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sábado, 19 de julio de 2025

El gobernador Faustino Ruiz González x Donato Ndongo

Cotaba el profesor Donato Ndongo en su conferencia "El gobernador Faustino Ruiz González y el nacionalismo en Guinea Ecuatorial" impartida en el Seminario  Internacional “Actores Coloniales españoles y Espacios Africanos SS. XIX-XX":

Acabada la II Guerra Mundial en agosto de 1945, se vivía en todo el mundo una efervescencia de las ideas de libertad. Las colonias europeas en África –que habían participado activamente en la contienda contra el totalitarismo- no quedaron al margen de la corriente liberalizadora. Los movimientos anticolonialistas se vieron reforzados, además, por dos hechos decisivos: la constitución formal de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en octubre de 1945, que contaba con un Comité de Descolonización –conocido como el “Comité de los Veinticuatro-y la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, el 10 de diciembre de 1948, que consagró principios como el de la libertad inalienable de todo ser humano y el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación.

Como es lógico, el auge del nacionalismo en toda África, y, sobre todo, en el África central, se contagió a los entonces llamados Territorios Españoles del Golfo de Guinea, compuestos por las islas de Fernando Poo y Annobón, y la Guinea Continental o Río Muni. Estas colonias estaban aisladas del resto, por su peculiaridad lingüística y la naturaleza del régimen político de la metrópoli, pero, a pesar de todos los intentos, España no pudo impermeabilizarlas de estos efectos, por varias razones: primera, el trazado de los límites con los vecinos territorios franceses, 45 años antes, no había aislado a las poblaciones respectivas de la parte continental, pues las mismas etnias habitaban en ambos lados, por lo que el contacto seguía siendo fluido entre familiares y amigos separados por límites artificiales; segunda: en la isla de Fernando Poo, el continuo flujo de trabajadores y comerciantes nigerianos, imprescindibles para la agricultura colonial, actuaba de corriente transmisora de las nuevas ideas; y tercera, las emisiones radiofónicas de Nigeria, Camerún y Gabón se percibían perfectamente en los territorios controlados por España, facilitadas por la proximidad, y, sobre todo, por los idiomas nativos comunes y el “pidgin”, verdadera “lengua franca” en todo el golfo de Guinea.

Pero en los territorios coloniales españoles se vivía una situación particular, que los hacía diferentes a las colonias francesas e inglesas del entorno. La metrópoli estaba gobernada por una dictadura fascista, dura y terriblemente represora, consecuencia de la victoria del general Francisco Franco Bahamonde en la guerra civil que asoló España entre 1936 y 1939. Y anotemos que, desde el inicio de la II Guerra Mundial en 1939, el régimen español –proclive a Hitler y Mussolini a pesar de su neutralidad oficial- sufría un aislamiento político y, sobre todo, un embargo económico, que se acentuarían tras la victoria de los aliados. Esas circunstancias impedían la recuperación y el desarrollo de la economía española, donde, hasta ya adentrada la década de los 50, se carecía de todo, e incluso la alimentación estaba racionada. España necesitaba todo tipo de materias primas, y sus colonias africanas podían suministrarle algunas. Se revalorizaron así aquellos territorios, mediante la incentivación de la emigración hacia la colonia, con la finalidad de incrementar la producción de cacao, café, aceite de palma, yuca y otros productos imprescindibles, y la explotación de la madera; como meros ejemplos, el aceite de palma guineano sirvió para fabricar jabón, la harina de yuca fue importante en la alimentación de la España de la postguerra, y los ferrocarriles españoles quizá sigan rodando sobre rieles sujetos a traviesas de madera de Río Muni. La primera consecuencia de esa política fue la enajenación de tierras a favor de los colonos, en perjuicio de los nativos. De manera que a los tradicionales agravios de toda colonización –ausencia de libertad, discriminación racial, sobreexplotación de personas y bienes, desprecio de las culturas autóctonas-, el nacionalismo guineano encontró en las expropiaciones forzosas consagradas por la conocida como “Ley de terrenos”, de 4 de mayo de 1948, el argumento básico e inmediato para articular la reivindicación de la soberanía[1].

Son diversas las versiones sobre la primera manifestación pública del nacionalismo anticolonial, aunque coinciden en lo esencial: se produjo en Micomeseng, en febrero de 1948, durante la primera visita oficial de Luis Carrero Blanco, entonces Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, de la que dependía la Dirección General de Marruecos y Colonias. Según Francisco Ela Abeme, los hechos se desarrollaron cuando un grupo de jefes de tribu y otros notables, encabezados por Carmelo Nguema Ndong Asumu, e integrado por Eko Edu Mengue, Esono Ngui, Abeso Motogo, Alogo Nvono, José Meñana y otros, entregó en mano un manifiesto a Carrero, en presencia del gobernador Juan María Bonelli Rubio y del director general de Marruecos y Colonias, general José Díez de Villegas. En resumen, el documento, redactado por Felipe Aseko, Marcos Nze y Marcelo Asistencia Ndong Mba, denunciaba los excesos del colonialismo y pedía una mejora del trato que se daba a los nativos[2], sin cuestionar directamente la situación colonial. Celestino Okenve, sin embargo, señala que el documento fue una “carta” en demanda de la independencia, y habría sido entregada durante una concentración de notables y jefes tradicionales de los distritos más orientales (Ebebiyín, Mongomo, Micomeseng, Añisok y Nsok-Esabecang), convocados por el capitán Basilio Sáez, jefe de la guardia colonial en Micomeseng, para recibir a los visitantes españoles, encabezados por Enrique Ruiz Gallarza, ministro del Aire. Inspirada y redactada por Marcelo Asistencia Ndong Mba, con intervención de Enrique Nvo, se encargó a Moisés Mba Nsono –padre del después candidato presidencial y destacado opositor Andrés Moisés Mba Ada-, “muy amigo de los blancos”, que la entregara a las autoridades españolas; pero éste no se atrevió, y la puso en manos de su amigo el capitán Francisco Pérez Vázquez, delegado gubernativo y jefe de la guardia colonial de Ebebiyín, quien, tras leerla, la guardó en el bolsillo. En la sala del tribunal indígena de Micomeseng, la delegación española se reunió con los representantes guineanos, para transmitirles los saludos de Franco. Al concederles la palabra, el jefe Carmelo Nguema levantó la mano e hizo entrega de una copia del escrito. Marcelo Asistencia Ndong Mba fue represaliado con la venta de todas sus propiedades –incluida su mujer- y confinado en la isla de Annobón durante muchos años[3]. Además de Ndong Mba, otros integrantes del grupo fueron también detenidos, torturados y confinados en Annobón durante una década; alguno logró evadirse y refugiarse en Gabón, integrándose en las filas del nacionalismo.

El resultado de esta acción fue la destitución del gobernador Bonelli Rubio. Se daba la circunstancia de que Bonelli, nombrado en 1943, tenía malas relaciones con el estamento colonial; entre otras razones, por haber propiciado una tímida apertura en el sistema de enseñanza, al modificar el curriculo de la Escuela Superior en la que se formaban los maestros auxiliares y los auxiliares administrativos indígenas. La gran mayoría de los colonos, muy conservadores -encabezados por monseñor Leoncio Fernández Galilea, vicario apostólico-, le acusaban, junto a su inspector de Enseñanza, Heriberto Ramón Álvarez García, de mejorar la educación de los negros con la finalidad de subvertir el orden colonial y prepararles para que pudiesen reclamar la independencia.

Con este telón de fondo, en febrero de 1949 llegó a Santa Isabel de Fernando Poo el nuevo gobernador general, Faustino Ruiz González, marino como la inmensa mayoría de sus predecesores y sucesores. Resultan, pues, claros los objetivos de la sustitución: incrementar la producción económica de la colonia, acentuar la “españolización” de aquellos territorios y cortar de raíz los brotes nacionalistas. En este estudio, dejaremos aparte el análisis de la historia económica y de la historia social, para centrarnos en la historia política de aquel período.

Por razones fácilmente comprensibles –la tradición oral como único testimonio documental, y la obligada clandestinidad de las actuaciones conspirativas- no resulta fácil establecer las fechas exactas del nacimiento de las fuerzas políticas guineanas. Algunas fuentes aseguran que, hacia 1947 o 1948, surgió la “Cruzada Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial”, liderada por Acacio Mañe Ela, un próspero agricultor originario de la zona de Monte Bata, del que no recelaban los colonos ser “emancipado pleno” y miembro del Patronato de Indígenas, por lo cual podía moverse con libertad dentro del territorio colonial sin necesidad de pedir el salvoconducto preceptivo. Otras[4] afirman que se creó tras las detenciones masivas producidas en noviembre de 1959. Es todo un síntoma el nombre escogido para esta primera agrupación nacionalista articulada, que recuerda con fidelidad las ideas de “cruzada” y “liberación”, omnipresentes en la retórica del régimen de Franco, que denominó así a la guerra civil que libró contra la República. Meñe desarrolló en la época una vasta y profunda actividad de proselitismo hacia sus ideas pro-independentistas, realizada sobre todo entre los “evolucionados”: las capas sociales más cultas o prósperas, y personalidades con influencia social, como maestros auxiliares, administrativos, agricultores y catequistas. Algunos de sus partidarios más conocidos fueron el bubi Marcos Ropo Uri, y los fang Enrique Nvo y Francisco Ondo Micha, un prestigioso catequista que ejercía en la emblemática misión de Nkue-Efulan. Más que un partido político, la “Cruzada” puede definirse como un movimiento social y político contestatario que aglutinó a muchos guineanos de todas las tendencias ideológicas y de todas las procedencias étnicas, unidos por el afán de concienciar al pueblo sobre los abusos del colonialismo y exigir la soberanía. Sin embargo, y pese a la coincidencia de fechas y objetivos, aún no ha sido posible establecer un nexo entre la “Cruzada” y el manifiesto de Micomeseng; pero el hilo de los acontecimientos permite extraer la conclusión de que a finales de los años 40 existía una conciencia anticolonial clara y generalizada en Guinea Ecuatorial, que podía manifestarse mediante acciones articuladas o espontáneas.

