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martes, 2 de mayo de 2023

Gobernador por un día (o por una noche)

José Luis Vila-San Juan recoge en su relato sobre el golpe de Estado del 19 de septiembre de 1936 en Santa Isabel que:

«La consigna fue presentarnos a las 12 de la noche del 18 de septiembre. Nos reunimos unos cincuenta. Ninguno de nosotros pertenecía a ningún partido político. Pero el Frente Popular tampoco se había dormido, aunque siempre siguiendo la línea moderada que marca todo el proceso de la guerra en Fernando Poo. El mismo 18 de septiembre, destituye a Sánchez Guerra y nombra Gobernador a un medico-cirujano de mucho prestigio y potencialidad económica. Uno de los "triunfadores", no de los "fracasados", como hubiese sido lo lógico. (No me quieren dar su nombre. Yo lo he averiguado, pero quiero respetar el significativo silencio de mis comunicantes como correspondiente cortesía por los muchos otros datos que me han proporcionado.) El nuevo Gobernador ostentó su cargo sólo una noche (la del 18 al 19 de septiembre). Hoy es General de la reserva del Ejército español».

Mucho secretismos cuando está publicado en el BOE. Se trata del coronel retirado de Sanidad de la Armada don Estanislao Lluesma García, que ya había sido gobernador de Guinea en sustitución de Gustavo de Sostoa y Sthamer tras su asesinato.

En cualquier caso, hasta su llegada, Sánchez Guerra ofreció el cargo de gobernador interino al registrador de la propiedad José María Martín-Gamero Isla y al Dr Abelardo Lloret Peral, declinando ambos el ofrecimiento. Posteriormente, el primero acabó sumándose al aparato represor franquista integrando la Comisión de Incautación de Bienes prevista por la Junta de Defensa Nacional, y el Dr Lloret internado en el campo de concentración de Gando.

Pero -tal vez- la duda sea quién quedó finalmente como gobernador interino tras el declinamiento del Dr, Lloret... lo que aclaramos con Fernando El Africano en el imprescindible Foro de Crónicas de La Guinea Ecuatorial: «El Gobernador que dice en la crónica cuyo mandato duró un día y que no quiere mencionar su nombre, era el médico militar don José del Val Cordón. Que llegó a Guinea creo como comandante médico y decidió establecerse en Santa Isabel como médico particular, con su hermana [Carmen]. Posteriormente además de su clínica fue el Director cirujano del Hospital General. Una magnifica persona vecino y amigo de mi familia. Operó a mi hermana Paquita de una operación ocular delicada, y que gracias a sus esfuerzos no perdió el ojo. (…) Recuerdo que me contaba mi tío Julián que era secretario del Ayuntamiento de Santa Isabel, que en principio hubo algunas detenciones por parte del bando republicano y se nombró Gobernador interino a don José del Val, médico y comandante de marina, pero presumo que como no era muy político dimitió. Entonces Santa Isabel se declaró del bando de Franco, y se escuchaban las noticias en casa de mi tío que era de los pocos particulares que tenía una radio. Él era falangista. En Bata dominó la República hasta el hundimiento del Fernando Poo (…). Como premio a su labor durante la Guerra a mi tío lo destituyeron cuando ganó su bando (Franco), y menos mal que logró colocarse de contable en Fortuny».

Aunque realmente tampoco hubo mucho margen de maniobra ni para el Dr Lloret, ni para el Dr del Val: como recuerda Fernando El Africano, a las pocas horas del nombramiento del Dr Lluesma se produjo el golpe de Estado en Santa Isabel.

Os contamos un poco más sobre el efímero gobernador...

El gobernador y su esposa María Luisa Uranga.
Fue destinado a la Estación naval del Golfo de Guinea por primera vez en 1902, y prestó servicio en diferentes países, incluyendo la incorporación al frente de guerra europeo en 1915 -en donde acabó como visitador de campamentos y hospitales de prisioneros franceses en Alemania- para estudiar la organización y los progresos higiénicos y quirúrgicos en los ejércitos involucrados.
Cuenta Estanislao Lluesma Goñalóns, nieto del gobernador Estanislao Lluesma García, que además de gobernador de la Guinea Española en África, «fue médico de la Armada española, que entre sus pacientes contaba con la infanta Isabel de Borbón y el rey Alfonso XIII. Entre muchos otros méritos, mi abuelo recibió la Medalla al Reconocimiento Francés por su gestión con los prisioneros enfermos en Alemania durante la Primera Guerra Mundial y tuvo el extraño honor de haber sido condenado a muerte dos veces en su vida, a causa de sus ideales republicanos, en la España del siglo pasado».

Juan Medina Sanabria, relata en su trabajo Isleta, Puerto de la Luz: campos de concentración, que «El 5 Septiembre 1936 el Gobernador General de los Territorios de la Guinea Española, solicita a Madrid ser cesado de su cargo, siendo aceptada su dimisión el día 17 siguiente, marchando al extranjero. Queda designado para relevarle el Coronel de Sanidad de la Armada Estanislao Lluesma García [y en espera de su incorporación se le propone al doctor Abelardo Lloret Peral como gobernador interino, el cual declina el nombramiento], que repetía en el cargo. Y como podrá verse a continuación, no llega siquiera a trasladarse a la Guinea. Se fraguaba en la isla de Fernando Poó un levantamiento militar, bajo la dirección del Teniente Coronel Luis Serrano Marangues, Jefe de la Guardia Colonial, que se pronuncia el 19 de Septiembre 1936, con la lectura y publicación de un Bando, donde establece de manera rotunda, como únicas órdenes a acatar, las emanadas por el Gobierno de Burgos, no produciéndose ningún hecho trágico en la isla. Al igual que en los lugares donde triunfaba en estos momentos el alzamiento castrense, se procede a la detención de individuos afiliados al Frente Popular y los considerados, por razón de sus actuaciones y conversaciones, desafectos con el nuevo régimen».

Definido por los claretianos en Guinea como «señor equilibrado y comedido», durante el sitio a Madrid fue Jefe de la Defensa Pasiva (Junta Superior de Defensa Pasiva y Antigas de Madrid), encargada de la construcción de refugios antiaereos, así como la creación de brigadas sanitarias, antigases, de desescombro, etc.

Pese a estar marcado ideológicamente, no se vio forzado al exilio.
Sí fue procesado (9289 1939 183/3) por el franquismo y su propio hijo -Estanislao Lluesma Uranga- vivirá exiliado en Argentina. Como recordábamos en la Sentencia de Miguel Hernández Porcel, «sus predecesores leales a la República tuvieron procesos similares, como Miguel Núñez de Prado (1926-1931) que fue fusilado pocos días después del golpe de Estado o Estanislao Lluesma García (1932-1934 y 1936). O su efímero sucesor, Rafael Masiello Guerrero, que acabó fusilado...
Diferente fue con Ángel Manzaneque Feltrer (1934-1935), que como Auditor de la Cuarta Región Militar formó parte del aparato represor».

lunes, 5 de septiembre de 2022

El médico del penal

¿Recordáis El caso del cocinero?

Se trataba de Mariano Juan Mas, cocinero del Fernando Poo, al que le cayeron los 12 años y un día de prisión. Con el tiempo, ese castigo fue la salvación de sus compañeros, ya que mejoró la alimentación de los reclusos pese a los escasos medios disponibles.

