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jueves, 30 de julio de 2020

Yo soy moreno de la Guinea

La entrada Falangistas morenos es un clásico en este paseo por la calle 19 de septiembre de la vieja Santa Isabel. 

Hemos recopilado amarillos recortes de periódico y fotografías en blanco y negro. Pero es todavía más interesante si te lo cuentan los protagonistas.


En este fragmento, el matrimonio Trinidad Morgades y Samuel Ebuka (ambos ya fallecidos) compartían su vivencia de los "flechas morenos":
Yo soy moreno de la Guinea
que por España voy a luchar
contra los rojos que la mancillan
y que la tratan de destrozar.
(...) 
Puedes ver aquí el documental completo Guinea Ecuatorial: la última colonia española.

Y no te pierdas:

viernes, 24 de julio de 2020

XVII aniversario

El 24 de julio de 1953, ABC recogía la nota: 

«El 18 de julio en Fernando Poo. Un momento del brillante desfile militar que, en unión de otros actos -entre ellos la inauguración de la nueva Escuela de Agricultura y la entrega de premios a los trabajadores indígenas-, se ha festejado en Santa Isabel, de Fernando Poo, el XVII aniversario del Alzamiento Nacional».

lunes, 20 de julio de 2020

Guinea everywhere

Es sorprendente: para ser Guinea Ecuatorial y la historia común con España el gran desconocido de la ciudadanía española... Guinea aparece a cada rato: fue el origen de la crisis política que dio lugar a la guerra civil, pero también se vincula a las tramas del comisario Villarejo o cuando menos lo esperas aparece el pequeño Nicolás.

Podemos seguir con otras confluencias, como el origen de Mercadona, la canción del Cola Cao, la campana bubi de Elgorriaga, la inspiración de James Bond (si tienes curiosidad, investiga la operación postmaster en Fernando Poo durante la II Guerra Mundial) y muchas más.

Pese a la materia reservada y la amnesia colectiva, esta solapada omnipresencia es el ejemplo claro de que la teoría de los 6 grados de separación de Frigyes Karinthy es errónea:
Por lo menos en lo que a las relaciones entre Guinea Ecuatorial y España se refiere, la separación se reduce a 2 ó 3 grados. Así, si se rasca un poco la superficie la historia aflora.

Incluso cuando tomes un vino, Guinea puede estar presente.

Te explicamos: ya hemos visto, que la represión franquista desarrolló diferentes mecanismos para ensañarse con la disidencia, pudiendo proceder contra ellos por la vía civil, militar, administrativa... y en no pocas ocasiones acumulándose sanciones de varios tipos. Y de hecho, desde los Tribunales de Responsabilidades Políticas no son inusuales las sentencias con pena de destierro al territorio ecuatorial, sabiendo que la imposibilidad de cumplir con esa sentencia, forzaba en muchos casos a exiliarse al condenado, neutralizándole de esta forma y permitiendo así arropar jurídicamente la expropiación de bienes y patrimonio.

Veíamos en desterrado en Guinea que en 1948 se publicó la sentencia del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Valencia (sentencia hecha el 18 de abril de 1941), condenándo  a Felipe Forner Castells a la sanción de confinamiento a la Guinea Española durante quince años, inhabilitación para cargos públicos y sindicales por igual tiempo y pago de dos mil pesetas. Su delito fue haber sido electo como diputado provincial de Valencia en la República, además de concejal del Ayuntamiento de Sagunto. El condenado se vio forzado a vivir exiliado en Francia con su familia... sin llegar nunca a pisar territorio ecuatoguineano, pese a los requerimientos de comparecencia.

En su exilio, Forner invirtió en un pequeño viñedo en la zona de Corbieres, y esa iniciativa familiar fue el inicio de otros emprendimientos que no nos resultan desconocidos, como es el caso de las Bodegas Marqués de Cáceres, un pilar de la Denominación de Origen de productos riojanos.

Así que, cuando tomes una copa, no dejes de brindar a la salud de los republicanos condenados al destierro ecuatoguineano.

sábado, 18 de julio de 2020

La extraña guerra de Guinea

Afirma José Luis Vila-San Juan en El curioso alzamiento en Guinea: «Muy poco, casi nada, se ha escrito sobre lo ocurrido en Guinea en aquellas fechas de julio de 1936 que conmovieron a toda España. Y Guinea, aunque distante y en África, también era España».

Crónica de la Guerra Española de Codex (1966) es un texto de referencia al que se cita en diferentes entradas. Veamos el texto completo:

España poseía, como un último retazo de lo que fue su vasto imperio colonial de la Edad Moderna, un grupo de islas y un cuadrilátero de tierra continental en los aledaños del ecuador africano los territorios del Golfo de Guinea, hoy autónomos, cuya capitalidad reside en Santa Isabel, una bella ciudad anclada en el costado septentrional de la isla de Fernando Poo.