Lo corrobora asimismo la conversación que mantuvo Ruiz González con el rey Uganda, durante su reunión con los notables ndowés en 1950 (considerada por algunos “cumbre Hispano-Ndowé). Según cuenta Enénge A´Bodjedi, el gobernador español manifestó que “España está dispuesta a otorgar la independencia a su gente benga, así como a los otros playeros de la zona entre el río Campo y el río Muni, pero no a los salvajes pamues de la selva”. Uganda replicó en los siguientes términos: “Fueron vuestros antepasados blancos quienes llegaron hasta la tierra ancestral de mis antepasados negros y les llamaron paganos despiadados y caníbales carentes de compasión con sus semejantes. Los misioneros norteamericanos nos enseñaron, hace cien años, que deberíamos amar a nuestros vecinos tal como nos queremos a nosotros. ¿Cómo podríamos los ndowé aceptar la independencia de España mientras nuestros hermanos y hermanas panghwe (fang) del interior permanecieran colonizados y oprimidos por vuestra gente? Yo no quiero que ningún apartheid divida a los ndowe y a los panghwe de la Guinea Española”. El gobernador contestó: “Bueno… Si quiere que los pamues reciban su independencia al mismo tiempo que sus playeros, entonces está bien. Pero, aunque el mono se vista de seda, mono se queda. Usted y sus playeros verán cómo los salvajes pamues destruirán este próspero país. Sus hermanos pamues del bosque maltratarán a su pueblo playero peor que lo que hizo cualquier blanco. Cuando esos salvajes y caníbales pamues de las junglas del río Muni empiecen a matar y a canibalizar a su gente, sus maravillosos presbiterianos racistas blancos, amantes de Jesús y temerosos de Dios, y el mismo gobierno de los Estados Unidos, no harán nada para detener el genocidio”[5].

Por la misma época, los seminaristas de Banapá –único centro que proporcionaba una enseñanza más o menos homologable a la española peninsular- empezaron a expresar su descontento por su situación. Varios eran los ejes de sus reivindicaciones: la falta de promoción –que ellos vivían como discriminatoria-, ya que los misioneros claretianos, rectores del Seminario, retrasaban cuanto podían su traslado a España o a Roma para proseguir sus estudios de Teología y acceder al sacerdocio; se les tenía prohibido todo contacto con sus familiares, por lo que sus vacaciones escolares transcurrían en el mismo lugar donde estudiaban; los trabajos que les obligaban a realizar en las fincas adjudicadas a los misioneros; la mala calidad de la comida, y, por último, la actitud poco respetuosa de sus educadores, que les vejaban de continuo con insultos y menosprecio a su raza y a sus culturas autóctonas. El conflicto estalló septiembre de 1951, cuando los seminaristas se declararon en huelga, considerada una revuelta por los padres Nicolás Preboste y Antonio Gil Guedán, responsables del Seminario, quienes, muy alarmados, llamaron al obispo Fernández Galilea, y éste al gobernador Ruiz González. El jefe de policía de Santa Isabel, Jaime Ramírez Togores, al frente de un numeroso grupo de fuerzas de la Guardia Colonial y efectivos policiales, se aprestó a reprimir la “sublevación”; pero no contaban con la firmeza y determinación de los estudiantes, que se manifestaban contra “las injusticias” y por unanimidad habían decidido “luchar por las libertades de la institución y del país”[6]. Fueron detenidos los tres cabecillas: Atanasio Ndong Miyón, Enrique Gori Molubela y Rafael Dámaso Sima, así como sus seguidores más destacados: Francisco Obiang Ebaná, Celestino Nnang Mico, Clemente Mpenda Diván, José Esono, Alberto Ndong, Eugenio Eteo, Edmundo Tale, Joaquín Ndong y Vicente Castellón Ntayo[7]. Como puede verse, en el grupo se hallaban compañeros de todos los grupos étnicos, que actuaron de consuno. Fue un espectáculo insólito para los habitantes de Santa Isabel ver encerrados en los calabozos de la Comisaría de Policía a tanto ensotanado, ya que, en la época, los seminaristas vestían como los sacerdotes, aunque su sotana era negra y blanca la de los presbíteros ordenados. Al ser liberados, se expulsó a todos los considerados cabecillas y a algunos de sus seguidores. Rafael Dámaso Sima regresó a su pueblo, en el distrito de Kogo; Enrique Gori se trasladaría después a España para estudiar Derecho, mientras Atanasio Ndong Miyón y Joaquín Ndong se exiliaron en Libreville (Gabón). Tras infructuosas gestiones para ser admitidos en el seminario local, Joaquín Ndong entró a trabajar en una empresa francesa, y Atanasio Ndong se enroló en el Ejército colonial francés. Ambos realizaban frecuentes incursiones clandestinas a la parte continental de Guinea Ecuatorial, para reunirse con activistas y militantes de la “Cruzada”. En 1954, a propuesta de Atanasio Ndong, la “Cruzada” tomó el nombre de Movimiento Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial (MONALIGE), del que fue elegido secretario general. Enseguida contó con las simpatías de los nacionalistas gaboneses y la protección de su dirigente más emblemático, León Mba, que llegaría a ser el primer presidente de Gabón tras su independencia, en agosto de 1960. De manera que una sencilla y nada grave cuestión disciplinaria en un centro educativo se convirtió en un problema político, debido a la cerrazón de unas autoridades coloniales incapaces de dialogar, encabezadas por el gobernador Faustino Ruiz González, sólo dispuesto a emplear métodos represivos.




El MONALIGE, bajo la dirección de Ndong Miyon, se reveló como un partido abierto y dinámico: expandió y consolidó las ideas soberanistas entre la población a través de incursiones cada vez más audaces, gracias a la permeabilidad de la frontera y al apoyo que recibían de los gaboneses. Dentro de Guinea, se sucedían las reuniones clandestinas en los poblados; cuando llegaban los destacamentos de la guardia colonial para reprimirlas y apresar a los independentistas, éstos se habían esfumado en la selva, protegidos por los aldeanos. Las órdenes del Gobierno General eran entonces amedrentar a la población deteniendo a los jefes tradicionales de la localidad, a los familiares de los exiliados y a cualquier sospechoso de connivencia con ellos, que eran multados, encarcelados o condenados a trabajos forzados. Con esos métodos, las autoridades coloniales sólo conseguían legitimar las ideas anticolonialistas y engrosar las filas nacionalistas. Algunos suboficiales guineanos, o simples soldados rasos de la Guardia Colonial, protegieron a personas a las que habían ido a detener, o se pasaron directamente al bando anticolonialista; tal es el caso del sargento Jesús Eworo, que llegaría a ser ministro en el primer gobierno independiente. No se conoce con exactitud el número de guineanos refugiados en las colonias vecinas de Camerún y Gabón entre 1950 y 1964, cuando entra en vigor el Régimen Autónomo; en cualquier caso, llegaría a ser muy numeroso: entre 2.500 y 10.000 personas (según las fuentes), sobre una población que entonces no alcanzaba los 250.000 habitantes[8].

Una de las consecuencias de las dos dictaduras que ha padecido y padece Guinea Ecuatorial desde su independencia es la trágica desaparición de los protagonistas de su Historia, sin que hayan podido transmitir sus vivencias, acciones y recuerdos a las generaciones posteriores. Los que no han sido devorados por la vorágine sanguinaria del “nguemismo” tampoco han tenido la oportunidad de hablar para la posteridad. Recuerdo, durante mi década ominosa en Malabo, que se amedrentaba a las personas con las que pretendía realizar trabajos de campo para recuperar nuestra Historia, como Luis Maho Sicachá y su hermano Elías, Marcelo Asistencia Ndong Mba, y otros que no nombro porque aún siguen viviendo lánguidamente en Guinea Ecuatorial. Por ello resulta muy ardua la labor del historiador, al estar desprovisto de fuentes, orales y escritas, debido al celo desculturizador de las autoridades que sufrimos desde hace 42 años. Es, pues, difícil contrastar la información que poseemos de una sola fuente, y ser riguroso a la hora de ofrecer los datos fundamentales de nuestro devenir histórico. Por eso siempre me limito a dar con cautela los frutos de mis investigaciones en fuentes guineanas, las únicas posibles según de qué temas se trate.

Aprovechando su conocimiento de la situación internacional debido a su estrecha relación con los independentistas de los países vecinos –desde su exilio gabonés, y después de su traslado a Camerún, luego a Argelia- Atanasio Ndong, en nombre del MONALIGE, presenta una dura batalla contra España en los foros internacionales. El 24 de febrero de 1956, con el fin de tramitar adecuadamente la solicitud de entrada de España, el secretario general de Naciones Unidas envió a Madrid un memorando en el que se le preguntaba al Gobierno de Franco si tenía colonias o territorios dependientes. España declaró no tener territorios que no se gobernasen por sí mismos, ya que acababa de devolver a sus legítimos dueños el Protectorado de Marruecos, y el resto de sus posesiones africanas no podían considerarse territorios coloniales, sino “provincias” en las que sus naturales gozaban de los mismos derechos que el resto de los españoles. Así se enteraron los guineanos de que eran “iguales que los españoles”. Pero la creación de la “Región Ecuatorial” tardaría más de dos años en convertirse en una realidad, ya que hasta el decreto del 10 de agosto de 1958 no se oficializa la “provincialización”. Mientras los nacionalistas denunciaban esas falacias en los organismos internacionales, el colonialismo empezó a dividirlos, consciente de que las reivindicaciones soberanistas estaban siendo tomadas en serio por la comunidad internacional y la independencia podía ser posible, como en el resto de África.

Dos fueron los métodos más eficaces: presentar al país no como una unidad, sino como una frágil amalgama de tribus antagónicas, unas más pobres y “salvajes” y otras más “civilizadas” y ricas, cuya coexistencia sólo podía garantizar España; el objetivo era azuzar como fuera unos recelos y rivalidades inexistentes hasta entonces; la otra estrategia fue la introducción de factores ideológicos en unas formaciones políticas cuya razón de ser era casi exclusivamente la liberación del país de la opresión extranjera, sin que hubiesen formulaciones teóricas ni programáticas consistentes que sustentasen políticamente tal aspiración. Esa endeblez ideológica –que al final resultó una de las causas de la posterior tragedia que aún sufre el país- fue aprovechada por la propaganda colonial para infundir en algunas mentes la idea de que los partidarios del MONALIGE, con su secretario general al frente, eran unos “peligrosos comunistas”. La extrema derecha en el poder –en España y, obviamente, en la colonia- empezó a agitar el fantasma de sus propios miedos para asustar a una población que en realidad nada sabía de tales cosas –o estaba influida por dos décadas de adoctrinamiento fascista-, con la finalidad de generar desconfianza hacia los líderes y, en definitiva, impedir o dificultar la independencia. Se logró imbuir en ciertas mentes el espíritu cainista y “guerracivilista” que había llevado al desastre a la propia metrópoli[9].

