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martes, 7 de mayo de 2024

La "denuncia Nombela" o "Caso Tayá"

La "denuncia Nombela" o "Caso Tayá" es una historia vieja... la gobierno de derechas de la II República tuvo su propia caja B, su propio comisario Villarejo, su respectivo conseguidor como el pequeño Nicolás  y un desconocido A. Lerroux que acabó generando la caída del gobierno de derechas en la II República... caída inesperada para los partidos que integraban la coalición, y cuya frustración por la consecuente victoria del Frente Popular desencadenó la ruptura del 18 de julio de 1936.

No es que lo digamos nosotros, incluso entre la documentación elaborada por José Antonio Primo de Rivera en la prisión de Alicante, se incluye la referencia al "Asunto de Guinea..." como parte de su "síntesis moral" de los motivos que condujeron a la "rebelión" en julio de 1936.


Vapor Príncipe de Asturias (Tayá).





Y, además, te lo cuenta el profesor Donato Ndongo en: Guinea Ecuatorial durante la II República. El ‘escándalo Nombela’. Implicaciones de un caso de corrupción colonial:

La cuestión colonial jugó un papel determinante en aquel proceso de desintegración política que desembocaría en la guerra de 1936. Preguntas importantes siguen siendo si los diversos partidos republicanos, el socialista, el comunista, los radicales, los anarquistas y todas sus derivaciones concibieron y propusieron una política colonial propia y si intentaron llevar a la práctica nuevos modelos de relación con los colonizados según sus propuestas ideológicas.

Mucho avanzaron los estudios sobre la historia de Guinea Ecuatorial desde la aparición de mi Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial [1]. Pese a tan estimulante perspectiva, que nos permite tener un mayor conocimiento del conjunto de las realidades coloniales, ocultas durante siglos, los historiadores apenas se han adentrado en un período cuya brevedad no menoscaba su importancia: la II República. Salvando algún acontecimiento tratado de modo aislado –el asesinato del gobernador Gustavo de Sostoa en Annobón, o la sublevación militar en Fernando Poo y la Guinea Continental–, permanece aún oscura la política colonial formulada y ejecutada en España durante el régimen surgido en 1931. Especial significación adquiere esta omisión al constatar la profusión de estudios y análisis consagrados a la II República por especialistas españoles y extranjeros. Desde nuestro punto de vista, que no llegase a cuajar, debido a la interrupción de la Guerra Civil, no resta  interés a un conocimiento que, cuando menos, permitiría contrastarlo con las políticas coloniales conservadoras de la Restauración y el franquismo, poniendo de manifiesto las ideas y programas de los grupos liberales y las izquierdas, fuerzas políticas excluidas en ambos períodos, pero que asumirían mayor protagonismo en la política española entre 1931 y 1936. A este respecto, preguntas importantes siguen siendo si los diversos partidos republicanos, el socialista, el comunista, los radicales, los anarquistas y todas sus derivaciones concibieron y propusieron una política colonial propia; si intentaron llevar a la práctica nuevos modelos de relación con los colonizados según sus propuestas ideológicas; si se limitaron a gestionar una situación que, de alguna manera, les venía impuesta por los hechos; si hubo ideólogos o teóricos, cómo lo hicieron y con qué resultados. En definitiva, urge llenar el vacío existente sobre la postura de los movimientos políticos y sociales progresistas de la metrópoli ante la colonización y la descolonización de las posesiones españolas en África. Enuncia la cuestión el muy importante estudio La idea colonial en España, de Roberto Mesa, pero puede considerase insuficiente; apreciación que requiere una justificación, resultante del análisis de la obra, pero nos alejaríamos de modo excesivo de los objetivos de nuestra exposición[2].

Guiado por mi irrefrenable curiosidad, génesis de toda mi obra, intenté hallar respuestas a tales cuestiones. Fruto –provisional– de mi indagación es un volumen inédito, La II República y la cuestión colonial, gestado en 1977, continuado hasta 1980, retomado hace varios meses, y en cuya versión definitiva trabajo en la actualidad. Hoy les presento un fragmento, escogido de manera deliberada, a mi parecer suficientemente ilustrativo: el conocido como escándalo Nombela. De gran impacto político y mediático en su tiempo, continúa vigente, como ejemplo prístino de las divergentes –mejor diría contrapuestas– concepciones de los métodos y objetivos de la presencia española en la actual Guinea Ecuatorial; o, si se prefiere, de lo que algunos denominan “los intereses de España” en la ex colonia. Dos modelos de entender la acción colonial claramente enfrentados, muestra de una realidad demasiadas veces olvidada, u ocultada, y por ello apenas perceptible para la sociedad española y la sociedad guineana. Y por más empeño que se ponga en manipular tales realidades, emerge siempre la verdad sobre las intenciones ocultas; así, determinadas  actuaciones que se producen en Guinea, o con relación a ella, terminan influyendo en la historia de la metrópoli, y, por tanto, en la vida política y personal de los propios españoles. De ahí su importancia. En el futuro, con sosiego, podrá contraponerse a otros episodios, como el caso Trevijano, también insuficientemente calibrado para la cabal comprensión del rumbo adquirido por la política española tras la muerte del general Francisco Franco.  

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Aclaraciones previas: Mantuve, durante el transcurso de esta investigación, numerosas, interesantísimas y extensas entrevistas con el protagonista principal de este episodio,  Antonio Nombela, en su residencia del Paseo de La Habana, Madrid; la primera, el 30 de enero de 1979; la última, el 15 de enero de 1980. También deseo dejar constancia de que un extracto de este capítulo fue publicado en la revista Historia 16, en 1981[3].

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En la sesión de las Cortes del 26 de julio de 1935, al contestar a la interpelación del diputado independiente Dionisio Cano López sobre las razones de la destitución del inspector general de Colonias, Antonio Nombela[4], y del secretario general de Colonias,  José Antonio de Castro,  José María Gil-Robles –líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y ministro de la Guerra desde el acceso al poder de la coalición conservadora, integrada por la CEDA, el Partido Radical de Alejandro Lerroux y otras formaciones menores, tras las elecciones de noviembre de 1933–, había afirmado que se abriría un expediente y, si de él no se derivaban responsabilidades para los funcionarios  cesados, éstos serían repuestos en sus cargos y rehabilitados. Con esa esperanza, el ex capitán Nombela realizó en los meses siguientes numerosas gestiones ante miembros del Gobierno y del Parlamento; al resultar infructuosas, y con el fin de “restablecer su honor”, presentó el 28 de noviembre un largo memorándum al presidente de las Cortes, Santiago Alba, en el cual explicaba los motivos de su cese y pedía ser reintegrado en sus funciones.

El Partido Radical –segunda fuerza política en aquellas Cortes, tras la CEDA– recabó para sí el derecho de plantear la cuestión en el salón de sesiones, dándole estado parlamentario, y solicitó, por boca de su diputado Fernando Rey Mora, se arbitrasen los medios para que se esclarecieran las responsabilidades. Los republicanos conservadores, por medio de Miguel Maura, evacuaron consultas con Unión Republicana, el grupo de Martínez Barrio; con Izquierda Republicana, de Augusto Barcia, y el Partido Republicano Progresista, de Cirilo del Río, con quienes acordaron “hacer los esfuerzos imaginables” para que el tema quedase aclarado. Dada la gravedad de los hechos denunciados, Maura amenazó con recurrir a la interpelación en caso de que los radicales intentaran entorpecer la investigación. Por su parte, el presidente del Gobierno, el radical Joaquín Chapaprieta, intentó impedir la discusión de la denuncia en comisión parlamentaria, argumentando que debía ir a informe de la Comisión de Peticiones “por tratarse de una cuestión no planteada por miembros de la Cámara”. Introducida por el propio presidente de las Cortes, se dio lectura al extensísimo informe redactado por Antonio Nombela, al que se acompañaba gran número de documentos.

Nombela exponía que fue nombrado inspector general de Colonias por el entonces jefe del Gobierno, Ricardo Samper, el 29 de agosto de 1934. No conociéndose previamente, su nombramiento respondía al deseo de que elaborase un programa concreto de política colonial, desde un planteamiento eminentemente técnico. Le asignaron como colaboradores al secretario general de Colonias, José Antonio de Castro Martín, y al gobernador general de Guinea, Ángel Manzaneque. Apenas iniciada la labor encomendada, se produjo una crisis ministerial, y Samper fue sustituido por Alejandro Lerroux, y al subsecretario de la Presidencia, Boixareu, reemplazó Guillermo Moreno Calvo. Afirma Nombela que, al poco tiempo tuvo “la triste convicción de que a la incompetencia y al absoluto desinterés por la obra colonizadora se unía en el nuevo subsecretario un afán de dificultar toda labor que no respondiese exclusivamente a determinados propósitos que como único fin parece que allí le llevaban”.

Presagios confirmados a los pocos días de la toma de posesión del nuevo equipo ministerial, cuando Nombela fue llamado por el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, para advertirle “sobre la clase de personajes que habían entrado en la Presidencia y sus anejos y sobre sus seguras intenciones”. El presidente añadió que tenía referencias de la probidad del inspector general, por lo que estaba seguro de que “sería el valladar que firmemente se opusiese a cuantos desmanes se pretendiesen realizar” en relación con las colonias. Le rogó, asimismo, que nunca dimitiese y resistiera a cuantas presiones recibiera de sus nuevos superiores, asegurándole que siempre encontraría respaldo moral en la Presidencia[5].

En consecuencia, trató de oponerse por todos los medios a que prosperasen estos designios, lo cual le hacía cada día más difícil el desempeño de su cometido. Entre los manejos del nuevo equipo destacaba una petición de indemnización suscrita por la Compañía África Occidental, S. A., propiedad del naviero catalán Antonio Tayá, por un valor de 524.832 pesetas. El subsecretario Moreno Calvo presionó a Nombela mediante reiterados  requerimientos para que fuese abonada esta cantidad, a los que el inspector general se resistió, por entender que no era justa la indemnización. El subsecretario replicó que era necesario salvar las dificultades, por grandes que fuesen, “por cuanto el señor Tayá, cuando disfrutaba de crecida fortuna, con su dinero en Barcelona había sacado de difíciles apuros a don Alejandro Lerroux, y éste, reconocido, le había prometido corresponder cuando cambiaran las circunstancias”. Nombela, que aseguraba no conocer personalmente ni a Tayá ni a su abogado, Gómez Piñán, tuvo que recibirlos por orden del subsecretario, con la pretensión de que rectificase la opinión que tenía sobre el asunto que planteaban. En dicha entrevista, los interesados “se condolieron” de la lenta marcha de su expediente, culpando de ello al anterior director general de Marruecos y Colonias, Fernando Duque Sampayo, contra el cual hicieron “graves inculpaciones”. El subsecretario Moreno Calvo le dijo a Nombela que deseaba conocer el expediente, se lo llevó e hizo desaparecer un sobre con la firma de Tayá con el “enterado” de la notificación de que se le denegaba el pago de las 524.832 pesetas. Luego requirió a dos abogados del Estado para que estudiasen si existía algún defecto en la tramitación del expediente que impidiera materializar el pago. El informe de la asesoría acusó la falta de notificación, y no aceptó la sugerencia verbal del subsecretario, quien insistía en la urgencia del pago. Al ser devuelto el expediente a la Inspección de Colonias, causó sorpresa la falta del documento, y se observó que se había corregido la numeración con el fin de que existiera correlatividad en los documentos. Nombela se lo comunicó a Moreno Calvo, “y éste simuló que sentía desconfianza de su secretario particular e íntimo amigo D. Juan Alonso Jiménez. Prometió averiguarlo todo y castigar al causante”.

Posteriormente, Gómez Piñán pidió se instruyera un nuevo expediente, acogiéndose a lo que llamó “recurso de reposición”. Pasó el nuevo expediente a la Junta Asesora Jurídica de Colonias, encareciéndose a su presidente, magistrado del Tribunal Supremo Torres Roldán, “el interés de Lerroux en que se resolviera la cuestión”; pero la Junta rechazó el recurso. Se coaccionó de nuevo a Nombela, y Moreno Calvo –“no omitiendo epítetos” contra el magistrado–, amenazó con el despido a todos los componentes de la Junta. Volvió a salir el expediente de la Inspección de Colonias para pasar a manos del subsecretario. El abogado del Estado Manuel Gómez Acebo le informó a Moreno Calvo que habría que esperar el resultado de un recurso pendiente en el Tribunal Supremo antes de procederse a pago alguno. En efecto, el 22 de abril de 1935, el Tribunal Supremo dictó sentencia anulando la rescisión, acordada por la Administración, del contrato con la Compañía naviera, sin ordenar pago alguno, ya que, en caso de que procediera, sería objeto de expediente de liquidación por vía administrativa. Apoyado en esta sentencia, el subsecretario pretendió se procediera al pago inmediato, “ilegal y sin las debidas formalidades, no solo de la primera cantidad reclamada, sino de nuevas peticiones que la Compañía formuló en sucesivas instancias, y que el día 26 de abril de 1935 montaban 2.592.000 pesetas”.