El alejamiento de la Península, la lentitud de los medios usuales de comunicación -un buque correo mensual que empleaba quince días de navegación desde Cádiz a Santa Isabel-, la especial configuración de su censo demográfico y las singularidades del modo de vivir colonial hacían de la Guinea española un mundo aparte en que parecía incongruente dar cabida a la pasión política. Los escasos 4.000 españoles que se repartían por su paisaje rabiosa y perennemente verde y soportaban los rigores de un clima de invernadero reconocidamente insalubre gozaban, por otra parte, de un standard de vida incompatible con cualquier reivindicación social. Establecido este cuadro, no es de extrañar que los españoles de Guinea permaneciesen durante los dos meses siguientes al 18 de julio en una actitud indefinida, ajenos realmente a la magnitud del drama que había empezado a desarrollarse en la Metrópoli, sin información clara de los hechos ni estímulos para tomar posiciones por sí mismos, y que solamente pequeñas minorías resueltas se decidieran, con evidente retraso, a entrar en acción.

Precisamente el hecho de que españoles de otras islas -las Canarias, apartadas por cierto del escenario de la guerra- interviniesen decisivamente en la toma final de posición de las colonias de Guinea ante el conflicto, así como la fecha en que esta definición empieza a producirse -el mismo día que se preparaba a salir de Mallorca la expedición nacional que iba a reconquistar Ibiza- justifican la inclusión en este capitulo de la crónica del curioso episodio ecuatorial de la guerra de España.

FERNANDO POO Y EL “MENDEZ NUÑEZ”

El ingeniero Luis Sánchez Guerra, gobernador general, asustado por el ambiente levantisco recién importado de la Metrópoli, declara el estado de excepción ya el 5 de junio de 1936 y pide
urgentemente un barco de guerra para calmar los ánimos. El 24 de junio llega a Santa Isabel el crucero Méndez Núñez.

La noticia de la sublevación fue comentada frívolamente el mismo 18 de julio en el bar “Chiringuito”, de Santa Isabel, donde los españoles residentes en la colonia solían reunirse a charlar ante unos vasos de whisky con soda.
El 21, Matres, comandante del Méndez Núñez, pide permiso a Madrid para efectuar, con el gobernador, un recorrido por las islas. Madrid ordena el regreso inmediato del crucero, cuya
marinería revuelta radia el día 23:

“UMRA vigilante. ¡Viva la República!”

El crucero hace escala en Lagos (Nigeria) el 25 de julio. Cuando reposta en Freetown (Sierra Leona) el 28, el comandante se encuentra con un telegrama de Canarias que le insta a incorporarse al alzamiento. El 5 de agosto, con el crucero en Dakar, Madrid se ha enterado de los planes de los oficiales y ordena la vuelta a Fernando Poo, donde se echan anclas el 14 de agosto.

Muy pronto se recibe la orden de entregar el barco a la marinería, que, ante un gobernador general fluctuante, elige como jefe al teniente de navío Bone, El resto de los oficiales son desembarcados y, el 30 de agosto, el barco emprende de nuevo el regreso a la Metrópoli.

Los oficiales desembarcados se fugan a Victoria (Camerún inglés) el 5 de septiembre, y al llegar a Las Palmas el 18, se encuentran allí con Bone, que se había escapado a nado del buque.
El 21 de septiembre, bajo el control de la marinería, el crucero atraca en Málaga y se incorpora a la flota del gobierno.

Mientras tanto, en la lejana colonia -islas y continente- reinaba la incertidumbre, pero no pasaba nada de particular. Por fin, ante la amenaza que suponía la llegada de Barcelona del vapor correo Fernando Poo con un cargamento de armas para el Frente Popular y una tripulación revolucionaria, el jefe de la Guardia Colonial, teniente coronel Luis Serrano, apoyado por un reducido grupo de conspiradores, declara el estado de guerra y se hace con la isla de Fernando Poo en la madrugada del 19 de septiembre.

En el muelle de Santa Isabel, en Fernando Poo, la colonia española en el África ecuatorial, una banda de música Interpreta el Himno de Riego, el himno oficial de la República. Pero la fuerza armada que desembarca y que al momento inicia el desfile no es gubernamental. Son voluntarios y soldados nacionales procedentes de Canarias, que acaban de Incorporar al alzamiento al territorio hermano de la Guinea continental española.