Además del hacinamiento y carencias en la limpieza y alimentación, el penal era deficitario en atención y recursos médicos: «Aunque las condiciones de vida durante la estancia en esta penitenciaría fueron bastantes duras, todos coinciden que el estado sanitario era muy lamentable, sobre todo por el hacinamiento de los detenidos, escasez de agua y medios para desinfectar las perennes plagas de piojos, chinches, cucarachas y demás insectos, además de dañinos roedores que campaban a su antojo por todo el recinto penitenciario».

«Pasados los meses del miedo -contará Juan Rodríguez Doreste- empiezan a preocuparse de cosas más materiales como la alimentación. Juan Mas, cocinero del barco Fernando Poo, mejora la calidad del rancho. También, dos médicos presos se encargaban de la sanidad del Penal, era una especie de clínica ambulante, sin camas».

Así, al igual que la presencia del cocinero del Fernando Poo fue providencial, los propios reclusos suplieron las carencias/ausencias del personal sanitario del campo de concentración: es el caso del doctor Abelardo Lloret Peral, recluso del África ecuatorial.

Se trata de uno de los frentepopulistas de Fernando Poo, de los que la historiografía franquista definía como «una docena de descontentos sin prestigio ni arraigo: un comerciante de Santa Isabel, don Jaime Gay Compte, hombre apasionado y violento; un contratista de Obras, José Serrano Roldán, aventurero procedente de Tánger, que había creado en la isla un logia llamada "Fernandina número 17", filial de otras de Valencia y Barcelona; un médico, Abelardo Lloret, y unos cuantos funcionarios de menor cuantía y colonos descalificados».
Al Dr Lloret, no le dedican en ese párrafo las habituales alusiones personales propias de la retórica franquista: se trata de un profesional con una trayectoria inusual entre los expatriados en Guinea. Nacido en valencia en 1897, se tituló como médico cirujano en Valencia, completando su formación -conforme a la edición del 17 de agosto de 1932 de Luz, Diario de la República- con «estudios especiales de parasitología en Londres, Berlín y París, siendo además diplomado de la Escuela de Medicina Tropical de Bruselas y habiendo trabajado en el Congo, por encargo de Bélgica, como jefe de misión contra la enfermedad del sueño, así como en Honduras al frente de misiones profilácticas contra la viruela, el paludismo y la uncinariasis», a lo que -añadimos- en el estudio y combate de la enfermedad de chagas. En 1932 dirigirá la Misión Especial de Endemias para la tripanosomiasis en la Guinea Española, y en 1934 será nombrado Director de Sanidad en el territorio.

Y -siguiendo con la historiografía franquista- tras la renuncia efectiva del gobernador Sánchez Guerra se ofreció el cargo de gobernador interino al registrador de la propiedad José María Martín-Gamero Isla y al Dr Abelardo Lloret Peral, declinando ambos el ofrecimiento.

Así, hasta la llegada del nuevo gobernado Estanislao Lluesma García, recayó el nombramiento interino finalmente en el jefe del Servicio de Sanidad colonial, comandante médico de la Armada José del Val Cordón. Aunque realmente tampoco hubo mucho margen de maniobra: a las pocas horas del nombramiento del Dr Lluesma (y de Dr del Val, en su ausencia) se produjo el golpe de Estado en Santa Isabel: «esa mañana -cuenta Juan Ramírez Dampierre, Vicecónsul portugues- desde las seis, fueron hechos presos cuantos constituían el grupo político Frente Popular y sus simpatizantes, siendo las prisiones hechas por milicias nacionalistas, acompañadas cada una de tres soldados de la Guardia Colonial indígena, todos debidamente armados y equipados. (...) Los presos políticos en número de cuarenta, están bien guardados y vigilados por las milicias, (…) Entre ellos hay media docena de funcionarios de la Secretaría General del Gobierno, cuatro de la Administración de Hacienda, tres de la Administración de Correos, incluyendo el propio Administrador y varios particulares, algunos sin importancia, además de dos negros. También el capitán del Puerto se encuentra entre ellos, señalado como Gobernador Central comunista. (...) El número de presos políticos o sospechosos, continúa creciendo y algunos que habían sido puestos en libertad, poco después, por considerarlos inofensivos, fueron de nuevo capturados al hacerse nuevos registros en sus domicilios o por haber nuevas denuncias contra ellos».

De los dos gobernadores interinos propuestos y que declinaron el ofrecimiento, José Martín-Gamero acabó sumándose al aparato represor franquista integrando la Comisión de Incautación de Bienes prevista por la Junta de Defensa Nacional, y el Dr Lloret detenido e internado en el campo de concentración de Gando.

Lloret, tenía la imperdonable falta de ser uno de los públicos contribuyentes a la donación de las 10.353,65 pesetas para la República, conforme a la Gaceta de Madrid del 5 Noviembre 1936.

Juan Medina Sanabria recoge en su estudio Isleta, Puerto de la Luz: campos de concentración que:
-Abelardo Lloret Peralt, de profesión Médico, Director de Sanidad en la Guinea: Fue detenido en Santa Isabel el 19 Septiembre 1936 (fecha del Alzamiento Militar en esta zona), quedando a disposición del Auditor de Guerra de Canarias, que ordena su libertad el 4 Marzo 1937. El 26 Abril 1937 reingresa a disposición del Gobernador Militar de Las Palmas, siendo liberado definitivamente el 2 Julio 1937, de orden del Comandante General de Canarias, por nuevo examen de los antecedentes enviados por el Gobernador General de la Guinea Española. Después de ser puesto en libertad, desempeña durante muchos años su profesión en el municipio de Valleseco de Gran Canaria.
Pasadas las detenciones iniciales, es condenado en mayo de 1944 «como autor de un delito consumado de Masonería, (...) a la pena de doce años y un día de reclusión menor, accesorias legales de inhabilitación absoluta perpetua». Dos años después, el Juzgado de Instrucción número 2 de Las Palmas de Gran Canaria hace saber que ha sido sobreseído el expediente de responsabilidades políticas y «ha recobrado la libre disposición de todos sus bienes».

Es precisamente durante sus sucesivos cautiverios, que el  Dr Lloret pasaba consulta a sus compañeros de prisión.

Conforme a ASODEGUE, su repatriación definitiva sería en 1963.

lunes, 18 de abril de 2022

León Felipe guineo y boticario

Farmacia del Hospital de San Carlos
 (actual Luba), en 1929.
El 29 de septiembre de 1922, La Guinea Española informa de la llegada de varios pasajeros en el vapor correo Ciudad de Cádiz. Entre los llegados está Felipe Camino Galicia, el poeta conocido como León Felipe.
Hacía unos meses había sido nombrado administrador y farmacéutico del Hospital de San Carlos (en los territorios de la Guinea Ecuatorial española, actual Luba), aunque a petición del jefe de Sanidad el gobernador general decidió reubicarle en la isla de Elobey.

En ambos puestos fue precedido por Rafael Matamala, acompañante de este paseo por la calle 19 de septiembre de la vieja Santa Isabel. Y, al igual que Matamala, como administrador le correspondió la dirección del centro de salud de Elobey y -eventualmente- la subgobernación de la isla.