Al fomentar la rivalidad étnica, el gobierno general regido por Faustino Ruiz González creó las bases de la inestabilidad permanente que minaría la política guineana, evidenciada durante la Conferencia Constitucional, cuyas secuelas permanecen aún hoy. Las pruebas más claras son la creación en 1960 de dos provincias, cuando el decreto del 10 de enero de 1958 aludía a una “provincia ecuatorial”; y, a partir de entonces, la proliferación de una serie de “partiditos” –en la terminología de la época- de base tribal, en una maniobra copiada de la experiencia belga, una de las peores del proceso descolonizador africano, con la que se ahogó al nacionalismo integrador representado por Patrice Lumumba y se impidió –hasta hoy- la cristalización de una nación estable en la República Democrática de Congo.

Otra prueba de nuestro argumento es la creación de Idea Popular de Guinea Ecuatorial (IPGE), el otro grupo político que más contribuyó a lograr la independencia de Guinea Ecuatorial, surgido asimismo de una escisión por la izquierda del MONALIGE. Aunque parece haber sido fundado “dentro del país en los años 1949-1950”[10], fue constituido formalmente en 1959 por exiliados guineanos en Camerún, y su comisión ejecutiva es claramente interétnica: los bubis Marcos Ropo Uri y Luis Maho Sicahá, el fernandino Gustavo Watson Bueco y los fangs Enrique Nvo, Pedro Ekong Andeme, Clemente Ateba o José Nsue Angüe. Dos fueron las características fundamentales de este partido: su radicalismo de izquierdas y su determinación de unir Guinea Ecuatorial y Camerún tras la independencia. La primera podría ser una consecuencia de la deriva cada vez más represora del colonialismo, sobre todo a partir de 1959, como veremos a continuación, o un simple contagio de las formas al uso de los movimientos anticoloniales más ideologizados, como la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC), de Félix Moumié; pero no se conoce ningún documento o actuación que avalara tal discurso y, como el MONALIGE, tampoco articuló su propuesta política en un pensamiento que superase el mero deseo de “echar al blanco”, como afirmó más de un líder; no había, pues, un programa que avalase ese aura de “radicales” que siempre le rodeó, y que podemos atribuir a la contrapropaganda de signo colonialista. La actuación de sus dirigentes lleva a pensar más bien en una ideología liberal en lo político y en lo económico; lo cual explicaría los bandazos de sus principales dirigentes, alguno de los cuales, como Luis Maho, que sustituiría a Nvo en la presidencia del partido, aceptó cargos en el Gobierno Autónomo constituido por Bonifacio Ondo Edu en 1964, al dictado de Carrero Blanco; otros militantes destacados se pasarían al MUNGE. Convenientemente orquestado por la propaganda colonial, su compromiso de federarse con Camerún tras la independencia -anunciado y defendido por Maho en una conferencia internacional en Uagadugú, Burkina Faso, y contemplado en el artículo 3º de sus estatutos- restó al IPGE apoyos dentro de Guinea, hasta que fue suprimido en la reunión de Ebolowa en marzo de 1962, a propuesta de Agustín Eñeso y Esteban Nsue Ngomo. Algunos militantes del IPGE atribuyen a “necesidades financieras” aquella insólita propuesta, bien instrumentalizada por el estamento colonial; el propio Maho se justificaría posteriormente con el argumento de que “no sabía francés” y “firmé lo que me pusieron”.

El decreto de “provincialización”, del 10 de enero de 1958, fue un revulsivo para la sociedad guineana. Las autoridades españolas esperaban que sería recibido con alborozo, al equiparar jurídicamente a colonizados y colonizadores y aliviar los efectos más ingratos de la interacción entre blancos y negros. En vez de ello, arreció la oposición anticolonial: los nacionalistas exiliados protestaron ante la ONU, mientras en el interior crecía la oposición a la medida. Enrique Nvo, líder del IPGE, opinaba que el nuevo estatuto estaba destinado a impedir la independencia, pues vaciaba de contenido las principales reivindicaciones de los nativos, que ya no serían considerados sujetos coloniales, sino ciudadanos –“súbditos”, en la terminología de entonces- españoles. El IPGE convocó una reunión en Santiago de Baney (Fernando Poo), a la que asistieron, entre otros, Felipe Ndjoli, Alberto Mbande, Federico Ebuka y Pastor Toraó. Los congregados acordaron oponerse a las maniobras españolas y comisionaron a Nvo para que viajase a Camerún y utilizara sus contactos con el independentismo local para hacer llegar a la ONU un escrito que denunciaba la “provincialización” y exigía la independencia. Nvo llegó a su pueblo, Mbé, en el distrito de Micomeseng, donde cruzó el río Campo (Ntem), fronterizo con la colonia francesa. A partir de ahí se pierde su pista, existiendo varias versiones sobre su desaparición: para unos, “un soplón” habría comunicado a la policía colonial los pormenores de su misión, y habría sido asesinado por guineanos pagados por el gobernador Ruiz González; para otros, Nvo fue asesinado por instigación del gobierno autónomo camerunés –presidido por Ahmadou Ahidjo, que después sería el primer presidente del país- al negarse a ratificar el “compromiso” de federar ambos países tras la independencia.

La desaparición de Enrique Nvo conmocionó al independentismo guineano, y sólo tuvo como consecuencia la huida hacia el exilio de numerosos nacionalistas, que redoblaron sus esfuerzos para acabar con la colonización. En julio, el IPGE presentó ante la ONU una petición formal de independencia, al tiempo que denunciaba la “provincialización” como una argucia de los españoles para impedir el acceso a la soberanía. Se constituiría oficialmente como partido político en Ambam (Camerún), a principios de 1959.

Tras la “provincialización” oficial y la desaparición de Nvo, el MONALIGE, por su parte, también se reafirmó en su determinación de proseguir la lucha por la independencia. En una reunión clandestina que tuvo lugar en Kogo el 10 de junio de 1959, los asistentes (Atanasio Ndong Miyón, Agustín Bibang, Miguel Aloo, Eduardo Makambo, Rafael Dámaso Sima, Ramón Ela, Adolfo Obiang Bikó y otros) resolvieron “potenciar la extensión de las bases nacionalistas en toda Guinea” y enviar al exilio a guineanos voluntarios, con el fin de activar la propagación “de los fundamentos de un cambio revolucionario que se preveía irreversible”, cursar solicitudes de asilo en los países vecinos, cuya independencia ya tenía fecha, y “canalizar los contactos con los Estados africanos ya independientes y con las Naciones Unidas”. A partir de entonces, Ndong Moyón y sus seguidores multiplicarían aún más sus frecuentes viajes clandestinos a las localidades guineanas fronterizas con Gabón. Es también en esta época (1959-1960) cuando el MONALIGE crea un sindicato de inspiración cristiana, la Unión General de Trabajadores de Guinea Ecuatorial; se producen contactos continuos de colaboración activa entre los opositores del interior (Bonifacio Ondo Edu, Francisco Salomé Jones…) y del exterior, así como los acuerdos de concertación entre el MONALIGE y la IPGE.

A mediados de 1959, llegaron a Guinea los primeros efectivos de la Guardia Civil, fuerza de seguridad más eficaz en las tareas policiales que la obsoleta Guardia Colonial (que pasó a llamarse Guardia Territorial). Entre sus 350 efectivos, desplegados en cinco distritos de Fernando Poo y Río Muni, no había un solo guineano, para evitar las complicidades con los nacionalistas detectadas en la Guardia Colonial, compuesta por oficiales blancos y suboficiales y tropas nativas. A medida que España completaba el ordenamiento jurídico de la “provincialización”, arreciaba la represión. Su punto culminante fue la detención y asesinato de Acacio Meñe Ela, cabeza visible del MONALIGE en el interior, el 28 de noviembre de 1959[11]. Meñe fue detenido en Bata, cerca de la Misión Católica, cuando salía de entrevistarse con el padre Antonio Cañigueral, “gran amigo suyo”; aunque otras fuentes aseguran que acababa de confesarse con el padre Nicolás Preboste, vicario general; trasladado al cuartel de la Marina, al parecer fue brutalmente torturado y luego embarcado en un buque que zarpaba hacia Fernando Poo, pero no llegó a la isla. Desde entonces se cree que fue arrojado al mar.

Si la muerte de Enrique Nvo conmocionó al país, este nuevo crimen resultaría un revulsivo. El gobernador Ruiz González reactivó la represión. Fueron detenidos numerosos maestros, funcionarios y gente destacada de las que se sospechaba una proclividad con las ideas soberanistas; entre otros, Justino Mba Nsue, Federico Ngomo Nandongo, Agapito Ona, José Nsue Angüe Osa, Federico Ebuka, Juan Roku, Felipe Ndjoli, Esteban Santos Ekoo, Jesús Alfonso Oyono, Salvador Ndong Ekang, Alejo Ndong... Todos fueron encarcelados y torturados, algunos con especial saña, como Salvador Ndong Ekang. Curiosamente, ninguno de los bubis y fernandinos implicados fueron encarcelados, ni otros que, como Enrique Nkuna y el sacerdote Alberto Ndong, quedaron como sospechosos. En una gira que realizó por todo el país, el gobernador Ruiz González fue muy claro: “Esos que están ahora en las mazmorras, detrás de mi palacio en Santa Isabel, llorando como mujerzuelas, que creían que ya eran algo por saber las cuatro operaciones fundamentales, conocerán dentro de poco cuán peligrosos son ciertos juegos (…) Debo recordar aquí, en Micomeseng más que en ningún otro sitio, que mi puño no temblará para firmar la sentencia de muerte de ningún desgraciado que atente contra la dignidad de España; vista el hábito que vistiere, cualquiera que atente contra la españolidad de estas tierras lo mandaré fusilar”[12]. Y los habría mandado fusilar de no oponerse el obispo de la diócesis, Francisco Gómez Marijuán, y el comandante de la Guardia Territorial, Huete, que al parecer discrepaban de los métodos expeditivos del gobernador. Se propuso el destierro de los implicados a la isla de Annobón, idea que también fue rechazada, y los nacionalistas fueron saliendo de las cárceles (Black Beach de Santa Isabel y “Modelo” de Bata), tras ocho meses o un año (según los casos) de trabajos forzados.

El ya por entonces almirante Ruiz González no actuó por su cuenta, sino de acuerdo con el ministro Subsecretario de la Presidencia, el también almirante Luis Carrero Blanco, mano derecha de Franco, del que dependían las colonias. Lo prueba un párrafo de uno de sus discursos durante su visita oficial a Guinea en octubre de 1962, pronunciado en Bata, en el que, tras asegurar que no era la primera vez que viajaba a aquellas tierras, añadió: “Hace poco tuve que venir a cortar la cabeza de una serpiente negra en el estuario del Muni”[13]. ¿Se refería a Acacio Meñe? En las referencias biográficas oficiales, no consta ese viaje. La verdad sólo se sabrá cuando las autoridades españolas tengan a bien abrir a los investigadores las secciones correspondientes del Archivo General de la Administración, sito en Alcalá de Henares.