EN LA SELVA

En el territorio continental de la colonia la cosa no fue fácil. El subgobernador, del Frente Popular, se niega a unirse a los sublevados de la isla y el 22 de septiembre hay una escaramuza en plena selva entre los sublevados en Kogo, que avanzan sobre la capital, Bata, y un destacamento gubernamental que sale a su encuentro.
Son blancos contra blancos, ante los indígenas asombrados; pero los fusiles están también en manos de soldados negros. El 30 de septiembre llega a Bata el Fernando Poo, que ha eludido la habitual escala en la isla al ser advertido del triunfo del alzamiento en Santa Isabel. Su famoso envío de armas se reduce a seis fusiles y una pistola.
Pero el gobierno controla todavía la Guinea continental.

Inesperadamente, el 14 de octubre se presenta ante Bata el mercante nacional armado Ciudad de Mahón con una columna de desembarco integrada por 198 voluntarios de Canarias y fuerzas
de Tiradores de Ifni. Una “batalla naval" es necesaria para dominar al Fernando Poo, que, sin artillería, es incendiado y hundido por el Mahón. Y cuando el barco nacional, tras un breve
cañoneo sobre la capital, se disponía a poner rumbo a Santa Isabel, aparece una canoa, con una bandera enorme, desde la que un aragonés vitorea frenéticamente a la Virgen del Pilar. Las
noticias que trae sobre el abandono de la ciudad por los elementos gubernamentales deciden al mando de la columna, que desembarca y se apodera rápidamente de la colonia.

El 15 de octubre, el Ciudad de Mahón llega a la isla sublevada, que le recibe con evidente entusiasmo y con el Himno de Riego muy seriamente entonado.
Aunque no tardaron en surgir raros celos contra los expedicionarios de Canarias, algunos de los cuales acabaron por asentarse definitivamente en la colonia, los nacionales habían incorporado a su alzamiento los lejanos territorios de Guinea.

Salvo el incidente del Himno de Riego, todo sucede en Santa Isabel sin alteración de su calma habitual. Declarado el estado de guerra sin incidentes el 19 de septiembre, casi un mes más tarde la columna de voluntarios canarios que desfila ante el edificio del Gobierno General va a consolidar la alineación de la isla en favor del alzamiento, no sin despertar celos y suspicacias entre los residentes en Fernando Poo que la hablan sumado en su día a la causa nacional. 



lunes, 13 de julio de 2020

Un episodio quizá insignificante, pero documentado

Razona José Luis Bibang Ondo Eyang en La Guerra Civil en la Guinea Española: un episodio quizá insignificante, pero documentado que «no obstante la amplia bibliografía existente sobre la II República, a día de hoy, sigue faltando un estudio general y profundo sobre el transcurso de la República en las colonias, principalmente en los Territorios Españoles del Golfo de Guinea».

Os incluimos tan sólo un fragmento:
[...] El conflicto estalló en la Guinea colonial con un retraso de dos meses: desde el 18 de julio hasta el 19 de septiembre. Tal retraso, más que un fugaz logro de los esfuerzos desplegados por el GG para mantener el pacifismo o la unidad racial en la colonia, debe entenderse como un lapso de observación y maduración de simpatías ideológico-partidistas. El que, antes del 19 de septiembre, los religiosos se refirieran a los sublevados como "rebeldes", "facciosos", o "enemigos", jamás pudo implicar o confundirse con una tenue republicanización de la clase religiosa colonial. Ésta, igual que la metropolitana, siempre defendió el principio monárquico. Los religiosos, pese a que la República fue flexible con sus privilegios coloniales, nunca dejaron de soñar con la restauración de aquella monarquía que los erigió en los máximos garantes de la catolización y moralización de los nativos de Guinea. De modo que la sublevación de 18 de julio, en tanto que un alzamiento contra un régimen que los religiosos definieron siempre como corruptor de valores católicos, no pudo denotar sino alegría y esperanzas para la clase religiosa colonial. Pero aun cuando ésta simpatizó con la rebelión desde el principio, no era, sin embargo, prudente desvelar tempranamente estas simpatías. Al fin y al cabo, se trataba de un incipiente movimiento cuyo resultado final estaba aún marcado por la incertidumbre, y cualquier rápido aplastamiento por la República habría originado alguna que otra represalia sobre los simpatizantes rebeldes en la colonia. Es justo por eso que los religiosos, antes del 19 de septiembre, esto es, antes de la toma de la isla de Fernando Póo por los sublevados, mantuvieron un discurso protocolario de defensa del régimen legítimo. La revista claretiana La Guinea Española revela precisamente este viraje que experimentó el discurso de los clericales coloniales desde el 19 de septiembre. Antes de tal fecha, la revista hablaba de "nuestras tropas" para referirse al ejército republicano. Después del 19 de septiembre, quienes fueran antes los "enemigos", los sublevados, pasaron a ser vitoreados con todo tipo de títulos: héroes, salvadores de España, ejército salvador, Movimiento Salvador, tropas nacionalistas. Por su parte, los que fueran antes "nuestras tropas", los soldados republicanos, pasaron de denominarse como "rojos", o "marxistas" [...].
Es un interesante artículo que -siempre según este blog- os lo recomendamos. Podéis encontrar en texto completo el portal ResearchGate.

martes, 7 de julio de 2020

El vínculo guineano del atentado a Franco (o tal vez no)

 Monumento en memoria de
Gustavo de Sostoa y Sthamer
en la plaza de Palea.
La historia de Restituto Castilla González no concluye con su fusilamiento el 8 de abril de 1940. Luis Leante la documenta en su novela "Annobón", así como la de su abogado defensor Alfonso Pedraza Ruiz, al que acusaron de comunista tras la guerra civil.


