acompasadamente con un ritmo difícil de descifrar; los más atrevidos entraban y salían por cualquier orificio de la nave. Los ojos de buey, por donde en otro tiempo los pasajeros reconocían el exterior, permanecían oscuros, inertes, sin vida. Realizamos un recorrido a todo lo largo del buque, interesándonos especialmente por la cubierta y lo que fuera el puente de mando, ahora con el cristal roto y los peces nadando por su interior; delante, el famoso mástil que se oteaba desde la playa. De vez en cuando subíamos a respirar aire sin el tubo y despojarnos por unos instantes de las gafas de buceo y lo hacíamos apoyando nuestros pies en la barandilla del navío, que quedaba casi en la superficie. En la última inmersión nos acercamos por la amura de estribor a la que fuera cubierta de paseo del barco, lugar por el que tantos pasajeros pasearon sus ilusiones, sus esperanzas en una nueva vida en la colonia o, por el contrario, donde contaban los días que faltaban para llegar al destino en la Península y poder abrazar a sus seres queridos.

De manera abrupta, repentina y casi sin percatarnos, la presencia de un tiburón martillo, que empezó a curiosear y a interesarse por nuestra presencia, puso fin a la inmersión. De manera lenta, aunque sin pausa, nos fuimos alejando del “Fernando Poo” y dejando que el escualo ejerciese su reinado sobre aquellas aguas. Antes de subir a la lancha eché una última mirada a aquel fascinante pecio gigante, que en su día fuera el orgullo de la Compañía Transmediterránea, construido para flotar, y que con menos de dos años de navegación yacía sumergido para siempre en el fondo de la costa africana.