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viernes, 5 de junio de 2020

Los white hunters

La entrada dedicada a La herencia "natural" de Manuel Azaña, es un clásico.
Por eso, la recordamos regularmente con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente.

El viril "hombre nuevo" del fascismo español, se ejemplificaba en el cazador e intrépido explorador del último reducto del mundo salvaje.

Historias hay muchas... por ejemplo la de los divisionarios Juan Chicharro Lamamié de Clairac y Francisco Soriano Frade. El primero fue Subgobernador en Guinea, presidente honorario de la Hermandad de la División Azul y autor de "En el país de los elefantes", en el que predominan los relatos de caza.

El segundo, «el 1 de abril de 1939 se presentó voluntario para un traslado a África. Así es como llegó en 1941 a Guinea Ecuatorial donde sirvió como oficial de la Guardia Colonial. Su destino era el distrito de Rio Benito y Cogo a donde había llegado el 29 de junio de ese año. Tenía el grado de teniente era el administrador territorial de esa zona. (...) Pero fue poco el tiempo que estuvo destinado en Guinea porque a principios de 1941 regresa a la Península para apuntarse como voluntario en la División Azul.»

Pero centrémonos en uno de los white hunters más emblemáticos del fascio:

Olaechea el último cazador

Basilio Olaechea,
cacería de elefante de
diciembre de 1947.
«Otra leyenda vasca en Guinea fue el último gran cazador blanco de época colonial: Basilio Olaechea Orruño. Nacido en Baracaldo, Olaechea se convirtió en una leyenda como cazador mayor en África en la segunda mitad del siglo XX. Era atlético, fornido, y, en opinión de sus contemporáneos, de un arrojo que rayaba la temeridad. Su puntería era legendaria; Ramón Tatay dijo de él: “Olaechea, que es tal vez el mejor tirador que ha cazado en Guinea, hizo correr una piedra a tiros de mosquetón a más de cincuenta metros, ante los asombrados ojos de sus acompañantes”. La vida de Basilio Olaechea parece merecedora de una novela de aventuras; sus hechos podrían haber servido de inspiración a los maestros del género africano, como Rider Haggard o Edgar Rice Burroughs. Olaechea destacó entre otros white hunters por su férreo carácter, adaptabilidad, y pasión por la caza y los espacios vírgenes. Su vida sólo tuvo sentido arma en mano y perdido en un mundo fronterizo, que desapareció con la partida —en la segunda mitad del siglo XX— del mundo colonial. “El capitán Olaechea —escribió un militar español de aquella época— fue cargado por un elefante al que no pudo parar con su mosquetón, y se encontró en el suelo, con el animal sobre él, intentando clavarle los colmillos. De tal modo, que una pata delantera del elefante estaba entre las dos piernas del capitán. En estas circunstancias, su cazador disparó sobre el elefante a dos metros de distancia, y, aunque no lo mató, logró que el animal le cargase, abandonando al capitán”. Más tarde explicó cómo la heroicidad del pistero guineano, que salvó in extremis la vida del vasco, no era ni mucho menos habitual: “Si, en lugar de Olaechea, se hubiese tratado de otro europeo, probablemente el indígena hubiera huido como hicieron todos los demás”. Fue sin duda este desdén por el peligro lo que situó la figura del guerrero vasco en un lugar venerable, de mito africano, tanto para los colonos blancos como para los nativos.

El cazador Basilio Olaechea Orruño tras abatir a dos gorilas machos.
Fuente: el libro “La Caza en Guinea” de Ramón Tatay, editado por Espasa calpe en 1954.

Un rifle de Eibar en la selva

Nacido en una familia de clase humilde, no dudó en fugarse a Burgos y alistarse como voluntario en el bando nacional al estallar la Guerra Civil Española. A pesar de ser menor de edad, le hirieron en tres ocasiones, por lo que recibió varias condecoraciones. Tras el conflicto —después de conseguir el título de bachiller en el Instituto Ramiro de Maeztu de Vitoria— decidió quedarse en el ejército, donde, merced a su fuerza física y a su recio carácter, continuó ampliando su leyenda. Destacó como instructor militar y como deportista fue campeón de gimnasia de la Academia de Infantería. Los que le trataron aseguraban que su fortaleza y resistencia no conocían límites.

Cuando al terminar la Segunda Guerra Mundial Olaechea fue destinado a Río Muni, el territorio había comenzado su camino hacia la independencia. Allí ejerció como Administrador de diversas regiones, hasta que, por fin, en 1962, fue nombrado Gobernador Civil de toda la Región Continental. Como tal, bregó con independentistas -incluido Macías Ngema, que luego se convertiría en dictador sanguinario- y fue testigo de excepción de la emancipación progresiva de un país que clamaba por su libertad.