Poco sabemos del paso de León Felipe por el territorio ecuatorial. Nos queda, eso sí, su poesía:
...He dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá, en el Golfo de Guinea,
en la desembocadura del Muni,
acordando el ritmo de mi sangre
con el golpe seco, monótono y tenaz
del tambor prehistórico africano
de tribus indomables.
He visto a un negro desnudo
recibir cien azotes con correas de plomo
por haber robado un viejo sombrero de copa
en la factoría del Holandés.
Vi parir a una mujer
y vi parir a una gata.
y parió mejor la gata;
vi morir a un asno
y vi morir a un capitán.
y el asno murió mejor que el capitán.
Y ese niño,
¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?
No es un niño, es un mono —me dijeron.
Y todos se rieron de mí.
Yo fui a comprobarlo
y era un mono pequeño en efecto,
pero lloraba igual que un niño,
más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que yo había oído llorar en el mundo.
El Sargento me explicó:
—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,
y nos trajimos al monito.
¡Cómo lloraba el monito!
(...) 
Se trata de un fragmento de “Escuela” del libro ¡Oh este viejo y roto violín!.
En el mismo deja testimonio de la situación de la población local, y la dureza del trato, no dejándole indiferente.

Cuenta Gustau Nerín en Un guardia civil en la selva: «el poeta León Felipe explicaba que, cuando llegó a la colonia como farmacéutico, detectó que hasta entonces habían estado desviándose las partidas presupuestarias destinadas a sanidad. En vez de continuar con las prácticas corruptas de sus predecesores, denunció los hechos ante Barrera, que quedó tan impresionado por la honradez del poeta farmacéutico que le impuso una condecoración. Le aseguró que era el primer funcionario honrado que llegaba a la colonia en muchos años».

Allí permanece tres años para volver a España, haciéndose efectivo su cese en septiembre de 1923.  Al poco tiempo, parte hacia América, invirtiendo todo lo ahorrado en Guinea, quinientas pesetas, en adquirir un pasaje de tercera, en la bodega, entre los más humildes emigrantes.

Al estallar la guerra civil española en 1936 vuelve a su tierra, totalmente identificado con el gobierno republicano y constitucional amenazado entonces por el levantamiento militar del general Franco. Su experiencia es desgarradora. En 1938 huye del bando nacional y se exilia definitivamente en México. Es cuando escribe "Español del éxodo y del llanto":
¡España, España!
todos pensaban
-el hombre, la Historia y la fábula-,
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama...
y has terminado en una charca.
Después de una larga vida enfrentándose a la injusticia a través de su verbo, fallece exiliado en México en 1968.

León Felipe es uno de los ejemplos que dábamos en 80 años del exilio republicano español:
Es cierto que, al estar el territorio ecuatorial administrado por el Estado español, el mismo no pudo ser receptor de exiliados, como sí lo fue el territorio francés, mexicano o argentino, por ejemplo.
Se dan, sin embargo, diferentes situaciones: (...) Funcionarios que pasaron en algún momento por la administración colonial, y acabaron inhabilitados para el cargo público y se vieron forzados al exilio. Son casos como el del doctor Juan Bote, León Felipe, boticario y administrador del hospital de Elobey que falleció en el exilio en México, Joaquín Mallo, presidente del Consejo de Vecinos de Santa Isabel que falleció en el exilio en Francia, o Guillermo Cabanellas de Torres, exSecretario del Gobierno General de la Guinea Española que falleció en el exilio en Argentina. (...)


Esa es la historia de quien llamaba Gerardo Diego: "León Felipe, guineo y boticario".
Si quieres saber más, no dudes en consultar León Felipe, en Guinea Ecuatorial de Vicente Granados.


lunes, 12 de abril de 2021

El caso del médico

En la entrada Libre de toda sospecha exponíamos el ensañamiento con que se castigó la lealtad a la República o la tibieza en el apoyo a los golpistas dentro de la función pública.

En algunos casos, además de la inhabilitación perdieron bienes, fueron desterrados, estigmatizados socialmente o cumplieron prisión (o todas ellas combinadas). Y en algunos, como el del Luis González Peña -el practicante de Fernando Poo-, la persecución acabó en fusilamiento

Por su claridad, rescatamos el caso de José Villaverde de Beitia, médico separado del Servicio Sanitario Colonial el 31 de octubre de 1938. Fue separado de su cargo por estimar que "por su conducta había de considerárselo contrario al Movimiento Nacional, como consecuencia de una información sobre actividades de la Masonería en la Colonia, practicada por un Juez Militar, que dio lugar a la resolución del Gobernador General de Guinea de 19 de octubre de 1938".

El Boletín Oficial del Estado en su edición del 8 de abril de 1947 publicó la Orden de 15 de marzo de 1947 por la que se resuelve el recurso de agravios promovido por don José Villaverde de Beitia, contra resolución de la Dirección General de Marruecos y Colonias de 20 de octubre de 1944.
En la orden se desglosan la sucesión de recursos inadmitidos o denegados que el Dr Villaverde interpuso por años para ser reincorporado, "comunicándose al interesado que, teniendo en cuenta los antecedentes suyos existentes en la Colonia y el informe del Gobernador general de la misma, la Dirección General estimaba que no procedía su reingreso en el servicio colonial".


Falleció 8 años después (3 de marzo de 1955), como médico de Tramacastilla de Tena, Huesca, sin lograr la rehabilitación pese a que el 3 de noviembre de 1945 se le incluyó en la lista de personas sobre las cuales "se ha dictado auto de sobreseimiento en sus respectivos procesos, y que por lo tanto han quedado exentas de responsabilidad, quedando alzadas cuantas restricciones de todo orden se les hubiera impuesto".

lunes, 1 de junio de 2020

La segunda oleada


Instructivo de La Guinea Española
para el uso de mascarillas.
En la entrada El #YoMeQuedoEnCasa de 1921, recordábamos cómo en el verano de 1921 la gripe asoló la isla, anulándose ese año los festejos patronales dedicados a Santiago en Baney. La gripe del 18 -conocida popularmente como española- había llegado con retraso, pero llegó.

«Con el trote de una verdadera invasión hemos sentido llegarse a ésta, aunque en formas benignas, la famosa afección gripal, que tantos estragos hizo en días no lejanos en todo el mundo: nosotros hasta ahora éramos una excepción y no sabemos por dónde se nos ha colado de tal manera el atrevido huésped que apenas si hay casa en a población que no cuente con varios atacados; ha sido cuestión de días, por no decir horas, su toma de posesión».

Banderín de la Cooperativa
Indígena del Campo
de Bacaque Grande
(creada en 1951).
Los primeros casos de agosto no generaron alarma, pero conforme avanzaba la expansión de la pandemia, la población local entró en pánico: se dispersaron comunidades enteras huyendo del contagio social. Y poblados como Bakake fueron abandonados y refundados al año siguiente en otros lugares con mejores garantías de salubridad, al igual que los pobladores de Barépara se mudaron al actual emplazamiento de Bososo. O como las familias de Bakoñá y Batuy que crearon una nueva población junto a la solitaria capilla de Bopa.

Años después, La Guinea Española recordará que visitando la zona continental «don Ángel Barrera y el Sr Loygorri, al adentrarse muchos kilómetros al interior cuando, al atravesar ellos cierta zona, se hallaban todavía los cadáveres insepultos de tantos como la gripe y la viruela habían consumido».