Relata Nombela minuciosamente diversos incidentes con su superior jerárquico en su escrito a las Cortes. Así, recordaba que, estando él presente, Moreno Calvo le dijo a Gómez Piñán que, enterado de cuanto solicitaba la naviera y existiendo dinero en el Tesoro Colonial, le parecía “una solemne primada ser tan parco en pedir. Creía que debía sustituir el escrito por otro demandando siete u ocho millones que debía integrar el mencionado Tesoro”[6]. En efecto, el abogado de la empresa naviera exigió al Estado una compensación de 7.450.117 pesetas. Un sábado, hallándose Moreno Calvo en  Sevilla, Nombela expuso “discretamente” a Lerroux las irregularidades que venía observando. El presidente del Gobierno le aseguró que no sabía nada, y que incluso le extrañaba que el Tribunal Supremo hubiese fallado en contra de la Administración. Minutos después de esta reunión con Lerroux, Moreno Calvo llamaba a Nombela muy airado desde Sevilla para preguntarle qué razones había tenido para despachar con el jefe del Gobierno. Como tenía prevista para fechas inmediatas una audiencia con el presidente de la República –que al parecer no llegó a celebrarse–, y temeroso el subsecretario de que le transmitiera el tema, Moreno Calvo le comunicó a Nombela que había encontrado el informe en el cual el  Consejo de Estado ordenaba el nombramiento de un juez que estudiase y resolviese las pretensiones de la naviera, informe ignorado hasta entonces por el subsecretario de la Presidencia del Gobierno. Agregó éste que se hallaba muy satisfecho de los servicios del inspector general, por lo que le había concedido el título de comendador de la orden civil de África. Mientras tanto, Moreno Calvo se dedicó a buscar un juez que se prestara a sus designios, y nombró tal al abogado del Estado Martínez Almeida, que dimitió a los pocos días. Designó entonces al también abogado del Estado, Marín, y, como secretario suyo, impuso a Fernando Duque Sampayo, que había sido con anterioridad director de Marruecos y Colonias. Tayá, por su parte, había presentado dos nuevos escritos en los que decía conformarse con una cantidad inferior, 3.033.318 pesetas. Marín y Duque Sampayo, en el mayor secreto, resolvieron que debía abonarse a la Compañía África Occidental esta última cantidad, acordando que, para abreviar los trámites, el dinero se pagase con cargo al Tesoro Colonial; y para evitar posibles responsabilidades, el expediente pasara a dictamen del Consejo de Estado.

Pero no le convenía a Moreno Calvo aceptar la resolución del Consejo de Estado, según la cual todo lo que podría percibir la Compañía serían unas 200.000 pesetas. El subsecretario decidió jugar la última carta, y “amañó” un escrito en el cual decía que, de aceptarse la propuesta del Consejo de Estado, ésta costaría al Tesoro Colonial los siete u ocho millones que pedía la naviera. Por ello proponía, “velando por los intereses de la Nación”, se aceptara íntegramente el dictamen del juez instructor, Marín, es decir, que se pagasen los más de tres millones de pesetas, con cargo al Tesoro Colonial, con el fin de liquidar a la Compañía con un simple cheque, sin intervención de otros organismos del Estado. En esos términos se llevó el tema al Consejo de Ministros, que nombró ponentes a José María Gil-Robles, Antonio Royo Vilanova (ministro de Marina, del Partido Agrario) y Joaquín Chapaprieta, titular de Hacienda. Estos ponentes, que ni se preocuparon de conocer el expediente –los dos últimos declararon haber delegado en Gil-Robles el estudio–, “aceptaron con la mejor buena fe la propuesta, lo comunicaron a sus compañeros y por unanimidad se tomó el acuerdo” de pago.

El 12 de julio, Moreno Calvo, radiante de alegría, mostró a Nombela el acuerdo del Gobierno, ordenándole librase al día siguiente un cheque por 3.033.318 pesetas. Pero Nombela adujo que echaba de menos la firma del secretario del Consejo de Ministros, Luis Lucia, observación que suscitó la indignación del subsecretario. Poco después, el inspector de Colonias era llamado por éste para, en presencia del abogado de la naviera, entregarle una nueva orden de pago firmada por el propio presidente del Gobierno, Lerroux. Pese a que la nueva orden, por escrito, “salvaba su responsabilidad moral”, Nombela,  “convencido de que el Consejo de Ministros había sido sorprendido de buena fe”, y acompañado por el gobernador general de Guinea, Ángel Manzaneque, acudió al Palacio de las Cortes para intentar advertírselo a Gil-Robles, con el cual no pudo hablar personalmente. Un diputado de la CEDA que sirvió de intermediario transmitió textualmente al inspector de Colonias: “Dice el señor Gil-Robles que se encuentra atarugado porque, efectivamente, se ha sorprendido su buena fe y la de otros ponentes. Que si así lo hacen saber al presidente, sería provocar una crisis, que de ninguna manera interesa al país y que, como mal menor, es preferible transigir con el hecho, aun lamentándolo profundamente”. Nombela continuaba exponiendo que no hizo igual advertencia al presidente Lerroux porque en otras ocasiones se había desentendido de sus observaciones.            

Ante la desalentadora impresión que le produjo la actitud de Gil-Robles, el inspector de Colonias se dirigió al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones para entrevistarse con su titular, a su vez secretario del Consejo de Ministros, Luis Lucia –líder de la Derecha Regional Valenciana, integrada en la CEDA–, definido por Nombela como “persona en la que igualmente apreciaba análogas dotes de honradez y rectitud”. Pero el ministro, por medio de su secretario, le contestó que estaba al corriente del asunto, “pero ante lo lamentable que es no poder hacer nada, no quiere molestarse”. Nombela le comunicó entonces su “decisión irrevocable, que no podría impedirse por tener ya depositados en París y en Lisboa los documentos testificales”, de poner al corriente de los hechos a la opinión pública, para que ésta “se enterase de cómo procedía la Administración, desbordada por la desvergüenza de los unos y la lenidad de los otros”. Esa misma noche,  llamó por teléfono al presidente de la República, pero, “por lo avanzado de la hora”, solo pudo hablar con el secretario de su Casa, Sánchez Guerra[7], a quien refirió la situación. La decidida actitud de Antonio Nombela, quien “estaba dispuesto a todo antes que permitir el  “expolio”,  según  sus palabras, y que fue comentada esa  misma noche entre Gil-Robles y Luis Lucia[8], obligó a ambos ministros a cambiar de parecer. Lucia acudió a la mañana siguiente a la Presidencia del Gobierno, y al manifestarle el subsecretario Moreno Calvo que en el expediente Tayá faltaba el requisito de su firma como secretario del Consejo de Ministros, le contestó que no solo no lo firmaría, sino que se lo llevaba a Gil-Robles, quien había estimado no estar lo suficientemente estudiado el asunto, y deseaba que fuera de nuevo discutido en otra reunión. “Un estudio detenido de todos los antecedentes me convenció –escribe Gil-Robles en No fue posible la paz– de la enorme irregularidad que se pretendía cometer… Como anomalía reveladora de propósitos inequívocos, además de la falta en el expediente de documentos sustanciales, figuraba un acuerdo de resolución en el que se habían eludido las formalidades usuales y habituales”.

Informado Moreno Calvo de las gestiones de Nombela, el subsecretario le preguntó, airado,  que “quién era él para oponerse y entorpecer un acuerdo del Consejo de Ministros”, a lo que respondió el inspector de Colonias: “No precisamente el titular de este cargo, por cuanto comprendo que no puedo vivir más tiempo con gente de tal moral; pero sí un español que, a sabiendas de que existen unas colonias deseosas de buena administración,  defiende con el mayor tesón que se entre a saco en el peculio de las mismas”. “En ese caso hace usted bien en dimitir –replicó el subsecretario– porque, si no, sería destituido por mí”. A ello repuso Nombela: “Siendo así, prefiero salir destituido, que para mí, en este caso, será una grandísima honra”[9]. Al día siguiente, 17 de julio de 1935, el Consejo de Ministros, celebrado bajo la presidencia de Alcalá Zamora, revocó el acuerdo de pago aprobado una semana antes. Los ministros fueron felicitados por ello por el jefe del Estado, pero, en la referencia de la reunión aparecieron juntos el nuevo acuerdo, la felicitación del Presidente de la República y las órdenes de cese de Nombela y Castro Martín.

Todo ello demostraba dos cosas: el cese de los más altos responsables de la gestión de las Colonias primaba los intereses políticos del momento sobre los intereses del Estado español; en segundo lugar, que ni Gil-Robles ni ningún otro ministro habían estudiado el expediente encomendado por el Gobierno, al contrario de lo que afirmaría en las Cortes el ministro de la Guerra. En su discurso ante el Parlamento el 26 de Julio, Gil-Robles mintió también a los diputados al negar la existencia de un primer acuerdo de pago del Consejo de Ministros, a pesar de constar lo contrario en la referencia oficial. De la honradez personal del líder de la CEDA no duda nadie, pero, como escribía el diario ABC el 29 de noviembre a propósito del affaire, era una “nota lamentable” que la negligencia y la desatención de un Gobierno facilitaran la tentativa de expolio, salvado in extremis simplemente porque las amenazas de divulgación del ex capitán Nombela impusieron el estudio y la rectificación del primer acuerdo de pago. El cese de Nombela y Castro Martín indicaba, además, que había existido una componenda entre los ministros partidarios de la revocación del ilegal acuerdo y los seguidores de Lerroux, componenda que, planeada en presencia del jefe del Estado, Alcalá Zamora, vinculaba de lleno en la injusta decisión a todas las altas instituciones. Situación aún más reprobable si se tiene en cuenta el apoyo prometido al inspector de Colonias un año antes, precisamente para que se resistiera al entramado de corrupción previsible en el equipo de Lerroux, ya salpicado por otros escándalos. En su escrito al Parlamento, Nombela señalaba “la paradoja de que de las personalidades de la actual situación a quienes he acudido directa o indirectamente para resolver con la natural rapidez este asunto, solo he recibido muestras de adhesión y reconocimiento de la justicia de una reparación oficial; a pesar de ello, nada se ha hecho en definitiva para llegar a ella. Solo disfruta de la protección oficial el que en estos asuntos aparece como acusado”.

La interpelación del diputado Cano López en la sesión parlamentaria del 26 de julio, interesándose acerca de los motivos de la destitución de los dos altos funcionarios de la Administración Colonial, motivó que el presidente del Gobierno, Lerroux, que temía, fundadamente, alusiones personales, se ausentase del hemiciclo pretextando enfermedad. “Como el ministro de Estado se levantase –recuerda Gil-Robles en No fue posible la paz– para contestar y defender al presidente del Consejo y el terreno fuese muy resbaladizo, dada la inexperiencia parlamentaria del mismo, intervine para explicar la tramitación del asunto y ofrecer a la Cámara todos los elementos necesarios para investigar a fondo sobre el mismo”[10]. Ante sus intentos de eludir el tema mediante argucias dialécticas, el diputado independiente insistió en su pregunta fundamental: por qué se había destituido a los funcionarios cuando la felicitación del presidente de la República parecía indicar una aprobación de su conducta. El ministro de la Guerra, hombre fuerte en aquella coalición radical-cedista, respondió: “la responsabilidad del Inspector de Colonias, si existiese, solo podría derivarse de un exceso de celo, de una extralimitación de las funciones que le fueron encomendadas”. Gil-Robles había propuesto, y así lo acordó el Gobierno, la instrucción de un expediente para averiguar las responsabilidades en que hubiesen podido incurrir quienes amañaron el expediente de la Compañía África Occidental. La incoación del expediente fue encomendada a un funcionario de la Presidencia del Gobierno; maniobra, para Nombela,  destinada a que jamás se depurasen de verdad las responsabilidades, pues quienes debían ordenar su instrucción eran precisamente los autores directos de las irregularidades, y, según sus palabras, “no era admisible creer que ellos mismos fueran a encartarse en tan inculpatoria documentación”. De modo que a Gil-Robles le constaba la inexistencia de tal expediente cuando aseguró en sede parlamentaria que se  exigirían responsabilidades, sin cuya sustanciación, dijo, no se podría seguir hablando del tema de las destituciones de Nombela y Castro; y prometió que las Cortes conocerían “en breve” las conclusiones, para que los diputados realizaran su misión fiscalizadora de la actuación del Gobierno. Sin embargo, desde la destitución de Nombela y Castro el 17 de julio, hasta que el primero presentó su denuncia al presidente de las Cortes el 28 de noviembre, no entró en el Parlamento expediente alguno relacionado con esta cuestión. En su libro, Gil-Robles admite que, tras la interpelación del diputado Cano López, creyó “liquidada definitivamente” la cuestión, y, “absorbido” por los problemas de su ministerio, no volvió a pensar en el expediente de Guinea. Según Nombela, días después de la interpelación, Gil-Robles, “con premeditada felonía”, ordenó a un abogado del Estado que fueran revisados minuciosamente cuantos informes, expedientes y órdenes hubiese autorizado el ex capitán Nombela  durante su desempeño como inspector general de Colonias, para, con el más fútil pretexto, abrirle un expediente que justificase la existencia del que había prometido a las Cortes, “aunque fuera apócrifa”.

El abogado del Estado, Martínez Almeida, informó a Nombela de su misión, a la que renunció. Fue sustituido por un funcionario de Hacienda, llamado Cordón, el cual, al no encontrar nada censurable, se disculpó y felicitó al investigado, asegurándole “estar avergonzado” por haber aceptado aquella orden de “persecución a ultranza”. El Gobierno de Lerroux cayó el 20 de septiembre. Nombela intentó, en repetidas visitas al nuevo presidente, Joaquín Chapaprieta, que Gil-Robles rectificase en las Cortes sus apreciaciones “y colocar mi nombre en el lugar que correspondía”. “El (nuevo) presidente no intentaba quitarme la razón en lo por mí pretendido –escribe Nombela en Arriba–, pues, conocedor a fondo del asunto, reconocía el derecho que me asistía. Me prometía siempre que estaba haciendo lo posible para satisfacer mis justos deseos, pero no me ocultaba ‘que era papeleta difícil humillar la reconocida altanería del señor Gil-Robles’”. Me confesó Nombela que recibió amenazas de muerte, y, agotada su paciencia, “con el asesoramiento y buen consejo de José Antonio Primo de Rivera, quien espontáneamente se ofreció como mi defensor en este asunto”, redactó su informe, registrado en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo el 28 de noviembre de 1935[11]. Denuncia destinada, sobre todo, a informar a la opinión pública sobre la verdad de los hechos, esclarecimiento del que esperaba lo siguiente: “resplandeciese la rectitud de mi gestión y la culpabilidad de cuantos personajes se habían visto implicados en los intentos de atracar el Tesoro; unos aspirando a ser beneficiarios y otros colaborando más o menos directamente en el vergonzoso hecho”[12]. 