En 1960, 17 países africanos obtuvieron su independencia. El colonialismo, tal como se había entendido desde finales del S. XIX hasta la primera mitad del S. XX, quedaba derrotado. Pero no por ello se agotaron las esperanzas de los “viejos coloniales”, como se llaman a sí mismos: estaban dispuestos a oponer resistencia, siguiendo los ejemplos de Portugal, y, sobre todo, de las minorías blancas de Rhodesia del Sur (actual Zimbabue) y Sudáfrica. Diversos estamentos coloniales –los “finqueros” agrupados en el sindicato del Cacao, los madereros y los funcionarios- podían resignarse ante la independencia de la parte continental, pues, a fin de cuentas, no habían conseguido dominar el miedo depositado en su imaginario hacia los belicosos fang, “fieros” y “salvajes”, a los que llamaban pamues. Pero Fernando Poo era distinto: consideraban “pacíficos” y “más civilizados” a sus habitantes autóctonos, los bubis; allí residía la inmensa mayoría de los colonos, allí se había invertido más dinero, allí el nivel de vida era más próspero. Por eso muchos colonos consideraron que la independencia no debía alcanzar a las islas, sino sólo a Río Muni.

A tenor de los datos conocidos, el gobernador Ruiz González se situó a la cabeza de una operación involucionista, que pretendió impedir una independencia unitaria de la “región ecuatorial”, manteniendo Fernando Poo como una provincia, un protectorado o un Estado asociado a España, controlado por la minoría blanca. En el verano de 1961, algunos colonos concibieron la idea de convertirle en “abba” (“sacerdote supremo”, que muchos desconocedores de la tradición bubi interpretaron como “rey”). A tal efecto, se convocaron reuniones con jefes tradicionales y demás notables bubis en Ruiché y Bocoricho. No prosperó la idea, porque los bubis adujeron que ése no es un cargo electivo ni político, sino una representación espiritual hereditaria dentro de una familia determinada; la habilidad de ciertos bubis logró ir posponiendo una ceremonia que describían como muy complicada, que incluía muchas consultas rituales con los espíritus de sus antepasados y requería que el gobernador se casase con una joven virgen de una familia principal, y al gobernador, recalcitrante soltero, se le tenía por “misógino”; se mezclaron los temas políticos, pues muchos de los bubis más influyentes recordaron el rosario de agravios infligidos por los colonizadores, en especial la represión desencadenada sesenta años antes tras el levantamiento del jefe balachá Esasi Ebuera, más conocido como “Sas Ebuera”; como los promotores de la propuesta la habían disfrazado bajo el argumento de que sería un “homenaje a España”, que protegería así a los bubis, algunos nativos propusieron arrendar la isla a España “y después se vería”; muchos bubis expresaron su desconfianza hacia los colonos, pues se sentían aturdidos por la “provincialización”, ya que algunos colonos racistas se empeñaban en seguir llamándoles “monos” aunque fueran “españoles”; en resumen, los bubis no vieron claro el asunto, y la “coronación” se redujo a un descafeinado “homenaje”, con promesa de nombrar “botuku” (persona destacada de un lugar) al gobernador, en un acto propiciado por la Diputación Provincial –presidida por Javier Alzina- con motivo del “Día de la Provincia”, en agosto de 1961[14]. Contrariados sus deseos, el 18 de diciembre de ese mismo año Ruiz González salió hacia España, oficialmente para tomar sus vacaciones, pero ya no regresó.

El fracaso de sus aspiraciones, y el ridículo consiguiente, determinaron la dimisión –cese para algunos- del gobernador Ruiz González. Todavía se desconoce si el almirante Carrero Blanco conocía las pretensiones de su hombre en Santa Isabel; determinados indicios permiten sospechar que sí, aunque aún no hay respuesta a la duda sobre si las compartía. Existen diversos testimonios de destacados “coloniales”, entre ellos el de José Menéndez Hernández, quien escribe: “Para Carrero Blanco la situación de la Guinea era clara. Los nativos de Fernando Poo, los bubis, no deseaban separarse de España. Querían constituir un Estado asociado con la metrópoli. Los que sí postulaban una independencia total eran los fang del Continente. Por ello el Almirante pensaba que hubiese sido más acertado propiciar el nacimiento de dos estados diferentes”[15].

Puede afirmarse, pues, que el largo mandato de Faustino Ruiz González, el gobernador más longevo en su cargo -después de Ángel Barrera, a principios del siglo XX-, se caracterizó por los intentos de impedir por la fuerza la evolución política de Guinea Ecuatorial, mediante la represión y la división de las fuerzas políticas nacionalistas. Fracasó, obviamente, al no lograr impedir la independencia, ni consumar la secesión de Fernando Poo. Poco después de tomar posesión en febrero de 1962, su sucesor, el contralmirante Francisco Núñez Rodríguez, hasta entonces secretario general del Gobierno General, inició una política conciliadora con los independentistas. Presionado por los grupos soberanistas y por las circunstancias internacionales, el Gobierno español tuvo que cambiar radicalmente de actitud; pocos meses después, en octubre de 1962, el propio Carrero declaraba que “España no se opondrá si en el futuro la mayoría deseara modificar en algún aspecto su estatuto actual”, reconociendo así la posibilidad de una independencia que un grupo de nacionalistas le acababa de exigir por escrito en Baney. Menos de dos años después, las “provincias ecuatoriales” pasaron a tener un régimen autónomo que otorgó a los guineanos un amplio abanico de libertades, como la existencia de partidos políticos y sindicatos, y el regreso de los exiliados, de las que no gozaban los propios españoles, preludio de la independencia proclamada el 12 de octubre de 1968.

Si quieres más información no dejes de consultar:

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[1] Para no repetir datos de sobra conocidos, remito a mis libros Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial, Edit. Cambio 16, Madrid, 1977; y España en Guinea (con Mariano de Castro), Ediciones Sequitur, Madrid, 1998.

[2] Ela Abeme, Francisco: Guinea, los últimos años; Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1983; ver también Ndongo-Bidyogo, Donato: obs. cits.; “Una merienda de blancos (Descolonización de Guinea Ecuatorial 1936-1968)”, en “Historia 16”, Madrid, núm. Extra, “España en África”, abril 1979, y “España y Guinea (1958-1968”, en “Historia Universal, s/f. Los datos contenidos en estos trabajos proceden de diversas entrevistas realizadas a personalidades del nacionalismo histórico, como Elías Maho Sicachá, Esteban Nsue Ngomo, Justino Mba Nsue y Andrés Moisés Mba Ada.

[3] Testimonio de Celestino Okenve a Xavier Lacosta: “Cronología de Guinea Ecuatorial: de la pre-independencia (1948) al juicio de Macías (1979)”, en Internet. Conviene precisar que el ministro del Aire en la época era el general y aviador Eduardo González-Gallarza.

[4] Justino Mba Nsue en la VII sesión de la Comisión Política de la Conferencia Constitucional, Madrid, 10 de noviembre de 1967. Actas de la Conferencia Constitucional, inéditas.

[5] Enénge A´Bodjedi: Cuentos Ndowe I, Ndowe Internacional Press, Nueva Cork, 2003, págs. 205-207. Cf. “Los pastores presbiterianos ndowe”, en “Oráfrica, revista de oralidad africana”, nº 4, abril de 2008, pág. 73-100.

[6] El profesor Eugenio Nkogo Ondo fue testigo de los acontecimientos. Ver su ponencia “La Guinea Ecuatorial: Reminiscencia histórica. Experiencia de las luces y de las sombras de un proyecto político”, en “International Conference: Between Three Continents: Rethinking Equatorial Guinea on the Fortieth Anniversary of its Independence from Spain”. Hofstra University, Nueva York, 2-4 abril 2009.

[7] Todos los “seguidores”, excepto los dos últimos, alcanzaron el sacerdocio y ejercieron en Guinea.

Enrique Gori Molubela sería después presidente de la Diputación de Fernando Poo, presidente de turno de la Asamblea en el Régimen Autónomo, y durante la Conferencia Constitucional se revelaría como uno de los referentes más sólidos del separatismo bubi. Juzgado arbitrariamente en diciembrede1969 por la intentona golpista de Atanasio Ndong de marzo anterior, y condenado a 25 años de prisión, fue asesinado en la cárcel en 1972.

Vicente Castellón Ntayo fue destacado dirigente de la Unión Annobonesa, partido de corte tribal fundado durante el Régimen Autónomo. Participó en la Conferencia Constitucional. Uno de los pocos supervivientes a la tiranía de Macías, ocupó cargos menores con éste y en la primera etapa de Teodoro Obiang.

El P. José Esono fue asesinado en la cárcel de Black Beach en 1976.

[8] La población total (europeos y africanos y todos los grupos étnicos) evoluciona de los 171.381 habitantes censados en 1942 a los 245.989 de 1962. Ver diversas estadísticas publicadas por el Instituto de Estudios Africanos (IDEA), Dirección General de Marruecos y Colonias –después Dirección General de Plazas y Provincias Africanas-, Presidencia del Gobierno.

[9] En efecto, se logró una escisión del MONALIGE por la derecha, pues Bonifacio Ondo Edu fundó en Libreville la conservadora Unión Popular de Liberación de Guinea Ecuatorial (UPLGE), que, cooptada por el colonialismo, se convertiría en Movimiento de Unión Nacional de Guinea Ecuatorial (MUNGE), partido con el que conseguiría “gobernar” durante el Régimen Autónomo.

[10] Según uno de sus dirigentes históricos, Clemente Ateba, en la VII Sesión de la Comisión Política de la Conferencia Constitucional, Madrid, 10 de noviembre de 1967. Actas de la Conferencia Constitucional, inéditas.

[11] Eugenio Nkogo Ondo, creemos que erróneamente, señala como fecha de este crimen el 20 de noviembre de 1958 (ver documento citado); lo cierto es que la “desaparición” de Enrique Nvo es anterior al asesinato de Acacio Mañe.

[12] Ela Abeme, Francisco, ob. Cit., págs. 51-52.

[13] Ela Abeme, F., ob. cit., pág. 55.

[14] El Dr. Armando Ligero Morote, alcalde de San Carlos (hoy Lubá) en 1961, relata estos hechos en el núm. 8-9, 1990, de la “Revista de Estudios Africanos”, editada por la Asociación Española de Africanistas, de la era entonces presidente.