Compaginó sus deberes de funcionario y mando militar —es autor de un tratado sobre la guerra de guerrillas en el bosque ecuatorial— con su verdadera naturaleza, que de continuo le lanzaba a la espesura en busca de las más arriesgadas aventuras cinegéticas. Para sus hombres, los soldados de la Guardia Colonial (luego Guardia Territorial), fue casi como un Dios, hasta el punto de que le profesaban una lealtad ciega. Finalmente, en 1966, quien tantas veces había burlado a la muerte, pereció en Bilbao víctima del cáncer. Su desaparición fue un presagio, ya que, muerto Olaechea, su mundo colonial no tardó en seguirle a la tumba.»


En cualquier caso, no podía faltar el ibérico Roberto Alcázar (y su compinche Pedrín) como "Robinsones del África", que no es igual que "Tintín en el Congo"... pero cubre cuota como intrépido aventurero español.

viernes, 29 de marzo de 2019

El fusilamiento de Matías López Morales


Se da una peculiaridad más en el territorio: empezada la purga en la España de Franco, al igual que se dan casos de alistamientos en la División Azul para redimir faltas propias o ajenas, hacer méritos y alejar sospechas, igualmente hay quien solicita plaza en la administración colonial.

No fueron pocos los casos, y el blog "Memoria e Historia de Canarias" de Pedro Medina Sanabria recoge el de la familia del canario Matías López Morales, cuyo padre -Matías López Rodríguez- se alistó a sus más de 50 años en el Batallón de Voluntarios enviado a Guinea en el Ciudad de Mahón, para evitar infructuosamente el fusilamiento de su hijo:

MEMORIAS DE LA MADRASTRA DE MATÍAS LÓPEZ MORALES
Hoy 1 de Julio de 1936 empiezo a escribir mis memorias. Empezando que presencié el consejo de Guerra celebrado el 26 y 27 de Enero de 1937, en el Cuartel de Ingenieros de la Isleta. En él había muchos hombres y un solo militar que era mi hijo Matías, fue el último que sentenció a muerte el fiscal teniente Dolla Manera, sobrino del General Dolla de la Hoz, luego de firmar la pena de muerte le dijo si el acusado tenía algo que alegar que se ponga de pie y lo diga, se puso de pie y dijo : “ Señores del Consejo yo les ruego que tomen en cuenta mi conducta militar y civil, pues nunca se me ha arrestado ni se me ha llamado la atención, siempre he cumplido con mi deber”. Había seis capitanes en el consejo de guerra, nadie contestó nada. Él salió, yo también salí de la sala, se despidió de mí y se lo llevaron en un cochito pequeño al castillo de San Francisco. A mí se me acercó el auditor de guerra y me dijo “Señora, embarque usted esta noche para Tenerife que yo tengo a mi hijo en el Hotel Parque y voy esta noche para Tenerife, va usted con nosotros que mi chofer me espera en el muelle, desayuna en casa y luego va a la comandancia que mi chofer la lleva y le indica por donde tiene que entrar, pero sin que lo vean a él ni a mi coche”. Así pues me llevó y llegué a la entrada. Afuera había varios militares. Me preguntaron qué deseaba y les dije “hablar con el General Dolla” y me dijeron “pase” y fui la primera visita. Yo llevaba varios días sin tomar ni agua, me moría de fatigas. A las diez de la mañana se abrió una puerta al fondo del salón y salió un capitán y me preguntó qué deseaba y le dije que hablar con el general Dolla y me dijeron “pase, es la primera esta señora”. Al entrar en la sala a la derecha estaba una mesa y un señor mayor con la guerrera llena de medallas y cruces. Puse la mano en la esquina de la mesa, me arrodillé y le dije “mi general, vengo a pedir clemencia, que ayer me condenaron un hijo a muerte y no tiene causa y no tiene causa ninguna para eso”.
Él dijo: “Capitán ayudante, ponga a esta mujer de pie” y dirigiéndose a mí, me dijo“señora, me parte usted el corazón pero no puedo hacer nada porque esa condena hace tiempo que la tiene el generalísimo en Burgos”.  Yo le contesté “perdone usted, mi general, pero todavía no ha llegado aquí, porque el señor que la trae no ha llegado”. Me contestó el general “señora, no puedo sino autorizarla a que ponga un telegrama pidiendo el indulto” y dijo ”Capitán Ayudante, escriba este texto: madre afligida ruega indulto para su hijo condenado a muerte Matías López Morales con motivo de la Semana Santa” y me dieron el papel que había dictado el general. Luego dijo “Capitán, acompañe a la señora fuera” y me cogió por el brazo izquierdo y me llevó a la puerta por donde había entrado y bajando la escalerilla de madera, toda vieja, moviéndose, yo iba agarrada al pasamanos de la derecha y él pegó la boca a mi oreja, dándome pequeños mordiscos y diciéndome “venga, esta noche sobre las doce, y ahí delante de ese bajo, ese árbol, nos damos un paseíto, nos tomamos unas cervecitas y yo le doy la vida de su hijo”Yo giré la cabeza, lo miré y le dije “a ese precio no compro la vida de mi hijo yo”. Me soltó de un empujón y se volvió para atrás, y si no se tiran los soldados a mantenerme y me ayudan a terminar de bajar, hubiera caído al suelo, pues yo me iba muriendo, pregunté a los soldados dónde quedaba telégrafos, pues yo no había estado nunca en Tenerife, puse el telegrama y salí para el muelle. Era mediodía, por la noche saldría el correo para Las Palmas. Serían estas fechas 28 y 29 de Enero de 1937.
Mientras Doña Carmen Delgado Expósito esperaba para hablar con el General Dolla La Hoz en la comandancia militar de Santa Cruz de Tenerife el 28 de Enero de 1937 llegaron allí unas monjas y empezaron a hablar con Doña Carmen, le preguntaron por el motivo de su visita al general, Doña Carmen les contestó “Vengo a pedirle clemencia al general porque me condenaron a muerte a un hijo ayer”. Las monjas contestaron “pues si lo han condenado es porque es un malhechor y tiene causa para eso”…
El correo llegó al muelle de Santa Catalina por la mañana a eso de las ocho, casi no salgo del correo, iba por el muelle de Santa Catalina y no creía llegar al parque porque venía totalmente mareada, las casetas y la marquesina me corrían hacia atrás. Por fin llegué al parque y en vez de ir a casa cogí la guagüilla y me fui a la Comandancia Militar del Estado Mayor, pedí al oficial de guardia hablar con el Comandante, me pasaron a una sala y me dijeron “siéntese que el comandante viene más tarde”.
Eran las nueve de la mañana cuando entré en la sala, cerraron la puerta y yo quedé allí, a oscuras. No sé ni cuánto tiempo pasó, lo que sé, y no se me olvida, es que mis lágrimas no dejaron de rodar. No sabía que hora era porque estaba a oscuras, perdí el conocimiento y volví a despertar. De pronto se abrió una puerta, se encendió una luz y entró el comandante y empezó a dar gritos “¡qué mujer es esta! Decía ¿cuándo ha entrado?. Y como yo le dije que a las nueve de la mañana, mi comandante, él llamó al guardia, y al sargento y les echó una bronca de miedo y ellos le contestaron que no sabían nada porque a ellos al hacer el relevo los salientes  no les habían dicho nada, y ellos habían hecho el relevo a mediodía.        
Entonces el comandante se serenó un poco y se acercó a mí y me dijo “señora, ¿a qué ha venido usted? Le dije que a saber de mi hijo, si lo habían matado o dónde estaba para ir a verlo. Me contestó “señora, ahora no puede ir, es de noche, yo le hago un pase por tiempo indefinido y yo mando un ordenanza a llevarla a casa, y usted se baña, se acuesta, descansa, que no se mantiene usted en pie, y mañana, a la hora que usted quiera va al castillo, y está todo el tiempo que quiera pues el pase es por tiempo indefinido y si le ponen resistencia, porque allí el que hace de comandante es de apellido Barragán, si no la deja entrar, usted le enseña el pase, pero no se lo deje, consérvelo en lo que necesite, vaya siempre que quiera. Usted puede estar noche y día, y si le dicen algo le dice usted que me llamen a mí, porque él tiene que cumplir mis órdenes”.
Al día siguiente llegué temprano al castillo y presenté el pase al cabo de guardia, entró y volvió y me dijo “pase”. Entré y vi un cerrojo, abrieron la puerta y lo trajeron a la sala de visitas, donde yo esperaba y después de saludarme me dijo “que demacrada está”. Le contesté que había estado mala esos días, pero nunca le dije que había ido a Tenerife. Estuve con él hasta las doce que a esa hora cambiaban el relevo, me dijeron que tenía que salir y más tarde podría volver a entrar con el otro que entrase. Así lo hice, me marché a casa y de nuevo volví. Le llevé un termo con café, fruta y cigarros virginios que eran los que él fumaba y después, de ese día en adelante seguí diariamente seguí mañana y tarde yendo. Le llevaba de todo, cuatro y cinco cajas de cigarros, un termo con café por la mañana, y otro por la tarde, y ropa limpia, dulces y fruta. Me dijo “si buenamente puede comprar un ajedrez, tráigamelo para enseñarla a jugar y así nos distraemos”. Yo le decía “dígame lo que le hace flata que tengo dinero, pues su padre me manda bastante” y lo único que yo recibía mensualmente eran sesenta pesetas que me las venía a traer de la comandancia. Él creyó que era verdad, que yo tenía mucho dinero y me pedía libros buenos por buenos autores caros, pero yo cogía fiado, pues gracias a Dios, dos tiendas me decían lleve lo que le haga falta. Le fui llevando desde blocs grandes y pequeños hasta estilográficas, tijeritas, espejos… No le privé de nada, era tan bueno y agradecido que se merecía todo, y al despedirme de él pro la noche me daba un beso en la frente y me decía “Hasta mañana o hasta nunca, pues de noche sacan a algunos y no regresan más”.