Así con todo, pasó la gripe y tras el correspondiente Bokottekotte, ceremonia religiosa que significa literalmente "estruendo" o "grande ruido", los malos espíritus fueron exorcizados y arrojados de los poblados, retornándose a la normalidad.

Contaba La Guinea Española que ese ritual «tiene lugar después que un pueblo ha sufrido por larga temporada una mortal epidemia o gran calamidad como la gripe o la viruela. El Bojiammo señala el día de la ceremonia, en el cual todos han de procurarse una ramita de palmera por nombre losala chiké. A la puesta del sol, el bojiammo cargadísimo de innumerables amuletos dice a grandes voces: "Biloppéé, obuí, obuí, obuí -Espíritus condenados salid de aquí, afuera, afuera-". En diciendo estas palabras y armado del basalachiké y un garrote da con todas sus fuerzas garrotazos por las paredes interiores y exteriores de su choza. Los vecinos que ya está preparados también con gruesos garrotes y basalachiké en oyendo el ruido de la choza del Bojiammo, ejecutan idéntica operación en las suyas repartiendo garrotazos a diestro y siniestro gritando a una: "Biloppéé, obuí, obuí". Con esto fácilmente se comprende el bullicio y alboroto y estruendo infernales que se producen en el poblado. Verificada la operación en el interior de las chozas, salen todos los hombres a la calle y capitaneados por el propio Bojiammo siguen golpeando las paredes exteriores de las chozas y dando las mismas voces. Así recorren todo el poblado hasta llegar a los arcos que hay en sus entradas. Llegados aquí dicen: "Ajo to lo poalesijé loe palam jalo -Hasta aquí os hemos arrojado, no entréis otra vez jamás en el poblado-", Dichas estas palabras dejan allí mismo las palmas y los garrotes y vuélvense a sus casas, creyendo muy firmememente que todos los espíritus perversos, han huido espantados, del pueblo sin atreverse a entrar más en él».

Sin embargo, unos meses después, en enero el periódico relataba que «Mal año comenzamos: sobre no hallar despejada la incógnita que nos legó el pasado, nos tememos que los males van a llover sobre mojado. No hemos lamentado lo bastante los destrozos causados entre los indígenas por la gripe y viruela, pero lo sensible es que cuando creíamos el mal vencido, vuelve a erguirse con nueva gallardía entre diferentes poblados indígenas y aún entre braceros de fincas. en Rebola, Baney, Bakoñá y otros pueblos del Este; como también en Zaragoza, Botenós y Basakato, ha habido bastantes casos de castigados (...) que se acentúan por la falta de aislamiento conveniente de los atacados. Mucho nos llama la atención por tratarse del tiempo de seca, el menos a propósito para la fecundación de los gérmenes...».

Es decir, hubo un rebrote que todavía se notaba avanzado el 1922 cuando pese a que ya no parecía haber gripe en el territorio ecuatorial, el vapor San Carlos fue puesto en cuarentena tras detectarse enfermos en su ruta de vuelta a la península.


El confinamiento de
los viajeros del San Carlos.


Así que, aunque desconfinemos y concluya el #YoMeQuedoEnCasa, tomemos precauciones ante el COVID-19.

Y si te interesa este tema, le hemos dedicado alguna entrada más en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel:

viernes, 17 de abril de 2020

Patrimonio en cuarentena

¿Recordáis el artículo Patrimonio en llamas? La restauración de la Catedral, al igual que otras urgencias, han quedado eclipsadas por la pandemia del COVID-19.

¿Y si unimos ambas inquietudes?

«El mejor templo levantado a la gloria de Dios en la costa occidental de África» había sido inaugurado en 1916, completándose las torres mellizas conocidas como Alfonsa y Claudia, así como la fachada en los años posteriores.

Si bien la construcción del tempo y palacio episcopal fue sufragado colectivamente, el gran financiador de la adaptación de la fachada había sido el marqués de Comillas.

En 1919, sin haber completado estas últimas obras, fallecieron enfermos de gripe varios familiares del marqués. Es probable, que fueran víctimas tardías de la conocida como gripe española.

Sabiéndose de los fallecimientos en la isla, se organizó un solemne funeral como solidario agradecimiento a uno de los principales mecenas de la construcción de la Catedral, así como vínculo personal con el arquitecto Antonio Gaudí cuya revisión de planos viabilizó la propuesta empírica del Padre Sagarra.

Por cierto, si en la entrada El #YoMeQuedoEnCasa de 1921 esbozábamos la repercusión de la gripe española en Fernando Póo, os completamos la información con la anécdota de que «el paño de lágrimas y consuelo de todos durante esta epidemia, lo ha sido el Rdº O. Superior, P. Luis Sagarra, el cual, a pesar de estar también él contagiado, ha tenido que visitar a los del pueblo [Batete] y a los de las fincas, saliendo a veces por la noche y teniendo que caminar por senderos ásperos y tortuosos…».

En cualquier caso, no olvidéis que estamos en pleno periodo de #YoMeQuedoEnCasa

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martes, 14 de abril de 2020

Una isla en cuarentena

En enero de 1959, La Guinea Española recogía la epidemia de gripe entre la población annobonesa, habiendo enfermado 300 de los dos mil habitantes de isla de "gripe asiática", llegada en esta ocasión al territorio continental a través de la frontera terrestre con Gabón.
Tan sólo unos meses antes casi el 50% de los pobladores había sufrido también la enfermedad. 

«Como todos los males, según creencia de estos naturales, vienen a la Isla con los barcos…» concluía el artículo.

Recuerda, en este periodo marcado por el COVID-19 #YoMeQuedoEnCasa
No lo dudes, en tiempos de pandemia, #EsteVirusLoParamosUnidos




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lunes, 6 de abril de 2020

El #YoMeQuedoEnCasa de 1921

El verano de 1921 la gripe asoló la isla, anulándose ese año los festejos patronales dedicados a Santiago en Baney. Fue general en casi todos los pueblos, y -todavía en 1949- en Bakake recordaban cómo los vecinos «se desparramaron por sus fincas, dejando abandonado el pueblo y la capilla. Al interrogar al jefe Boriesía por los fallecidos, puso ante mis ojos una cuerda con 38 nudos. Después de mucho bregar se volvieron a unir en un lugar cercano donde se hizo nueva capilla». El nuevo Bakake de 1922 y el abandonado en 1921 son lo que actualmente se conoce como los dos Bakake, Grande (Uake-ote) situado junto al río Soka y Pequeño (Uake-ekonno) junto al río Botoó.

Esa situación de pánico y necesidad de buscar la distancia social ante la expansión de la enfermedad, no sólo desarticuló asentamientos organizados: también fue el origen de otros nuevos como el caso de Bososo. «De entre los bubis de Bososo murió el catequista, Vicente Biepa con todos los sacramentos y muchos infieles cuyo número hacía subir a 150 el jefe Ekobo» (...) Además de fallecer Biepa, el maestro-catequista, del que «corrió la voz que alguno de los hechiceros le habían puesto enfermo», falleció también de gripe en esas fechas Pilar Miria, natural de Basinóka, que se encargaba de enseñar a las niñas. «El pánico fue tan general que una vieja, al verse sola con su nietecita, se arrojó al mar. Otros fueron buscando desde Barépara un lugar más ventilado y sano. La situación entonces no agradó a todos los bubis, pero con el tiempo se fueron convenciendo que aquel paraje, por estar relativamente cercano al río y ofrecer buena ventilación y vista, era muy apto para establecerse definitivamente y así quedó constituido Bososo», asentándose los habitantes de la antigua Barépara y Basinoca en un pequeño repecho que hoy ha quedado entre la carreta del Esta de la isla y el mar.

