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miércoles, 15 de enero de 2020

De Arganda a Las Palmas

Una vez más, el incansable Pedro Medina Sanabria nos facilita información a la que de otra forma sería difícil llegar...
Así, en la entrada Teniente Rodrigo Miralles, evadido de zona roja de su blog se recoge el inicio en Canarias del consejo de guerra al teniente Miralles por auxilio a la rebelión pese a su deserción del ejercito republicano en Arganda.

Pero... ¿remitido a Canarias desde Arganda? ¿auxilio a la rebelión habiendo desertado?

Y ahí es donde entran los sucesos del territorio ecuatorial:

De hecho, Rodrigo Miralles es citado recurrentemente en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel. Según El Liberal de 6 noviembre de 1936, tras el bombardeo de Bata y tras la salida intempestiva del subGobernador Hernández Porcel, Miralles habría intentado infructuosamente junto otros 19 ciudadanos evitar el desembarco del Ciudad de Mahón, y ante la superioridad numérica y armamentística del enemigo, se habría replegado igualmente hacia la frontera: «más tarde, y en un camión, se dió también a la fuga Rodrigo Miralles, acompañado por diecinueve individuos». Según la declaración de Fernando Barba Macero -cocinero del Fernando Poo- realizada ante el capitán y juez instructor Juan Fontán, gracias a la gesta de eso 20 últimos defensores de la playa de Bata parte de la marinería del Fernando Poo pudo llegar a tierra firme: «estaba preparando el almuerzo, tirándose luego a la motora y llegando a tierra donde se encontró a la familia Miralles, recogió a los chicos, huyendo al bosque, y que en la motora iban el cocinero Antonio Villanueva, el marmitón Benito Pérez que embarcó en Barcelona, el Ayudante de cocina Paulino Olivares y el declarante; y que en la motora llevaba un fusil un tal Córdoba, no recordándo el nombre».

Estos 20 últimos defensores, son igualmente los que en la retirada se llevaron consigo las setecientas  cincuenta mil pesetas del Banco Exterior, que custodiaba el cajero Luis Cruz, y lo entregaron a la República una vez que llegaron a tierras valencianas.

Desde su exilio en Camerún, Miralles redactó notas y correos denunciando la desproporcionada virulencia de la toma de Bata y la precipitada huida del subGobernador. Precisamente en La huida, recogemos la carta que desde Camerún remite Rodrigo Miralles el 19 de octubre al Diario de Almería, en la que se relata el suceso: «sin previo aviso, y con la bandera francesa enarbolada, disparó [el Ciudad de Mahón, pintado de negro,] dos cañonazos sobre dicha motonave, destruyendo el puente de mando de la mismas y parte de la popa; seguidamente, y al mismo tiempo que arriaba la bandera francesa e izaba la monárquica española abrió un nutrido fuego de ametralladoras sobre los españoles que tripulaban la motonave y sobre los indígenas que trabajaban en la carga y descarga. Debido a la sorpresa y a que en la motonave no se contaba con más que con seis fusiles, el pánico fue enorme y la desmoralización completa. (...) Los habitantes de Bata, al darnos cuenta de la traición, nos reunimos en la playa, y con los pocos fusiles que contábamos rompimos fuego protegiendo a los tripulantes que venían a nado y que eran ametrallados sin compasión por el Ciudad de Mahón; nada pudimos hacer para salvar el barco; al poco rato ardía por los cuatro costados. Se dio orden de que las mujeres y los niños salieran de Bata y se trasladaran lo más cerca posible de a la frontera: contábamos con poquísimas armas, pero decidimos vengar salvajismo tan grande y los que teníamos fusiles nos parapetamos en la playa decididos a evitar todo intento de desembarco a pesar de que las ametralladoras del barco lanzaban una lluvia de balas sobre nosotros.
Después de bombardear el barco, el Ciudad de Mahón empezó adisparar sobre Bata, sin tener en cuenta que es una población indígena y que los negros están al margen de toda lucha entre nosotros. Poco podríamos hacer con nuestro medio centenar escaso de roñosos mosquetones contra los cañones y ametralladoras...».

Unos meses después, según Guinea mártir: Narraciones, notas y comentarios de un condenado a muerte de Pozanco -al que citamos también reiteradamente- se anota que «con fecha 11 de enero y en el vapor Asia, vía Burdeos, marcharon, rumbo a la península».