[15] Menéndez Hernández, José: Los últimos de Guinea. El fracaso de la descolonización”, Sial Ediciones, Madrid, 2008; pág. 412. Lo cual coincide con toda la actuación del almirante Carrero, ya vicepresidente del Gobierno español, durante la conferencia constitucional y las posteriores elecciones de 1968.

Fuente: Donato Ndongo-Bidyogo, Seminario  Internacional “Actores Coloniales españoles y Espacios Africanos SS. XIX-XX":

jueves, 19 de junio de 2025

De marqueses varios

Fernando de León y Castillo,
I Marqués del Muni

Realmente, no nos aporta nada esta historia, pero os la vamos a contar igual:

Mientras allegados de José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, Senador del Reino y Teniente General de la Marina, pedían en su nombre el título de Marqués de Fernando Póo: «el 21 de julio de 1847 se presentaba a S.M. la reina doña Isabel II, por medio del Ministerio de Gracia y Justicia, un escrito de don José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, teniente general de la Armada y senador del Reino, en el que, tras alegar sus muchos méritos y servicios, pedía para sí y sus sucesores un Título de Castilla, con la denominación de marqués de Fernando Poo...», él niega que lo haya pedido y solicita que se suspenda la tramitación y se devuelva el expediente. En éste se apelaba a méritos propios del general, si bien la elección del marquesado no era casual, al tratarse del hijo del brigadier Joaquín José Primo de Rivera y Pérez de Acal, responsable de la expedición de 1777/1778 tras el fallecimiento del conde de Argelejo.

Eso fue en 1847, y es un movimiento extraño. Probablemente lleve implícita la inquietud por la reafirmación simbólica sobre el territorio, frente al intento de venta a Inglaterra de hacía unos años. Al fin y al cabo, la titubeante expedición de Lerena, apenas había tenido lugar cuatro años antes. 

Y sí, este Primo de Rivera del frustrado marquesado era el abuelo del que fue dictador en la segunda década del siglo XX y bisabuelo del fundador de la Falange.

Del sonrojante y fallido intento del gobernador Faustino Ruiz por ser elegido el botuku de los bubis, en sustitución del rey Malabo, ya ni hablamos.

Pero hubo otro marquesado que sí prosperó, en su caso en reconocimiento a las negociaciones que dieron lugar al Tratado de París de 1900, afianzando el -exiguo- dominio español sobre la franja costera continental. 

Lo cuenta Fernando Bruquetas de Castro en "El sexo y los políticos": 

«En 1879 Isabel II acudió a la segunda boda de su hijo Alfonso XII, celebrada en la basílica de Atocha, sin disimular su aversión a Cánovas. Nunca le perdonó que este hubiese prescindido de ella para propiciar la restauración monárquica. Una década más tarde, en abril de 1887, aún rebrotaba el interés por la unión de los regios cónyuges, a cuyo fin intercedió el nuevo embajador de España en París, el canario Fernando León y Castillo, quien llegó ese año y que, salvo algún intervalo, desempeñó la representación diplomática hasta el año de su muerte en Biarritz en 1918. Durante ese tiempo, a decir de los contemporáneos, fue el mejor amigo que tuvo la reina en Francia, defendiendo con exigua fortuna los intereses de España, y pese a ello, consiguió hacerse acreedor al título de marqués del minúsculo territorio africano obtenido para el país en el río Muni. La reina, para referirse a él, solía acercar sin llegar a unir el índice con el pulgar a la vez que pronunciaba la "u" francesa, como si fuera una "i" latina, dando un evidente acento cómico a sus palabras cuando decía "mi marqués del Muni"».

Es sorprendente que al Embajador le premiaran con un marquesado por la deplorable negociación. 

Especialmente si tenemos en cuenta que su colega, el Comisario Regio, en su viaje de regreso a España se suicidó por la frustración de sólo haber logrado salvar 28.000km en el Tratado de París, frente a los 200.000km que eran el punto de partida de la negociación. Considerando Pedro Jover y Tovar que la comisión que presidía no había hecho sino cooperar a la cumplimentación de un convenio deshonroso, no deseando sobrevivir al mismo, en un acceso de neurastenia aguda puso fin a su vida en el camarote que ocupaba, disparándose un tiro en la cabeza la mañana del 31 de octubre de 1901. Sepultado por las aguas del golfo de Biafra, se puso su nombre a una calle en Almería (se conserva) y el Estado español dio el nombre de “Cumbre de Jover” al pico más alto de los montes Bombananyoko. Su colega el marqués cuenta, a su vez, con su calle dedicada en Santa María de Guía, así como en el antiguo municipio de San Lorenzo en Las Palmas de Gran Canaria, o en el de Veneguera... ; pero lo del callejero y la memoria histórica, esa es otra historia.

Ya que lo preguntáis; sí, actualmente existe un marqués del Muni: En el BOE encontraréis la Orden JUS/2333/2008, de 17 de julio, por la que se manda expedir, sin perjuicio de tercero de mejor derecho, Real Carta de Sucesión en el título de Marqués de Muni, a favor de don Luis Alfonso Ascanio Panyasart, por fallecimiento de su padre, don Alonso Ascanio León y Castillo.

Y, bueno, a otros le salió mejor la jugada: a Antonio López y López, esclavista que redondeó su fortuna con el monopolio de transporte marítimo a Guinea Ecuatorial, le otorgó Alfonso XII en 1879 el título de marqués de Comillas, y en 1881 la Grandeza de España. Sobre él y sus "negros negocios", os contábamos en El Santoral Ecuatoguineano.

O a Antonio Vinent y Vives, marino y capitán de barcos negreros cuyos hermanos José y Francisco tenían factorías en Corisco (la trama esclavista de nuevo...), la reina Isabel II le otorgó el título de marqués de Vinent en 1868. Ambos marquesados están también actualmente en vigor, pero seguro hay más, ya que Isabel II fue especialmente proclive a otorgar marquesados a familias involucradas en el tráfico de seres humanos.

Otros, como veíamos en Preparando el viaje del Ciudad de Mahón, obtuvieron la rehabilitación de viejos títulos tras significarse en la trama golpista del 36. Es el caso de Enrique Pueyo, capitán de la guardia civil y mano derecha del teniente coronel Serrano en los "sucesos" del 19 de septiembre de 1936 en Santa Isabel, que obtuvo la rehabilitación del título de Conde del Val en 1955 y a cuyo nombre hay una calle en Madrid (probablemente por algún ilustre conde predecesor).

Siempre hay excepciones: José Elduayen y Ximénez de Sandoval, marqués de Elduayen, o Joaquín de Arteaga y Echague, duque del Infantado y marques de Santillana, ambos con intereses productivos y comerciales en el territorio ecuatorial, llegaron ya con el título nobiliario. El primero con inversiones en Río Muni, en donde además se involucró infructuosamente en la trama golpista, y el segundo volcado especialmente en las producciones agrícolas de Moca. Suyos eran los toros de lidia de la cabaña ganadera de Moca que emocionaban al aficionado a los toros de Santa Isabel.

sábado, 16 de noviembre de 2024

El mejor premio


Cuenta Tamara García en El Diario de Cádiz: El premio de 'Negro limbo' ya lo tenemos, la declaración de Acacio Mañe como víctima de la represión

El realizador gaditano Lorenzo Benítez compite con su último documental en la sección Panorama Andaluz del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

La película revela hechos relacionados con el pasado colonial español en Guinea Ecuatorial

“Emocionado, satisfecho y con muchas ganas de disfrutarlo con el equipo, con los protagonistas y, por supuesto, con el público en un marco fantástico”. Así de exultante, y no en vano, se mostraba el realizador gaditano Lorenzo Benítez horas antes de la puesta de largo en el Festival de Cine Europeo de Sevilla de Negro limbo o, lo que es lo mismo, del fruto de casi ocho años de investigación sobre unos sucesos silenciados durante más de 60 años que tienen que ver con el pasado colonial de España en África.

La historia de la desaparición en la entonces Guinea española (actual Guinea Ecuatorial) del líder fang Acacio Mañe, y el exilio del fiscal que intentó esclarecer los hechos que se produjeron en torno a 1959, cuando el dictador Francisco Franco mandaba con mano férrea país y colonias, guían el ánimo y el instinto del periodista de Canal Sur que se embarcó en esta obra tras el éxito de su anterior película, Madres invisibles. 

De la historia de Acacio Mañe, sí, pero también la historia de cientos de líderes desaparecidos y exiliados de un país a punto de ser libre, de la vida de los colonos, de sus descendientes y de memoria va esta producción. De esa otra Memoria Democrática aún más enterrada, y ya es difícil, que la de las cunetas de la Piel de Toro. 

“No ha sido fácil, no”, cuenta apuntando la frase con un intento de sonrisa que encierra un erial de permisos de rodaje (“nada fáciles de conseguir en un país donde la libertad de información está muy restringida”), de “búsqueda de contactos locales”, hasta de “una pandemia” que “casi tumba el proyecto” y de silencios, muchos silencios por romper. “Muchos de los testimonios que aparecen todavía hoy se siguen ocultando, hay personas que han hablado y que han fallecido durante la elaboración del documental, otros que han intervenido no sin vencer muchas reticencias, como pueden ser miembros de la Armada cercanos al entonces gobernador general, Faustino Ruiz, y luego también hemos tenido dificultades a la hora de acceder a archivos oficiales en España. De hecho, algunos de los documentos más relevantes los hemos encontrado más fuera de los archivos oficiales que dentro, como en la Fundación Franco o el archivo personal del que fue ministro de Asuntos Exteriores de Franco en aquella época, Fernando Castiella”, relata el director y productor.

Una “larga y laberíntica investigación” tan fragmentada, en cierta manera, como el tiempo, como la memoria, las memorias, a la que Negro limbo hace referencia y que tiene su reflejo en la propia imagen del cartel de la película, un collage. “Me pareció muy buena idea la metáfora del collage porque es un símbolo de cómo ha sido la investigación, de la memoria española en este ámbito e, iría más allá, de cualquier tipo de relato de la memoria colectiva, pues cuando intentas acercarte a un hecho después de que hayan pasado décadas, al final no deja de ser algo fragmentario”, reflexiona Benítez que en su película abraza “una trama policial y política muy compleja” que podría tener “muchísimas ramificaciones” que ha tenido que ir descartando en favor “de la narrativa y la agilidad de la película”.