A su vez, Pedraza -siempre según la novela "Annobón"- sería condenado posteriormente a 30 años de prisión por intentar asesinar a Franco, 9 años después (14 de noviembre) de que Restituto Castilla lo hiciera contra el gobernador..., ambos al grito de "¡Ni reyes, ni tiranos!" y con la misma arma: una navaja barbera. 

Aunque el propio Luis Leante advierte que en su relato hay «mucha ficción. Es, como decía, un falso documental o una falsa entrevista. En el cine sí existe algo así. Nos cuentan una historia con apariencia real pero sabemos que nos están engañando. Se trata de jugar con los géneros para construir algo que en realidad no existe, aunque pueda tener apariencia documental. Un juego literario que te permite la novela pero que si fuera periodista no podría hacer jamás. (...) el germen de esta historia, hay muchas cosas autobiográficas. Refleja el proceso de documentación de estos siete años, pero con muchas transformaciones. Y ese descubrimiento que da pie a la historia existió, pero no tiene que ver con Restituto Castillo. Son realidades aisladas que al unirlas se convierten en ficción. De hecho, si cogemos los datos por separado, hay un 80-90% de realidad en "Annobón". Si la miramos en conjunto es una gran mentira, pero si la miramos por piezas son pequeñas verdades».

ZendaLibros facilita las primeras páginas de la novela:
Los nombres del capitán Alfonso Pedraza Ruiz y del sargento Restituto Castilla González no aparecerán nunca en los anales de la historia de España del siglo xx. El recuerdo de la aventura colonial del sargento Castilla y el atentado fallido del capitán Pedraza contra Franco se han desdibujado en la memoria individual y colectiva de la posguerra. Los nombres y las historias de Pedraza y de Castilla aparecen dispersos en informes militares, artículos de prensa, sumarios, cartas, diarios personales, documentos inéditos y testimonios orales. Con la suma de todo, hasta no hace mucho apenas se podía escribir un artículo de poca extensión. Y, en cualquier caso, resultaba difícil establecer la relación entre los dos personajes, que se conocieron en 1939 y nunca estuvieron juntos más de diez minutos seguidos en una sala de visitas y en un despacho de la prisión madrileña de Atocha. 
La historia de Restituto Castilla se parece a grandes rasgos a la de otros militares, funcionarios o aventureros anónimos que marcharon a Guinea en la primera mitad del siglo xx en busca de fortuna o huyendo del infortunio. Y, sin embargo, es diferente porque el resultado de su aventura colonial marcó de una u otra forma la vida de personas que jamás pusieron un pie en África o que, en algún caso, ni siquiera llegaron a conocerlo. 
Restituto Castilla González, sargento de la Guardia Civil, de treinta y cinco años en el momento de los hechos, fue condenado por asesinar en 1932 a Gustavo de Sostoa y Sthamer, gobernador general de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea. El crimen fue celebrado en secreto por unos en la colonia y condenado abiertamente por otros en la Península, donde provocó desconcierto e indignación, en igual medida, entre políticos y militares. Desde que Gustavo de Sostoa fue nombrado gobernador de Guinea y desembarcó en la isla de Fernando Poo, su cruzada contra la corrupción, el esclavismo encubierto, los privilegios y los abusos de poder había generado malestar y recelo entre una parte de la población blanca, acostumbrada a gobernantes sin escrúpulos que adaptaban, interpretaban y cumplían las leyes de manera arbitraria, en beneficio propio y de sus adláteres, en un régimen cercano al clientelismo. 
Según se puede leer en la prensa de la época, Gustavo Tomás María de los Dolores de Sostoa y Sthamer, de sesenta años en el momento de su muerte, soltero, hijo de padre español y madre alemana, educado en el colegio protestante El Porvenir, en Madrid, era un hombre «de gran temperamento y carácter singular», que pertenecía al cuerpo diplomático.
El señor Sostoa y Sthamer encontró la muerte el lunes catorce de noviembre de 1932 en Annobón, una isla de diecisiete kilómetros cuadrados, a tres días de navegación de Santa Isabel. En Annobón vivían entonces cuatrocientos sesenta y cinco hombres y setecientas setenta y cinco mujeres, todos africanos excepto tres misioneros claretianos, un practicante y el delegado del Gobierno –el sargento Castilla, cabo de la Guardia Colonial de facto–, que llevaba en la isla algo más de año y medio. El crimen se produjo en la plaza de la República del pequeño poblado de San Antonio de Palé, que había hecho construir el propio Castilla sobre la playa. La plaza tenía forma rectangular y estaba a unos veinte metros de la orilla del mar. Al anochecer, los