Una vez repatriado a la zona republicana peninsular, cruzando datos se podría reconstruir que -al igual que Francisco SaézRafael Matamala, el farmacéutico de Bata y compañeros de exilio en Camerún- habría ingresado unos meses después al Instituto de Carabineros.
Ambos -Matalama y Miralles- alcanzaron la graduación de tenientes por tener estudios universitarios, si bien en el caso de Miralles, con mayor fortuna (el farmacéutico fallecería en acción de guerra a finales del 37), hasta su deserción de la zona republicana en abril de 1938.

Y -como al resto de "coloniales" leales al gobierno de la República- tras su detención habría sido remitido a los tribunales canarios en donde fue juzgado tras tres años de prisión preventiva.
Se habría privado, eso sí, de la vivencia de confinamiento en el campo de concentración del viejo Lazareto de Gando, cuyos reclusos ya habían sido desconcentrados y reubicados en 1940.

Finalmente, el 12 de marzo de 1942, se publica la Orden por la que se concede libertad condicional a ochenta y seis penados, saliendo así de la prisión de Las Palmas.

Por la hemeroteca se pude entrever, que -una vez en libertad- se asentó con su familia en Canarias.

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TENIENTE  MIRALLES MILLÁN EVADIDO DE ZONA ROJA
7101 – 223 – 17
 CAPITANIA  GENERAL DE  CANARIAS
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GOBIERNO MILITAR DE GRAN CANARIA JUZGADO EVENTUAL NUMERO 3
C A U S A  NUMERO 142  DE  I.938
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INSTRUIDA CONTRA EL EX – TENIENTE DEL EJERCITO ROJO, RODRIGO MIRALLES MELIAN, por el delito de AUXILIO A LA REBELION.
Dieron principio las actuaciones el día 14 de Mayo de 1.938
Prisión preventiva el 14 de Mayo de 1.938
JUEZ INSTRUCTOR
SECRETARIO
EL OFICIAL HONORIFICO DEL C.J.M.
CABO DE INFANTERIA
DON PEDRO PADRON QUEVEDO
DON EDUARDO DIAZ GORDILLO.
Cfr.: A-TMT5 7101-223-17.– Causa nº 142 de 1938.- Cubierta.
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RODRIGO MIRALLES MILIÁN, se había pasado voluntariamente desde la zona roja, por el sector de Arganda, en 19 de abril de 1938, sólo y con una pistola, presentándose a fuerzas de la 17 División.
Declarando que prestaba sus servicios como ayudante del Jefe de la división, con la graduación Teniente de Carabineros.
Hecho prisionero, sería traído a Gran Canaria, quedando ingresado en la prisión de Las Palmas, el 27 de diciembre de 1938.
Casi tres años después de su evasión de las filas rojas y entrega voluntaria a las fuerzas nacionales, en nueve de abril de 1941 sería sometido a Consejo de Guerra, presidido por el Teniente Coronel de Artillería RAMÓN RÚA-FIGUEROA BIAVA, reunido en la sala de justicia del cuartel de San Francisco del regimiento de infantería 39.
En la ceremonia de este consejo, el fiscal MATÍAS VEGA GUERRA solicitaría para el procesado RODRIGO MIRALLES MILLÁN la imposición de la pena de TREINTA años reclusión mayor, con las accesorias legales correspondientes.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Un relato más

Afirma José Luis Vila-San Juan en El curioso alzamiento en Guinea: «Muy poco, casi nada, se ha escrito sobre lo ocurrido en Guinea en aquellas fechas de julio de 1936 que conmovieron a toda España. Y Guinea, aunque distante y en África, también era España».

Relatan en un viejo foro de internet:

El 19 de Septiembre de 1936, el Teniente Coronel Serrano, Comandante de la Guardia Colonial, proclama el estado de guerra en Santa Isabel.
La Guardia colonial estaba organizada en 6 compañías, 5 de ellas territoriales y una móvil. La Plana mayor,banda de música y la 1 compañía en Santa Isabel, las otras 4 en el continente, con cabeceras en Bata, Kogo, Ebinayon y Mikomeseng. La compañía móvil en Río Benito.