Tras un breve debate el 29  de noviembre, durante el cual Gil-Robles tuvo que admitir que hubo acuerdo de pago en Consejo de Ministros[13], el Parlamento nombró una comisión investigadora, ante la que declararon Nombela y otros testigos en sesiones agotadoras. Compuesta por 21 diputados, bajo la presidencia del republicano conservador Gregorio Arranz Olalla, la integraban cinco cedistas (De la Iglesia, Sánchez Miranda, Cuartero Pascual, Hermida Villelga y Barros de Lys), tres radicales (Pareja Yévenes, Martínez  Moya y Arrazola Madera), dos agrarios (Díaz Ambrona e Igual Padilla), el liberal demócrata Muñoz de Diego, el progresista Fernández Castillejos; Marial Mundet, de Esquerra Republicana de Catauña; el nacionalista vasco Careaga Andueza;  Recaséns  Siches, de Unión Republicana; Marco Miranda, de Izquierda Republicana; Romualdo de Toledo, tradicionalista; Reig Fernández, de la Lliga de Cataluña; el independiente Eduardo O’Shea y el monárquico Fuentes Pila, que actuaba como secretario. Aún no he conseguido saber la razón de la ausencia de socialistas y comunistas. Antes de que la comisión pudiese adoptar resoluciones, dimitió su presidente porque, según declaró su correligionario y jefe de filas Miguel Maura: “nosotros no podemos avenirnos a una componenda de la naturaleza que pretenden hacer algunos elementos de la comisión, puesto que en el dictamen redactado se elude toda responsabilidad de tipo político para el Gobierno que regía los destinos del país en julio de este año y recae toda la responsabilidad”. Una dura réplica de los diputados radicales dividió a la Comisión. Incapaz de dar explicaciones convincentes, Lerroux,     exculpado con el apoyo de Gil-Robles, fue forzado a dimitir de todos sus cargos por propio grupo político; el 7 de diciembre anunciaba su retirada de la vida pública. A las cinco de la tarde de ese mismo día, se iniciaba una turbulenta sesión parlamentaria, que duró hasta las siete de la mañana del día siguiente, a la que se negó a asistir Lerroux, con la excusa de que “por las noches no salía de su casa”.   

Quizá la intervención más sustanciosa sea la de José Antonio Primo de Rivera. Muy extensa y profusa, aporta, sin embargo, datos valiosos que permiten profundizar y completar la comprensión del tema. Según este relato de los acontecimientos, la naviera Compañía África Occidental, S. A., tenía en Guinea dos buques, el Teresa Tayá y el Príncipe de Asturias, que servían la ruta entre Fernando Poo, Río Muni y Annobón. Amarrados sin motivo ni explicación y surtos en puerto, se hundieron súbitamente. La empresa cargó su importe al Estado, hecho que aceptó la Administración. El contrato fue rescindido mientras un tercer barco navegaba desde Newcastle a Santa Isabel, siendo entonces subastado por la Compañía, cuyo importe y gastos fueron también cargados al Estado. La contabilidad de la empresa no tenía ni libro copiador de cartas, ni libro de actas, ni presentó nunca a la comisión investigadora sus archivos; el libro auxiliar de tráfico no estaba legalizado; en el de inventarios y balances solo aparecían dos inventarios incompletos y un balance de comprobación de saldos; en el diario únicamente aparecían asientos anteriores a la fecha oficial de la apertura de la sociedad… Por todo lo cual, la comisión parlamentaria había concluido que “la contabilidad examinada es jurídicamente defectuosa y técnicamente incompleta, confusa y deficiente. No parece que la Sociedad haya satisfecho impuesto alguno a la Hacienda del Estado”[14].

Ya en un tono político, el jefe nacional de Falange Española pasó a condenar a Gil-Robles, rompiendo la táctica de meses atrás, cuando intentó atraer a una alianza al líder de la CEDA: “Su Señoría, desde el 26 de julio, oyó las denuncias aquí; su señoría supo aquel intento de cobro ilegal contra el Tesoro Colonial, de una indemnización mal acordada; su señoría, estoy seguro de que con la mejor buena intención del mundo, no denunció esto, no llegó a una ruptura pública con los que trataban de asaltar así el Tesoro Colonial; su señoría ha venido prolongando esta peligrosísima convivencia, y hay algo aquí más grave que lo que puede parecer a su señoría, porque sé que su señoría lo ofrecería, en todo caso, como sacrificio de España: hay el riesgo que estamos corriendo de que, por convivir con gentes que no son dignas de convivir con nosotros; que no tienen nada que hacer en la vida pública de España; que deben retirarse a sus casas, y esto por la infinita benevolencia de quienes no los mandan a la cárcel, está comprometiendo su señoría la posibilidad de que nos agrupemos todos un día: los radicales que se salven de la reprobación general, los jóvenes y los viejos de Acción Popular que le siguen, hombres de derecha e izquierda, en un posible Frente Nacional, que ha de tener como primera bandera la bandera de la moralidad pública”. 

En el turno de explicación de voto, Primo de Rivera resumía la posición de su grupo: “El voto particular del señor Toledo (Romualdo de) envuelve en las responsabilidades políticas a don Alejandro Lerroux; el dictamen de la Comisión excluye de la responsabilidad política a don Alejandro Lerroux y deja caer esa responsabilidad política sobre la cabeza del subsecretario. Los subsecretarios –ya se ha dicho hoy con palabras más doctas– no pueden ser objeto de responsabilidad política. Lo que tratan de hacer con ese dictamen es la grave facha de acusación política –política por ahora– sobre la cabeza de don Alejandro Lerroux, y yo digo solamente esto: si tal hacéis, acaso salvéis con los votos de esta noche a don Alejandro Lerroux; pero caerá sobre todos vosotros, sobre todos los que votéis, la reprobación terminante de la opinión pública entera (…); la opinión pública reclama con escándalo que se abomine esta noche de un tono político impuesto a las costumbres españolas por don Alejandro Lerroux. Ésta es la verdad, y está en la conciencia de todos vosotros. Pero ¿es que vamos a decir todavía esta noche, una vez más, que don Alejandro Lerroux no delinque? Llegó lo del straperlo y apareció su hijo adoptivo, una especie de cuerpo mixto civil y militar que le rodea, el subsecretario de la Gobernación, el ministro de la Gobernación, todos; él, incólume. Llega este asunto, y tenemos al subsecretario de la Presidencia, quién sabe si al señor Nombela, quién sabe si al juez instructor; él, incólume. ¡Señores! Ya es hora de que concluyamos esta especie de juego de personajes de vieja farsa italiana. El señor Lerroux no delinque nunca; pero en las inmediaciones del señor Lerroux hay siempre, para delinquir, o un hijo adoptivo, o un cuarto cívicomilitar, o un subsecretario propicio, o un ministro medio tonto; siempre se encuentra eso en los alrededores del señor Lerroux para que se lleven el peso a la hora de las condenaciones…”[15].

También acusado de complicidad política en las irregularidades por Unión Republicana e Izquierda Republicana, Gil-Robles centró su discurso en la defensa de la estabilidad de la mayoría gubernamental, y, por tanto, de sí mismo: “Aquí no hay criterios políticos, no hay maniobras; no hay más que el respeto a la conciencia, el respeto absoluto a la Justicia (…) Esto es lo que quiero decir en este instante en que la conciencia de cada cual ha de dar solución al problema. La mía queda completamente tranquila; si algún honor he de tener entre las amarguras de la vida política, habrá de ser mi intervención en el asunto de ‘África Occidental, Sociedad anónima’”[16]. En cuanto al resto de las formaciones políticas, el reformista Muñoz de Diego creía en la buena fe de Lerroux y consideraba reprobable la conducta de su subsecretario; el agrario Royo Vilanova declaró y mantuvo que en el Consejo de Ministros dijo que, a su juicio, el informe del abogado del Estado estaba bien hecho y pedía se pasase el expediente al Fiscal de la República “por si el que lo estudió y el que dio su opinión han delinquido como prevaricadores”. El radical Pérez Madrigal defendía  tanto a Lerroux como a Moreno Calvo, pues, en su opinión, “atacar a un partido republicano es atacar al régimen”. El ex presidente del Gobierno, Samper, también radical, rechazó estas afirmaciones de Pérez Madrigal, asegurando que no actuaba contra su partido, sino que se había ajustado estrictamente a la verdad en su declaración ante la Comisión. Para el también radical Martínez Moya, Nombela era un “militar pundonoroso y un hombre íntegro”; pero no había cumplido su deber como funcionario, “de obediencia al superior”.  El  progresista Fernández Castillejos rechazaba enérgicamente los velados ataques dirigidos al presidente de la República, y llamaba “malos republicanos” tanto a quienes los habían proferido como a quienes se habían callado. El tradicionalista Romualdo de Toledo y el monárquico Fuentes Pila pedían la condena  de Lerroux, criterio sostenido con inusitada energía por el conservador Miguel Maura.

El portavoz de Izquierda Republicana, Augusto Barcia, afirmaba que, habiendo existido un acuerdo de pago del Consejo de Ministros, la responsabilidad debía alcanzar a todos sus miembros presentes. Goicoechea, de Renovación Española, concretó las responsabilidades en que, a su juicio, había incurrido Lerroux, cuya culpabilidad no le cabía duda. Para los populistas de Gil-Robles, quien hasta en las declaraciones testificales ante la Comisión Parlamentaria había negado que el Gobierno hubiese adoptado un primer acuerdo de pago, todo se reducía a una maniobra de desprestigio contra el partido radical, “único valladar que tiene España contra los avances revolucionarios”. Y mientras Rafael Guerra del Río anunciaba que los radicales no romperían la coalición con la CEDA, Martínez de Velasco, en nombre del Gobierno, comunicaba que los diputados del bloque quedaban en libertad de votar según su conciencia. La votación dio como resultado la exculpación de Lerroux, y la inculpación de Moreno Calvo. Nombela, considerado por algunos como “un compañero de viaje” de los comunistas, fue hallado culpable de “exceso de celo” y de falta de respeto a la Justicia, denegándosele a él y a Castro Martín la posibilidad de reincorporarse a sus funciones.

Además de la retirada de Lerroux, otras consecuencias importantes de la denuncia de Nombela fueron la ruptura de la coalición de Gobierno y la agudización de las contradicciones en la derecha posibilista, y el fraccionamiento de los partidos más directamente implicados en los hechos debatidos en las Cortes a principios de diciembre de 1935, empezando por el Partido Radical, que desapareció del mapa político español. La dimisión de Ricardo Semper de la presidencia del Consejo de Estado y su abandono del Partido Radical fue uno de los episodios más ruidosos en el ambiente de crispación y crisis general que siguió al tenso debate parlamentario. Como escribe Gil-Robles en su libro, “al salir del Congreso, a las siete de la mañana del día 8 de diciembre, llevaba el triste presentimiento de haber pronunciado mi último discurso de aquellas Cortes. La crisis quedó abierta al día siguiente”. Lo cual demuestra nuestra teoría: la cuestión colonial jugó un papel determinante en aquel proceso de desintegración política, aspecto insuficientemente destacado por la historiografía.

En efecto, Gil-Robles intentó revertir en éxito la debilidad moral y política en que le había sumido el caso Nombela, contraatacando hacia el flanco más débil, el descalabrado Partido Radical.  Se opuso a la política económica del presidente del Consejo, Chapaprieta, quien había propuesto poco antes subir en un modesto porcentaje el impuesto de sucesiones y gravar algo más los latifundios. Si, como deduce Stanley Payne[17], no parece que el dirigente de la CEDA fuera personalmente contrario a estas medidas, promovidas por el jefe de Gobierno y ministro de Hacienda, la crisis promovida por el ministro de la Guerra respondería a su deseo de recuperar la confianza de los poderosos intereses financieros y agrarios que apoyaban su proyecto político, para, a partir de ahí, situarse en óptimas condiciones que le permitieran subir al poder con el apoyo de las fuerzas situadas a su derecha: falangistas, tradicionalistas y monárquicos. Pero, tras la denuncia de Nombela, se incrementaron los recelos del presidente de la República hacia el líder de la CEDA, pese a ser  el partido más votado en las elecciones de 1933, en que obtuvo el 24 % de los sufragios. Junto a los factores que suelen considerarse decisivos para que Alcalá Zamora se negase a encargar la formación de Gobierno a Gil-Robles tras la dimisión de Chapaprieta, creemos que puede añadirse también el escándalo de la corrupción en Guinea.

Fracasados otros intentos de constituir un Gobierno estable, y presionado a derecha e izquierda con amenazas golpistas, coaliciones nacionalistas y levantamientos revolucionarios, el 7 de enero de 1936 el presidente de la República optó por la convocatoria de elecciones generales, que tuvieron lugar en febrero. El descalabro del Bloque nacional nucleado por Gil-Robles con los restos más conservadores del Partido Radical y otros grupos menores tuvo como consecuencia la victoria del Frente Popular. Lo demás es sobradamente conocido.

Este texto fue pronunciado como conferencia durante el II Seminario Internacional sobre Guinea Ecuatorial organizado por el Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH), UNED, en Madrid entre el 6 y el 10 de julio de este año. Una versión muy resumida se publicó en una Tercera del diario ABC. Se puede consultar igualmente en Endoxa, NÚM. 37 (2016): NUEVAS INVESTIGACIONES SOBRE Y DESDE GUINEA ECUATORIAL. 

No te pierdas:

  • La Gürtel del gobierno de derechas y Guinea.
  • Entrevista a Antonio Nombela.
  • El asunto de Guinea....
  • Los republicanos de Fernando Póo felicitan al Diario La Libertad.
  • Creación del Frente Popular.
  • ... y los heredados de la República.
  • Notas

    [1]    Ndongo-Bidyogo, Donato: Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial; Edit. Cambio 16, Madrid, 1977. Agotado. Próximamente se podrá adquirir en la página web del autor.

    [2]    Mesa, Roberto: La idea colonial en España; Edit. Ciencia Nueva, Madrid, 1967. Reedición en Fernando Torres, edit., Valencia, 1976.

