CB

Mostrando entradas con la etiqueta Monte Alén. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monte Alén. Mostrar todas las entradas

viernes, 5 de junio de 2020

Los white hunters

La entrada dedicada a La herencia "natural" de Manuel Azaña, es un clásico.
Por eso, la recordamos regularmente con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente.

El viril "hombre nuevo" del fascismo español, se ejemplificaba en el cazador e intrépido explorador del último reducto del mundo salvaje.

Historias hay muchas... por ejemplo la de los divisionarios Juan Chicharro Lamamié de Clairac y Francisco Soriano Frade. El primero fue Subgobernador en Guinea, presidente honorario de la Hermandad de la División Azul y autor de "En el país de los elefantes", en el que predominan los relatos de caza.

El segundo, «el 1 de abril de 1939 se presentó voluntario para un traslado a África. Así es como llegó en 1941 a Guinea Ecuatorial donde sirvió como oficial de la Guardia Colonial. Su destino era el distrito de Rio Benito y Cogo a donde había llegado el 29 de junio de ese año. Tenía el grado de teniente era el administrador territorial de esa zona. (...) Pero fue poco el tiempo que estuvo destinado en Guinea porque a principios de 1941 regresa a la Península para apuntarse como voluntario en la División Azul.»

Pero centrémonos en uno de los white hunters más emblemáticos del fascio:

Olaechea el último cazador

Basilio Olaechea,
cacería de elefante de
diciembre de 1947.
«Otra leyenda vasca en Guinea fue el último gran cazador blanco de época colonial: Basilio Olaechea Orruño. Nacido en Baracaldo, Olaechea se convirtió en una leyenda como cazador mayor en África en la segunda mitad del siglo XX. Era atlético, fornido, y, en opinión de sus contemporáneos, de un arrojo que rayaba la temeridad. Su puntería era legendaria; Ramón Tatay dijo de él: “Olaechea, que es tal vez el mejor tirador que ha cazado en Guinea, hizo correr una piedra a tiros de mosquetón a más de cincuenta metros, ante los asombrados ojos de sus acompañantes”. La vida de Basilio Olaechea parece merecedora de una novela de aventuras; sus hechos podrían haber servido de inspiración a los maestros del género africano, como Rider Haggard o Edgar Rice Burroughs. Olaechea destacó entre otros white hunters por su férreo carácter, adaptabilidad, y pasión por la caza y los espacios vírgenes. Su vida sólo tuvo sentido arma en mano y perdido en un mundo fronterizo, que desapareció con la partida —en la segunda mitad del siglo XX— del mundo colonial. “El capitán Olaechea —escribió un militar español de aquella época— fue cargado por un elefante al que no pudo parar con su mosquetón, y se encontró en el suelo, con el animal sobre él, intentando clavarle los colmillos. De tal modo, que una pata delantera del elefante estaba entre las dos piernas del capitán. En estas circunstancias, su cazador disparó sobre el elefante a dos metros de distancia, y, aunque no lo mató, logró que el animal le cargase, abandonando al capitán”. Más tarde explicó cómo la heroicidad del pistero guineano, que salvó in extremis la vida del vasco, no era ni mucho menos habitual: “Si, en lugar de Olaechea, se hubiese tratado de otro europeo, probablemente el indígena hubiera huido como hicieron todos los demás”. Fue sin duda este desdén por el peligro lo que situó la figura del guerrero vasco en un lugar venerable, de mito africano, tanto para los colonos blancos como para los nativos.

El cazador Basilio Olaechea Orruño tras abatir a dos gorilas machos.
Fuente: el libro “La Caza en Guinea” de Ramón Tatay, editado por Espasa calpe en 1954.

Un rifle de Eibar en la selva

Nacido en una familia de clase humilde, no dudó en fugarse a Burgos y alistarse como voluntario en el bando nacional al estallar la Guerra Civil Española. A pesar de ser menor de edad, le hirieron en tres ocasiones, por lo que recibió varias condecoraciones. Tras el conflicto —después de conseguir el título de bachiller en el Instituto Ramiro de Maeztu de Vitoria— decidió quedarse en el ejército, donde, merced a su fuerza física y a su recio carácter, continuó ampliando su leyenda. Destacó como instructor militar y como deportista fue campeón de gimnasia de la Academia de Infantería. Los que le trataron aseguraban que su fortaleza y resistencia no conocían límites.

Cuando al terminar la Segunda Guerra Mundial Olaechea fue destinado a Río Muni, el territorio había comenzado su camino hacia la independencia. Allí ejerció como Administrador de diversas regiones, hasta que, por fin, en 1962, fue nombrado Gobernador Civil de toda la Región Continental. Como tal, bregó con independentistas -incluido Macías Ngema, que luego se convertiría en dictador sanguinario- y fue testigo de excepción de la emancipación progresiva de un país que clamaba por su libertad.

Compaginó sus deberes de funcionario y mando militar —es autor de un tratado sobre la guerra de guerrillas en el bosque ecuatorial— con su verdadera naturaleza, que de continuo le lanzaba a la espesura en busca de las más arriesgadas aventuras cinegéticas. Para sus hombres, los soldados de la Guardia Colonial (luego Guardia Territorial), fue casi como un Dios, hasta el punto de que le profesaban una lealtad ciega. Finalmente, en 1966, quien tantas veces había burlado a la muerte, pereció en Bilbao víctima del cáncer. Su desaparición fue un presagio, ya que, muerto Olaechea, su mundo colonial no tardó en seguirle a la tumba.»