La Guardia Colonial tenia una plantilla de:
1 Teniente Coronel
1 Comandante
4 capitanes
14 tenientes y alféreces
1 teniente de intendencia
1 oficial músico
2 brigadas
7 sargentos europeos
56 cabos y guardias europeos
1 maestro armero
1 maestro de banda indígena
4 sargentos indígenas
32 músicos y educandos de música indígenas
18 cornetas y educandos de banda indígenas
24 cabos indígenas
612 guardias indígenas

El Gobernador General de Guinea, Sánchez Guerra, había dimitido días atrás. El gobierno de la República nombro interinamente al Jefe del Servicio de Sanidad colonial, Comandante Medico de la Armada José del Val Cordon como Gobernador General.

En la zona continental el principal activista del Alzamiento era el Capitán Morales Fernández, jefe de la compañía de Bata.Al proclamarse el estado de guerra en Santa Isabel, fue detenido, asi como los demás oficiales, se hizo cargo de la Guardia colonial de Bata el brigada Emilio Fontanet.

En Kogo y Rio Benito se sublevaron los mandos,avanzando sobre Bata una columna. En Bolondo se enfrentaron a las fuerzas del brigada Fontanet, teniendo 2 muertos los sublevados.Ante la amenaza de fusilar a Morales Fernández y demás oficiales, los sublevados, después de parlamentar con Fontanet,deciden huir hacia la frontera, dejando toda la Guinea continental en manos republicanas.
La llegada a Bata el 14 de octubre del Ciudad de Mahon cambia por completo la situación, al no poder resistir el fuego de cañón del buque,las fuerzas republicanas abandonan Bata, que es ocupada por las fuerzas del comandante Gómez Abad, y emprenden la huida hacia la frontera con Camerún, a 230 km. de distancia.

El brigada Fontanet decide resistir en Ebebiyin, ultimo puesto antes de Camerún, produciéndose un enfrentamiento con la columna nacional,teniendo varias bajas los republicanos en los bosques de Kangañe. Fontanet decidió cruzar la frontera junto a los demás europeos, la tropa indígena no tuvo mayores problemas, siguiendo en la Guardia colonial.

En Bata quedo una guarnición de 200 hombres de la expedición llegada en el Ciudad de Mahón y se creo una milicia de voluntarios falangistas.

Una vez pacificada la colonia, el gobierno de Burgos nombro Gobernador al Capitán de Navío Manuel Mendivil.

Comentar también que en el hundimiento del Fernando Poo, resultaron muertos 3 misioneros del Corazón de María y 3 mas heridos, así como un civil. Habían sido encerrados en el buque el día 12, con la intención de intercambiarlos por los prisioneros republicanos de Santa Isabel.

sábado, 2 de marzo de 2019

El declive de un tirano de Gustau Nerín

Para conocer sobre África en general y sobre Guinea Ecuatorial en particular, no hay mejor guía que Gustau Nerín. Algunas entradas de este paseo por la Calle 19 de Septiembre, como por ejemplo el dedicado a La Sección Femenina, serían difíciles de entender sin su trabajo previo.
Y entre sus muchos textos, hay uno de referencia obligatoria: Un Guardia Civil en la selva.
Se trata del Teniente Ayala, al que ya se ha incluido en varias anotaciones del blog.
Merece la pena, sin embargo, dedicar especial atención al capítulo El declive de un tirano del libro de Gustau:

(...) La situación, en Guinea, era mucho más tranquila que en la convulsa metrópolis. Durante las primeras semanas de la guerra, Ayala colaboró con el Frente Popular. Su militancia, pese a todo, era más bien discreta: publicó un panfleto en defensa de la República, pagó 150 pesetas para ayudar a las familias de los republicanos perseguidos y, de vez en cuando, tomaba una copa con el jefe militar de las fuerzas leales (Ayala tenía un bar con terraza en Bata, cerca de la playa, donde se reunían los simpatizantes de la República). Pero, por otra parte, el comerciante y hostelero protegió a varios oficiales de la Guardia Colonial confinados por golpistas. El capitán Ayala fue distanciándose progresivamente de sus compañeros de partido, y en especial a partir de septiembre de 1936, cuando a Bata llegaron noticias de la sublevación de la Guardia Colonial en Santa Isabel y de que los franquistas controlaban la isla de Fernando Poo. Fue en aquel momento cuando los republicanos del Muni se radicalizaron. Los izquierdistas más extremos ganaron influencia y se endureció la persecución de religiosos y colonos sospechosos de apoyar el golpe. Ayala, que estaba en Bata, se enteró de que pretendían encarcelar a los claretianos de la misión de Nkué y les advirtió del peligro. A través de un guineano, les envió una nota muy concisa: «Situación terrible, márchense llevando sólo lo preciso». Un par de religiosos huyeron. Los demás decidieron quedarse en la misión. Al cabo de pocos días, los claretianos fueron arrestados y trasladados a una finca de Bata, primero, y luego a un barco anclado ante la ciudad. La radicalización no fue mucho más lejos; en el Muni no hubo colectivizaciones, ni combates callejeros, ni bombardeos aéreos, ni «paseos», ni milicianos en mono de trabajo… En Bata, con guerra o sin ella, reinaba el relajamiento tropical. Poco después, el propio Ayala huyó de Guinea. Se fue a Camerún sin levantar sospechas, porque solía hacerlo por motivos de negocios. Desde allí escribió una carta al jefe militar de los republicanos, un buen amigo suyo, para explicarle su postura: «Sólo digo que estando usted solo, muy bien, habría tranquilidad, después no». En otra carta insistía en ello: «La vida, desde que V. no tiene solo el mando, no es tranquila, ni es vida […] Ojalá no pase nada y todo acabe bien». En Camerún, al principio, Ayala adoptó una posición muy ambigua. Denunció ante las autoridades francesas a un alemán que supuestamente espiaba para Franco. Pero, simultáneamente, mantuvo contactos con un par de funcionarios coloniales reaccionarios que habían huido de Guinea. El 14 de octubre de 1936, mientras Ayala permanecía en Camerún, un barco artillado con fuerzas marroquíes y voluntarios franquistas atacó Bata. Sin previo aviso, agredió a cañonazos tanto la ciudad como el barco que había anclado ante su playa. Las bombas tan sólo acabaron con tres personas: unos misioneros cautivos en el buque. Los combates, en Guinea, no causaron muchas más víctimas mortales. Los blancos republicanos huyeron en masa de Bata a toda prisa, rumbo a Ebibeyín, para exiliarse en Camerún. Se iban a pie, en condiciones extremas, porque habían abandonado sus hogares lo más rápido posible. Según algunos guineanos, testigos de la huida, había incluso niños blancos desnudos. Prácticamente todos los colonos de izquierdas del Muni pudieron escapar a las vecinas colonias francesas. Sólo [Alejandro Torres García] un militante del Frente Popular se resistió al avance franquista; era un viejo colono que había destacado, años atrás, por sus críticas al autoritarismo de Núñez de Prado. Aquel hombre se atrincheró en un remoto destacamento del sur de Guinea y murió con el fusil en la mano, en pleno corazón de la selva ecuatorial. Cuando los franquistas controlaron el territorio, Touchard, que ya era capitán, fue nombrado subgobernador de Bata. Ayala no abandonó Camerún, sino que sondeó la situación para comprobar si era prudente volver a Guinea. Todavía no lo era. Algunos colonos republicanos habían sido ejecutados. Y varios refugiados que habían decidido regresar a la colonia española, porque no habían jugado ningún papel político destacado, sufrieron penas de cárcel. Un funcionario franquista fue detenido en Bata por el mero hecho de haberse entrevistado con el capitán Ayala en un viaje a Camerún. Al ver que su situación no mejoraba, el ex reclutador envió una carta a Touchard pidiéndole permiso para ir a Toledo a ver a su familia; le aseguraba que, tras saludar a sus parientes, se presentaría ante Franco para que «hicieran con él lo que quisieran: o mandarle al frente o que le mataran». Ayala aseguraba que «él había sido un equivocado, que él se sentía arrepentido y que por lo mismo sentía más deseos de ir a España a luchar para poder quedar limpio de sus culpas». Incluso le aseguró a Touchard que estaba dispuesto a alistarse en la Legión para luchar contra los republicanos como legionario de a pie. Pese a sus solemnes promesas, cuando Ayala constató que las cosas no acababan de quedar claras, lejos de marcharse a la metrópolis como legionario, se limitó, prudentemente, a pasar una temporada más en Camerún. La administración colonial le procesó in absentia. El instructor del caso era, precisamente, Eugenio Touchard, ex colaborador suyo en la época del reclutamiento forzoso. Durante el juicio, algunos colonos derechistas declararon en contra de Ayala, pero las pruebas que presentaron eran poco sólidas: antipatía por los religiosos, comentarios irreverentes, amistad con colonos de izquierdas… La única imputación seria era que de vez en cuando, durante la guerra, se había reunido con los líderes republicanos. La sentencia, al fin, fue condenatoria, porque Touchard no tuvo en cuenta lo que Ayala había hecho — muy poca cosa—, sino lo que no había hecho, que era