Siempre me estaba encargando que le dijera a mi madre que cuidara al hermanito pequeño, pues el niño tenía 6 años de edad y yo apenas lo veía, pues desde el día 29 de enero de 1937 que regresé de Tenerife y me dieron permiso por la noche para ir a verlo y me dieron el pase por tiempo indefinido no dejé de ir mañana y tarde al castillo hasta que se hacía de noche. La principal razón era para acompañarlo y que respirara aire puro, pues desde que yo salía todavía en la puerta ya oía el cerrojo de la puerta de la mazmorra, no tenía más aire que el que entraba por las rejas de hierro. Yo nunca entré pero por fuera se veía que era un muro por delante donde estaba la puerta, lo demás, bajo tierra.
Desde que yo llegaba lo sacaban y nos asentábamos en un banco rústico de madera y allí junto a mí tomaba café del que yo le llevaba y fumaba y jugábamos al ajedrez. Hablábamos y pasaba las horas tomando aire fresco y sol, y le hacía juguetes de papel al hermanito y le escribía unas letras casi todos los días, aun conservo algunas de ellas y me gustaría poner aquí la fotocopia.
Matías era el único que estaba encerrado así, yo veía a los demás presos andando, andando, de un lado para otro y sentándose por allí. Eso no lo puedo asegurar, pero es lo que veía.
Ahora voy a contar la gran alegría que recibió cuando llegó el indulto pues él creyó que ya salía para casa, pero por desgracia no fue así. Pues el mismo comandante que le comunicaba el indulto le dijo: ” de momento no puedes marcharte a casa, porque eres el primer indultado, y las familias de los demás se amotinarán y habrá una nueva revolución, de modo que de aquí te pasaremos a la prisión civil, y de allí, en un despiste, te marcharás a casa”.
¡Qué amarga realidad! Seguí encerrado noche y día, yo todos los días pasaba por la comandancia militar a preguntar al comandante de Estado Mayor qué pasaba, qué el tiempo se hacía muy largo, y ya casi hacía dos meses que el padre y Don Juan Fontán desde Fernando Poo lo creían libre puesto que estaba indultado por Franco desde el 29 de Enero de 1937.
Qué alegría y cómo se truncó esa fecha, que el día 29 de Marzo lo sacaron, lo sacaron al mediodía, diciéndole que lo traían para casa. De la alegría repartió todo lo que tenía a los que quedaban allí presos en el Castillo y deseándoles mucha suerte les dijo “hasta luego”.
Luego, cuando se dio cuenta de que pasaban de largo, les preguntó a la pareja que lo llevaba en un cochillo pequeño de color rojo ¿a dónde me van a llevar?. La pareja le dijo “a Ingenieros, a la revisión de la causa”, pero cuando se dio cuenta en lugar de entrar en Ingenieros seguían al campo de tiro.
Entonces, en  una cuartilla, manteniéndola en la palma de la mano, me escribió “Carmen, venga a verme. No quiero que llore. Tráigame una caja de cigarros Virginios aunque no creo que tenga tiempo de fumármelos” pues pensaba mandarla con un soldado, pero cuando llegó a las baterías, me encontró esperándolo. Se abrazó a mí ¿cuándo se enteró usted?. Le contesté que la noche anterior, cuando había llegado del castillo. Llegó a casa el mimo comandante que había traído el indulto y me dijo “Le vengo a traer una noticia muy triste y en secreto porque esto lo he hecho yo por mi cuenta, por si usted puede hacer algo esta noche”.
Yo no dije nada en casa y corrí a la comandancia, a preguntar si mi marido me había mandado algún dinero, pues me hacía falta para comprarle ropa a mi hijo, que estaba pasando frío en el castillo. Esto lo dije para despistar lo que ya sabía y de paso pregunté ¿pero cuando lo van a soltar que ya hace ocho meses que lo tienen encerrado noche y día?. Me dijo “ya saldrá pronto de allí”. Seguí al castillo, entré a preguntar por él, ¿pero a qué vuelve si hace poco que salió? Yo le contesté que me había enterado que al día siguiente saldría correo para Fernando Poo y quería que él le escribiera al padre. Yo antes de entrar, como llevaba la cara descompuesta me estuve tirando agua que había fuera en unos bidones llenos porque estaban arreglando el puente de entrada que era de tablas viejas y lo estaban arreglando de mampostería.
El agua estaba con una capa de cal y cemento pero como Dios es todopoderoso me refrescó la cara y me descongestionó de tal manera que él me encontró sonriente y contenta y me dijo” yo ahora no escribo, que estoy con mucho frío, a ver si usted me puede terminar el pijama de franela que le encargué ayer”, “pues lo tengo a falta de los botones, le contesté, mañana se lo traigo temprano para que lo estrene mañana mismo”. Luego nos despedimos como siempre, me besó en la frente y la palabra de siempre “Hasta mañana o hasta nunca”.
Todo lo más de prisa que pude llegué a casa y sin un segundo de descanso corté por el modelo y medidas que él me había dado anteriormente y me quedé cosiendo toda la noche. Dios me ayudó y al amanecer lo tenía terminado, lo empaqueté con todo cuidado con más ropa y hasta como si fuera a seguir allí, le llevé el desayuno como otras veces lo hacía, con su termo con café y corrí para el castillo como de costumbre. Él quedó tan contento, y yo fingiendo una tranquilidad que a duras penas podía contener. Pero Dios me ayudó. Se tomó el desayuno y fumaba todo contento con su pijama. Tan bonito, blanco manteca y pespuntes y botones azules, era de abrigo, bueno y bonito. ¿Quién le diría a él que aquel pijama iba a ser su mortaja?
Yo conteniendo mi amargura, jugamos una partida al ajedrez, hablamos de muchas cosas y reímos como si nada fuera a pasar. Luego a las once y media me llamaron diciéndome que tenía que marchar. Yo les decía que no, que yo tenía pase por tiempo indefinido, pero no me dejaron. Hasta luego, nos dijimos. A mí el tiempo me parecía interminable, luego para llegar a casa y coger de nuevo un termo con café, y unas cajas de cigarros, y tomar un taxi, y correr para la Isleta.
Pregunté a unos soldados que vi por allí que dónde estaban los que iban a fusilar, y me contestaron que en unas baterías que no se veían pero que siguiera el coche por una vereda de tierra y polvo que pasaba por el campo de tiro y seguía dando unas vueltas llegaría a las baterías, que estaban de debajo de tierra, pero que la vereda llegaba hasta ellas. De ese modo llegué a una zanja, bajé del coche, y luego bajé una veredita de tierra y a lo largo de la zanja estaban unos cuantos soldados y me dijeron que aún no había llegado nadie pero que pasara, que pronto llegarían. En seguida llegó un jeep con cuatro hombres y detrás el mío en un cochillo rojo pequeño acompañado por una pareja de la Guardia Civil.
Cuando Matías me encontró allí quedó sorprendido y emocionado, pues creía que yo no sabía nada de aquel amargo drama. Pusieron a cada uno en una batería, especie de cueva, y dos soldados a hacerle guardia en la puerta de entrada con fusiles y bayonetas caladas. Del hueco donde nosotros estábamos oímos los llantos y los gritos de los cuatro paisanos que trajeron del Penal de Gando y el mío decía “¿por qué serán tan cobardes delante de los verdugos?”.
En seguida llegaron muchos falanges corriendo y los chicos que estaban guardando la salida estaban haciendo guardia llorando con los ojos hinchados, que tenían que mantener el fusil con las dos manos y Matías les decía “esténse tranquilos para que puedan matarme ya que han mandado a mis mejores compañeros”.
Para que sufrieran más llegó un teniente llamado Simeón, que era hermano del cura que estaba en San Francisco, con una botella de coñac y le dijo “toma muchacho, tómate un buche para que te serenes”. Matías le contestó:  ”¿ más sereno me quiere? Usted es el  que no lo está, yo no bebo nunca, y hoy menos lo haré. Estoy escribiendo a mi padre varias cosas, y hablando con mi madre que es un ser extraordinario y ha venido a acompañarme hasta el último momento en que me van a asesinar después de estar indultado dos meses y mi padre voluntario sirviendo en Fernando Poo, que con los accidentes que han pasado allí está vivo de milagro. Ya que usted me ha traído el coñac se lo agradezco, yo desearía una botella de agua para refrescarme la boca”.
‘Querido padre: ¡Qué casualidad! Esta mañana le escribí una carta que le entregué a Carmen y a eso de las 11 y media vinieron a buscarme para fusilarme. Esta nota la escribo en una batería del Pto. de La Luz de donde me sacarán para fusilarme. No se apure. Muero como quien soy. Carmen ha venido a verme. Se ha portado conmigo como debía. Como una verdadera madre. No tengo nada más que decirle, sino que estoy satisfecho de mí mismo. Un abrazo de su hijo’.
Deja a su padre y a Dª Carmen Delgado Expósito (madrastra).