nativos organizaron un baile tradicional, el balele, en honor a don Gustavo en su segunda visita a la isla. Cuando el sargento Castilla llegó al lugar, el balele ya había comenzado. El gobernador presidía el espectáculo sentado en una silla de campaña. Faltaban unos minutos para las nueve de la noche, según el sumario. El sargento Castilla se acercó al gobernador con unos papeles en la mano. Quería hablar con él, pero Gustavo de Sostoa le ordenó tajante que tratara cualquier asunto con su secretario. A pesar de la tensión, nadie le dio importancia a aquel desencuentro entre la máxima autoridad y su delegado. El sargento Castilla fingió que se retiraba. Se alejó unos metros, sacó su navaja de afeitar, se acercó al gobernador por detrás, con sigilo. Con la mano izquierda le agarró la cabeza y con la derecha le dio dos tajos certeros en el cuello. Los que estaban junto a Gustavo de Sostoa tardaron en darse cuenta de lo que había ocurrido. En la instrucción del juicio los testigos declararon lo mismo, que oyeron un crujido seco, como si se quebrara una rama; que pensaron que la silla del gobernador se había roto; que su secretario le tendió la mano al gobernador para que se levantara, pero su excelencia no se movió. Y en ese momento, el sargento Castilla comenzó a gritar para que la gente que se arremolinaba en torno al gobernador retrocediera. Gustavo de Sostoa, en el suelo y con el bastón de mando en la mano, no se movía. Según confirmaron más tarde los peritos forenses, en ese momento ya estaba muerto o inconsciente. El sargento Castilla sacó su pistola reglamentaria y disparó dos veces al suelo, contra el cuerpo del gobernador, e hizo un tercer disparo al aire. Y en ese instante la gente corrió en todas direcciones y la plaza quedó casi desierta. En medio de la confusión, el sargento comenzó a lanzar vítores y a gritar frases incoherentes. Según la declaración de los testigos, el massa Castilla gritó «Ni reyes, ni tiranos». El sargento, por su parte, declaró en el juicio que también había gritado «Viva la República», y que él era republicano de los pies a la cabeza. Pero el secretario del gobernador dijo que lo que gritó exactamente fue «Viva la República de Annobón». En lo que sí coincidieron los testigos y el acusado fue en que de inmediato Restituto Castilla clavó la rodilla en tierra y pidió perdón. Luego, el sargento se recompuso, se levantó y ordenó a la escolta del gobernador, formada por indígenas, que se subordinara y se pusiera inmediatamente a sus órdenes. Nadie lo obedeció; al contrario, los guardias corrieron a esconderse en las cabañas, se adentraron en el mar o se metieron debajo de algunos cayucos cercanos. 
Castilla se dirigió entonces al edificio de la Delegación, donde convivía con la indígena llamada Mapudo Ballovera. En el trayecto, una cuesta empinada de quinientos pasos, se cruzó con un corneta al que obligó a acompañarlo y a iluminar con una lámpara mientras sacaba su mosquetón, dos cajas de munición, las cartucheras, el correaje, el cuchillo-bayoneta, un silbato, los leguis que utilizaba cuando se adentraba en el bosque y un botijo. En ese momento oyó un ruido en el exterior, cargó el mosquetón y salió a la puerta.
Según contó el padre Epifanio Doce al juez instructor, estaban rezando antes de irse a dormir, cuando un criado llegó a la misión gritando que habían disparado contra don Gustavo de Sostoa. El misionero, que no sabía si el gobernador estaba vivo o muerto, decidió entonces bajar a la playa por si necesitaba confesión o auxilio religioso. Al pasar por la puerta de la Delegación vio que el sargento Castilla le apuntaba con el mosquetón y le gritaba algo que no pudo entender. Inmediatamente el delegado disparó contra él, y el misionero echó a correr en dirección a la playa. Después de dispararle, el sargento Castilla se encaminó al bosque, pertrechado de mosquetón y botijo, dispuesto a resistir hasta que el barco del gobernador se marchara. Eso fue lo que le contó al juez. A pesar de su enemistad pública y manifiesta contra el padre Epifanio Doce y los otros claretianos, negó que tuviera intención de matarlo cuando le disparó al padre superior. 
La noticia llegó a las ocho de la mañana del martes quince de noviembre a Santa Isabel. El radiograma que envió el secretario del gobernador desde el vapor Legazpi decía:
  • Asesinado ayer nueve horas noche Gobernador General por Sargento Restituto Castilla, quien redujo gente desarmada a tiros e internóse en el bosque […] trasladándose cadáver a bordo del que se hizo cargo Capitán ordenando embalsamamiento propósito conducirlo a ésa. Particípole autor hecho conocedor Isla puede resistir. Esperamos órdenes urgentes. SOLER.