    [3]    Vid. Ndongo-Bidyogo, Donato: ‘Corrupción en la II República: el caso Nombela’. Historia 16, núm. 66, 1981, págs. 33-42.

    [4]    Antonio Nombela Tomasich (Madrid, 1900). Militar africanista. Participó en la guerra de Marruecos en 1921, en la que ganó la Cruz laureada de San Fernando, y donde permaneció hasta 1931. Del arma de infantería pasó a aviación. Siendo capitán, en 1931 es destinado a la Guardia Colonial de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea. Nombrado subgobernador de la Guinea Continental, tras el asesinato del gobernador Gustavo de Sostoa accedió de modo interino a la titularidad del Gobierno General, cesando en el ejercicio activo en el Ejército. Durante 1934 realizó y perfeccionó estudios sobre Administración Colonial en las Universidades de París, Amberes y Ámsterdam. Fue nombrado inspector general de Colonias ese mismo año. Aunque fue ascendido a comandante tras estallar la Guerra Civil, solicitó la baja definitiva del Ejército y no participó en ella. A partir de 1939 se dedicó al negocio de la madera. Al alcanzar la edad de jubilación, en 1964, se le reconoció el empleo de coronel; por su condición de caballero laureado, ascendió a general de brigada, en la reserva. Falleció en Madrid, a los 85 años, el 16 de marzo de 1986.

    [5]    Antonio Nombela en el diario Arriba (11-15 de mayo, 1968), en réplica a José María Gil-Robles tras la publicación de No fue posible la paz, Ediciones Ariel, Barcelona, 1968. En conversación conmigo, el ex inspector general de Colonias afirmó que no reveló los detalles de su entrevista con el presidente Alcalá Zamora en 1935 por “discreción” y por “respeto” al jefe del Estado.

    [6]    Caja que financiaba las infraestructuras y servicios de la colonia y el salario de los funcionarios (similar al presupuesto de las Diputaciones en la España peninsular). Se nutría con la partida correspondiente de los Presupuesto del Estado y los ingresos fiscales cedidos y gestionados por la Administración colonial. Vid. Miranda Junco, Agustín: Leyes Coloniales, Madrid, 1945; y Castro Antolín, Mariano L. de: ‘La revolución de 1868 y la Guinea Española’, en Cuadernos de Historia Contemporánea, núm. extraordinario, 191. Universidad Complutense, Madrid, 2003.

    [7]    Rafael Sánchez-Guerra Sainz, secretario general de la Presidencia de la República durante el mandato de Niceto Alcalá Zamora (11 de diciembre 1931-7 de abril de 1936). Su hermano, Luis Sánchez-Guerra, fue nombrado gobernador general de Guinea el 8 de septiembre de 1935, en sustitución de Ángel Manzaneque, destituido a consecuencia de la denuncia de Nombela.

    [8]    Según indica el primero en No fue posible la paz; cf.: Antonio Nombela, diario Arriba, Madrid, 12 de mayo, 1968.

    [9]    Véanse los diarios El Sol (29 de noviembre, 1935) y Arriba (11, 12, 14 y 15 de mayo, 1968). Algunos pormenores fueron aportados por el propio Nombela en conversaciones con el autor.

    [10]   El ministro de Estado (Asuntos Exteriores) era Juan José Rocha García, del Partido Radical. Gil-Robles, José María: No fue posible la paz; Ediciones Ariel, Barcelona, 1968. Ver también sus Discursos parlamentarios, Ediciones Taurus, Madrid, 1971.

    [11]   Del análisis de la conducta anterior y posterior de Nombela no cabe deducir afinidad ideológica alguna entre éste y el fundador de Falange Española. Nombela fue siempre neutral en política, un profesional riguroso, fiel a sus convicciones y principios. Rechazó el ofrecimiento de diversos partidos –desde falangistas al comunista– para integrarse en sus listas en las elecciones de febrero de 1936. Tiendo a enmarcar el asesoramiento de Primo de Rivera en su deseo de utilizar el tema para desgastar al Gobierno.

    [12]   En nuestras conversaciones, Nombela reveló que el subsecretario Moreno Calvo había sobornado a magistrados, abogados y funcionarios, y aseguró que la naviera Compañía África Occidental sólo hubiese recibido 165.000 pesetas de la cantidad reclamada; Lerroux y sus amigos tenían intención de repartirse el resto.

    [13]   Gil-Robles, J. Mª: Discursos parlamentarios, pág. 526 y sig. Citado por la Comisión de Investigación, el ex subsecretario Moreno Calvo tuvo que aportar dichos documentos. La prensa de la época cubrió estos hechos con profusión. Véanse, sobre todo, los diarios El Sol, ABC y El Debate.

    [14]   Nombela declaró al autor que Tayá había hecho hundir barcos de la Compañía, con toda su tripulación –compuesta fundamentalmente por guineanos y otros africanos– con el solo fin de cobrar el seguro. Y el servicio internacional que prestaban sus barcos era “desastroso, sucio, inseguro”.

    [15]   Primo de Rivera, José A.: Textos de doctrina política. (Agustín del Río Cisneros, comp.). Edición de la Sección Femenina de FET y de las JONS Madrid, 1964. Contiene numerosos discursos.

    [16]   Gil-Robles, J. Mª: Discursos Parlamentarios, pág. 765 y ss.

    [17]   Payne, Stanley G.: Ejército y sociedad en la España liberal, Edit. Akal, Madrid, 1976, pág. 483.

    viernes, 26 de enero de 2024

    Memoria borrada

     Contaba Donato Ndongo en Memoria Histórica II de la Revista Consejeros:

    Como España borró Guinea Ecuatorial de su conciencia tras la independencia, pocos encuentran nexos entre la colonia y determinados cambios decisivos en su Historia. Sesudos eruditos omiten un motivo esencial en la abdicación del rey Amadeo y proclamación de la República: el amago de abolición de la esclavitud en Puerto Rico y Cuba; ignoran la denuncia del saqueo de fondos coloniales, motivo de la convocatoria electoral de abril de1936, cuyas consecuencias perduran hoy; olvidan realidades recientes: la transición hacia la democracia se inicia tras ser aventada la inmoral connivencia entre el tirano Francisco Macías y Antonio García-Trevijano, activo principal en la rupturista Junta Democrática.

    No siendo razonable ocultar tales hechos, es oportuno reseñarlos cuando arrecian autocomplacientes irredentismos autárquicos, reacios a reconocer el concurso de otros humanos en la conformación de su mundo; pudiendo eludirlo, se implicaron por idealismo y solidaridad. ¿Sería hoy voluntario en las huestes franquistas el aspirante a perito industrial Juan Manuel Tray Mueri, si supiese que la Patria que regó su sangre no honra su memoria y hostiga a sus descendientes? Teniente y ‘Caballero Mutilado Permanente’ finalizada la Guerra Civil, condecorado y ascendido a comandante, el negro de mayor rango en el Ejército español acabó sus días sin gloria alguna, tras secundar el tramposo señuelo de la campaña ‘vuelta al redil’.

    Enfrente, José Carlos Grey-Molay, ‘rareza’ que desconcertó a jerarcas nazis, Himmler incluido, ante su vasta cultura y atlética complexión. Estudiante de Medicina en Barcelona en 1936, combatiente republicano, su peripecia le condujo a Mauthausen en 1941, donde limpió retretes, según el documental de Enric Ribes y otras pesquisas. Liberado en 1945, fue bailarín y electricista en París. No es el único. José Epita Mbomo tenía 16 años al pisar España en 1927. Mecánico de aviación, huyó a Francia con los republicanos derrotados, en cuya Resistencia se aplicó al sabotaje de la Wehrmacht. Capturado y deportado a Neuengamme, este superviviente militó cuando el comunismo fue religión, abjurando cuando tanques soviéticos ocuparon Praga. Héroes y víctimas en una España desmemoriada: escatima a sus nietos los réditos del sacrificio. Los muertos son anónimos.

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    Donato Ndongo-Bidyogo nació en Niefang, Guinea Ecuatorial, en 1950. Escritor, periodista y exiliado político. Fue corresponsal y delegado de la agencia española EFE en África central (1987-1995). Director del Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Murcia (2000-2004). Profesor visitante en la Universidad de Missouri-Columbia (Estados Unidos, 2005-2008). Profesor titular de universidades americanas, africanas y europeas. Es autor de los ensayos "Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial" (1977), "Antología de la literatura guineana" (1984) y coautor de "España en Guinea" (1998), así como de tres novelas traducidas a varias idiomas. Ndongo es colaborador habitual de medios españoles como El País, ABC, Mundo Negro, The Corner y la revista impresa Consejeros, entre otros.

    Y está maravillosa ilustración de César Sebastián Díaz, que ilustra la entrada, nos la hemos tomado prestada del imprescindible congreso 'Memorias Periféricas de la Guerra Civil y el Franquismo. Literaturas, Culturas, Ideologías' realizado en 2022 en la Universidad de Valencia.

    lunes, 15 de mayo de 2023

    La Guerra por Donato Ndongo

    El profesor Ndongo es un referente para este paseo por la vieja calle 19 de septiembre de Santa Isabel, y -ahora que se ha vuelta a promover su justa candidatura al Premio Princesa de Asturias de las Letras- rescatamos este fragmento de Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial publicado por Diario 16, por un Donato Ndongo de 26 años:

    La República y Guinea

    Como todas las revoluciones nacionales, la República del 14 de abril de 1931 fue esencialmente chauvinista en sus planteamientos, y apenas se ocupó de otros problemas que no fueran los suyos propios. Como todo régimen de derechas, demoliberal, de la Europa de la época, la República española fue colonialista, aunque ese colonialismo fuera, en términos relativos, más humanista, Hasta el mes de mayo de 1931 fue gobernador general Miguel Núñez de Prado, nombrado por la Dictadura, que siguió sometiendo a los nativos. Durante su mandato se abrieron los primeros caminos, se llevaron las primeras factorías al interior del continente y se generalizó la construcción de aserraderos de madera. En cada pueblo se formaron destacamentos de 15 ó 20 guardias coloniales al mando de un oficial o suboficial blanco, y el negro empezó a familiarizarse con la cara de los blancos y los gestos que querían significarse en esa cara. La República nombró gobernador general al general Sostoa, que fue asesinado pocos meses después de llegar por un sargento de la Guardia Colonial en Annobón. Se nombró entonces a Estanislao Lluesma, quien en 1932 protagonizó el incidente del Buenos Aires, barco que deporto a 121 sindicalistas barceloneses a Annobón, lo que produjo enconadas disputas en las Cortes. Nombrado gobernador Manzaneque, permanecería en el cargo hasta 1835, y fue quien completó la pacificación del territorio continental. En 1934, Manzaneque había intentado una reestructuración de la colonia. Un Decreto de 21 de noviembre de ese año autorizaba a la Inspección General de Colonias a dar instrucciones para resolver los problemas relacionados a la concesión de terrenos, en espera de la elaboración de un reglamento sobre el régimen de la propiedad de los Territorios del Golfo de Guineas. En 1935, al plantearse la sucesión de Manzaneque al frente, del Gobierno General de Guinea, se produjo un incidente entre el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y el jefe del Gobierno, Alejandro Lerroux. Este propuso para el cargo al naviero Tayá, alto cargo de la Compañía Transmediterránea, a lo que se opusieron el presidente y el inspector general de Colonias, quienes sostuvieron la candidatura de Luis Sánchez Guerra, hijo del ex presidente del Consejo de Ministros con Alfonso XIII, a su vez vetada por Leroux. Para sostener sus razones, el inspector general de colonias acusó a Tayá de haberse lucrado con fondos del Gobierno destinado en Guinea, contando para ello con la complicidad del jefe del Gobierno. Este incidente, muy comentado en la época y conocido como la denuncia Nombela precipitaría el hundimiento del líder radical. El presidente Alcalá Zamora pudo así colocar a un hombre de su confianza, Sánchez Guerra, en el Gobierno General dé- Santa Isabel. Alcalá Zamora deseaba, un remozamiento de la acción colonial, y estaba dispuesto a llevar a cabo las mejoras que fueran precisas para asegurar la productividad del territorio guineano y, con ello, sanear en lo posible, la maltrecha balanza comercial de España. El nuevo gobernador general llevó como secretario general a Miguel Pozanco, que ha legado a la historia de Guinea unos, datos del máximo, interés histórico y cultural. Vivian entonces en la isla de Fernando Poo 2.000 europeos, que, aunque españoles, en su mayoría estaban britanizados. Las explotaciones agrícolas y forestales se cedían a cambio del pago de un pequeño canon al Gobierno General y demás autoridades coloniales, y las grandes compañías exportadoras de cacao contrataban a los negros, guineanos o emigrantes, por 80 céntimos semanales. No obstante, eran obligados a trabajar en agotadoras jornadas que nunca eran inferiores a doce y hasta catorce horas diarias. Los braceros vivían con sus familias en unos largos barracones, insalubres, y eran forzados a comprar los productos alimenticios o de uso personal que necesitarán en la cantina de la finca, propiedad del patrón. La corrupción administrativa era general. La compañía maderera Alena S.A., que explotaba en exclusiva la zona del río Benito, embarcaba cientos de miles de toneladas anuales. Sólo cada cuatro meses tres veces al año iba un barco a la isla de Annobón, siendo éste el único enlace de dicho territorio con el resto de la colonia. Las misiones, a pesar de los tiempos que corrían, conservaban prácticamente intacto su enorme poderío, aunque había una cierta tensión entre algunos colonos liberales, generalmente recién llegados, y el obispo Leoncio Fernández Galilea. En las misiones se aprovechaba el recreo para que los niños y catequistas negros mientras los blancos iban a almorzar a sus casas fueran a chapear (cortar la hierba) las fincas de los misioneros.