Carta de Matías López Morales a su padre, 29 de marzo de 1937.

El teniente se marchó, y al rato volvió con una botella de agua abierta. Él me dio a tomar a mí, y luego tomó él, y la iba a poner en el suelo y le dijo el teniente “la botella no se puede quedar aquí”. Entonces le contestó él: “La botella no se puede quedar aquí porque cree usted que me voy a ensuciar las manos dándole un golpe con la botella. Yo soy un hombre honrado y hasta hoy tengo mis manos limpias y mi conciencia tranquila”. Le devolvió la botella.
En este momento llegó un cura y le dijo “muchacho, confiésate que es el último momento de tu vida”. Él miro de arriba abajo, y le dijo “No señor, mi vida no se sabe lo que podría durar, porque Dios me la dio y él es quien podía quitármela, pero usted viene aquí a apadrinar el crimen. Su puesto está ante un jefe a decir que no sea un criminal despiadado dando órdenes de matar a hombres que no han cometido ningún delito y siempre han cumplido con su deber de ciudadanos trabajadores y honrados, muchos de ellos padres de familias, dejando huérfanos niños y mujeres sin amparo y sin consuelo de nadie”. El cura dio media vuelta y no volvió, pero a los demás los hacía confesarse, y a los que estaban llorando les hacía llorar más, diciéndoles que se confesaran y arrepintieran si habían matado a alguien o si tenían armas escondidas, y ellos contestaban llorando desconsoladamente que no habían hecho nada malo, que por qué les iban a matar y gritaban ay, mis hijos y mi mujer y mi madre!.
Y nosotros sufriendo mucho al oírles decir estas palabras, pues este gran drama hay que pasarlo para saber lo que se siente y no poder remediar nada. ¡Ay Dios mío, gritaban, qué pena, qué dolor!… Y nosotros hablando con serenidad y a duras penas él escribía, y otras veces dándome consejos para que educara bien al hermanito pequeño, que estaba seguro que crecería y sería muy bueno como él le había inculcado, y como usted sabe hacerlo, y yo que no lloré delante de él pedía a Dios que me diera fuerza para resistir y estaba aparentemente tranquila y muriéndome de pesar por dentro de mi ser…”
Y pensar que las hermanas de la madre decían que estaban contentas, pues unas primas que fueron a darle el pésame quedaron asombradas cuando les contestaron que no sentían ninguna pena porque lo quitaran del medio, que era un rojo y que la madrastra tenía la culpa de que lo mataran.
Los amigos de mi hijo Matías reunieron el dinero necesario para comprar la caja y el nicho y la lápida, y se lo dieron a un primo de la madre de Matías, para que se ocupara de comprar todo ya que yo estaba muy agotada y afligida. El primo compró el nicho y la caja, y puse el nicho a nombre de él, una hermana le dio el papel de propiedad. La lápida no se compró, ni tampoco pusieron flores, yo iba dos veces por semana a ponerle flores y ellos se quedaron con el dinero.
A los diez años, en 1948 murió el único hijo que me quedaba y aunque se le pidió el papel del nicho para enterrar a mi hijo junto con Matías no lo quisieron entregar, decían que el nicho era propiedad de ellos. Entonces mi hijo fue enterrado en una fosa del cementerio del Puerto de Guanarteme.
Por eso, un día fui yo acompañada de otra señora a una tienda de comestibles que tenían en la calle General Mola, que allí estaba el matrimonio atendiendo, y les pedí por favor que me dieran el permiso para sacar lo restos de Matías y traerlos al panteón que yo tenía en el cementerio del Puerto, y que el nicho se lo quedaran ellos, que yo no lo quería. Ellos me insultaron de mala forma, dándome gritos que me quitara de delante de ellos, que yo era una roja. No les contesté nada, ni una sola palabra y nos marchamos asombrados al ver que había gente tan mala y tan informal.
Mi hijo Matías me había encargado saliendo él para el campo de tiro a morir delante de las balas asesinas que como lo mataban por rojo, que le cubriera la cara con un paño rojo. Yo así lo hice, compré un metro de seda roja y flores también. Hice esta compra muy temprano, de mañana de paso que iba para el cementerio que el comandante Juez el día anterior por la tarde del 29 de marzo de 1937 me dijo : Usted no se puede quedar aquí sola esta noche, venga mañana temprano, que yo estaré aquí”. Pues llegamos a un tiempo. Cuando lo pasamos a la caja que le compramos, pues la que él llevó al campo de tiro era de prensado malo y la votamos para un lado, yo le limpié la cara y el lado derecho e izquierdo que estaba embarrado de sangre y tierra, pues al darle el tiro de gracia, el compañero de oficina estaba temblando y se lo dio en el ojo en lugar de dárselo en la sien. Estaba aquella masa de sangre en la guerrera, lo tapé con varios pañuelos y luego le cubrí el rostro con un paño rojo. Yo no lloraba pero sí decía ¡ay mi hijo, como te acribillaron a balazos las balas asesinas! Y el comandante me decía a mi lado “calma señora, es usted admirable”. Luego compartí el ramo de rosas rojas entre todos, eran cinco con el mío.
Más tarde llegó una mujer dando gritos y con palabrotas insultando a Franco, la mandaban a callar, pero no se callaba. Entonces no sé lo que hicieron con ella, yo no la ví más.
A las cuatro en punto el día treinta de marzo de 1937 dijo el comandante “vamos a ir dando sepultura a los demás, el suyo lo dejamos para el último para que usted esté más tiempo aquí con él”. El mismo cura que estuvo en la batería estaba allí y delante de cada uno les iba diciendo un responso, cuando le tocó al mío que lo llevaban cuatro soldados cargando la caja el comandante les dijo Lleven la caja bajita para que la madre le lleve la mano puesta encima hasta llegar al nicho”. Luego mientras caminábamos se acercó el cura a decirle un responso, yo le dije Haga usted el favor de retirarse, y así lo hizo, y mientras subían la caja al nicho el comandante mandó a un soldado a buscar una silla o un banco “para que la señora se siente mientras terminan de tapar el nicho”.
Luego de quedar el nicho tapado y con las iniciales y fecha  puestas 30 de marzo de 1937, me dijo a mí el comandante Ahora yo la llevo a casa y yo le dije Muchas gracias, ahí afuera me espera un coche para llevarme a casa, por lo tanto, se lo agradezco mucho, pero voy con el mismo que me trajo.
Cuando se aproximaba la hora del asesinato de los cinco reos de San Lorenzo el día 29 de marzo de 1937, a las cuatro de la tarde, pasaron por los alrededores de las baterías donde estaban en capilla los cinco reos un grupo de falangistas que iban a presenciar el asesinato como el que iba para una fiesta y Doña Carmen que los vio pasar les dijo “corran que se les escapa la fiesta”. Entre ese grupo iba un señor muy gordo, iba tan sofocado que llevaba la lengua fuera.
El día 28 de octubre de 1936 cuando a Matías López Morales lo llevaron del castillo al Cuartel de San Francisco para la petición fiscal, le preguntaron si deseaba alguna cosa y él les dijo “solamente quiero que dejen ir a mi madre a verme y visitarme al castillo”.
Doña Carmen Delgado Expósito con documento nacional de identidad nº 42.714.122 con domicilio en Las Palmas de Gran Canaria, c/ Emilio Zola, número 71. Nació en la Antigua, isla de Fuerteventura, el día 28 de enero de 1906, hija de Francisco Delgado Saavedra y Casimiro Expósito Díaz. Casada con Don Matías López Rodríguez. De este matrimonio nacieron dos hijos. Uno llamado Carmelo murió con seis años y medio, el otro llamado Andrés nació el 30 de Noviembre de 1928 y falleció el 25 de Noviembre de 1946 con escasos 18 años.
Al contraer matrimonio con Don Matías López Rodríguez se convirtió en la madrastra de Matías López Morales, hijo del anterior matrimonio del viudo. Matías López Morales murió el día 29 de marzo de 1937, a las cuatro de la tarde con 25 años de edad.
Esta señora con sus 87 años sobre sus espaldas ha sido una verdadera mártir a lo largo de toda su vida y hoy se encuentra sola, en una casa de alquiler, con las fotografías de todos sus seres queridos colgando de las paredes.