mucho. En la sentencia se argumentaba que las clases de la Guardia Colonial habían demostrado sus sentimientos derechistas y que, si no se habían sumado a la rebelión militar, era porque Ayala no lo había hecho, ya que el capitán era todo un referente para las fuerzas del cuerpo. El documento dejaba constancia de que, si él hubiese querido, la colonia entera se habría revelado, aunque ya no fuese militar: «Poco trabajo le habría costado al capitán Ayala hacer decidir la suerte de la Guinea a favor de la causa nacionalista». Todos los bienes del capitán fueron requisados. Ayala no compareció ante el tribunal, pero seguía de cerca su procesamiento. Vivía en la ciudad camerunesa de Ambam, a veinticinco kilómetros de la frontera, con su mujer —la fang guineana— y dos hijos mestizos. Para ganarse la vida, regentaba la factoría de un comerciante griego instalado en otra localidad de Camerún. En aquel establecimiento, Ayala tenía como empleado a un ciudadano británico que vivía en Mikomeseng pero pasaba largas temporadas en Ambam. El inglés, al volver de Guinea, informaba detalladamente al factor a propósito de la evolución de sus asuntos legales. Con tal de que le devolvieran sus propiedades, Ayala se mantenía en estrecho contacto con las autoridades franquistas. No le resultaba complicado: muchos de los altos cargos designados por los militares golpistas habían colaborado anteriormente con el capitán. Ayala tenía cierta amistad con el nuevo administrador de Ebibeyín, un médico de la sanidad colonial; de vez en cuando, el ex reclutador viajaba hasta la frontera entre Guinea y Camerún para entrevistarse con él. Algunos responsables de la Administración camerunesa se mostraban inquietos por aquellas reuniones: sospechaban que Ayala se dedicaba al espionaje para las autoridades franquistas, con el objetivo de recuperar sus propiedades; otros funcionarios creían que estaba a sueldo de sus antiguos socios alemanes. Ni unos ni otros hallaron pruebas concluyentes; es probable que sus sospechas fueran infundadas. En julio de 1937 Ayala viajó a Francia. Se embarcó en Duala y abandonó el barco en Burdeos. Desde allí se dirigió al País Vasco francés, donde se entrevistó con algunos altos cargos franquistas y les solicitó la devolución de los bienes que se le habían requisado. Los responsables del Gobierno de Franco le indicaron que, para tramitar su petición, tenía que dirigirse a Burgos. Pero Ayala, prudente, no cruzó la frontera. Sabía que en España podía sufrir penas de cárcel o incluso ser ejecutado. Lo conveniente era esperar. Regresó a Ambam. Ayala, que había sido un potentado en Guinea, vivía ahora en Camerún de forma bastante miserable. Aun así, conservaba su proverbial habilidad para las relaciones públicas, que tan útil le había resultado en Santa Isabel. Llegó a ser muy amigo del jefe de la circunscripción. Solían cenar juntos a menudo. Según un alto funcionario francés, que llevó a cabo una gira de inspección por la región de Ambam, «Ayala es recibido en el hogar del administrador como si fuera el niño de la casa, y se habla delante de él abiertamente». El jefe de la circunscripción de Ambam no era el único que apreciaba al exiliado; al parecer, en aquella aburrida ciudad del sur de Camerún, el capitán no tardó en volverse muy popular: «Es el hombre imprescindible, el cuarto jugador en las partidas de bridge, o la pareja en el tenis…» El comerciante disponía del único vehículo particular de la ciudad y lo utilizaba para hacer favores a los blancos de la circunscripción: «Ayala es quien va a buscar pequeños regalos a Ebolowa o a Yaundé…» En una ocasión, a finales de 1938, llegó a alquilar su coche al administrador de Ambam, que debía ir al Muni en viaje «privado» (en realidad se trataba de una misión de espionaje). El estatus de Ayala en Camerún fue consolidándose poco a poco. En 1940, al ver que su regreso a Guinea aún podía retrasarse más, abrió una fonda en Ambam. En el establecimiento, mucho menos lujoso que el que le habían requisado en Bata, acogía a los españoles que salían del Muni rumbo a Duala o Yaundé. De ese modo, se mantenía puntualmente informado sobre la evolución política de la colonia española. No perdía, al parecer, la esperanza de regresar a sus dominios. Pero su situación distaba mucho de mejorar. En 1940, Ayala fue procesado de nuevo por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Canarias. Por los «delitos» políticos que había cometido durante la República y la Guerra Civil, fue condenado a pagar 300.000 pesetas; 100.000 al acto, y 200.000 en un plazo de cuatro años. Era una multa muy elevada para la época. Quienes la imponían, sin duda, disponían de información muy fiable sobre los bienes que poseía el ex reclutador. Además, el tribunal condenó al oficial a una pena de destierro de tres años y un día. La familia Ayala abonó enseguida el importe del primer pago. La madre del oficial, residente en Madrid, no tardó en presentar un recurso en el que solicitaba la anulación del resto de la sanción. Alegaba que Julián Ayala había abandonado Guinea por sus desavenencias con el régimen republicano y que nunca había destacado como izquierdista. Pero la apelación de su madre fue desestimada. El tribunal político argumentó que no veía motivo alguno para indultarle. Ayala siguió defendiéndose legalmente. A través de un intermediario, solicitó un permiso para volver al territorio del Muni ante el subgobernador de Bata que había relevado a Touchard. A partir de aquello, la pista de Ayala se pierde. Pero pronto volvemos a encontrarla: regresó a España durante los siguientes meses. El 28 de marzo de 1942, el hombre que había sido todopoderoso teniente en Mikomeseng murió en una clínica de Barcelona a causa de una crisis hepática. Tenía cuarenta y seis años y una larga estela de crímenes a sus espaldas. (…)