    Aunque con anterioridad existían varios proyectos para construir el puerto de Bata, la llegada de Luis Sánchez Guerra, ingeniero de Caminos, aceleró la idea y se iniciaron las obras: Los obreros, negros, eran reclutados. en el interior del continente por Alena mediante una prima total de 600 pesetas, que se entregaba la mitad a los familiares del contratado y la otra mitad a lo largo del período del contrato. Sánchez Guerra se enfrentó muy pronto con la Cámara Agraria, agrupación de los colonos; al reformar tímidamente el reglamento del trabajo de los negros. La administración del último gobernador republicano saneó muchas zonas pantanosas, llegándose a exterminar casi por completo a la mosca tsé tsé, transmisora de la enfermedad del sueño. Se había creado un servicio de vigilancia forestal encargado de evitar y reprimir las talas abusivas. de madera, y se programó un sistema racionalizado de repoblación forestal.

    A partir de 1935 la colonia pasó a llamarse de modo oficial Territorios, Españoles del Golfo de Guineas y se llevó a cabo una nueva distribución administrativa de dichos territorios. La isla de Fernando Poo quedó dividida en tres demarcaciones: Santa Isabel, San Carlos y Concepción; en la parte continental se suprimió el distrito sur, unificándose el territorio bajo el mando de un solo subgobernador. Este único, distrito fue subdividido en once demarcaciones: Acurenam, Bata, Ebebiyín, Evinayong, Mikomiseng, Kogo, Rio Benito, Bimbiles, Mongomo, Nsork y Niefing. Annobón, Corisco y Elobeyes eran otros tantos distritos. No, se llegó a completar la reforma de la administración.

    Un censo efectuado en las primeras semanas de 1936 dio la cifra de 157.881 habitantes nativos, cantidad que puede muy bien aproximarse a la realidad, aunque hay que contar con las posibles y fáciles omisiones.

    La guerra civil en las islas

    Evidentemente, la República no fue anticolonialista, pero hizo un intento serio de modernización de las, relaciones coloniales, sacándolas de un paternalismo caduco e ineficaz y creando una colonia moderna. Muchos españoles anticolonialistas, y algunos negros, habían concebido una cierta esperanza, al triunfar el Frente. Popular, de poder crear una especie de "colonia modelo". Los negros seguían sin ninguno de los derechos civiles reconocidos a los blancos, aunque había mejorado en parcelas muy concretas sus condiciones materiales de vida. Un capitalismo moderno, dinámico e imaginativo luchaba para capitalizar a su favor la situación de la colonia, del cual no eran ajenos intereses franceses, en franco contraste contra los terratenientes asentados y los misioneros primorriveristas. Muchos españoles, sobre todo catalanes, se habían establecido en Fernando Poo en el lustro precedente, y la isla se iba perfilando como tierra de promisión, en el aspecto económico, además de la privilegiada situación geográfica en que estaba situada. Pero apenas había en la colonia actividad política como tal. Resume perfectamente la filosofía del colono la siguiente declaración de uno de aquellos hombres: nosotros habíamos ido: allí a trabajar y a luchar por ganar dinero. La Península, Madrid y el Congreso quedaban muy lejos.

    En Guinea había un solo partido, el Frente Popular, formadoa principios de 1936, y que contaba con unos 150 adeptos. No se celebraron elecciones ni votaron en febrero de 1936 los españoles allí residentes. Era un Frente Popular muy moderado, en el que predominaba el elemento socialdemócrata, dirigido por un grupo de intelectuales y animado por lo que podríamos llamar la clase media de la sociedad colonial. A pesar de todo, se cerraron algunas iglesias, se habló en favor de los negros colonizados y hubo incidentes dialécticos entre los laicos y los "clericales". Estos últimos eran la aristocracia colonial, que se reunía en un club muy privado, llamado El Casino, de Santa Isabel: Allí únicamente tenían acceso los propietarios y los apoderados, y en sus locales apenas si interesaba la política. Pero por nimios que sean unos incidentes, si suceden en una pequeña comunidad que, además, está a la defensiva, adquieren una importancia desmesurada. Corrieron rumores de. que los nativos iban a sublevarse y Sánchez Guerra puso en estado de alerta a los 800 guardias coloniales y proclamó el estado de excepción el 5 de junio. Solicitó refuerzos a Madrid, y se le envió el crucero Méndez Núñez, que llegó a Santa Isabel el 24 del mismo mes, permaneciendo en Guinea hasta primeros de agosto.

    El 14 de julio llega a la colonia la noticia del asesinato de Calvo Sotelo. Los clericales organizaron algún mitin y se rezó algún responso, que obligó al gobernador a sancionar a sus organizadores con 50 pesetas de multa. Cuando se anunció, en la tarde del 18 de julio, la sublevación de las tropas estacionadas en Marruecos, apenas nadie se inquietó. Hubo un pequeño motín a bordo del Méndez Núñez, resuelto a favor del Gobierno de Madrid. En los primeros días del mes de agosto, el buque partió hacia España, pero en Dakar recibió órdenes de regresar a Fernando Poo. Al anclar de nuevo en Santa Isabel la facción nacionalista planteó un desembarco en la ciudad, que hizo abortar el propio gobernador subiendo al buque y arengando a la marinería. Algunos rebeldes consiguieron escapar hacia el Camerún británico-ex alemán. Pronto corrió el rumor de la llegada del buque Fernando Poo, que habitualmente cubría la ruta, comercial con España, portador de armas para el Frente Popular. La verdad es que únicamente traía seis fusiles y una pistola, armamento ordinario en un buque mercante. Miguel Pozanco, desde Radio Ebolowa, en el Camerún francés, consiguió comunicar con el capitán del barco, poniéndole en antecedentes, sobre, la situación de semirrebeldía que se vivía en la isla y, recomendándole se dirigiera directamente a Bata.

    Hasta mediados de agosto reinó la calma en Guinea. Pero la incertidumbre sobre lo que realmente ocurría en la Península, pues las noticias llegaban con dificultad, acompañado por el bloqueo que de las cuentas corrientes hizo el único Banco existente en la colonia, el Exterior de España, y la angustia: por la escasez de alimentos para los europeos (que los importaban directamente de España), hizo subir de temperatura los hasta entonces casi pacíficos enfrentamientos entre laicos y clericales, es decir, entre el Frente Popular y los terratenientes del Casino. Algunos propietarios coloniales, a quienes la sublevación nacionalista había sorprendido en Barcelona, consiguieron llegar por los medios más inimaginados a Santa Isabel, y allí explicaron su versión sobre el ya llamado Glorioso Alzamiento. El capitán Ayuso, jefe de la Guardia Civil (andando el tiempo llegaría a ser director general de la Guardia Civil), propuso al teniente coronel Serrano, jefe de la Guardia Colonial, la insurrección. para ganar la isla a la causa nacional. Se reclutó a los “clericales”, que se reunieron el 18 de septiembre para destituir a Sánchez Guerra. Nombraron gobernador a un médico hacendado, que ostentó el cargo hasta el día siguiente, al hacerse cargo del Gobierno General el teniente coronel Serrano. Durante la noche se detuvo a todos los componentes del FrentePopular, aunque no hubo violencias, Serrano declaró el día 19 el estado de guerra, siguiendo las instrucciones del Gobierno de Burgos.

    La guerra civil en el continente

    El subgobernador de Bata, Miguel Hernández Porcel, del Frente Popular, se negó a sumarse a la sublevación capitaneada por los militares de la isla, con lo que quedaron incomunicados ambos territorios. Desde Kogo y Rio Benito, zonas de importantes explotaciones madereras controladas por los clericales, se intentó una marcha sobre Bata el 23 de septiembre de 1936. A la altura de Comandachina, cerca del río Ekuku, fueron Interceptados por las tropas gubernamentales. En ambos bandos, mandados por suboficiales blancos, las tropas eran negras. Al darles el "¡Alto en hombre de la República!", los contrarios respondieron con un "¡Viva el Ejército, Arriba España!". Sonaron unos cuantos disparos, y en la formación progubernamental cayeron muertos dos negros. Rodeada por completo, se. rindió la formación rebelde, cuyos cabecillas fueron. detenidos. Pocos días después eran expulsados del territorio, refugiándose en Gabón. Desde allí, varios consiguieron llegar a la isla de Fernando Poo.


    Los madereros y comerciantes contrarios al Frente Popular se iban trasladando, con todos los medios a su alcance, a Santa Isabel. El Frente Popular quedó así reforzado en Bata gracias a la decisión y activismo de hombres como Miguel Pozanco, Alejandro Torres García y José Sierra Companys, primo del presidente de la Generalitat de Cataluña. Pero las autoridades francesas de las vecinas colonias les negaron cualquier tipo de ayuda que no fuera el asilo político. El Frente Popular se encontró, pues, aislado de la metrópoli y de prácticamente todo el mundo, y su capacidad de defensa se reducía a un centenar de viejos fusiles, sobrantes de las campañas de Marruecos. Mientras tanto, el buque Fernando Poo, que había permanecido en la bahía de Bata, había puesto rumbo a Fernando Poo. Apenas hubo zarpado, empezaron a radiarle desde ambas capitales que no se dirigiera a la otra, pues ellos eran los guberna mentales y los otros los sublevados. Desde Santa Isabel existía el propósito de apoderarse del barco para invadir el continente, Ante la duda, el radiotelegrafista comunicó con Madrid, donde, después de aclararle la situación, le ordenaron dirigirse a Bata; allí fue utilizado como prisión, encerrándose en él a monjas, sacerdotes y otros sospechosos de rebelión y conspiración. A los pocos días de anclado el Fernando Poo, se presentó en la bahía de Bata el Ciudad de Mahón, salido de Canarias para apoyar a los insurrectos de Santa Isabel. Disparó contra la ciudad y contra el Fernando Poo, que se hundió con losprisioneros a bordo. A continuación, desembarcó una compañía de tropas moras que ocupó la ciudad. Dicha compañía estaba al mando de Francisco Pérez Barrueco, que fue inmediatamente nombrado subgobernador de Bata. Los republicanos se retiraron hacia el interior del continente, siguiendo la ruta de Ebebiyin, hasta que alcanzaron la frontera gabonesa. Muchos años después, aún se podía ver el esqueleto del Fernando Poo en el fondeadero de Bata. Allí le hablan dejado las autoridades coloniales como permanente símbolo del martirio de unos hombres que habían caído por Dios y por la Patria, víctimas de la barbarie de los comunistas. Así hablaba, en los primeros años 60, un misionero de Bata a sus alumnos.

     

    Comisión de la Armada para Salvamento de Buques,
    trabajos de reconocimiento del Fernando Poo en 1939.

    La expedición del Ciudad de Mahón estaba mandada por el capitán Fontán, y como lugarteniente por el capitán Hernández. El 12 de octubre de 1936 se celebró en Santa Isabel una misa de campaña, después de la cual se hizo cargo del Gobierno General dicho capitán Juan Fontán. Hasta entonces no había sido especialmente cruenta la situación, pero los presos laicos empezaron a ser apaleados y hubo algún fusilamiento. En cuanto a los colonos que ya habitaban en el territorio y que se habían sublevado contra el Gobierno de la República pasaron a ser considerados, incomprensiblemente, ciudadanos de segunda categoría. Para tratar de hacerse agradables a los ojos de las nuevas autoridades los viejos colonos organizaron una suscripción popular, cuyo resultado fue la donación del 20 por 100 de sus ganancias durante dos años para la causa nacional. Además, organizaron el envío masivo de materias primas y alimentos al bando nacional, pero todo ello no parecía ser suficiente para las tropas de ocupación venidas de Canarias, que se adueñaron de la situación e impusieron su propia ley. Las tropas estaban animadas por el segundo oficial, el capitán Hernández, al que se conocía por el sobrenombre de "Mi caballo murió", ya que siempre andaba fustigando a su alrededor con un látigo, aunque no tenía caballo.

    Los miembros supervivientes del Frente Popular fueron deportados a Canarias en los primeros días de noviembre de 1936, y Guinea pasó a formar parte del territorio del nuevo Estado, una de cuyas primeras disposiciones fue la de suprimir las denominaciones autóctonas de algunos distritos: Mongomo pasó a ser Guadalupe; Bimbiles, Valladolid; Niefang, Sevilla, y Kogo, Puerto Iradier.

    martes, 7 de diciembre de 2021

    El asunto de Guinea...

    La reacción de Lerroux ante
    la denuncia Nombela
    según L'Esquella de la torratxa
    La "denuncia Nombela" o "Caso Tayá" es una historia vieja...: el gobierno de derechas de la II República tuvo su propia caja B, un comisario Villarejo, su respectivo conseguidor como el pequeño Nicolás y un desconocido M. Rajoy que acabó generando la caída del gobierno de derechas en la II República... caída inesperada para los partidos que integraban la coalición, y cuya frustración por la consecuente victoria del Frente Popular desencadenó la ruptura del 18 de julio de 1936.

    Veíamos, incluso, en La Gürtel del gobierno de derechas y Guinea que «entre la documentación elaborada por José Antonio Primo de Rivera en la prisión de Alicante, se incluye la referencia al "Asunto de Guinea..." como parte de su "síntesis moral" de los motivos que condujeron a la "rebelión" en julio de 1936».

    De hecho, y pese a que entre los "27 Puntos Doctrinales" de Falange Española de las JONS no había referencia al africanismo, José Antonio Primo de Rivera se involucró en el proceso político asesorando a Antonio Nombela, así como en sus comparecencias parlamentarias:

    Discurso pronunciado en el Parlamento el 7 de diciembre de 1935

    El señor PRIMO DE RIVERA:

    Calculo que los republicanos de esta Cámara no caerán en la fácil trampa de admitir que haciendo justicia esta tarde, que sajando implacablemente esta tarde el absceso moral que ha estado soportando el Estado español durante los últimos meses, va a padecer la República. Yo creo que padecería mucho más tratando violentamente de absorberlo. Y yo, que no soy el llamado a poner esto en claro, voy a contribuir con unas palabras, por participación decorosa en la vida política de España y el Estado español, a sajar este absceso. Lo grave en esto, lo grave es, como decía recientemente en caso parecido, el clima moral que ha venido a ahogarnos a todos; el clima moral en que se nos está haciendo vivir a todos desde hace algún tiempo, y este clima moral –por eso mi impaciencia se adelantaba a interrumpir al presidente de la Comisión– se manifiesta con más inaudito descaro cabalmente en los días y en las semanas que siguen a la primera frustración del asalto al Tesoro colonial español.