La gripe española, había llegado con retraso a la isla: «Con el trote de una verdadera invasión hemos sentido llegarse a ésta, aunque en formas benignas, la famosa afección gripal, que tantos estragos hizo en días no lejanos en todo el mundo: nosotros hasta ahora éramos una excepción y no sabemos por dónde se nos ha colado de tal manera el atrevido huésped que apenas si hay casa en la población que no cuente con varios atacados; ha sido cuestión de días, por no decir horas, su toma de posesión. (…) Al aparecer una manifestación gripal debe aislarse al enfermo y ponerlo a cuidadosa cura (…). La Directiva de la Cámara ha pasado una Circular solicitando la cooperación de todos para hacer una limpieza estraordinaria en la Población». Pese a todos los cuidados, hubo numerosos fallecidos, tanto entre los europeos como entre los africanos (población autóctona y braceros inmigrantes). «Si bien es cierto que la gripe no ha revestido los caracteres de gravedad que hicieron histórica la enfermedad en Europa. Con todo no ha sido tan inofensiva entre nosotros, registrándose numerosas defunciones entre los elementos de color sobre todo», concluirá La Guinea Española.

Años después, el mismo diario recordará que visitando la zona continental «don Ángel Barrera y al Sr Loygorri, al adentrarse muchos kilómetros al interior cuando, al a travesar ellos cierta zona, se hallaban todavía los cadáveres insepultos de tantos como la gripe y la viruela habían consumido».

En cualquier caso, tampoco el periódico quedó ajeno a la epidemia: a inicios de agosto, La Guinea Española publicaba un editorial disculpándose por la ausencia de la edición anterior, la cual «obedeció a una verdadera necesidad. Al declararse la gripe no creíamos en un principio fuera tan extensa y teníamos los originales en la imprenta; pero es el caso que desde los primeros principios invadió de tal manera nuestros talleres que fue necesario suspender todo trabajo de imprenta y cerrar más tarde todas las Oficinas de Banapá, pues era imposible continuar los trabajos a causa de la invasión gripal, afección que gracias a Dios no ha revestido gravedad, pero que ha sido lo suficientemente para introducir este desbarajuste…»


Así que los claretianos en 1921 ya lo tenían claro: #YoMeQuedoEnCasa
No lo dudes, en tiempos del COVID-19, #EsteVirusLoParamosUnidos

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domingo, 5 de abril de 2020

El catarro de Fernando Póo

En este inusual periodo de confinamiento con el #YoMeQuedoEnCasa es muy sugerente hurgar en los fondos digitalizados de la Biblioteca Nacional de España. Surge así esta curiosidad en la Colección de coplas escritas y cantadas por el actor a cuyo cargo estaba encomendado el desempeño del papel de Tiburón en la zarzuela bufa en tres actos Robinson, durante la temporada cómica de 1872 en el Teatro de Lope de Rueda en Sevilla:

«Tengo un catarro que no me deja ni hablar, y no lo vendo que lo voy á regalar; En el tren mixto que salga para Madrid, á un ministro se lo voy á remitir. Porque es seguro como lo vea el señor, con la cartera se embarca á Fernando Póo; Si en el camino se le vuelve pulmonar, se dará el caso de un ministro reventar.
Zonzin, zonzin - debéis venir,- y otros caribes veréis allí».

Fin de la copla

Y no lo dudes, en tiempos del COVID-19, #EsteVirusLoParamosUnidos

Si te interesa este tema, le hemos dedicado alguna entrada más en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel:

sábado, 16 de noviembre de 2019

El farmacéutico de Bata

Vivienda familiar y Farmacia Lcdo Matamala en Bata.
Fotografía de noviembre de 1935
publicada en el twitter de D Matamala.
En este paseo por la calle 19 de septiembre de la vieja Santa Isabel ha surgido en varias ocasiones el nombre de Rafaél Matamala Baeza, el farmacéutico de Bata:

Podría haber surgido en más testimonios, ya que fue farmacéutico del Hospital de Santa Isabel, así como en el de San Carlos y en el de Elobey, precediendo en estos últimos puestos al poeta León Felipe. Siendo administrador y farmacéutico, asumió también funciones de gobierno, como la supervisión de la obra de comunicación terrestre de San Carlos a Santa Isabel, o la dirección del centro de salud, y -eventualmente- tareas de subgobernación del islote de Elobey.

A inicios de los años 30, prestando en ese momento servicio en la farmacia del Hospital de Santa Isabel la revista La Farmacia Moderna recoge su empeño por lograr el arraigo de la quina en la región como remedio contra el paludismo. Se trata de una encomienda del Comité Nacional del Quino, que se recibe con alegría «¡ya tenemos quinos nacidos en España!»: la malaria no se erradicó oficialmente en España hasta 1964, y la germinación de la semilla francesa y su cultivo eran fundamentales en el tratamiento, estando Matamala entre los pioneros tanto en el cultivo en estufa como en la identificación para aprovechamiento médico de posibles variantes locales.

Más avanzada la década, acabó teniendo su propia licencia farmacéutica en Bata.

En el artículo La casa del padre de Raquel Ilombe sobre el bombardeo de Bata por el Ciudad de Mahón, se recoge la narración de su hijo Gonzalo «...una vez en la bahía de Bata arriaron esta bandera [francesa] e izaron la bandera de los rebeldes (la actual) y sin previo aviso comenzaron a bombardear la ciudad y en especial muchos de los cañonazos fueron dirigidos hacía nuestra casa...», la huida y posterior repatriación a la España peninsular pasando por un breve exilio en Camerún. Precisamente en La huida, se incluye la relación de exiliados que desde Camerún remite Rodrigo Miralles 19 de octubre al Diario de Almería, en la que se encuentran:
Emilio Fontanet, Ángel García Villalba, Eugenio Domingo, Rafael Maciello, su señora y dos hijos; Antonio López y su señora; Toribio Villalobos, Juan Antonio Ortiz, Luis del Caso, Juan Notario Notario y su señora; Rafael Matamala, señora y dos hijos,...
Meses después, según Guinea mártir: Narraciones, notas y comentarios de un condenado a muerte de Pozanco -al que citamos reiteradamente- se anota que «con fecha 11 de enero y en el vapor Asia, vía Burdeos, marcharon, rumbo a la península».

En abril de 1936, La Guinea Española informaba del asentamiento de una nueva factoria «TriSeGal, formada por los Sres Trigo, Sevilla y Gala. Está situada en el edificio propiedad de D. Bernardo López y en el mismo lugar, que ocupó la farmacia del Sr. Matamala».

Por último, en la publicación del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas - 3 de abril de 1940 (I) recogíamos su condena a «dos años de destierro de estos Territorios y la multa de dos mil pesetas». Realmente 2.000 pesetas eran una gran cantidad para la época, pero -sobre todo- la sentencia marca políticamente al farmacéutico y permitía la expropiación de sus bienes para cubrir la multa... a pesar de haber fallecido tres años y medio antes (el 17 de diciembre de 1936) en acción de guerra en Teruel, como recoge su hijo Gonzalo en Recuerdos de mi primera infancia.
En 1957, tras años de ensañamiento, la maquinaria franquista le genera un expediente de indulto, más de dos décadas después su muerte.