Inmediatamente se publicó un «Suelto Extraordinario» en la revista de los misioneros hijos del Inmaculado Corazón de María, La Guinea Española, en el que se anunciaba la noticia. Entre otras cosas decía:
  • Numeroso personal, así del elemento europeo como indígena, acudieron al Gobierno para enterarse de la noticia por sí mismo, no queriendo dar por seguro lo que se corría. Las banderas están todas a media hasta [sic] y la impresión en la ciudad es enorme, oficinas y comercio cerrados. La noticia circuló por la población como reguero de pólvora, produciendo una impresión difícil de reproducir. Éste es el tristísimo hecho, que ciertamente sumirá a la Colonia en patriótico sentimiento, al mismo tiempo que levantará en el espíritu de todo ciudadano la más viril protesta contra un tan horrible atentado.

A las once y cuarto de la mañana, trastornado por el cansancio, enfebrecido y en estado de delirio, Castilla salió del bosque mientras hacía sonar el silbato para anunciar que se entregaba. Venía únicamente con el botijo en la mano izquierda y un pañuelo blanco que agitaba con la derecha para hacer ver que se entregaba. El mosquetón y el cuchillo-bayoneta, según declaró al cabo Sanz, que encabezaba la patrulla a la que se entregó Castilla, habían quedado en el bosque, al pie de la palmera bajo la que había pasado la noche.
Además de una pistola Browning fabricada en Lieja, del calibre siete sesenta y cinco, al sargento Castilla le fueron intervenidas cuatro mil trescientas pesetas de los atrasos que cobró dos días antes; un billete de lotería de Navidad que le había comprado al cabo Sanz, con el número 19537; una libreta en la que había redactado a lápiz dos oficios dirigidos a las autoridades, donde confesaba el móvil que lo llevó a cometer el crimen; dos juegos de esposas, un alicate, una navajita, una navaja barbera marca Solingen con mango de caucho negro y un suavizador para la misma.
El cadáver del gobernador viajó durante tres días sobre la litera de un camarote del Legazpi, envuelto en una sábana e hinchado a consecuencia de los líquidos que le habían inyectado el médico y el practicante del barco: ácido fénico cristalizado, alcohol, glicerina neutra y seis litros de agua. En el camarote contiguo, esposado la mayor parte del tiempo, viajaba su asesino. Cuando el vapor-correo llegó a Santa Isabel, hacía horas que una multitud se agolpaba en el muelle para recibir a ambos. Mientras desembarcaban el cadáver del gobernador, las campanas de la catedral tocaban a muerto. Lo condujeron al palacio presidencial en medio del griterío de los niños, que se peleaban para estar en primera fila. Allí dos médicos lo esperaban para hacerle la autopsia y enviar los datos por radiograma a Madrid, donde esperaban la información. Los doctores concluyeron que las dos heridas de catorce y dieciocho centímetros de la región cervical eran mortales de necesidad y que los disparos que recibió fueron efectuados por la espalda a una distancia de cinco metros.
A las pocas horas, antes de conocer el resultado de la autopsia, varios oficiales y suboficiales del ejército brindaban en el casino de Santa Isabel por la muerte del gobernador. Se unieron a ellos unos cuantos funcionarios. Algunos habían acudido al puerto a recibir al Legazpi y asegurarse de que la noticia del crimen era cierta. En el casino se pronunciaron vítores al rey. Al parecer, nadie sabía que el asesino del gobernador era defensor acérrimo de los ideales republicanos, los mismos que defendía el señor Sostoa. 
Mientras tanto, Castilla permanecía en el camarote del Legazpi, porque el único calabozo que había en la capital no reunía condiciones para encerrar al asesino del difunto gobernador. El sábado diecinueve de noviembre el juez instructor de Santa Isabel subió a bordo del Legazpi para tomarle declaración. En el primer momento Restituto Castilla aseguró que no recordaba nada de lo sucedido.
Funerales en Santa Isabel