Casi un año antes, en mayo del 1941, un Consejo de Guerra de Oficiales Generales designado para ver y fallar la Causa instruida en el procedimiento sumarísimo contra el Capitán Ayala le condenó a 6 años de prisión, ya que "es evidente que se ausentó de Bata en víspera de la llegada de las Fuerzas Nacionales y una vez en el extranjero no hizo nada por unirse a dichas fuerzas como era su deber, no solo de honor, por el uniforme que vestía sino por estar obligado a ello por disposiciones emanadas de las Autoridades Nacionales que disponían la obligatoria presentación de todos los retirados extraordinarios y por tanto ha infligido sus deberes militares ejecutando actos que constituyen el delito de negligencia previsto y penado en el párrafo segundo del artículo doscientos setenta y siete del Código de Justicia Militar". Medio año después, en octubre, se publica un orden concediéndole la libertad condicional de la Prisión Militar Castillo de San Francisco del Risco, de Las Palmas de Gran Canaria.
Cuenta igualmente con sendos expedientes de indulto del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas: el primero de 1942 de procedente de la Audiencia Provincial de Juzgado de Instrucción de Santa Isabel y el segundo de 1958, procedente Audiencia Provincial de las Palmas.

viernes, 8 de diciembre de 2017

El frente africano

Ángel Miguel Pozanco Barranco avanzaba en su artículo Por las sendas del fascismo de El Heraldo de Castellón del 9 de abril de 1938, que en una próxima guerra mundial, Guinea sería clave para el aprovisionamiento de materias primas para Alemania, "El África Occidental, base alemana importantísima para una futura conflagaración. Los buscadores de materias primas. Alemana, con su garra en la Guinea española, está cerca de su antigua colonia del Camerón."

Emilio Carles sostenía lo mismo en su análisis sobre la cuestión colonial en La Vanguardia:

La cuestión colonial y nosotros 
Audaz, inteligente y en extremo oportuna para su causa, es la petición formulada por Hitler de las colonias que Alemania poseía antes de perder la guerra europea. Al iniciarse aquella conflagración, el Reich ejercía el dominio sobre extensas y ricas regiones africanas: Togo, Camerún, Sur-Oeste africano alemán y África oriental alemana. Ambicionaba más, pero sus afanes expansionistas no contaban con ningún apoyo, puesto qué.su aliado, el Imperio austro-húngaro- era exclusivamente europeo, y se estrellaban ante la tenaz resistencia de Francia e Inglaterra que, al tiempo que defendían sus colonias africanas, no permitían que Bélgica y Portugal, sus aliados y protegidos de entonces, perdieran un palmo de las suyas. En la época de la anteguerra las posesiones alemanas en el Continente negro tenían el considerable valor de sus riquezas naturales y de su magnífica situación estratégica; pero nada más. Si ahora, o dentro de unos pocos años, aquellas zonas africanas volvieran al dominio de la antigua Metrópoli, su valor económico, político y estratégico, sería inmensamente superior al que entonces tenían. Y esto es precisamente lo inquietante del intento de reivindicación que en este momento formula el tercer Reich. Durante los últimos años ha cambiado la situación interna de algunas colonias africanas, particularmente del Norte; se ha consumado la usurpación de Etiopía por el fascismo italiano, se han alterado las relaciones entre las potencias colonizadoras y se ha producido la guerra de España. Portugal ha dejado de ser el criado sumiso de Inglaterra; respeta y teme a su antiguo dueño, pero, eterno satélite, ahora refleja la luz que recibe de Roma y Berlín, y Portugal ejerce el dominio sobre los archipiélagos de las Azores, Madeira y Cabo Verde, que pueden interceptar las rutas que, de las colonias inglesas y francesas del África occidental y central, conducen a los puertos atlánticos de sus Metrópolis. Portugal posee los extensos territorios de Angola y Mozambique, cuyas fuerzas unidas a las que los nazis pudieran establecer en el Suroeste africano y el África oriental, amenazarían el dilatado Dominio inglés de El Cabo. Con Abisinia bajo el yugo de Italia quedan Egipto y el Sudán oriental entre la tenaza que forma el antiguo Imperio del Negus y Libia, el desierto fascista; y si Alemania consiguiera su intento, el curso alto del Nilo y el África oriental inglesa quedarían aprisionados entre Abisinia y el bloque germanoportugués oriental. Pero lo que acusa la torcida intención de la actitud nazi a; plantear en este momento la cuestión de una nueva distribución del África, es su intervención predilecta en aquellas zonas de nuestro territorio, ahora en poder de los rebeldes, que una política continuada de errores ha apartado del conocimiento del pueblo. Si Franco ganara la guerra, que no la ganará, a pesar de los esfuerzos de las democracias occidentales para que nosotros la perdamos, Alemania habría recorrido la tercera parte del camino que la conduciría al dominio de! África. Todo indica que, a cambio de no estorbar el control italiano en las Baleares, ejercerían los teutones la soberanía de hecho sobre la zona de Marruecos, el Archipiélago canario, Ifní, Sahara español y territorios españoles de Guinea. Nuestra zona marroquí, las Islas Canarias y la cuña de Ifní, serían los polos de una acción contra Argelia y Marruecos francés, donde los agentes nazis ya hace tiempo realizan una sorda propaganda entre los indígenas contra Francia. La Guinea española sería, bajo el control alemán, una excelente base para penetrar en el Camerún, actualmente: bajo el mandato de Francia, y la isla llamada de Fernando Póo (nombre exótico, que deberíamos cambiar) se convertiría en el centinela fascista del Golfo de Guinea, desde el Gabón a la desembocadura del Niger. Las cautelosas potencias democráticas, acostumbradas a ver cómo, por obra de nuestra ridícula colonización, sólo perturba la paz selvática de las bahías españolas de Biafra la presencia de algún cayuco de negros o la lancha de algún aventurero, serían las primeras sorprendidas si algún día se enterasen de la presencia en el fondeadero de Santa Isabel de docenas de avienes y submarinos tripulados por hombres rubios de cabeza cuadrada. Si la torpeza o el miedo, o las dos cosas a la vez, de quienes deben velar por su seguridad, ceden ante el engreimiento hueco del fascismo y permiten el retorno a Alemania de la más insignificante de sus antiguas colonias africanas; si mientras se rearman siguen atándonos las manos y nos impiden que arrojemos.de todos, absolutamente todos, los territorios de la República a los invasores extranjeros y a los traidores indígenas, pronto verán cómo los Estados totalitarios se adueñan del África y se erigen en señores de la Europa central y occidental, incluso las islas, sin que pueda impedirlo el rearme inglés, cuya lenta gestación tanto vigilan sus desorientados políticos. Sólo este nuestro pueblo quijotesco, dotado del sentido de lo descomunal, puede salvar a Europa y al Mundo de la barbarie fascista, y lo conseguirá a pesar de la incomprensible ofuscación de las naciones que no quieren comprender que luchamos tanto por su libertad como por nuestra independencia.