
Todo un mundo lleno de turistas está disfrutando de las vacaciones de verano, y Guinea Ecuatorial es el destino ideal para potenciales viajeros.
Cuenta la
Embajada de España en Malabo, que «en la Isla de Bioko es necesario
obtener permiso de estas autoridades para visitar algunas zonas de interés
turístico, como el Valle de Moka, Ureka y el Pico Basilé.
En cuanto a la Región Continental,
se suele exigir una autorización para viajar por zonas turísticas del interior
expedida por la Delegación Regional de turismo o, en su caso, por la policía
regional de Bata. Esta autorización es necesaria, en todo caso, para viajar a
las islas de Corisco y Annobón. Si se viaja a Corisco en algún tipo de
embarcación desde Kogo, debe presentarse la autorización ante las autoridades
policiales de esta localidad antes de embarcar».
El Gobierno guineoecuatoriano dice lo mismo: «El
Ministerio de Cultura, Turismo y Promoción Artesanal, mediante su Dirección General de Ordenamiento Turístico
y Estadística, tiene a bien poner al alcance de toda la población interesada en
realizar visitas turísticas a las zonas protegidas y demás zonas en general, el
formulario oficial para presentar las solicitudes de visita ante el Ministerio».
La picaresca ibérica inicia desde el momento en que hay que tramitar el visado, o se va a cruzar la aduana. En
Guinea de Fernando Gamboa, la protagonista -Blanca Idoia- relata su vivencia:
«—¿Motivo de su visita? —preguntó al fin, sin mirarme y sin disimular su
desagrado.
—Turismo —contesté con la voz algo temblorosa.
—Nadie viene por turismo a Guinea Ecuatorial —replicó, alzando la vista
con suspicacia.
—Entonces, seré la primera.
—¿Y qué más viene a hacer a Guinea Ecuatorial? —insistió.
—Turismo —repetí sin perder la sonrisa, sacando la cámara de fotos del
bolso—. Solo turismo.
(...) No contestó y siguió observando páginas en blanco. Sin duda, el tipo
debía aburrirse terriblemente el resto del día y le traía sin cuidado la larguísima cola que había aún a mi espalda. Al llegar a mi foto se recreó en la
misma, levantó la vista un par de veces para compararme y concluyó:
—La mujer de la foto no es usted.
—¿Perdón?
—Digo —repitió, poniéndome el pasaporte a la altura de los ojos— que
esta no es usted.
—¡Claro que soy yo! —repliqué desconcertada—. Esa foto no tiene ni
una semana.
—La mujer del pasaporte —afirmó sin sombra de duda— tiene el pelo
recogido y viste otra ropa.
No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Lo dice en serio?
—No puede entrar en el país con este documento —sentenció, haciendo el
amago de devolvérmelo.
—Un momento, un momento… —mascullé, tratando de darle sentido a
aquel absurdo—. La mujer de la foto soy yo, pero el día que me la tomé
llevaba el pelo recogido y un abrigo para el frío.
El policía volvió a hojear todo el pasaporte por tercera vez y entonces caí
en la cuenta de lo que estaba pasando.
—¿Me permite el pasaporte un momento, por favor?
El aduanero me lo devolvió. Me levanté un poco la blusa, saqué de la
riñonera interior que llevaba pegada al cuerpo un billete de veinte euros, lo
doblé, lo metí entre las páginas del pasaporte y se lo devolví al policía. Este lo
abrió por la página adecuada, se guardó el billete en el bolsillo de la camisa
sin ningún disimulo y me estampó el sello de entrada a Guinea Ecuatorial».