    Ya saben todos, porque esto se nos ha dicho en los dictámenes, los hechos que dan lugar al expediente, primero, y a esta disposición, ahora. Una compañía de navegación presta, mejor o peor –algo mal debe de prestarlo cuando tantas veces insiste la Administración en rescindir el contrato que presta–, un servicio de navegación en nuestras posesiones de Africa Occidental. La Administración le rescinde la primera vez el contrato; acude en recurso contencioso-administrativo al Tribunal Supremo, y el Tribunal Supremo anula la rescisión, ya lo sabéis, no porque la rescisión haya sido injusta, sino porque hay ciertos defectos en el expediente que obligan a que se reponga cierto trámite. En efecto: se repone el expediente a ese trámite, cuando ya había sido solicitada por la Compañía una indemnización de daños y perjuicios, y se llega a un nuevo pronunciamiento de rescisión. Nuevo recurso contencioso-administrativo y nueva declaración del Tribunal Supremo, el cual dice que esta vez ha habido otro defecto de forma; creo que es el de que no se ha dado audiencia a la Compañía en tiempo para que contestase al pliego de cargos. Sólo por este defecto de forma, por este defecto procesal, anula otra vez el Tribunal Supremo la decisión de dar por rescindido el contrato, y otra vez, como antes, se abstiene de decir si la rescisión ha estado bien o mal hecha, y nuevamente se abstiene de decir que haya que pagar daños y perjuicios a la Compañía concesionaria. (El señor O'Shea: "Está en un error el señor Primo de Rivera".) Luego me rectificará su señoría, cuando yo siga y se vea si me he enterado o no del expediente, a pesar de las amables dificultades que he encontrado precisamente por parte del señor diputado que me interrumpe. (El señor O'Shea: "Señor presidente, no se puede dejar flotando en la Cámara esa afirmación. Que diga el señor Primo de Rivera qué dificultades ha encontrado en mí, y yo le contestaré inmediatamente".)

    El señor PRESIDENTE:

    Ya hablará el señor Primo de Rivera y podrá contestarle su señoría.

    El señor PRIMO DE RIVERA:

    Yo se lo diré al señor O'Shea en cuanto guarde silencio. (El señor O'Shea: "Le escucho con toda atención".) Digo dificultades amables, porque no han sido dificultades graves que, en último caso, hubiera podido saltar. Pero no me negará su señoría que su semblante no revelaba satisfacción y contento las dos veces que yo esta mañana le pedí el expediente. (Rumores. El señor O'Shea: "Inexacto en absoluto. Sufre su señoría un error".) Esta mañana, cuando me vio su señoría aparecer en los pasillos y le dije que iba a ver el expediente, me dijo: "Está todo ocupado. Va a ser muy difícil verlo". Pues para chisme, basta. (Rumores. El señor O'Shea: "Nada de eso; todo lo contrario. ¿A mí qué me importa el expediente? Piénselo el señor Primo de Rivera. ¿Qué interés podía guiarme?") Como iba diciendo, se reserva a la Compañía concesionario las acciones para que reclame los daños y perjuicios por la vía que estime oportuna, y ella estima que la vía oportuna es la administrativa. En esto, hasta ahora, la Compañía tiene razón. En efecto, reclama sus daños y perjuicios y se liquidan estos daños y perjuicios sobre esa pintoresca base. Ya empieza a ser un poco extraño el criterio jurídico que preside la liquidación de daños y perjuicios en este expediente. Antes, en ocasión de la primera descisión –del primer intento de rescisión, que no llegó a cuajar del todo, porque fue repuesta en el servicio la Compañía–, se había practicado cierta liquidación de daños y perjuicios un poco galantemente, que la Compañía aceptó con mucho gusto, y que los cifraba en una cantidad de 524.118 pesetas. Hubo un segundo periodo en que la Compañía, repuesta al servicio, estuvo prestándolo, y en que parece que no se le abonó la subvención concertada en el convenio con el Estado, y hubo un tercer período, que es el período de la segunda rescisión, en que por segunda vez se interrumpe el servicio. Pues bien: la Administración, lisa y llanamente, dice: por el primer periodo te abono 524.118 pesetas, que ya liquidamos de acuerdo; por el segundo período te abono 414.000 pesetas, que te debía abonar como subvención mientras diste el servicio, y por el tercer periodo, con todo candor, te abono las subvenciones que hubiera tenido que abonarte de haber seguido dando el servicio, y como estas subvenciones, desde entonces hasta aquí, representan 2.095.200 pesetas, te las abono.

    Naturalmente, el señor Gil Robles, profesor de Derecho público, aunque también hay algunos profesores de Derecho público que de cuando en cuando se duermen, dijo que no podía compartir este criterio en la tasación de los daños y perjuicios, y no lo podía compartir porque es elemental que las subvenciones del Estado a cualquier Compañía que presta un servicio público arranca de la base... (El señor Royo Villanova: "Pero todo arranca de la Dictadura. Hay que empezar por eso". Rumores. "Tiene razón todo aquel que ha sido atropellado por la Dictadura, y por eso lo defiendo. Yo combatí a la Dictadura, y la sigo combatiendo".) Pues bien, en aquel contrato que se hizo en tiempos de la Dictadura, , no me importa decirlo... (Rumores.) ¡Pregúntenme vuestras señorías lo que quieran! ¡Voy a decir muchas cosas más de las que esperan vuestras señorías! (Exclamaciones. El señor Royo Villanova: "Ya se despertará ese catedrático de Derecha público". Risas.) Se debe ir dando prisa.

    Pues en esas subvenciones, como en cualquier subvención concedida por la Dictadura o por cualquier otro Gobierno, se arranca del supuesto de que la explotación directa del servicio es deficitaria; nunca se regalan subvenciones. Se dan subvenciones para proteger servicios públicos que el Estado necesita y que no se pueden cumplir con empresa privada con la aspiración a una ganancia, más o menos legítima, de quien lo monta; pero, naturalmente, cuando se interrumpe la prestación del servicio, desaparece el déficit que cubre, en parte, la subvención; el dar subvención entera es simplemente hacer un regalo.

    Los daños y perjuicios –esto lo sabemos todos, porque en esta Cámara casi todos somos abogados, y, además, porque es una cosa tan vulgar que no podemos aspirar a una magistratura quienes lo comunicamos– son, simplemente –perdóneme la Cámara que explane un concepto elemental–, el restablecimiento del nivel patrimonial en que se estaría si el incumplimiento no se hubiera dado. Los daños y perjuicios no son una pena civil; son simplemente el restablecimiento de un nivel patrimonial. Lo que hay que poner en claro es saber cuál seria el nivel patrimonial de la Compañía si el servicio se hubiera seguido prestando; qué beneficios hubiera tenido la Compañía computando en una columna las subvenciones, los fletes, etc., y computando en otra columna los gastos de carbón, de personal, de transporte, etc. Puede incluso acontecer y acontece muchas veces, que si hubiera seguido prestando servicio, la Compañía habría experimentado una pérdida y, en ese caso, no hay que abonar los daños y perjuicios, porque éstos, repito, son el restablecimiento de un nivel patrimonial y no el pago de una pena civil.

    Pues bien: la Administración, olvidando esta cosa elementalísima, concede graciosamente a la Compañía de navegación las subvenciones íntegras, como si el servicio se hubiera venido dando, y le otorga 3.033.018 pesetas. Cuando en otra ocasión, en el mes de julio, el señor Gil Robles se sentía obligado, por lealtad, a defender al entonces presidente del Consejo de Ministros, don Alejandro Lerroux, decía: "Pero si en prueba de la intachable lealtad, de la corrección impecable con que el señor Lerroux consideraba este asunto, no hay más que aducir el hecho de que encomendó la práctica de esta liquidación, la instrucción de este expediente, la liquidación de daños y perjuicios, a funcionarios del Ministerio de Hacienda." (El señor ministro de la Guerra: "No ha dicho eso, pero no quiero interrumpir; siga su señoría su razonamiento".) Supongamos que no lo ha dicho. (El señor ministro de la Guerra: "No tiene importancia".) Bien. Algunos han alegado, como prueba de objetividad en la tramitación de este expediente, que don Alejandro Lerroux sometiera esa liquidación de daños y perjuicios a funcionarios designados por el Ministerio de Hacienda. A don Alejandro Lerroux no se le iba a interponer ese pequeño obstáculo porque fuesen funcionarios del Ministerio de Hacienda o de la Presidencia; la cosa no iba a variar, ya que él estaba dispuesto, incluso, a no hacer caso del dictamen del Consejo de Estado, a ir contra el parecer del Consejo de Estado. ¿Qué más le daba, pues, el parecer de algún funcionario de Hacienda? (El señor Mateo de la Iglesia: "En la segunda rescisión tampoco se hizo caso del dictamen del Consejo de Estado".) ¿Qué quiere su señoría que le diga? No era yo presidente del Consejo de Ministros, creo recordar.

    Pues bien: contra el parecer del Consejo de Estado, se llevó al Consejo de Ministros una proposición de acuerdo, por virtud de la cual se iba a abonar, lisa y llanamente, los tres millones y pico de pesetas a la Compañía Africa Occidental y se le iban a abonar, y esto es más grave todavía, con cargo al Tesoro colonial. Esto no tiene la más ligera justificación, porque el Tesoro colonial, en la interpretación más amplia, tendrá que hacer frente a los servicios que se refieren a las colonias, pero, ¿quién nos va a hacer creer que una indemnización impuesta a la Administración española por incumplimiento de un contrato, una indemnización que tiene su título –eso también lo sabéis todos–, no en el contrato mismo, sino en el hecho jurídico del incumplimiento, que es novatorio, que da lugar al nacimiento de una obligación nueva, ha de ser satisfecha por el Tesoro colonial? ¿Qué tiene que ver el Tesoro colonial? Para hacer frente a esa indemnización, aun en el caso de que fuera justa, había que solicitar un crédito extraordinario, había que obtener un crédito extraordinario, y entonces se hubiera podido pagar a la Compañía concesionario Africa Occidental.

    Se llevó este asunto al Consejo de Ministros, y aquí acontece la escena más grave, que no es preciso comentar, porque también es la más conocida. Los señores ministros de aquel Consejo no están de acuerdo en si se llegó o no a una resolución. Respetabilísimos señores ministros dicen que no hubo tal acuerdo, y que la prueba es que está escrito a máquina, sin que lo firme el secretario del Consejo, y no está sellado. Ese acuerdo, por tanto –se dice–, no ha existido. "Tuvimos un cambio de impresiones en pie. No pudimos creer que se trajera como proyecto de acuerdo del Consejo lo que era, simplemente, una propuesta de la Subsecretaría de la Presidencia. Nos retiramos sin haber Regado a coincidencia alguna entre nosotros. Nunca creímos que aquello era un acuerdo válido y eficaz." Y el señor Gil Robles, buen profesor de Derecho Público, dice: "Si lo hubiera sido, no hubiéramos podido volver contra él en el Consejo siguiente, porque entonces sena ya un acuerdo firme, que sólo podríamos impugnar declarándolo lesivo y recurriéndolo en vía contencioso-administrativa".

    Tomado el acuerdo o no, cuando dicen algunos señores ministros que no se tomó, cuando el que menos debe tener la duda de si estaban cumplidos los requisitos, a toda prisa, sin esperar ni que el señor Lucia ponga su firma debajo; a toda prisa, sin solicitar el crédito extraordinario de las Cortes, se libra un cheque contra el Tesoro colonial y se da una orden contra el Tesoro, que ha sido sustraída del expediente y que ha venido a destiempo, traída por el señor Moreno Calvo, en cuyas manos estaba. (El señor Arrazola: "Esto es totalmente inexacto, y yo emplazo a su señoría a que lo demuestre en este momento".) ¿Que no era un cheque? ¿Que era una orden de pago? ¡Qué más da! (protestas en la minoría radical.) Pero, ¿es que vamos a jugar con las palabras? Contra el Tesoro colonial no se extendió cheque –gracias al señor Nombela–, pero se extendió una orden de pago. (El señor Muñoz de Diego: "Contra el Tesoro colonial se extienden cheques; lo ha dicho terminantemente el señor Nombela en su declaración".) Señor defensor de don Alejandro Lerroux... (Protestas en la minoría radical. El señor Muñoz de Diego: "Yo no soy defensor de nadie ahora".) Señor presidente de la Comisión, ¿se dio o no a la Intervención de Colonias la orden de realizar el pago? (El señor Muñoz de Diego: "Yo sólo sé que hay una orden firmada por don Alejandro Lerroux; no sé si se llegó o no a la intervención". Rumores. "No se firmó ningún cheque, ni se dio ningún cheque, ni se interesó ningún cheque.". –El señor González Ramos: "¡Gracias al señor Nombela!") Y entonces se interpuso en el camino el intachable oficial del Ejército español señor Nombela, a cuya tenacidad, a cuyo exceso de celo, como se ha dicho aquí alguna vez, se debe el que no se pague del Tesoro colonial aquella cantidad de más de tres millones de pesetas. El señor Nombela se cruzó en el camino de aquel asalto, y comunicó sus escrúpulos a varios señores ministros, directa o indirectamente, es igual; lo cierto es que, por comunicación del señor Nombela o por movimiento espiritual propio, aquellos señores ministros recabaron del señor presidente del Consejo el que se llevara de nuevo el asunto a deliberación. Se llevó el asunto a deliberación, y contrariando lo que se había dicho en el primer acuerdo, o conato de acuerdo, o simulacro de acuerdo, se decidió que se instruyera de nuevo expediente de indemnización de daños y perjuicios.