Una historia que ha querido contar en el fondo y en la forma “de la manera más honesta posible”. Esto es, eligiendo un punto de vista muy concreto. “Hablamos de la historia de un movimiento de liberación en Guinea, pero que está contada por españoles, nosotros y los narradores principales, Mon Fernández-Dans, el hijo del fiscal que intentó en su momento investigar este caso que hemos retomado después de 60 años, y David Morello, que es el investigador nuestro que bucea en toda la trama y que está muy próximo a la ceguera total, que ha sido también un proceso que hemos seguido en paralelo durante la película y que, bueno, de forma casual ha servido también de metáfora de lo que estábamos investigando”.

Cartel del documental 'Negro limbo'.

Con estos conductores, con la investigación hecha y con todas las piezas del puzzle ya sobre la mesa de estudio, Lorenzo Benítez pensó “mucho” en cómo abordar estructuralmente la obra para acabar resolviendo que “lo más honesto” era empezar el documental “por donde comenzó todo”, por la familia del fiscal que en su tiempo quiso investigar la desaparición de Acacio, “desde ahí pasar a los archivos oficiales, de ahí a los testigos que aún estaban vivos, tanto colonos como algunos de los miembros del antiguo movimiento de liberación de Guinea, y, finalmente, tras un proceso también muy largo de localización y de ponerse de acuerdo con ellos, dar voz a la familia de la víctima”, enumera.

Un camino que en la pantalla veremos “que empieza y termina en África” como una manera también “de equilibrar” la voz narrativa desde España (“somos nosotros haciendo una revisión de nuestro pasado colonial”) y el protagonismo del caso de Acacio Mañe. 

Una figura central que, además, ha trascendido cualquier tipo de expectativa que su director pudiera tener sobre Negro limbo, que compite en la sección Panorama Andaluz del Festival de Cine Europeo de Sevilla, pero que ya tiene su mayor recompensa: “El premio ya lo tenemos y es que el documental ha servido para avalar la declaración oficial por parte del Gobierno español de Acacio Mañe como víctima de la represión política y colonial franquista. No es una reparación ni mucho menos, pero sí es algo bastante inédito y es el reconocimiento de que con este hombre se hizo un acto criminal”, aduce. 

La película se estrenó el jueves 14 de noviembre en el Teatro Alameda de Sevilla y se puede ver este viernes 15 de noviembre en Odeon Multicines Plazas de Armas a las 17.00 horas. Además, cuenta Benítez, ya se está trabajando para que la película se pueda ver en Cádiz y, sobre todo, en San Fernando, una ciudad en la que la memoria del gobernador Faustino Ruiz está todavía muy viva.

La historia familiar de un amigo, el comienzo de todo

La memoria colonial de España tanto en África como en Latinoamérica, una parte de la historia de nuestro país apenas revisada, siempre ha interesado, “y mucho”, al periodista y cineasta Lorenzo Benítez. Quizás por ello cuando su amigo Mon le cuenta un día de forma casual que su familia “tuvo que salir de Guinea por motivos desconocidos y un tanto misteriosos y del que no se quería hablar mucho en la familia” al gaditano se le encendió una chispa.

“Me dio muchísima curiosidad, empezamos a tirar un poco del hilo y descubrimos que detrás de esa historia de la familia, su padre, José Antonio Fernández-Dans que fue el fiscal general de la colonia durante 14 años, había tratado de investigar el caso de la desaparición de un finquero, un hombre negro guineano que tenía cierta relevancia social en la colonia. Todo aquello mientras era gobernador de la colonia Faustino Ruiz, de San Fernando, donde hoy tiene todavía una calle y títulos de reconocimiento. Aquella investigación generó cierto ruido en su tiempo y acabó con la vuelta del padre de Mon. Todo aquello me hizo pensar que podía haber algo más detrás”, recuerda Benítez que junto al hijo de Fernández-Dans y otro amigo suyo, el investigador David Morello, emprendieron esta aventura.

Así, poco a poco, a lo largo de muchos años, sin prisas, pero con determinación apareció la historia de Negro limbo, una que no estaba en la cabeza de Benítez, pero que no soltó cuando la encontró. Porque el tiempo no es quien pone todo en su sitio, sino la voluntad de las personas.

Y no te pierdas:



jueves, 17 de octubre de 2024

‘Negro limbo’, la historia olvidada

Es recurrente en este paseo por la vieja calle 19 de septiembre de Santa Isabel, acordarnos del gobernador Faustino Ruiz y su calle dedicada en San Fernando (pese a su más que probable participación en el bombardeo a la desbandá de Málaga desde el crucero Canarias o la desaparición de Acacio Mañé, entre otros).

Curiosamente, nos acordamos del verdugo... y no de la víctima.

En el 2019, os contábamos de El caso Acacio Mañé: ‘Negro limbo’, la historia olvidada del colonialismo español en África:

El filme rescata uno de los episodios más desconocidos del colonialismo español en África durante el régimen franquista, “pues si todavía tenemos el capítulo abierto de la memoria histórica, de los muertos enterrados en cunetas en nuestro país, imagínate en qué situación de olvido se encuentra este tema en los territorios que fueron colonia como Guinea Ecuatorial”, reflexiona Benítez sobre el país en el que centra su película, actualmente, en fase de preproducción.

Así, la desaparición de un líder negro en la Guinea española durante la dictadura franquista es el motor de una cinta donde se abordarán “los pactos de silencio” que se establecen “en las familias, las instituciones y la sociedad en general” para “esconder verdades incómodas”, adelanta.

Y ayer, la XXI edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, que se celebrará entre el 8 y el 16 de noviembre, informaba que acogerá 22 estrenos nacionales, de los que diez serán estrenos internacionales, la mayor parte de ellos en la sección Panorama Andaluz, ya que el festival pretende destacar la industria cinematográfica andaluza en esta edición. 
Y entre esos 22 estrenos se incluye ‘Negro limbo’, el segundo largometraje documental de Lorenzo Benítez, que ahonda en los secretos de Estado y la impunidad en la antigua Guinea española.


«Tres amigos investigan un crimen cometido en la Guinea española en 1959. Uno es hijo del fiscal general de la colonia africana. Otro es casi ciego y el tercero el cineasta que los filma. La víctima es Acacio Mañé, primer negro (fang) que intentó reclamar la soberanía ante la ONU. (...) Los secretos y la impunidad de la dictadura franquista en la antigua Guinea española continúan presentes en democracia. El franquismo consiguió ocultar sus crímenes y torturas contra el Movimiento Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial a finales de los años 50. Uno de sus líderes, Acacio Mañe, fue detenido y hecho desaparecer. Ahora su familia reclama justicia y reparación desde África. Solo nos ha llegado el relato idílico de los viejos colonos. »

lunes, 15 de agosto de 2022

El callejero y la memoria histórica deslocalizada

¿Recordáis la entrada de El callejero y la memoria histórica? o ¿La desconocida calle sobre la calle dedicada al gobernador Juan Fontán en Las Palmas?

No son la única: el gobernador Faustino Ruiz González es "Hijo Predilecto de la Ciudad" de San Fernando (Cádiz) en donde tiene dedicada una calle todavía a día de hoy. Al almirante se le recuerda -entre otras cosas- por la desaparición de Acacio Mañé.

El fallido intento por investigar el suceso y -eventualmente- procesar al gobernador lo recogíamos en El procesamiento a Don Faustino.

Y es que, en no pocas ocasiones olvidamos que la sombra del franquismo, sus normas y sus consecuencias, se proyectaron sobre territorios y poblaciones que hoy no forman parte del Estado español, quedando por fuera incluso de las reivindicaciones de memoria histórica.

Precisamente en "Memoria y frontera...", de María del Mar Fernández Pérez, se analiza:
En este periodo las fronteras del Estado eran diferentes, aunque en muchas ocasiones no se sea consciente de esto: no sólo territorios en Marruecos y el actual Sáhara ocupado eran posesiones españolas, también lo era Guinea Ecuatorial. 

Resulta llamativa esta falta de referencias a las colonias si tenemos en cuenta que el imaginario colectivo de la Guerra Civil está plagado de referencias al norte de África: allí se produjo el golpe de estado en un primer momento, de allí venía el ejército africano y la famosa y temida guardia mora. Esta guerra, tan importante para la historia europea, empezó en África, y allí se produjeron los primeros asesinatos de quienes permanecieron fieles a la legalidad republicana. Es muy difícil hablar de este periodo sin hacer referencia al protectorado y situados en el momento actual, habrá que afrontar el desarrollo de la Ley de Memoria Histórica en territorio extranjero.

Miguel Ángel López Moreno recoge la existencia de la calle dedicada al Almirante Faustino Ruiz en Las calles indecentes de San Fernando:

(...) Hay en San Fernando calles con nombres de alcaldes que colaboraron, abierta y decididamente, en la represión política y social que se desplegó en .la ciudad desde el 18 de julio de 1936. Fueron alcaldes que sirvieron a una dictadura militar de carácter fascista…

«…en origen, naturaleza, estructura y conducta general, el régimen de Franco es un régimen de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini».

Así lo definió y condenó la Asamblea General de las Naciones Unidas el 12 de diciembre de 1946, precisamente en los años en los que los alcaldes en cuestión actuaron. Estos mandatarios isleños fueron dirigentes políticos que colaboraron con un Estado ilegal. Las víctimas de la represión en esta ciudad (los asesinados y los perseguidos), que lo fueron bajo los mandatos de estos alcaldes, no merecen la afrenta de ver sus nombres rotulados en las calles. Su permanencia supone, en nuestra opinión, enaltecimiento del golpe militar de 1936, de la represión posterior y de la impunidad.

Permanecen en la ciudad calles con nombres de militares —fundamentalmente marinos— que participaron en el bando sublevado de la guerra civil española y que desarrollaron posteriormente una dilatada y brillante carrera militar, incluso regalaron a la ciudad una valiosa contribución política e intelectual. Todos esos militares tuvieron que demostrar inevitablemente su adhesión a la dictadura militar que se iniciaba el 18 de julio de 1936 y, con ella, acataron la cobertura ideológica de carácter fascista que adoptó el nuevo Estado. Aceptamos que un número indeterminado de ellos —nunca sabremos cuántos— se vieron arrastrados por la pulsión de sobrevivir y asumieron como inevitable la obediencia a una cadena de mando que traicionó la promesa de adhesión a la II República. Entendemos que esos militares se dejaron arrastrar por la supuesta obediencia debida a sus superiores, porque la mínima objeción habría implicado una ejecución inmediata y extrajudicial. Y en el mejor de los casos, un consejo de guerra sumarísimo en el que los militares rebeldes y traidores les acusarían precisamente de rebelión militar con pésimas consecuencias.

«Los militares que se opongan al Movimiento de Salvación iniciado serán pasados por las armas por los delitos de lesa patria y alta traición a España». [En el Decreto nº 2 de la Junta de Defensa Nacional. Burgos, 25 de julio de 1936]. (...)