Una vez pasada la aduana, la movilidad interior no está exenta de sobresaltos, y en ese sentido comparte Pablo Rabasco su impresión en
La garra del bosque. Guinea Ecuatorial, el último intento: «Vamos tarde hacia el poblado. No suele ser buena idea viajar de noche por Guinea Ecuatorial. En la carretera, muchos controles policiales que de día son simples escenografías de poder, pobres caricaturas, de noche adquieren un carácter intenso. El alcohol, la desesperación y la necesidad de reafirmarse hacen que estos militares, policías, o lo que sean, al llegar la noche encuentren un espacio que conjuga juego y fatalismo, un momento en el que por fin son protagonistas. Esta extraña selva se convierte en espectadora. Selva callada, que supura agua oscura y calor. Permanecemos atentos, sumisos y sometidos a una desconfianza latente. Tres controles policiales muy pesados, y otro en el que pasé miedo. Al final llegamos al poblado. Es tarde y hay que localizar al alcalde, al jefe de policía, al jefe de la tribu. Hay que encontrarlos y respetar el orden, la jerarquía, intuir los recelos preexistentes y dejarse llevar por estructuras de poder que, aunque nos resulten ajenas, no dejan de ser reconocibles. Hablamos con el jefe de la tribu, nos da permiso y entramos al pueblo…»
Javier Nart encontró la solución para el problema «Pero Dios, que aprieta pero no ahoga, iluminó mi mente: cuando el tipo de la pistola, evidentemente el oficial al mando, se encontraba a unos cinco metros de mí, saqué de mi bolso de costado una botella de coñac que traía desde Barcelona. Rápidamente avancé hacia él, lo que le hizo detenerse. Y llegando le extendí la mano con la botella. Él la tomó, yo puse la mano sobre la suya, le impulsé hacia mí y le abracé hipócritamente mientras le decía: "Estoy muy feliz de haber llegado a Guinea Ecuatorial, compañero".
Había aceptado mi regalo, y tras mi abrazo le debió de parecer impropio dar pasaporte a quien se proclamó amigo y, además, invitaba».
Tras su experiencia en el territorio, Manuel Gutiérrez Aragón escribió igualmente sobre este tema y la picaresca hispánica: «La autopista es de fácil circulación, entre otras cosas porque apenas hay automóviles, pero de vez en cuando aparece una improvisada barrera de latas y troncos con un trapo colgando. Son los abundantes controles policiales, en los que normalmente un uniformado harapiento pide papeles y salvoconductos. No contento con esto, termina diciendo: "¿Y qué hay para mí?". Este tipo de controles -sobre todo en la parte continental del país- puede revestir un carácter conminatorio y amenazador. Así se recuerda a la población que solo se mueve por un favor especial de la autoridad».
¿De dónde vendrá esa necesidad de controlar el desplazamiento hacia y por el territorio nacional?
Gustau Nerín recuerda que para realizar el trabajo de campo de Un guardia civil en la selva, tuvo que «superar más de un centenar de controles policiales en las cenagosas carreteras de la selva guineana». En su relato histórico queda igualmente recogida esa situación ya que durante la administración española, «los guardias africanos, por su parte, no tardaron en aprender de sus superiores: solían cometer bastantes robos, sobre todo de cabras y gallinas. Los áscaris (los soldados "indígenas") instalaban barreras en los caminos y asaltaban a quienquiera». Y concluye más adelante que «en la Administración guineana actual no hay ninguna corruptela que no hubiese sido ya inventada por los colonizadores».
 |
Una costumbre que viene de lejos...
|
Así, con todo, es probable que ese hábito por los controles responda a varios orígenes y uno de ellos lo recoge el semanario Ébano del 12 de octubre de 1940:
«está sujeto a la imperativa
obligación, bajo penas y sanciones determinadas en cada caso por los Jefes
inmediatos superiores, de dar cuenta a dichos Jefes de los viajes que se hagan
y residencias que se fijen, así como de presentarse en esas residencias, ya sean
fijas ya accidentales, a los Jefes Locales de la
Falange, justificando la estancia
y especificando los motivos -oficiales o particulares- del viaje». Firmaba la circular el gobernador general en funciones (en ausencia de
Juan Fontán), Víctor Suances Díaz, y -por tanto- en su condición
accidental de Jefe Provincial de FET y de las JONS.