Esta señora a pesar de sus 87 años conserva toda su lucidez y sigue con ganas de vivir…
El padre de Matías López Morales se llamaba Matías López Rodríguez. Matías López Morales
nació en La Antigua el 8 de frebrero de 1912. La madre de Matías se llamaba Dolores Morales Suárez.
El nicho de Matías en el cementerio de Las Palmas es el nº168, norte a poniente, fila 5ª. Los que están enterrados, después de Matías son Manuel López Suárez y su mujer Ana Morales Suárez.
Este nicho fue comprado para Matías López Morales por los camaradas del Partido Comunista de Canarias, en aquella fecha representado por Mateo González y otros, además del nicho se le compró el ataúd pues el que llevaba desde el campo de tiro era muy malo.
En aquellos días dolorosos Doña Carmen Delgado Expósito no se hallaba en condiciones para poner el nicho a nombre de ella o de Matías, y fue un tío político de Matías el que le puso su nombre, por eso, cuando Doña Carmen Expósito intentó aclarar a nombre de quién estaba el nicho, el tío de Matías y su esposa que era tía de Matías, se negaron y hasta insultaron a doña Carmen. Esta gente se adueñó del nicho indebidamente.
Según informes del sepulturero los restos de Matías se hallan en este mismo nicho nº168, a pesar de haber transcurrido 56 años los restos están bien identificados pues al darle el tiro de gracia el día del asesinato se lo dieron en la cabeza y tiene el cráneo roto.
Informe del cementerio de Las Palmas del 8 de Enero de 1993.
Las Palmas de Gran Canaria 28 de Enero de 1993.
Manuel Henríquez Ranz