Pero hubo militares que organizaron la sublevación y/o participaron conscientemente en la guerra posterior y, en consecuencia, asumieron las consecuencias de sus actos. Para fortuna de ellos, resultaron victoriosos y sus decisiones personales fueron recompensadas con una notable carrera militar y con reconocimientos en el ámbito municipal. Por eso algunas calles de San Fernando siguen dedicadas a militares que se alzaron contra el gobierno legítimo de la II República. Eligieron libremente colaborar con la sublevación y, por tanto, cometieron un evidente delito de rebelión contra la legalidad, delito que hoy día sigue impune. Esa decisión les hizo ser presuntos cómplices y/o tener responsabilidad en las detenciones ilegales, torturas y muerte de aquellos isleños susceptibles de oponerse al Movimiento Salvador de la Patria. Así mismo, pudieron ser responsables directos o indirectos de un número indeterminado de incautaciones de bienes, de cárcel, de exilio. Y como miembros de un plan general abiertamente criminal, son responsables en función de la punibilidad del plan…

«Líderes, organizadores, instigadores y cómplices que participen en la formulación o ejecución de un plan general o conspiración, para cometer cualquiera de los crímenes antes citados, son responsables de todos los actos realizados por cualquier persona que ejecute dicho plan…». [En Diligencias Previas Procedimiento abreviado 399 /2006 v, de 16 de octubre de 2008. Juez Garzón, citando el Estatuto de Nüremberg (8 de septiembre de 1945)]

En consecuencia, las carreras profesionales de estos militares parten de un comportamiento desleal e ilícito, es decir, parten de la máxima vergüenza que puede perpetrar un militar: quebrantar su promesa o juramento de acatar las leyes, en este caso promesa de fidelidad a la República para defenderla y servirla bien: «Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas».

Todos los militares traidores habían prometido defender precisamente a la República, no a una esotérica Patria diseñada ad hoc para justificar cualquier acto de rebeldía. Posiblemente no hay mayor deshonor para un militar que levantar sus armas contra sus propios compañeros y contra los ciudadanos que le otorgaron su confianza. Estos últimos militares no caben en el callejero de San Fernando, lo dice la ley que emana de la voluntad popular, y mantenerlos sería justificar y dar cobertura a la barbarie que se desplegó en este pueblo a partir del 18 de julio de 1936. Es nuestro deber, si tenemos ese conocimiento, exponerlo.
Y aún existen calles dedicadas a personas que avivaron la traición de los militares insurrectos, entendieron las tropelías de la Falange y demonizaron a los republicanos como antiespañoles. Por tanto, justificaron lo que estaba pasando en la ciudad, es decir, justificaron el exterminio físico de los posibles opositores políticos y sociales al Glorioso Movimiento Nacional. Máxime cuando desde su pretendida ascendencia moral declamaban justificaciones vistiendo sotana o blandiendo la pluma con destreza. Consideramos que tales personajes tampoco deberían tener una calle en San Fernando.

En nuestra opinión, eliminar de nuestras calles los vestigios de la dictadura franquista «...representa un paso fundamental hacia la realización del derecho a la verdad de todas las víctimas de graves violaciones de derechos humanos…» que ocurrieron en San Fernando. Pero, sobre todo, será un acto de justicia y valentía política que nos acerque a la conclusión de un ciclo histórico.

Entre otras la calle Almirante Faustino Ruiz:



El 29 de septiembre de 1936, el crucero rebelde Canarias detectó a treinta kilómetros de distancia al destructor Almirante Ferrándiz, leal a la II República, que patrullaba en el Estrecho de Gibraltar tratando de impedir que el ejército sublevado de Marruecos llegara a la península. El Canarias lanzó una andanada de cuatro disparos contra el Ferrándiz que resultó larga, impactó en el mar a 1200 metros del objetivo. En ese momento, ante la inminente huida del destructor y la probabilidad cierta de quedar fuera de alcance, el Director de Tiro del buque rebelde tomó la arriesgada decisión de saltarse el manual artillero y proponer una única andanada de disparos que hizo blanco a 21.000 metros. El Ferrándiz se hundió con rapidez. El mar se cubrió de cadáveres y de náufragos, y el prestigio personal del Director de Tiro del Canarias tuvo alcance internacional. Muchas marinas de guerra se interesaron por el procedimiento que se utilizó para hundir el destructor republicano a esa distancia y sin disparos de aproximación. 

Unos meses después, en lo que se conoce tristemente como la desbandá, desde ese mismo barco se dispararía contra la población civil que huía de Málaga.  

El Director de Tiro del Canarias era el isleño y capitán de corbeta don Faustino Ruiz González que, después de la hazaña, tuvo una larga y fructífera carrera militar —bajo la cobertura del régimen dictatorial del general Franco, naturalmente— hasta llegar al empleo de almirante. Entre 1949 y 1962 fue gobernador general de la Guinea Ecuatorial Española, años en los que reprimió con decisión el incipiente movimiento nacionalista guineano. Y en estas estaba don Faustino cuando fue procesado por la detención, torturas y asesinato del líder nativo Acacio Mañé. Una historia muy fea y muy torpe, que no le impidió seguir adelante con su carrera y su prestigio. 

domingo, 28 de noviembre de 2021

El procesamiento a Don Faustino

El gobernador y el alcalde de
Santa Isabel Carlos Fleitas (1957).
Recordábamos en El crucero Canarias en 1936 y 1969 que el gobernador «Faustino Ruiz González ocupó durante la guerra varios destinos, incluyendo el de director de tiro del crucero “Canarias”, posteriormente fue Gobernador de los territorios españoles del Golfo de Guinea durante trece años (1949-1962), y cuya administración es recordada por la represión que costó la vida -entre otros- a Acacio Mañé y Enrique Nvó». No hay forma de saber si participó de forma activa en el bombardeo (1936) de la desbandá desde el Canarias, pero sí hay algo más de documentación sobre su administración en el territorio ecuatorial.

Sobre este tema, José Menéndez Hernández -corresponsal de ABC y de TVE en la Guinea Española- en su libro Los últimos de Guinea: el fracaso de la descolonización, relata lo siguiente:

Allá por los años 1959 y 1960, cuando España todavía no estaba concienciada en conceder la independencia a la Guinea Ecuatorial, se produjo una molesta avulsión independentista en la persona de Acacio Mañe, que fue propalando por el Continente ideas (a juicio del Gobierno) subversivas. La situación devino incomoda, porque en muchos lugares se prestaba oídos a las arengas de Acacio Mañe.

Don Faustino Ruiz González, Almirante de la Marina Española y Gobernador General de la Guinea Ecuatorial, muy mal aconsejado, estimó que era preciso cortar por lo sano y se convino que había que hacer desistir a Acacio.

Se le aplicaría un tratamiento disuasorio. Pero a los ejecutores de la orden se les fue la mano y Acacio se les quedo en el sitio. Este resultado desafortunado provocó un cambio en las previsiones gubernamentales. Y se hizo necesario un expeditivo procedimiento.

Se organizó el modus operandi: cuando el Gobernador General recibiese un escueto telegrama, «El pescado está fresco», sería señal de que Acacio Mañé habría sido arrojado al océano, al modo como algunas repúblicas hispanoamericanas se deshacían de los disidentes, depositándolos en el mar con una pesada losa encadenada a los pies.

Don Faustino recibió el telegrama confirmatorio de la ejecución de Acacio Mañe en su despacho oficial. Se lo había pasado su ayudante...

Lo malo era que el telegrama dando cuenta de la ejecución de Acacio Mañe también llego a conocimiento de don Rafael Galbe Pueyo, Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Guinea. Y montó en cólera. Inmediatamente convocó al Fiscal y a los magistrados que tenían que constituir el tribunal.

Rafael Galbe era un hombre honesto, temperamental y vehemente; se decía que era miembro del Opus Dei. Estaba soltero y era de una gran rectitud moral.

El Fiscal era Antonio Fernández Dans. Muy alto y delgado, con un humor británico...

Juan de Miguel Zaragoza, Juez de carrera, igual que Rafael Galbe, era, por tanto, miembro natural del tribunal Superior. Pero para que este estuviera completo debían, según ley, formarlo tres magistrados.

Para los casos en que no hubiera suficientes jueces de carrera, el propio legislador había dispuesto que pudiera completarse el órgano jurisdiccional con magistrados suplentes. Y en tal condición se  incluían al notario -Sebastián Humanes López- y al registrador de la propiedad [José Menéndez Hernández, yo].

Sebastián Humanes, de pie a la izquierda, en el acto de firma de la escritura de un empréstito del Banco de Crédito Local al Ayuntamiento de Santa Isabel.

Rafael Galbe estaba excitado... Era necesario procesar a don Faustino, porque era la máxima autoridad responsable y porque, lógicamente, de él había partido la orden. Estábamos reunidos Rafael Galbe, como presidente del tribunal; Juan de Miguel, como Magistrado titular, el Fiscal y yo, que fui el último en llegar. A mí se dirigió Rafael Galbe. Me expuso todo lo que había ocurrido y resumió:
«Esto es un crimen y no podemos dejarlo impune. Ya he hablado con Juan y con Antonio y están de acuerdo conmigo en que es preciso procesar a don Faustino... No te oculto que formar parte del tribunal en un sumario como este te puede traer complicaciones y consecuencias desagradables...».

En los varios siglos de historia de la Guinea nunca se había producido una situación análoga. Un Gobernador General de Guinea era una especie de Virrey y resultaba insólito e inimaginable que alguien osara incriminarle.

El Gobernador podía fulminar a cualquiera… el Gobernador General podía decretar la expulsión inmediata de todo aquel que resultase "persona non grata"...

El revuelo que se formó en los ámbitos oficiales fue importante. El Gobernador no se resignaba a que un Juez y sus colegas, personas todas sujetas a su indiscutible autoridad, trataran de empapelarlo. Pero aquellos no cesaban e iniciaron las actuaciones. La respuesta de don Faustino no se hizo esperar.

Es cierto que la Historia se repite. Y la persecución ideada contra Rafael Galbe recordaba la que siglos atrás ordenaron los gobernantes de su tiempo contra Sócrates. También al Presidente del Tribunal se le quiso implicar en una trama de corrupción de menores de manifiesta homosexualidad, en unos tiempos en los que las experiencias gays eran fustigadas virulentamente.