    Ya está el expediente en la vía administrativa normal; ya el señor presidente de la Comisión se siente aliviado, y nos dice: "Este segundo expediente se instruye con todas las garantías". Pues, no; ese segundo expediente, que, se instruye cuando permanece en la presidencia del Consejo el señor Moreno Calvo, en calidad de subsecretario, y el señor Lerroux, en calidad de presidente; ese segundo expediente es otra vez un intento de asalto al Tesoro colonial, y la segunda liquidación, la de 13 de septiembre de 1935, esta segunda liquidación es todavía más vituperable que la primera. Y esto es lo que voy a demostrar ahora mismo con los datos que en los esfuerzos de la tarde de ayer y de la mañana de hoy he extraído tomándolos del expediente que habéis tenido en vuestras manos durante estos días. (El señor ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: "Eso no se ha traído todavía a Consejo, señor Primo de Rivera".) Ya lo sé, naturalmente. No se ha traído a Consejo, entre otras cosas –y ya es algo significativo–, porque la propuesta es de 16 de septiembre de este año, y a los pocos días... (El señor ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: "Es lo único que me interesaba".) surgieron algunos sucesos que están en la memoria de todos y cambiaron algunos magistrados públicos. En resumen: esta liquidación es del tenor que vais a escuchar.

    Como sabéis, tanto para el representante de la Compañía Africa Occidental como para la Administración hay que distinguir tres etapas en la azarosa vida del contrato de dicha Compañía con el Estado; estas tres etapas son: hasta la primera rescisión, hasta la segunda, el año 32, creo, y hasta nuestros días. Pues bien: por lo que se refiere a la primera etapa, como os dije antes, había llegado la Administración a fijar una indemnización de algo más de 500.000 pesetas; la que antes os dije, cuando leí la liquidación antigua: 524.118 pesetas. Esta liquidación ha sido aceptada por la representación de la Compañía en un escrito que figura en el expediente, que es la fecha de abril de 1931. Está aceptada esta liquidación; luego en todos los daños y perjuicios que se refieren a la época anterior ya no hay para qué entrar de nuevo; han sido absolutamente ratificados por la Compañía, y, lo que es más, han sido aceptados por la Administración en la liquidación esta que no fue aprobada por el Consejo. De modo que la Administración ha pronunciado dos declaraciones acerca de esta cantidad de daños y perjuicios, y la representación de la Compañía Africa Occidental ha pronunciado una. Pues bien: en esta propuesta de acuerdo de 16 de septiembre, que viene firmada por el nuevo inspector, señor Andréu, y que es, poco más o menos, el testamento administrativo del señor Moreno Calvo, en esta propuesta se dice: "Bien es verdad que aquella liquidación fue aceptada por la Compañía Africa Occidental; pero como no está muy claro que la Administración la aceptase, no hay inconveniente en que se dé por retirada aquella aceptación, tal como ahora quiere la Compañía" –tal como quiere la Compañía, en un escrito reciente, presentado dos días después de otro en que se volvió a aceptar no sé por cuál vez–. Pues bien: "no hay inconveniente en dar por retirada aquella aceptación y en aplicar a esta etapa las mismas reglas para la liquidación de daños y perjuicios que vamos a aplicar a la tercera"; es decir, a la que empieza con la última suspensión del servicio. En cuanto al período intermedio, como allí se presta el servicio, hay, simplemente, que abonarle las subvenciones que hubieran correspondido a aquellos meses. Esta segunda parte es la menos discutida; si queréis, es aceptable. Pero he aquí que, por virtud de este trueque en la base de liquidación de daños y perjuicios, aquella primera etapa, que se había liquidado con quinientas mil y pico de pesetas, se encuentra sustanciosamente acrecentada no menos que con el valor de dos barcos que se han perdido; dos barcos que, unidos a un tercero, también perdido –veréis en qué circunstancias–, permiten que el Estado, generosamente, anote una partida de cargo por 1.006.706 pesetas.

    Os voy a contar algunas cosas de esto de los barcos. Los dos barcos se llaman el Teresa Tayá y el Príncipe de Asturias. Estos barcos daban el servicio de la Compañía de navegación, La Compañía dice: "Un día dejaron de darme las subvenciones y, además, me rescindieron el contrato. No tuve más remedio que amarrar los barcos, y como tenía poco dinero, como no tenía dinero, como el Estado no me pagaba, aquellos dos barcos, en cuanto vino un tifón, se me fueron a pique. Luego se los cargo al Estado por entero". Mirad, señores, qué criterio jurídico, y perdonadme que vuelva otra vez a los preceptos elementales. Todos sabéis que en el incumplimiento de obligaciones, el incumplidor de buena fe, el incumplidor que no ha incurrido más que en culpa jurídica, sólo responde de los daños que hubieren podido preverse al constituirse la obligación, y que quien responde a todos los daños que conocidamente se deriven es el incumplidor doloso.

    Pues bien: fijaos en que esta liquidación la ha formado el Estado solo; es una declaración unilateral del Estado. El Estado, sin embargo, generosamente, se declara a sí mismo incumplidor doloso, y, como incumplidor doloso, se carga a sí mismo el importe de los barcos con todas s–us consecuencias. Es decir, deriva de la falta de pagos hechos a tiempo que los barcos se amarrasen mal, que no tuvieran condiciones de seguridad; de que no tuvieran condiciones de seguridad, que pudiera venir un tifón, y de que pudiera venir un tifón y los barcos se hundiesen. Comprenderéis que con este generoso criterio de incumplidor, el sastre a quien no paguéis puede cargaros daños y perjuicios por la muerte de un hijo a quien no le pudo comprar medicinas porque no le pagasteis a tiempo. Esta es una pura extravagancia jurídica, es un puro disparate; pero es que a este disparate, a esta aceptación graciosa por el Estado del carácter doloso de incumplimiento, se añade el que también contribuye a la aceptación de esa partida el hecho de que los puertos de la Guinea estuvieran mal. Esto –y perdonadme otra vez, compañeros– no es ya aceptar un incumplimiento doloso de obligación. Eso, además, es aceptar ya una culpa extracontractual; también el Estado responde de que estuvieran mal los puertos, y como se halla dispuesto el Estado a colocarse en las más favorables condiciones de deudor, sumando el incumplimiento de buena fe, sumando el incumplimiento doloso, sumada la culpa extracontractual y sumado todo lo que haya que sumar, paga íntegro el valor de los barcos, se aviene a pagar íntegro el valor de los barcos.

    Ahora veréis algo también bonito. Los barcos hundidos por el tifón son dos. Hay otro barco que se llama Regina. Este barco Regina es un barco con suerte. Lo traen de Newscastle a Santa Isabel de Fernando Poo; ya estando de viaje, el contrato se rescinde, y entonces dice la Compañía: "Me habéis hecho realizar un viaje en balde, un viaje inútil; me tenéis que pagar el viaje entero, porque este barco se ha frustrado, ya no me sirve para nada". Esto lo dice la Compañía; pero nos enteramos de una curiosa circunstancia, no por lo que dice la Compañía, sino por el señor Andréu, en su propuesta de acuerdo: "Ciertamente –descubre–, con aquel viaje quedó frustrado el destino del barco, se malogró por entero; y si bien es cierto que el Estado lo arrendó durante seis meses para prestar otro servicio retribuido, esto no se puede tener en cuenta, porque lo pudo dar con otro barco de los que estaban amarrados. Como lo pudo dar con ese otro barco de los amarrados, el hecho de que lo diera con éste no hay que contarlo para los efectos de que el destino del barco, se malograse del todo". Pero veréis qué curioso. Este barco Regina se ensucia de fondos, y tiene que ir a Lagos a que se los limpien. Se los limpian, claro está, a cargo de la Compañía propietaria, a la que extiende la factura, y entonces la Compañía propietaria, como siempre, dice: "No tengo dinero porque el Estado no me paga la subvención; no pago la limpieza de fondos". Entonces, por lo visto, la Compañía que había limpiado fondos obtiene, en procedimiento judicial, que el barco salga a subasta, y en esa subasta, de la que no conozco más pormenores, no sé si estarán perdidos entre los fondos que no he podido ver, se pierde el barco para la Compañía Africa Occidental. ¿Se pierde ese barco, no por naufragio, sino por procedimiento ejecutivo? Pues a cargárselo al Estado; pero por su valor entero. Es decir, que lo que debía la Compañía Africa Occidental a la que limpió fondos, y que, naturalmente, supone una partida que habría de deducirse, porque disminuye el total patrimonial del barco, no se descuenta. El Estado acoge en sus afectuosos brazos al Regina entero y le extiende una nueva partida de cargo a favor de la Compañía.

    Hay cosas mejores todavía. Estos tres barcos se han perdido, como veis, en tres ocasiones algo dispares, y en la contabilidad de la Compañía aparecen extendidas unas partidas recogiendo, contabilizando su pérdida en la fecha en que cada una de estas pérdidas aconteció. La contabilidad de la Compañía es desastrosa. Según nos dice el señor Gómez Durán, que es quien la ha inspeccionado, la representación de la Sociedad no le presentó el libro copiador de cartas, ni el libro de actas, ni los documentos del archivo; el libro auxiliar de tráfico no está legalizado; en el de inventarios y balances sólo aparecen dos inventarios incompletos y un balance de comprobación de los saldos; en el libro Diario aparecen asientos de fecha anterior a la apertura; la mitad de un folio y los dos siguientes completos aparecen en blanco, con una nota a lápiz, donde se dice que "se reservan para las operaciones de cierre de ejercicio". El señor Gómez Durán tiene que exclamar, y lo dice literalmente: "La contabilidad examinada es, por tanto, jurídicamente defectuosa y técnicamente incompleta, confusa y deficiente. No aparece que la Sociedad haya satisfecho impuesto alguno a la Hacienda del Estado". Pues bien: ésta es la Contabilidad de la Compañía; pero con arreglo a esta Contabilidad de la Compañía, tal como nos la encontramos, resulta que, sumando el valor de los tres barcos en las fechas de las tres pérdidas según los libros de la Compañía, estos tres barcos valían en aquellas fechas 936.190,70 pesetas. Sin embargo, en la liquidación del año 1935 se dice: Valor de los buques, 1.006.706 pesetas. Luego, sobre la suerte de que los barcos se les hundan, resulta que cuando se hunden aumentan de valor con relación a los asientos de la propia contabilidad de la Compañía. (El señor ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: "Nuevamente ruego al señor Primo de Rivera me permita una interrupción para que las cosas queden perfectamente aclaradas. Todo esto se refiere a asuntos que no han llegado todavía al Consejo de Ministros".) Ya lo sé. (El señor ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: "Es que me interesa, al comenzar y al terminar, acotar con esta sencilla manifestación". –Muy bien.)

    Y ahora, un pequeño detalle, el detalle sobre el cual consignaba alguna salvedad el señor presidente de la Comisión. En efecto: –uno de estos barcos, el Príncipe de Asturias, estaba asegurado, y la Compañía aseguradora, la Plus Utra, abonó por el siniestro 220.000 pesetas a Africa Occidental. Pues bien: cuando el señor Andréu redacta su propuesta de acuerdo, dice: "Ciertamente, se le han pagado 220.000 pesetas; pero no está bien que con esto se lucre la Administración –es decir, la Administración se lucra, por lo visto, cuando tiene que pagar indemnizaciones menores–; ésta es una cosa para que la arreglen la Compañía aseguradora y Africa Occidental, ejercitando aquélla las acciones pertinentes". Y yo digo: ¿cuáles serán las acciones pertinentes? Pero si la Compañía aseguradora tenia que pagar el siniestro, ¿habrá modo de que alguien configure aquí un pago de lo indebido o algo semejante? Evidentemente, no. Sería al contrario: sería la Compañía aseguradora la que dijera: "Puesto que se pone en claro que el hundimiento fue culpa del Estado, yo repetiré contra el Estado lo que he tenido que pagar a mi asegurada"; pero que el Estado, benévolamente, entregue a la asegurada las 220.000 pesetas, el valor entero del siniestro, y le deje las 220.000 que ya cobró de la Compañía aseguradora, es una monstruosidad tal, que no necesita comentario.

    Bien; estos barcos se han hundido y no es posible que sigan dando servicio. Ya el Estado hace todo lo que puede, que es pagar el importe total de los barcos. Claro es que desde que se hundieron los barcos ya no podía haber servicio; una de dos: o los barcos se pagan por entero y se ha concluido la cuestión, o los barcos siguen dando servicio, y entonces no se puede pagar su precio. Pues, no; en la siguiente línea de abono, en que se computan los beneficios perdidos por la Compañía, se le siguen asignando por cada uno de los cincuenta y seis meses y diecisiete días transcurridos, 31.478 pesetas mensuales de beneficio, los mismos que obtuvo en sus mejores meses la Compañía, y que, por lo visto, podían seguir obteniéndolos hasta la eternidad, con barcos o sin barcos. Y ésta es la partida de los barcos, que luego viene la partida de los beneficios.