Cuatro días después, el Legazpi viajó de nuevo con el cadáver del gobernador y de su asesino en dirección a la Península. El siete de diciembre, a las seis de la tarde, hizo escala en Santa Cruz de Tenerife, donde Castilla fue entregado a la autoridad militar y encarcelado en el cuartel de San Carlos. Los únicos civiles a los que se les permitió acercarse a Castilla fueron un periodista y un fotógrafo del diario republicano de Tenerife La Tarde, que inmortalizó el momento en que el cabo de la Guardia Colonial era entregado por el capitán del vapor-correo a un teniente del Regimiento de Infantería n.º 37, cuyo nombre apareció confundido en el pie de foto con el del capitán del Legazpi.
El cadáver del gobernador continuó viaje hasta Cádiz, desde donde fue transportado en ferrocarril hasta Madrid. Fue enterrado con honores militares el once de diciembre de 1932 en la Necrópolis del Este, el actual cementerio de la Almudena. A su entierro acudieron autoridades políticas y militares, entre las que se encontraba el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, con quien Gustavo de Sostoa había mantenido una relación personal desde hacía más de treinta años. Las noticias que se publicaron en la prensa a modo de crónicas resultaban contradictorias. Algunos medios hablaban de «crimen de carácter político». Para unos Castilla era un republicano que había actuado movido por un elevado sentido del honor y el deber; para otros era un reaccionario que se había rebelado contra la República por considerarla dañina para España y sus tradiciones. Unos y otros retrataban a Castilla como un hombre cegado por la ambición y el poder, una víctima de las enfermedades tropicales, de la soledad y del exceso de ocio que generaban un ambiente propicio para el «arrebato y desvarío mental». Unos lo definieron como comunista, otros como conservador, y la mayoría como un loco. 
El recuerdo de Restituto Castilla se fue diluyendo en el tiempo, hasta su juicio en Gran Canaria en junio de 1934. Apenas los diarios ABC y La Vanguardia se interesaron ya por la noticia. Restituto Castilla González fue expulsado de la Guardia Civil y condenado a ocho años de prisión, de los que cumplió cuatro años y cinco meses en el penal del Puerto de Santa María. Se benefició de la amnistía política que el Gobierno del Frente Popular promulgó en febrero de 1936. Regresó a Madrid en el mes de marzo. Tres años después, cuando las tropas de Franco entraron en la capital, fue detenido y juzgado en consejo de guerra por adhesión a la rebelión militar y por pertenecer al Partido Comunista. Para entonces nadie sabía ya quién era Restituto Castilla, excepto el capitán que debía defenderlo en consejo de guerra, Alfonso Pedraza Ruiz, cuyo destino quedó marcado por aquel encuentro fortuito en las dependencias de la cárcel de Atocha. 
Cuando al finalizar la guerra civil al capitán Pedraza le tocó defender a Restituto Castilla, la historia, la cara y el nombre del sargento no le resultaban en absoluto desconocidos. Alfonso Pedraza había seguido por la prensa, años atrás, las circunstancias de la muerte del gobernador de Guinea y de su presunto asesino, el sargento Castilla. En la fecha en que se produjo el crimen, noviembre de 1932, Alfonso Pedraza tenía veintinueve años y ejercía de abogado en su ciudad natal, León, a la vez que preparaba las oposiciones a judicatura. Estaba casado y tenía una hija de dos años. Pedraza apenas conocía nada de la Guinea Española, excepto algunas particularidades de la legislación colonial que había estudiado en la carrera de Derecho; pero la noticia de la muerte de Gustavo de Sostoa y Sthamer, de quien el suegro de Pedraza no tenía buen concepto, despertó inexplicablemente su curiosidad y su interés. Habría sido lógico suponer que la curiosidad de Pedraza por aquel crimen estuviera motivada por el cariz macabro del delito, o por los motivos por los que aquel sargento de la Guardia Civil había asesinado a sangre fría al gobernador. También habría sido posible que su interés estuviera en el aspecto técnico del proceso. En cambio, lo que parece más probable es que, al ver en la prensa la fotografía del presunto asesino, Alfonso Pedraza reconociera, o creyera reconocer, al hombre que miraba impasible a la cámara -ojos pequeños y muy vivos, ligeramente entornados, como si tratara de leer el pensamiento del fotógrafo-, y reviviera un incidente de juventud, en sus años de estudiante de Derecho en Madrid, cuando se libró in extremis de ingresar en los calabozos del cuartel de la Guardia Civil del paseo de Extremadura. Sea como sea, cuando Alfonso Pedraza desmanteló su casa de León para marcharse con su familia a Madrid, en el traslado se llevó con él la carpeta en la que había guardado los recortes de prensa del asesinato y del proceso judicial de Restituto Castilla. 