En Guinea la experimentación sexual era facilísima en contraste con el rigor religioso moral que, por aquellos años, regia la conducta de las chicas peninsulares…

La permisividad de las jóvenes guineanas hacía estragos en los muchachos españoles, acostumbrados a la rigidez de costumbres de las españolas, muchas de las cuales no permitían ciertas familiaridades a sus oponentes a la hora de bailar y ponían un brazo entre ellas y su acompañante a modo de escudo para que aquel no se aproximase excesivamente…

Las miningas de catorce, quince, dieciséis y más años estaban receptivas a cualquier solicitud amorosa. Algunos quintos se aficionaban tanto a las morenitas o a las mulatas que terminaban prefiriéndolas a las blancas. Era una peculiaridad conocida y los amigos comentaban, «Fulano tiene el mal del ébano».

Tenía su explicación. El contacto de las razas aborígenes con la naturaleza muchos siglos se traduce en que tengan un físico envidiable. Los braceros, los “boys”…tienen unos pectorales, unos bíceps, unos tríceps…y en general una musculatura que recuerda las estatuas griegas, si bien la patina epidérmica exhibe mayor melanina.

Con las mujeres pasa lo mismo. En la adolescencia y en la primera juventud tienen unos cuerpos gloriosos, sin un átomo de grasa, y también parecen esculturas vivientes. Además la mayoría de las féminas no tienen vello en los brazos ni en las piernas y desconocen los sacrificios de la depilación. Por eso su pie les suave y como pulimentada, como una seda humana… También era cierto que se estropeaban mucho más rápidamente que las mujeres de las sociedades civilizadas porque se cuidaban menos y porque solían tener muchos hijos y desde muy jóvenes.

Galbe era consciente de la debilidad de los jóvenes militarizados frente a los encantos y condescendencias de las nativas. El ambiente era de gran facilidad. Los soldados tenían las tardes libres y no tenían que pernoctar en el cuartel. Y las chicas nadie les pedían cuenta de sus actos; tenían la misma libertad que los hombres para entrar, salir o quedarse a dormir donde quisieran.

Galbe, como miembro del Opus Dei, daba un gran valor a la pureza, que practicaba personalmente. Pertenecía a la austera generación de la posguerra y estaba educado en el vencimiento de las pasiones. Siguiendo sus firmes convicciones quiso hacer una labor proselitista con estos y otros jóvenes de la ciudad para evitar que se descarriasen.

Su labor apologética la realizaba en su residencia, situada en el mismo Palacio de Justicia. Allí se reunía con sus catecúmenos y trataba de disuadirlos de los fáciles encuentros con las miningas.

En el África negra (como ahora en los sectores progres de España) no se aprecia la virginidad de la mujer, ni una vida recatada. Cualquier adolescente femenina lleva una vida tan libre, tan desenvuelta como la de un chico. Hay poquísimas excepciones, como algunas alumnas de las oblatas que, por motivos religiosos, observan la castidad. Pero se pueden contar con los dedos de la mano. La regla general es la de la libertad de las mujeres solteras…

A estas chicas de costumbres libres que a veces se iban a vivir con carácter permanente con un blanco se las conocía en Guinea con el nombre de miningas…

En esa predisposición a redimir a la juventud de sus fáciles instintos, encontraron las covachuelas gubernamentales su talón de Aquiles. Por varios conductos (uno de ellos el Policía Jaime Rojas) se empezó a divulgar por la sociedad la especie calumniosa de que Rafael Galbe era homosexual y que se reunía con los efebos para realizar prácticas inconfesables y perversiones en grupo. Si el infundio prosperaba significaba la total descalificación del magistrado, puesto que se pretendía involucrar su pretendida desviación sexual con la causa criminal por asesinato. El argumento era tendencioso: Galbe había instrumentado la instrucción de un proceso para vengarse del Gobernador General que había descubierto sus insanas inclinaciones.

La reprobación moral contra Galbe hubiese alcanzado proporciones imprevisibles si este mismo no la hubiese abortado de una forma contundente.

Conocedor de que uno de los que propalaban la información calumniosa era el Policía Rojas, el Magistrado le convocó ante la sede del Tribunal. De entrada, como era posible, el miembro de la secreta negó los hechos.

Galbe impaciente, cortó por lo sano:
-Muy bien. Yo tengo pruebas concluyentes de tus infundios. Inmediatamente te voy a procesar por calumnia, con lo agravante que significa que el delito sea cometido por un funcionario público en el ejercicio de sus funciones. Lo siento, pero vas a arruinar tu vida.

Acto seguido llamó al Secretario Judicial.

En ese momento Rojas se derrumbó. Fue patético. Se puso de rodillas y alzó las manos, unidas en actitud suplicante.
-Por favor, te lo suplico. Tengo mujer e hijos. No sé qué va a ser de mi familia si me expulsan del Cuerpo. Yo obedecía órdenes. Te prometo que aclararé las cosas y que cesaran los rumores.
-Por el momento suspendo la iniciativa penal. Pero como las cosas no cambien, procederé con todo rigor.
-Yo te prometo…-farfulló Rojas.

El procesamiento de don Faustino no se hizo esperar. Y las reacciones sociales del Gobernador General, tampoco.

Coincidiendo con las fiestas de Santa Isabel, en el mes de no­viembre de 1960, se inauguró una exposición de pintura y escultura en la sede del Ayun­tamiento capitalino. Acudieron al evento todas las fuerzas vivas de la ciudad.
En el amplio salón del edificio municipal se iban formando grupúsculos que comentaban los aspectos más relevantes de la muestra. El Fiscal, Fernández Dans; el Presidente del Pa­tronato Indígena, Alzina de Boschi; el Secretario de dicho organismo, Morales; el Magis­trado Juan de Miguel Zaragoza y yo charlábamos animada­mente cuando se acercó al cír­culo el Gobernador General acompañado de su Ayudante, señor Matres. Deferentemente todos inte­rrumpieron sus opiniones para escuchar a don Faustino.
Don Faustino era alto y grueso, muy corpulento. Y ostensible­mente se puso delante del Fis­cal, con lo que físicamente anulaba su presencia. Fernán­dez Dans era delgado y eclip­sado por la corpulencia de don Faustino dejaba de ser visible.
Por ello se desplazó hacia la iz­quierda. Nuevo movimiento de don Faustino para situarse de­lante de él y ningunearle física­mente. Dans se aparta lateralmente hacia su iz­quierda otra vez. Y la escena se repite. Y así hasta cinco veces sucesivas. Viendo que el fiscal no se retiraba del grupo, don Faustino se volvió hacia Fer­nández Dans y le gritó en pre­sencia de todos: 

-¡Váyase, hombre, váyase! ¿No se ha dado cuenta de que no tolero su presencia? ¡Váyase, imbécil! 
Dans, educadamente y rojo como un pimiento, se retiró con un cortés «con permiso».

Don Faustino, conseguido su propósito, se volvió hacia los circundantes y estalló en una carcajada estentórea: 
-Ja, ja, ja... Un idiota que es­taba estorbando, que se lo he dado a entender repetidamente
y que no lo captaba. Ja, ja, ja. 

El Magistrado y yo nos queda­mos serios. Los otros contertu­lios sonrieron aduladora y cobardemente.
Al final todo se abortó y el qui­jotismo de aquél tribunal, notable en osadía, quedó en agua de borrajas... 

De la inventada homosexualidad de Galbe tampoco se volvió a hablar. .. La vida seguía, pero no para Aca­cio Mañé. Aunque ocho años después (y ya sin violencia alguna) se proclamarla la inde­pendencia de Guinea Ecuatorial. 

Fracasado el intento de procesarle, Don Faustino se retiró dos años después de la gobernación.
Tras su fallecimiento en 1969 fue declarado "Hijo Predilecto de la Ciudad" de San Fernando (Cádiz) en donde tiene dedicada una calle todavía a día de hoy.
Joaquín Bardavío en El reino de Franco: Biografía de un hombre y su época recoge una narración similar. 
Sin embargo, hace un par de años, Rafael de Mendizábal intentará rebatir este relato en Misión en África-La descolonización de Guinea Ecuatorial (1968-1969) con: «El 20 de noviembre de 1958 fue detenido Mañé. Se dijo que murió a manos de la Guardia Colonial en su campamento de Bata, cerca de la Misión Católica y que el cadáver había sido arrojado al mar. Así lo creyó siempre Francisco Macías. La realidad resultó ser distinta. Murió accidentalmente en uno de los navíos apostados allí, según me contó el capitán de fragata Mollá, convirtiéndose –como es lógico– en un mártir de la independencia. Nadie se merece la tortura de ser "pasado por la quilla". "Se les fue la mano". Era un idealista y un hombre honrado. En ese desgraciado episodio, sobre todo para el negro, pero también para España por ser no solo una crueldad gratuita y un crimen sino además un grave error político, aun cuando no deliberado, ninguna participación tuvo don Faustino y su responsabilidad no rebasaba el perímetro exclusivamente político. La jurisdicción naval instruyó el correspondiente procedimiento que resultó sobreseído libremente. Con arreglo al Código de Justicia Militar esta era la competente por razón de las personas y del lugar, e incluso del presunto delito. El Juez de Distrito, con funciones de instructor penal, no actuó en ningún momento, el Fiscal tampoco y menos aún el Tribunal de Justicia presidido a la sazón por un excelente magistrado, Rafael Galbe Pueyo».

Mendizábal es un interesante -pero también interesado- relator. De hecho, Rosa Pardo Sanz -recurriendo al Fondo Marcelino Oreja Aguirre- afirmará en La política descolonizadora de Castiella que «El asesinato de A. Mañé fue reconocido por Castiella en su exposición (La Guinea Ecuatorial en la política exterior española, 1957-1967) a la Comisión Interministerial sobre el futuro de Guinea, en abril de 1967, y en Exposición del Ministro al Consejo de Ministros, 28-3-68 (en AC sin numerar). Al parecer se le aplicó una especie de ley de fugas; el caso se llevó a los tribunales (el juez instructor -R.Galbe- era en 1968 Subcomisario General) y se dio una pequeña pensión a la viuda para enterrar el asunto».


En el documento sellado como SECRETO de ese mismo fondo -sin entrar en detalles- se recoge cómo la provincialización y autonomía genera desasosiego en la población local y «produce una reacción de los sectores políticos guineanos y como consecuencia su represión por la fuerza por nuestras autoridades (…) quedando envuelta en el misterio la desaparición de Acacio Mañé, rico propietario de Bata». [El entrecomillado es nuestro, pero el subrayado es del documento original.]
En esa línea, resulta -cuando menos- curioso que Acacio Mañé, definido como "hombre de pocos escrúpulos",  desapareciera apenas una semana después de la misteriosa muerte de Enrique Nvo, otro líder independentista guineano presuntamente asesinado por órdenes del gobierno colonial.


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