    La partida de los beneficios monta a 1.791.091 pesetas. Esta partida de beneficios ha nacido de la manera siguiente: el señor Gómez Durán, secretario de la Inspección de Colonias, ha examinado minuciosamente la contabilidad de la Compañía, y ha puesto en claro que la explotación de los barcos produjo en los años 1927 y 1928 –éste en cuanto a sus siete primeros meses– una pérdida de 703.122,98 pesetas. En 1927 se perdieron 493.950,69 pesetas; en 1928, 209.172,29; total, la cantidad de setecientas tres mil y pico que he dicho antes. Claro está, esto no era la pérdida de la compañía por la explotación de este servicio, porque ese servicio tenía una subvención de 54.000 pesetas mensuales del Estado; la subvención, por tanto, durante esos diecinueve meses, de 1.026.000 pesetas; total, el beneficio, computados todos los ingresos y todos los gastos en diecinueve meses, era de 323.877,02 pesetas, o sea de 17.046,16 al mes; os ruego que retengáis esta cantidad. (El señor Royo Villanova pide la palabra.) Entonces, la Compañía formula una serie de reparos a las cuentas puestas en claro por el señor Gómez Durán. El señor Gómez Durán empieza a disfrutar de licencia, y aparece una diligencia en que el señor Andréu, que es el autor de la propuesta última, dice: "Hallándose en uso de licencia el contador secretario general de esta Inspección, don José Gómez Durán, quien hizo la revisión del libro Africa Occidental, s. a., el instructor que suscribe –es decir, el propio señor Andréu– procederá a examinar y puntuar uno por uno los asientos de Diario de dicha Sociedad que se refieren a la presente certificación". Y de esta puntuación del señor Andréu, en ausencia del señor Durán, sin que sepamos por qué, aparece la liquidación transformada en este sentido: los beneficios mensuales que obtuvo la Compañía durante el periodo de explotación, y que eran de 17.046,16 pesetas, han pasado a ser de 31.478. Casi se han doblado sin más que oír unas alegaciones de la Compañía sobre datos que ya tuvo a la vista el señor Gómez Durán; casi se han doblado y se ha establecido que la Compañía debería ganar más de 31.000 pesetas al mes, dato que yo recordaba cuando el señor presidente de la Comisión decía: "Mal negocio debía de ser aquél cuando no lo quiso nadie; quedó desierto el concurso y hubo de concedérsela directamente". Pues bien: en este mal negocio, con un capital de un millón y pico de pesetas, se ganan 31.000 al mes, que ya ¿es bonita. Estas 31.000 pesetas, que se computan como beneficios presuntos y que se tienen en cuenta para los efectos de liquidar daños y perjuicios, ¿sabéis por cuánto tiempo se computan? Por cincuenta y seis meses y diecisiete días. Pero he aquí un detalle: en el contrato con la Compañía hay un artículo, el cuarto, por virtud del cual el contrato con la Compañía puede ser objeto de rescisión por voluntad del Estado en un momento que se repite cada dos años. El Estado dice: "Puedo rescindir el contrato por necesidades de servicio público; puedo rescindirlo también sin alegar motivo especial al final de cualquier período de dos años". Luego, evidentemente, para los efectos de computar rescisión en cuanto a los daños y perjuicios, no puede suponerse, en forma alguna, que el contrato iba a vivir para siempre, puesto que al final de cualquier período de dos años el Estado podía darlo, válidamente, por rescindido. Pues bien: se cuentan los cincuenta y seis meses en que se supone que el contrato inmortal iba a estar surtiendo sus efectos benéficos para la Compañía, se computan los cincuenta y seis meses y se asigna a la Compañía, que se supone perjudicada, esta hermosa partida, que completa hasta los tres millones y pico la total de daños y perjuicios.

    Yo me he tomado la molestia, y os la estoy dando a vosotros, de revisar, con arreglo a bases jurídicas y económicas correctas, la liquidación de daños y perjuicios. He podido incidir en algún error, porque evidentemente algún dato no estaba a mi vista; otros exigirían un examen más minucioso; pero estas bases que os voy a dar son impecables, aunque sujetas a un error que siempre tiene que ser pequeño. Pues bien: según irreprochable base de liquidación, los daños y perjuicios que habrían de abonarse por el Estado a la Compañía Africa Occidental son los siguientes: por la primera etapa, que ya fue liquidada, que ya aceptaron la Administración y la Compañía, 524.118 pesetas; por la segunda etapa en que se prestó el servicio, la subvención de 414.000 pesetas; por la tercera etapa, los beneficios que se pudieron obtener y no se obtuvieron desde el instante que le fue rescindido el contrato por segunda vez hasta el instante en que hubiera podido ser válidamente rescindido sin motivo; es decir, según n–ú cuenta, hasta fines del año 1932 –quizá me haya equivocado en algún mes, si es que el viaje de los barcos desde donde se cuentan los dos años fue un poco más tarde–; pero, en fin, hasta fin de 1932, a 17.046,16 pesetas al mes, que son los beneficios que obtuvo la Sociedad en los meses en que dio el servicio, según la revisión de cuentas hecha por el señor Gómez Durán, 189.689,20 pesetas. Total, señores diputados –admito un error de 30 ó 40.000 duros, pero éstas son las bases verdaderas de liquidación–, 1.118.807,20 pesetas, o sea, dos millones menos de lo que quería regalar el señor Moreno Calvo a la Compañía Africa Occidental. (El señor Pérez Madrigal: "Eso no se puede tolerar". (Rumores.)

    Yo siento que os hayan podido fatigar estos números. He considerado que debía decirlos para que queden en el Diario de Sesiones y para que los podáis consultar otra vez mañana. Os invito a todos a que impugnéis este cálculo mío con el tiempo que queráis; acepto, si queréis, el deber que la Cámara me confiriera de revisar yo mismo este expediente y hacer, bajo mi responsabilidad, una liquidación exacta de los daños y perjuicios. Os digo que puedo haberme equivocado en algo, por omisión de alguna partida o por falta de algún dato en ésta que he hecho esta tarde; pero os aseguro –y todos estáis convencidos después de esta pesada disertación mía– que, jurídica y económicamente, hay alrededor de dos millones de pesetas en la nueva liquidación que pensaba someter, sin duda, a nueva resolución del Consejo de Ministros el señor Moreno Calvo.

    Y esto es lo tremendo: que después que se frustra el primer intento; después que se habla en las Cortes; después que el señor Gil Robles impide que aquello se lleve a término, haya un cinismo obstinado en preparar un segundo asalto al Tesoro colonial; asalto que, por lo visto, se suponía que había de quedar impune. Es decir, que los rumores de la opinión, las denuncias públicas, en nada amedrentan al señor Moreno Calvo y a los que andan a su alrededor en sus propósitos decididos de asaltar de nuevo al Tesoro colonial. Así se estaba otra vez trabajando, hasta que por una denuncia del tenaz y benemérito señor Nombela ha venido aquí el expediente, y es de esperar que ya esta vez no se consume.

    Yo no tengo, naturalmente, ni ninguno de los que van a ejercitar la acusación, el menor propósito de que se cause perjuicio a los legítimos intereses de esta Compañía de navegación. Lo que creo es que lo menos que se puede exigir es que el Estado se defienda; que el Estado pague la indemnización justa, y, además, con ello, no se perjudicará en nada al señor Tayá, representante de la Compañía de navegación, porque cuando esta vez se señale la indemnización justa, es de prever que esta indemnización justa llegue íntegra a sus manos. (Grandes rumores.)

    Y ahora, señores diputados, adelantaríamos muy poco con toda esta investigación, con toda esta depuración, si nos limitásemos a reprobar el expediente que se ha traído a estudio de la Cámara. Hay que hacer urgentemente una declaración de que la política española quiere sanearse. Es indispensable que esto no se tolere un instante más.

    Señor Gil Robles, y perdóneme su señoría que me dirija a él con tanta frecuencia; su señoría es intachable, como sabemos todos; su señoría es joven, su señoría ama a España; su señoría tiene, seguramente, por delante una larga vida política. En el partido radical hay personas probas e intachables; en el partido que sigue a su señoría también las hay; en todas partes puede haber muchas. Fíjese su señoría, señor Gil Robles, en si puede seguir con este peligroso bordado, por salvar Dios sabe qué cosas, de estar aceptando la peligrosa vecindad de gentes y de estilos absolutamente descalificados; piense su señoría que no hay nada que esté por encima de la moral pública; que el mal contra ella es siempre el mal mayor, y que a esto debe subordinarse todo. Piense su señoría que tiene sobre sus hombros la confianza de muchas gentes, y que esas gentes, en cuanto se abra un periodo electoral o una discusión más pública que ésta, van a sentir que les arrojan a la cara, y que arrojan a la cara de su señoría, una acusación de encubrimiento de todas estas cosas. (Rumores.) Su señoría, desde el 26 de julio oyó las denuncias aquí; su señoría supo aquel intento de cobro ¡legal, contra el Tesoro colonial, de una indemnización mal acordada; su señoría, estoy seguro de que con la mejor intención del mundo, no denunció esto, no llegó a una ruptura pública con los que trataban de asaltar así el Tesoro colonial; su señoría ha venido prolongando esta peligrosísima convivencia, y hay algo aquí más grave que lo que pueda padecer su señoría, porque sé que su señoría lo ofrecería, en todo caso, como sacrificio a España: hay el riesgo que estamos corriendo de que, por convivir con gentes que no son dignas de convivir con nosotros; que no tienen nada que hacer en la vida pública de España; que deben retirarse a sus casas, y esto por la infinita benevolencia de quienes no los mandan a la cárcel, está comprometiendo su señoría la posibilidad de que nos agrupemos todos un día: los radicales que se salven de la reprobación general, los jóvenes y los viejos de Acción Popular que le siguen, hombres de derecha y de izquierda, en un posible Frente Nacional, que ha de tener como primera bandera la bandera de la moralidad pública. (Muy bien.)

    El señor PRIMO DE RIVERA:

    Señores diputados, compañeros diputados: estamos ahora en el instante más solemne de esta noche. Se va a votar de un momento a otro la proposición defendida de una manera insuperable por el señor Toledo: Los síes o los noes que salgan de vuestras bocas, las bolas blancas o negras que depositéis en las urnas van a decidir, simplemente, el honor de esta Cámara. Comprenderéis que a mí, en cuanto a Parlamento, quizá eso me importe menos que a otros. No creo que sea el Parlamento el instrumento mejor para guiar la vida de los pueblos. Pero esto es ahora secundario; lo que me importa es que aquí, en el ámbito del Parlamento, están quizá la mayor parte de las reservas humanas que España tiene para su conducción política, que en la deshonra del Parlamento iría envuelta la deshonra de casi todos nosotros, y eso que pudiera favorecerme como hombre de partido, os digo que es un triste espectáculo, que ni como español ni como hombre me complace. Yo quisiera que en este instante decisivo se salvara todo lo que se pudiera salvar, porque ya os digo que los espectáculos de desastre sólo pueden ser gratos a las almas enfermizas.

    Fijaos en esto: la diferencia sustancial entre el voto particular del señor Toledo y lo que es el dictamen de la Comisión reside en esto. El voto particular del señor Toledo envuelve en las responsabilidades políticas a don Alejandro Lerroux; el dictamen de la Comisión excluye de la responsabilidad política a don Alejandro Lerroux y deja caer esa responsabilidad política sobre la cabeza del subsecretario Los subsecretarios –ya se ha dicho hoy con palabras más doctas– no pueden ser objeto de responsabilidad política; eso lo sabéis todos. Lo que tratáis de hacer con ese dictamen es ahuyentar la grave tacha de acusación política –política por ahora– sobre la cabeza de don Alejandro Lerroux, y yo digo solamente esto: si tal hacéis, acaso salvéis con los votos de esta noche a don Alejandro Lerroux; pero caerá sobre todos vosotros, sobre todos los que votéis, la reprobación terminante de la opinión pública entera. La opinión pública sabe ya muy bien (Rumores); ha sentenciado ya muy bien (Protestas); la opinión pública entera ha sentenciado ya este pleito (Nuevas protestas); la opinión pública reclama con escándalo que se abomine esta noche de un tono político impuesto a las costumbres españolas por don Alejandro Lerroux. Esta es la verdad, y está en la conciencia de todos vosotros. Pero, ¿es que vamos a decir todavía esta noche, una vez más, que don Alejandro Lerroux no delinque? Llegó lo del straperlo y apareció su hijo adoptivo, Una especie de cuerpo mixto civil y militar que le rodea, el subsecretario de la Gobernación, el ministro de la Gobernación, todos; él, incólume. Llega este asunto, y tenemos al subsecretario de la Presidencia, quién sabe si al señor Nombela, quién sabe si al juez instructor; él, incólume. ¡Señores! Ya es hora de que concluyamos con esta especie de juego de personajes de vieja farsa italiana. El señor Lerroux no delinque nunca; pero en las inmediaciones del señor Lerroux hay siempre, para delinquir, o un hijo adoptivo, o un cuarto cívicomilitar, o un subsecretario propicio, o un ministro medio tonto; siempre se encuentra eso en los alrededores del señor Lerroux para que se lleven el peso a la hora de las condenaciones.

    Es inútil; esto lo ha sentenciado ya España entera; en el fatigoso debate de esta tarde y de esta noche ha quedado, además, suficientemente claro. Decid lo que queráis; echad las culpas de detalles al señor Moreno Calvo; hay una cosa inequívoca; cuando, según decís todos, según consigna la propia Comisión en su dictamen, no hay acuerdo del Consejo de Ministros, don Alejandro Lerroux suscribe una orden de pago en que se dice: "En cumplimiento de acuerdo del Consejo de Ministros, hágase esto". Esto, en términos penales, es una falsedad; esto, en términos políticos, es un motivo de descalificación. (El señor Guerra del Río: "¿Y los demás ministros, que también habían creído que había un acuerdo?") Atáquelos su señoría.

    Vamos a votar dentro de unos instantes, y vamos a votar dentro de unos instantes lo que fuera de aquí se ha sentenciado ya.

    Si mañana dicen los periódicos: "La Cámara española, con el voto de casi todos, con el voto de los más, ha reprobado terminantemente, ha clausurado terminantemente este período vituperable", la Cámara española recobrará a los ojos del pueblo gran parte de sus prestigios y vuestros partidarios (Dirigiéndose a los diputados de la C.E.D.A.), vuestros partidarios, aunque me queráis interrumpir, y todos los que están fuera de aquí anhelando justicia, se sentirán gozosos y os tributarán su aplauso, y mañana habrá un alborozo popular de domingo, que sienta como si se hubiera levantado en España una losa que la estaba oprimiendo, y vosotros mismos, después de hacer justicia, os sentiréis más ligeros, como quien vuelve a una atmósfera limpia después de haber pasado mucho tiempo en un reducto infecto y enrarecido. Haced lo que os parezca; esto podrá traer consecuencias políticas más o menos graves; no importa. Atreveos a la jugada decisiva: atreveos a jugároslo todo por el honor, y veréis cómo así, si os lo jugáis todo esta noche, si os atrevéis a votar con vuestra conciencia, que responda en esto a la conciencia popular, después de esta noche tendréis mañana en vuestras almas y en vuestros partidos un día alegre. He dicho. (Muy bien. Aplausos.)

    ¡Arriba España!