Pero para conocer más sobre su vivencia, os recomendamos este hilo redactado recientemente por uno de sus nietos:

lunes, 20 de mayo de 2019

El cementerio musulmán de Musola

En la católica España el núcleo urbano de la capital de Fernando Poo, compuesto por dos
ayuntamientos, se puso bajo la advocación de “Santa Isabel de Hungría" al asentamiento de los colonos europeos y bajo la de “San Fernando Rey” al poblado indígena (actual barrio de Elá Nguema de Malabo). Lo cual no dejaba de ser un guiño misionero y patriótico a los Reyes Católicos.

De hecho,  la Constitución de 30 de junio de 1876 -promulgada por Alfonso XII-, en su artículo 11 establecía:
«La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado. La Nación se obliga a mantener el culto y sus ministros.
Nadie será molestado en territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana.
No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la religión del Estado.»

El periodo republicano supuso una excepción con una Constitución de la República Española de 9 de diciembre de 1931 que estableció el régimen de separación entre la Iglesia y el Estado, al decir en su artículo 3.0 que «el Estado español no tiene religión oficial».

El franquismo acabará de facto con esa aconfesionalidad y lo recogerá en el artículo 6.° del Fuero de los Españoles -ley de 17 de julio de 1945-, que decía nuevamente que:
«La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado español, gozará de la protección oficial.
Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la Religión Católica.»

Procesión en la festividad de la Inmaculada Concepción de 1936, frente a la catedral de Santa Isabel.
El paso con la imagen está escoltado por falangistas uniformados con la camisa azul mahón de rigor, pantalón blanco, zapatos negros, correaje y fusil con bayoneta.
En la fila delantera se reconoce a José García Vidal (primero por la derecha), y Manuel Mendoza la Llave (primero por la Izquierda). En la segunda fila a José Novo Mediano (segundo por la derecha), junto al paso de la virgen, Ramón Cerdá Rovira (tercero por la derecha), al otro lado del paso.

De hecho, Francesc Tur en España en Guinea Ecuatorial: ¿Una colonización ‘Light’? nos recuerda que «La primera norma local emanada del Gobierno general de Guinea bajo control de los franquistas está referida a la toma de medidas contrarreformistas y se limitaba a aplicar lo dispuesto en la real orden 482, de 26 de julio de 1928, en relación a la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas y la exhibición de símbolos religiosos».

¿Pero era católica la población de Fernando Poo?

Aparte de las creencias autóctonas, Gonzalo Álvarez Chillida aclara en Misión católica y poder colonial en la Guinea española bajo el gobernador general Ángel Barrera (1910-1925) que «desde la década de 1840, estaban establecidos en Fernando Poo los misioneros baptistas británicos, sustituidos desde 1870 por los metodistas, y en la costa continental los presbiterianos estadounidenses. Estos últimos lograron establecer pequeñas pero sólidas comunidades, dirigidas en su mayoría por pastores nativos, y los metodistas hacían progresos entre los bubis, mientras que en la capital la mayoría de los criollos fernandinos era protestante. Desde su llegada, los claretianos intentaron que se prohibieran las misiones protestantes y lograron que se cerraran sus escuelas y no se les permitiera usar campanas».

El monopolio católico igualmente estaba cuestionado por la presencia de musulmanes en el territorio. Ilustración Popular en su edición del 22 de febrero de 1936 le dedica un artículo a los Haussas y Yaundes: «En 1916, durante la gran guerra, cuando el ejército colonial y la población civil blanca del Camerún alemán, cruzando el río Campo, se refugiaron en nuestro territorio ante el empuje arrollador de las huestes senegalesas y sudanesas que operaban por cuenta de los aliados, llegaron a Fernando Póo los primeros haussas, unos atraídos por el buen negocio que podían hacer con los diecinueve mil fugitivos, y otros acompañando simplemente a los oficiales alemanes a cuyo servicio estaban».
La comunidad hausa crecía paulatinamente, y como recuerda Fernando el Africano «en los años 1942, el rey Hausa de la ciudad paseaba por la ciudad con un caballo protegido con un mosquitero».
Sara Núñez Torres lo recoge igualmente en La tierra de Bisila: «En Santa Isabel había todo un barrio hausa, de hombres morenos, de negro negrísimo, altos, escuálidos, vestidos con ropajes blancos o azules que llegaban hasta el suelo, y tocados con un bonetillo de tela bordada. Todos ellos profesaban la religión musulmana y se dedicaban a la compraventa de artículos de ébano y marfil, traídos desde el continente».

Pero estamos en la Calle 19 de Septiembre, y nos interesa especialmente la historia de las tropas indígenas traídas del norte de África con motivo del golpe de Estado de 1936:

Como ya se ha tratado anteriormente, en el Ciudad de Mahón que bombardeó Bata y hundió el Fernando Poo el 14 de octubre de 1936, viajaba un Tabor de Tiradores de Ifni (310 hombres, de los que 302 eran moros, según J. Ramírez Copeiro en “Objetivo África”). Y éste permaneció en el territorio hasta mayo de 1937.

Poco después, el 18 de marzo de 1942, tras el incidente de la Duchessa d’Aosta en el puerto de Santa Isabel, y ante el temor de entrar en guerra, desembarcaron del Dómine dos compañías del 6º Tabor de Tiradores de Ifni, constituidas por 100 europeos y 330 marroquíes. Con el tiempo, se incrementarían hasta los 2.100 hombres (1.300 europeos y 800 moros).

Esta cantidad de musulmanes supuso incluso la creación de un cementerio musulmán en Musola, aprobado el 20 de diciembre de 1943 por el subgobernador Rufino Pérez Barrueco.

«Los soldados moros -cuenta J. Ramírez Copeiro- fallecidos y enterrados con arreglo al rito musulmán, podrían ya disponer de un recinto totalmente cerrado con murete de piedra y una mezquita de bella cúpula a la entrada. El viernes 25 de febrero de 1944, el nuevo gobernador, Juan Mª Bonelli Rubio, visitó el Campamento de Musola para saludar a las fuerzas del Tabor de Ifni allí acampadas y hacerse cargo del cementerio musulmán, ante la próxima repatriación de la unidad. De estilo puramente árabe, el cementerio se alzaba en el monte situado a la izquierda de la entrada al campamento, destacando su blanca silueta del verde frondoso del bosque y sobresaliendo de su mezquita un esbelto minarete coronado en su cúpula por tres bolas, en la última de las cuales se mantenía erguida en el aire la media luna del islam. Dentro del recinto, en blancas sepulturas, reposaban los cuerpos de los 8 soldados moros fallecidos del Tabor».

jueves, 7 de junio de 2018

Los presos coloniales en el Penal de Gando

Recoge Javier Rodrigo en La guerra fascista. Italia en la Guerra Civil española, 1936-1939 que Queipo de Llano «declara ante la legación italiana en noviembre de 1937 que tras la guerra los españoles no se convertirían, y que en consecuencia había "que librarse de esta gente. Hay que seguir fusilando, o crear grandes campos de concentración en las Canarias o en Fernando Po [sic]"». Pese a ese explícito posicionamiento, no se llegó a construir un gran campo de concentración en Fernando Poo. Se recurrió, esos sí, -como veíamos en Gran palabra tienen los blancos- al confinamiento de la  población autóctona en Annobón, mientras los coloniales desafectos al golpe de Estado acabarían en el campo de concentración del viejo lazareto de Gando, en Canarias.