En cualquier caso, no podía faltar el ibérico Roberto Alcázar (y su compinche Pedrín) como "Robinsones del África", que no es igual que "Tintín en el Congo"... pero cubre cuota como intrépido aventurero español.

miércoles, 22 de mayo de 2019

La biodiversidad africana

martes, 5 de junio de 2018

La herencia "natural" de Manuel Azaña


Hoy es el Día Mundial del Medio Ambiente, así que le vamos a dedicar una entrada en la Calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel:

El 25 de julio de 1936, a los pocos días del golpe de Estado, el Gobierno de la República seguía administrando el país pese a la sorprendente prolongación del conflicto.

Ese día, el Boletín Oficial del Estado publicaba la Ley aprobando, a los efectos de su ratificación por España, el Convenio relativo a la conservación de la fauna y flora en estado natural, que se firmó en Londres el 8 de Noviembre de 1933.

El Decreto, ratificado por las Cortes había sido firmado por Manuel Azaña como Presidente de la República, era parte de los compromisos derivados de la  Conferencia para la Protección de la fauna y de la flora en África de 1933.

Su aplicación afectaba explícitamente a los territorio españoles del Golfo de Guinea y preveía el establecimiento de un régimen especial para la conservación de la fauna y de la flora, "considerando que la fauna y la flora natural de ciertas partes del mundo, y en particular de África, están en peligro, en las condiciones actuales, de extinción o de perjuicio permanente".

Una gran iniciativa, que hubiera beneficiado, por ejemplo al Monte Alén, considerando que como mejor puede realizarse esta conservación es:
  1. Constituyendo parques nacionales, reservas naturales íntegras y otras reservas, en las cuales se limiten o prohíban la cala, la muerte o captura de la fauna y la recolección o destrucción de la flora.
  2. Imponiendo reglas concernientes a la caía, la muerte y la captura de la fauna fuera de tales áreas.
  3. Reglamentando el comercio de los trofeos.
  4. Y prohibiendo ciertos métodos y armas para la caza, la muerte y la captura de la fauna.
Se preveía así la creación tanto de  reservas naturales integrales, como de parques nacionales:
La expresión “parque nacional” designará un área situada bajo la fiscalización pública, cuyos límites no se cambiarán, y ninguna parte de la cual podrá ser transferida, salvo por la Autoridad legislativa competente; reservada para la propagación, la protección y la conservación de la vida animal salvaje y de la vegetación salvaje y para la conservación de objetos de interés estético, geológico, prehistórico, histórico, arqueológico y otros intereses científicos, en provecho, en beneficio y para el recreo del público en general;  en la cual están prohibidas la caza, la muerte o la captura de la fauna y la destrucción o re colección de la flora, salvo por las Autoridades del parque o bajo la dirección o fiscalización de las mismas.
Igualmente, se establecía una relación de especies amparadas en diferentes grados por la Convención, incluyendo aquellos que como los primates, hipopótamos o los elefantes "deberán ser protegidos lo más completamente posible en cada uno de los territorios de los Gobiernos contratantes, y la caza, la muerte o la captura de dichos animales no podrá tener lugar sino por permiso especial de la Autoridad superior del territorio, permiso que no se concederá sino en circunstancias especiales y únicamente para fines científicos importantes, o si fuera esencial para la administración del territorio en cuestión."

Lamentablemente, la aplicación de esta norma precursora de la protección de la naturaleza en África se vio frustrada por la derrota del gobierno republicano.

La protección de Monte Alén se vería retrasada hasta 1954 con una tímida referencia en el Reglamento de Caza en Guinea, y -ya en una Guinea Ecuatorial independiente- con la inclusión entre las áreas protegidas (Ley n° 8/1988) y posteriormente con la creación del parque nacional (Ley n° 3/1997).

Cuenta Antonio Sánchez en "Los trece cazadores de los mil elefantes": "Volví a la Guinea Española,
donde, en 1953, la caza aún estaba sin reglamentar y con una autorización del gobernador general se podían cazar elefantes de forma ilimitada, pagando por elefante muerto la cantidad de mil pesetas, seis euros al cambio de hoy, pero que entonces era bastante dinero. Como no disponía de muchos medios económicos los desplazamientos los realizaba mayoritariamente andando o en canoas por los ríos, lo que me permitía llegar a lugares muy alejados donde los elefantes estaban tranquilos y fuera del alcance normal de otros cazadores, pues el tener entonces un vehículo era un sueño imposible para mí. A principios de la década de los cincuenta yo era un ‘todoterreno’ físico, con 1,90 metros de estatura y fuerte como un búfalo, incansable y entusiasta a toda prueba, con la ventaja de que nunca en mi vida tomé una gota de alcohol ni fumé, lo que creo me ayudó bastante para estar siempre en forma.
Durante cierto tiempo estuve cazando por la Guinea Española, donde le vendía el marfil a un amigo que se dedicaba a esto y me pagaba 300 pesetas por kilo de marfil, lo que me resultaba rentable después de pagar los gastos, hasta el punto de que pude comprar un Jeep Willys excedente de la guerra, pero que aún funcionaba bastante bien, con el que me podía desplazar por el sur de Camerún y Gabón, pues ya entonces los franceses habían construido un buen sistema de carreteras que permitían, con pocas limitaciones, desplazarse por ‘casi’ todas partes."

"La administración colonial autorizaba la caza del elefante sólo cuando había entrado una manada en un sitio cercano a un poblado con fincas de cultivo. Entonces se permitía la caza para que no destruyeran los cultivos" cuenta Mariano Llobet en «Me hubiera quedado en Fernando Poo para siempre».

domingo, 5 de junio de 2016

Día Mundial del Medioambiente