Manuel Henríquez Ranz tomó nota del testimonio de Carmen Delgado Expósito y recopiló toda esta información. Pero por si hubiera alguna duda, a través del Portal de Víctimas de la Guerra Civil y Represaliados del Franquismo es posible identificar sendos expedientes de indulto a Matías López Morales. Pese a todo... fue fusilado el 29 de marzo de 1937 como parte de los llamados cinco de San Lorenzo: "el alcalde Santana Vega, el secretario municipal Antonio Ramírez Graña, el jefe de la Policía Local Manuel Hernández Toledo y los sindicalistas Matías López Morales y Francisco González Santana", además de una sanción económica por los perjuicios causados.


‘Próximo a ser asesinado quiero saludar al pueblo canario, a los trabajadores españoles y del mundo entero. No me pesa morir cómo, cuándo y por quién muero. Sólo siento la gran satisfacción de haber cumplido hasta el fi n con mi deber de hombre consciente, de combatiente de la Internacional Comunista, de hijo honrado del pueblo español. Muero satisfecho. Nuestro es el triunfo. Que tiemblen mis verdugos, que tiemblen los traidores. Que tiemblen los que han obligado a mi pueblo a comer tuneras. La hora de su derrota ha sonado. ¡Hombres de izquierdas! ¡Comunistas! ¡Recoged mi último grito! No perdones ni a un enemigo ni a un delator. ¡Exterminio a los verdugos fascistas! ¡Viva el F.(rente) Popular Español! Haced que mi grito llegue a todos los hombres honrados’

Carta de despedida el día de su fusilamiento, 29 de marzo de 1937.