Precisamente en "Cuadros del penal: memorias de un tiempo de confusión", Juan Rodríguez Doreste comparte su vivencia de reclusión en el penal de Gando con los represaliados de la Guinea republicana:

LOS PRESOS COLONIALES

Llevábamos algunos meses en Gando cuando llegaron los detenidos en la Guinea española, que procedían de la isla de Fernando Poo y del territorio del Río Muni, a los cuales se habían incorporado los tripulantes capturados del vapor de la Compañía Trasmediterránea, llamado precisamente el Fernando Poo, hundido en las aguas del puerto de Bata. Eran aproximadamente unos ciento cincuenta en total, entre tripulantes y coloniales. De los primeros salieron las bajas más importantes que causó la expedición conquistadora.

Los funcionarios y la guarnición militar del continente, reducida ésta prácticamente a unas milicias que tenían más carácter de gendarmería civil que de unidad castrense, se mantuvieron fieles al gobierno legítimo por espacio, poco más o menos, de tres meses. Suspendido el contacto y la comunicación regular con la Península, en espera de una inminente sofocación del levantamiento, en la que todos confiaban al no triunfar en los primeros días la vasta conjuración, aquellas gentes decidieron aguardar pacientemente el que estimaban cercano desenlace. El único acto que pudiera tildarse de rebeldía, aunque realmente no lo fuera en sus especiales circunstancias, fue la decisión unánime de los tripulantes del Fernando Poo de negarse a zarpar con rumbo a Europa, dejando el barco fondeado en aguas de Bata, en la Guinea continental, hasta que el horizonte político se aclarara. Su pecado mayor, tan ingenuo como contraproducente, fue detener a unos cuantos misioneros, que estaban esparcidos por el interior, y concentrarlos en el Fernando Poo, convertido en parcial prisión militar, bastante diferente por comodidades y trato al inmundo pontón en que fueron encerrados los presos políticos de Tenerife hasta que se trasladaron a la prisión de Fyffes. El gobierno nacionalista decidió, por razones de prestigio exterior, rescatar aquellos territorios y encomendó la misión al Gobierno militar de nuestra provincia. Se requisó y se artilló conveniente mente el vapor Ciudad de Mahón, que prestaba servicios entre las islas, se reclutó un batallón que se llamó de voluntarios canarios,en el que se inscribieron hombres jóvenes y maduros a quienes no agradaba la adhesión directa al falangismo, y en los primeros días de octubre la expedición puso proa aventura. Se rumoreó entonces que la partida se estuvo difiriendo hasta comprobar que el Blas de Lezo, unidad de guerra naval fiel al gobierno republicano, abandonaba las aguas guineanas donde estaba apostado.

En la crónica histórica, que la prensa local relató a través de literatura tan ditirámbica como altisonante, fueron presentadas la conquista y la ocupación como una epopeya heroica. En realidad hubiera podido ser calificada de episodio de opereta —más de seiscientos hombres, entre los cuales figuraba un Tabor moro de Tiradores de Ifni, un batallón de voluntarios uniformados, artilleros, médicos, etc. para reducir a un puñado de aparentes rebeldes que no disponían ni de una sola ametralladora— si no hubiese costado a los vencidos el tributo de numerosas vidas, y a los expedicionarios cinco desaparecidos en el mar, al ladearse inesperadamente el casco del buque Fernando Poo, cuando ya se encontraban a bordo numerosos voluntarios que lo creían definitiva mente estabilizado. De los tripulantes que perecieron, unos se ahogaron al tratar de ganar la orilla a nado, otros fueron ametrallados en la lancha en que huían desde una falúa que el Ciudad de Mahón desplazó para perseguirlos. Pocos pudieron escapar alcanzando, a través de los bosques, la frontera del Camerun. El navío artillado conminó a rendirse al Fernando Poo. Al no acceder la tripulación, le disparó varios cañonazos, uno de los cuales abrió un boquete en la banda de estribor. El barco se escoró y quedó totalmente acostado. El resto de la epopeya fué un sencillo y marcial paseo. Ingresaron en la prisión todos los funcionarios en activo, los supervivientes del barco hundido, y unas cuantas personas más, caracterizadas en la colonia por un republicanismo más o menos tibio, pero desde luego nunca muy extremado y ardoroso.

Imagen del campo de concentración del Lazareto de Gando en Gran Canaria
(Cortesía de Fernando Caballero Guimerá).
En "Los campos de concentración de Franco" de Carlos Hernández de Miguel.
Lo que sí resultó ardoroso fue el largo encierro. Amontonados en unos barracones, en condiciones climáticas tan desfavorables, con servicios higiénicos y sanitarios apenas elementales, desprovistos de ejercicio y de adecuada alimentación, la salud de los presos comenzó a quebrantarse, su estado físico a descaecer visiblemente. Y así un día aparecieron por Gando, derrotados, pálidos, con evidentes señales del estrago corporal que les había causado una reclusión que lindaba en infrahumana. Constituían un buen contingente, muy heterogéneo de composición, pero muy homogéneo en la solidaridad, en el buen espíritu. Venían funcionarios caracterizados: el tesorero de Hacienda, el jefe de Correos, el jefe de la Policía gubernativa, el comisario López García, pintoresco personaje, realmente detenido por error, pues no era ni chicha ni limonada, dependientes de la Curaduría, algunos profesionales, cultivadores y finqueros, escritores, un excelente poeta, etc. y la totalidad de la tripulación del Fernando Poo, desde el capitán, pundonoroso marino, que fue de los primeramente liberados, al cocinero mayor, el inolvidable Juan Mas, que a fuerza de ingenio culinario logró tornar ligeramente más apetecibles aquellas equívocas cocciones que nos servían bajo especie de rancho.

Evoco el grupo de los coloniales, como les llamábamos, con particular simpatía. Compartí el alojamiento, primero, con Gonzalo Carrillo, abogado, pintor y caricaturista, y después, con Francisco Hinestrosa, alto funcionario de Hacienda, que era también excelente retratista. Los tres nos reunimos hasta nuestra liberación en el memorable cuarto de la pintura que en el último año de nuestra odisea fue algo así como la Academia del Penal, en estricto sentido ateniense. Algunos de ellos al salir se establecieron en nuestra isla, se casaron, también fueron otros tardíamente repuestos en sus escalafones oficiales, por que a todas aquellas personas honorables solo podía reprochárseles una con ducta de limpia lealtad, que a los ojos de los insurgentes podría ser reprobable, pero que en el juicio inapelable de la historia, en la balanza de la justicia, debe pesar como auténtica virtud. Para su ventura los coloniales llegaron cuando se vivían las últimas jornadas de la vesania punitiva y se iniciaba el deshielo, como diría Ehremburg a propósito del período poststaliniano en la Rusia soviética. Todavía alcanzaron algunos coletazos, vieron partir a los últimos condenados a muerte. Sufrieron por ello también como nosotros los canarios, porque supieron fundirse de modo espontáneo en la misma anhelosa expectación y en el mismo irremediable dolor, la injusta inmolación de aquellos compañeros que sellaron con su sangre la inmerecida represión que sufrió el pueblo de nuestra isla, que ni antes de nuestra guerra, ni en su inicio, ni en su curso, desmintió con un solo hecho su tradición secular de tranquilo, pacífico y tolerante.

sábado, 16 de diciembre de 2017

El exilio del Dr Bote

Desde Montevideo, cuenta Luciano Álvarez en "La resistencia de Juan Bote":

Juan Bote García pertenece a esa raza de héroes morales que tanto admiro. Nació en 1896 en el pueblo de Alcuéscar, en Extremadura, de familia humilde, y supo labrarse una profesión: licenciado en Ciencias Naturales, luego médico y educador.