Alfonso Pedraza había solicitado su incorporación al ejército al comienzo de la guerra, antes de que lo movilizaran, y en 1939 pidió su continuidad en el cuerpo jurídico, que le fue concedida con el grado de capitán. Pedraza, que hasta su entrada en el ejército había sido un hombre de leyes sin ambición más allá de su familia y de su trabajo, se hizo lamentablemente conocido a finales de 1941, cuando se le relacionó con un complot para asesinar a Francisco Franco. En el diario Arriba, en el número del sábado quince de noviembre de 1941, se puede leer: 
  • El falangista Alfonso Pedraza Ruiz entró en el día de ayer, pasadas las 8 de la noche, en la iglesia madrileña de los Jerónimos con la intención de acabar con la vida del Generalísimo Francisco Franco, que se encontraba en el interior del templo asistiendo a un oficio religioso de carácter privado. Pedraza Ruiz, antiguo Capitán del Ejército Español expulsado por oscuras razones, se abalanzó cobardemente y con gran violencia sobre Su Excelencia el Jefe del Estado cuando éste se disponía a tomar la Comunión, al tiempo que gritaba fuera de sí consignas ininteligibles. Una mano intercesora y milagrosa salvó a nuestro Caudillo de una muerte segura y le concedió la lucidez y frialdad necesarias para pedirle a su asesino [sic] que le entregara el arma, que se le había encasquillado en el momento de disparar. El criminal, a pesar de la resistencia, fue reducido inmediatamente y desarmado por los presentes. El Jefe del Estado, que en ningún momento perdió la calma, no sufrió daño alguno. 
El artículo, que no es mucho más largo, insiste a continuación en la condición de falangista de Alfonso Pedraza, y carga las tintas sobre algunos «elementos perniciosos que perviven ocultos en las filas de la Asociación fundada por el Mártir José Antonio Primo de Rivera». Por aquellas fechas, Falange Española de las JONS, o una parte de Falange, comenzaba a ser un problema para Franco en su intento de reconstruir el país, de manera que el aparato de propaganda del Régimen utilizó aquel intento de asesinato para denunciar la trama organizada por algunas personalidades falangistas, cuyo nombre se insinuaba sin mencionarse.
Aunque en las noticias que publicó la prensa de la época no se reflejan estos datos, hay que añadir que Alfonso Pedraza, falangista desde 1934, había estado casado con la única hija del general José María Pardo Andújar, amigo personal de Franco, cuyo nombre llevaba sonando desde el final de la guerra como candidato a ministro del Ejército.
Según reveló en 1998 el periodista Enrique Herrero en un reportaje de la revista Tiempo, que reproducía parte de la sentencia contra Alfonso Pedraza, el juicio sumarísimo de urgencia estuvo plagado de contradicciones e irregularidades. Incluso la información de la prensa tenía, en su opinión, un tufillo de propaganda que hacía pensar que las cosas no habían ocurrido exactamente como se contaron.
Probablemente lo único cierto de aquel oscuro asunto es que Alfonso Pedraza fue condenado a treinta años de prisión, de los que cumplió veinte. Cuando salió de la cárcel en 1961, Alfonso Pedraza era un hombre derrotado y enfermo, un anciano de cincuenta y ocho años. Nadie se acordaba de él ni recordaba aquel supuesto complot para matar a Franco en el que Pedraza participó como ejecutor. Únicamente a través de un libro de escasa tirada que publicó su hija en 1999, hubo un intento de rescatar y dignificar la figura de Alfonso Pedraza Ruiz, aunque en el libro no se menciona el atentado fallido contra Franco, como si no hubiera existido. Sin embargo, la hija de Pedraza le dedica un capítulo entero a un personaje «siniestro» que, según ella, fue decisivo en la caída en desgracia de su padre: el sargento de la Guardia Civil Restituto Castilla.
De la información que recabó para su artículo Enrique Herrero, se pueden deducir dos hechos que no encajan con la versión oficial. En primer lugar, Alfonso Pedraza Ruiz no pudo haber atentado contra Franco aquel catorce de noviembre de 1941 porque Franco, al parecer, estaba ese día en El Burgo de Osma. Y, en segundo lugar, el arma que le requisaron a Pedraza, según consta en el primer informe policial, no era una pistola, sino una navaja barbera de uso personal que Pedraza llevaba encima para degollar al general José María Pardo Andújar, que hasta la muerte de Pilar Pardo había sido su suegro.
Sin embargo, sí parece cierto que cuando Alfonso Pedraza se acercó a su víctima –es decir, a su suegro– con la intención de degollarlo, gritó algo que se interpretó en su día como una consigna. Y ese grito pudo ser, según contaron algunos testigos y se refleja en el sumario: «Ni reyes, ni tiranos».
Pero puestos a combinar realidad y ficción..., en febrero de 2018, la edición madrileña de ABC publicaba un listado con «los 335 "chequistas" a los que Carmena incluirá en el memorial del cementerio de La Almudena». Tras revisar el listado de nombres de fusilados del franquismo que se pretendería homenajear en el camposanto durante la pasada administración municipal, según el diario, Restituto Castilla estaría no sólo en el listado de fusilados homenajeados, sino que sería uno de los 335 "chequistas".