martes, 24 de octubre de 2017

El veterano de Guinea Ecuatorial

Como muestra, el caso de Juan Manuel John Tray y Mueri, nuestro Mohammed ben Mizzian en parámetros ecuatoguineanos:

Tray es el tercero por la derecha.
Fotografía tomada en la base aérea de Los Llanos, en Albacete, en el año 1947.
Estudiante de la carrera de perito industrial en Las Palmas, fue el oficial guineano de mayor graduación en el Ejército Español, y contaba -entre otras- con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, sendas Cruces del Mérito Militar con distintivo blanco y la Encomienda de la Orden de África; su vida y carrera merecerían un blog aparte, pero en lo que a éste se refiere, Tray había ingresado como voluntario en la Primera Bandera de Falange en Las Palmas al inicio de la guerra civil, en la que participó encuadrado en Regulares, acabándola de Alférez Provisional del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta nº 3.

El 24 de febrero de 1939 pasó a la situación de reemplazo por heridas en combate, y tras la convalecencia en las Palmas de Gran Canaria, volvió al servicio activo el 12 de julio de ese año, continuando en la carrera militar tras haber realizado los cursos de transformación.

Manuel García Cuenca relata en su novela Beatriz que: «La sobremesa de un domingo giró en torno a su único hermano, mayor que él [Francisco], por quien sentía un gran cariño. Se llamaba Juan Manuel y era militar. Residía en España desde hacía varios años y sólo una vez regresó a Guinea durante unas vacaciones. Estaba casado con una española y tenía tres hijos preciosos. Decía que no se veían, claro, pero era raro el mes que no recibía una extensa carta y fotografías. Cuando hablaba de su hermano se le iluminaba el semblante. Afirmaba que Juan Manuel era un gran tipo. Luchó en la Guerra Civil Española al lado de los ejércitos de Franco y en los campos de batalla ganó las estrellas de teniente de infantería. También resultó herido. Era mutilado de guerra. 
Cuando acabó la contienda fue destinado a la ciudad de Albacete, donde era muy popular entre la población civil y el personal militar».

En 1963 el diario Falange
de Las Palmas de Gran Canaria
informaba de su nuevo destino
en Santa Isabel.
Caballero Mutilado Permanente en la guerra civil, perteneciente a la Vieja guardia de Las Palmas, igualmente solicitó durante la II Guerra Mundial ir voluntario con la 250.ª División de Infantería (conocida popularmente como División Azul) a Rusia, siéndole denegada su petición.

En el momento de la Independencia de Guinea en octubre de 1968, Juan Manuel Tray era Comandante de Infantería, destinado como Ayudante de Campo del Comisario General de Guinea, Victor Suanzes del Río, aunque formalmente no pasó al Ejercito del nuevo Estado independiente hasta septiembre de 1969 (la Guardia Territorial se transformó en Guardia Nacional desde el 12 de octubre de 1968) fue nombrado jefe de la Casa Militar del Presidente Macias.
Juan Durán-Dóriga, el embajador de España en 1968, cuenta en sus memorias como éste le «había visitado en Santa Isabel para pedirme que gestionase su ascenso a coronel en el ejército español, que por cierto seguía pagando sus haberes».

En abril de 1969 se convirtió en Jefe de la Guardia Nacional con el empleo de Tte. Coronel de ese cuerpo, sustituyendo al último oficial español que la mandó (el Capitán Pizarro), aunque seguía siendo Comandante del Ejército de Tierra Español, donde figuraba como en situación de licencia reglamentaria (causó baja el 18 de septiembre de 1969).

No pudiendo satisfacer su ambición por ascender en su carrera profesional ni en el nuevo ejército ecuatoguineano ni en el español, acabó involucrado en decisiones imprudentes como la que dio lugar a la llamada guerra de las banderas en Bata (en palabras del Embajador de España: «En cuanto al detonante concreto de la crisis, lo sucedido en la mañana del 25 de febrero parece indicar que las apetencias del comandante Tray por la residencia del cónsul general jugaron un papel fundamental»), perdiendo al final la confianza tanto del presidente Macías como del Gobierno Español.

Tras una sucesión de desencuentros, acabó degradado por Macías al rango de sargento asignado al parque de automóviles, sometido a prisión domiciliaria y confinado en su aldea, sustituyéndole en su puesto anterior el Teniente Coronel Teodoro Obiang.

Acabó falleciendo exiliado en Valencia.

Tray con “Los Diez de Zaragoza”, caballeros cadetes de la AGM en la Especial Militar (AEM) de Villaverde (Madrid).
Los ecuatoguineanos de pie, de izquierda a derecha:
Salvador Ela Nseng, Teodoro Obiang Nguema, el Comandante Tray, Maximiliano Meko y Eulogio Oyo Riquesa.
Agachados, de izquierda a derecha: Celestino Mansogo Nsí, Santiago Bee Ayetebe, Cristino Seriché Malabo, José Moro Mba, Moisés Iyangan Melango y Melanio EbendengNsomo. Les acompañan en la fotografía el almirante Núñez y dos mandos españoles.