La historiadora Luiza Iordache Crstea, ha trazado circunstanciadamente su peripecia y a ella me ciño.

Luego de trabajar durante cinco años en la Guinea Española [siendo director del Laboratorio de Santa Isabel y del Hospital de San Carlos en la isla de Fernando Poo, realizando una extraordinaria labor en el tratamiento de la malaria], Juan Bote regresó a España en 1933 y obtuvo una cátedra de Ciencias Naturales en Barcelona. Tenía fama de profesor duro, pero querible y provechoso.

Probablemente a esa altura ya había abrazado el comunismo. Lo cierto es que durante la Guerra Civil fue persona de confianza de los comunistas, que regían el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad.

Así fue que durante el proceso de evacuación de niños españoles hacia la Unión Soviética, Bote viajó con unos 300 que partieron de Barcelona el 25 de noviembre de 1938. Allá se incorporó a la Casa de Niños Nº 2, en enero del 39, enseñando Ciencias Naturales, Geografía y Matemáticas.

Pronto, tres maestras pidieron su destitución, con el apoyo de una inspectora soviética. La intriga, la calumnia y la delación estaban a sus anchas en el colectivo de comunistas españoles. Pero Bote fue evaluado positivamente por las autoridades; sus conocimientos superiores tanto médicos como pedagógicos eran indiscutibles.

Pasaron unos meses y las denuncias volvieron, ahora recargadas: "Juan Bote no quiere reconocer la pedagogía soviética, se coloca en plan de superioridad con respecto a los camaradas soviéticos, tiene un carácter muy raro y retraído".

Las cosas se calentaron cuando una comisión española examinó a los alumnos. Quedaron escandalizados al percatarse de que ignoraban una serie de cuestiones tan fundamentales como la traición de Casado, la fecha de nacimiento de Dolores Ibárruri o la de promulgación de la Constitución soviética. Los niños necesitaban menos matemáticas y más marxismo, le advirtieron.

Pero la gota que derramó el vaso fue una anécdota que cualquiera —salvo aquellos energúmenos— consideraría menor. Otra profesora, Carmen Parga la relató en sus memorias: Bote "era alérgico al rechinar del papel [borrando] el pizarrón. Un día que estaba especialmente sensible, no se pudo contentar y exclamó: En los países capitalistas ¡hay trapos!. Verdad evidente que le catalogó como antisoviético y que le abrió las puertas de Siberia adonde fue a parar cuando empezó la guerra y llegó la orden de limpiar la retaguardia".

Le destituyeron en febrero de 1940. Apartado de su trabajo, inició gestiones para regresar a España sin importarle las consecuencias que sufriría en la dictadura franquista. Lo mismo estaba haciendo un grupo importante de marinos y pilotos de aviación.

La dirección del Partido Comunista Español era durísima respecto de la salida de los españoles de la URSS. Decía Dolores Ibarruri, la Pasionaria, que no estaba dispuesta a "permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos". A cambio de la negativa, le ofrecieron trabajar en un Centro médico de Moscú. Se negó e insistió.

De izquierda a derecha, el marino Agustín Llona, el aviador Francisco Llopis y el doctor Juan Bote en el Gulag. Fotografía de "Harina de otro costal": Los republicanos españoles en el Gulag (I)

La invasión alemana empeoró las cosas. Por orden de Beria, Juan Bote, veinticinco pilotos y cuarenta y ocho marinos españoles fueron a parar al campo de concentración de Norilsk, al norte del círculo polar ártico. Su peripecia concentracionaria se inició el 25 de junio de 1941. Un largo viaje en condiciones infrahumanas los depositó en la minas de níquel. En abril de 1942 pasaron a un complejo de la industria maderera. Las jornadas de doce horas diarias y, peor aún, el suplicio de alcanzar la cuota, en función de la cual recibían su alimentación, aniquilaban a los internados. En octubre de 1942 fueron trasladados sucesivamente a otros campos: Karabas, Spassk y por fin Karagandá, la estepa del hambre en Kazajstán.

Terminada la guerra, a lo largo de los años 1945-1947, los prisioneros de guerra de distintas nacionalidades volvieron a sus países y el drama de los españoles se conoció en Francia, donde la Federación Española de Deportados e Internados Políticos fundada en 1945 por los supervivientes de los campos nazis, denunció la situación. La respuesta fue clásica y estuvo a cargo de Ilyá Ehrenburg, escritor y periodista soviético, corresponsal de guerra y cronista del Holocausto, repetida por todos los medios comunistas de occidente: los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. En realidad se encontraban ahora en el campo Nº 159 de Odessa trabajando en una fábrica de papel en carácter de confinados.

Las condiciones mejoraron un poco y Juan Bote pudo enviar cartas a las autoridades soviéticas preguntando si de su conducta se infería algún delito de propaganda contra la URSS. Sin respuesta. En otra carta dirigida al Presídium del Consejo Supremo de la URSS solicitaba "hacer efectivo el derecho más sagrado del hombre, el derecho a la Patria, derecho contra el cual no pueden, ni propios ni extraños, oponer razones legítimas ni humanitarias". En otra aun decía: "Considere Excmo. Sr. que cuando llega la vejez y nos acercamos a NO SER, sólo la presencia de aquellos lugares en que discurrieron los años de niñez, puede servir de alivio al gran desconsuelo que es EL MORIR."

La respuesta fue una nueva prisión. El 24 de junio de 1949, junto a Francisco Llopis y Agustín Llona, fue enviado a la cárcel de Odessa, en base a la orden de detención que estipulaba actividades contrarrevolucionarias y peligrosidad para dejarlos en libertad. En febrero de 1950, Juan Bote fue condenado a cinco años de destierro

Cuando supuestamente terminaba el plazo de castigo, pidió la documentación necesaria para repatriarse y allí comenzaron las chicanas burocráticas hasta que el 22 de septiembre de 1956, él y luego sus compañeros Llona y Llopis lograron salir de la URSS.

Para Juan Bote se abrían otras incógnitas. En España pesaba sobre él orden de busca y captura "por sus cargos desempeñados durante la dominación roja a favor de la causa marxista." Pero fue dejada sin efecto puesto que Bote se había hecho acreedor "por su conducta, al reconocimiento y gratitud de la Patria." Un paso para convertir su legítimo resentimiento en un instrumento de propaganda del régimen.

Pero Juan Bote no entró en el juego. Se refugió en Alcuéscar donde comenzara su vida y donde falleció en 1967, a los 71 años. Una calle lleva su nombre.