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sábado, 18 de marzo de 2023

El caso del loro

Entre los interesantes relatos breves de Esteban Calderón queremos señalaros Loros (¡gracias Esteban!):

Suele pensarse erróneamente que Guinea debe ser un paraíso de loros con gran variedad de plumaje, y no es así. En realidad, sólo hay dos especies: una, la más abundante, de color gris y cola roja, y otra, más pequeña y mucho más rara de ver, de color verde. Sin embargo, el gris de su plumaje no convierte en aburridas a estas aves, ya que son seguramente los loros mejor dotados y con más habilidad para aprender a hablar, siempre que se dé la condición de que el contacto con los humanos se produzca desde que el animalito es muy pequeño. En mi recuerdo permanecen imborrables dos loros.

El primero, como no puede ser de otra manera, es el mío. Se lo regaló a mi padre un empleado nativo de su oficina, en Bata, cuando casi no tenía plumas, probablemente caído de algún nido, cosa algo frecuente. En casa muchas veces lo teníamos suelto sin que por ello se escapase: éramos su única familia. En ocasiones trepaba por la mosquitera de mi cama y cuando estaba arriba del todo, calculaba la distancia con el ojo y se dejaba caer a mi lado, para que le rascase. Aquel imperativo fue de las primeras palabras que aprendió: “¡Ráscame, ráscame!”. Mi padre, con la ironía --a veces hiriente-- que le caracterizaba, lo bautizó como “Pocho”, que era el apodo de un compañero de trabajo de Cartagena y cuyo perfil recordaba, ciertamente, a un lorito. Así, “Pocho” se convirtió en uno más de la familia y aprendió a hablar por los codos --debería decir por las alas-- y a imitar cualquier sonido que escuchase. A menudo descolgábamos el teléfono para atender una llamada y no había nadie al otro lado del aparato. Era “Pocho” imitando el sonido del teléfono. Lo mismo sucedía con las voces de los distintos miembros de la familia. Nada se le resistía.No obstante, aunque la existencia de los loros suele ser larga, la de mi loro no lo fue mucho. Ya en España tan sólo vivió tres o cuatro años. Como en casa siempre teníamos aves de corral, un pavo contrajo la peste aviar y contagió al pobre “Pocho”. El pavo se curó, pero mi loro se murió. Desde entonces, aunque he tenido ocasión de hacerlo, no he querido tener ningún loro; ningún otro puede ocupar el lugar de “Pocho”.

El segundo loro que recuerdo también fue en Bata y pertenecía a D. Gonzalo, el jefe provincial de Falange, que era muy amigo de mi padre, aunque mantenían vivas discusiones políticas por sus posiciones antagónicas. El matrimonio no tenía hijos y aquel loro, cuyo nombre ha desaparecido de mi memoria, era la niña de sus ojos. Pero, claro, los loros aprenden lo que escuchan a su alrededor o aquello que pertinazmente se les enseña y tal fue el caso que nos ocupa, ya que aquel prodigio de lorito continuamente cantaba el “Cara al sol”, “Montañas nevadas”, silbaba el “Oriamendi” y daba los gritos de rigor de la Falange, aquello de “¡España, Una!, ¡España, Grande!, ¡España, Libre!”, y un sinfín de cosas más. El loro suele ser un animalito simpático y que cae bien, sin embargo aquel lorito no gozaba de mucha popularidad entre la colonia española de Bata. Un buen día llegó a mi casa D. Gonzalo. Apenas podía articular palabra. Mi padre le sirvió un “Johnny Walker” con soda y lo tranquilizó un poco. Abatido exclamó:

–¡Esteban, me han robado el loro!

 D. Gonzalo, muy confiado, solía tener su loro en una jaula en la terraza de la planta baja. Nunca más supo de él. No puedo afirmarlo con rotundidad, pero tengo para mí que aquel loro indeliberadamente falangista terminó sus días en la cazuela de algún desafecto al Régimen, harto de sus proclamas.

viernes, 4 de noviembre de 2022

En Guinea, la mili y hasta loros

Recuerda Domingo Rodríguez en Pellagofio, edición de noviembre de 2013 de La Provincia que «En la escuela de nuestra infancia aprendíamos que, además de Ifni y el Sáhara, España poseía en África las denominadas provincias de Fernando Poo y Río Muni, colonias que con el paso del tiempo pasarían a denominarse Guinea Ecuatorial. Y de allí, de la Guinea, llegaban maderas. Y cacao. Y café. Y aceite de palma. Y plátanos, cocos y piñas "porque son dos provincias de suelo fertilísimo"; nos decían los maestros. Y así lo señalaba, además, la Enciclopedia de Grado Medio, único libro de texto que utilizábamos en el grupo escolar (además del Catecismo, claro). Llegaban también muchos loros susceptibles de ser malcriados por chiquillos mataperros, capaces de enseñarles palabrotas y otras ordinarieces. No era raro observar cómo de un balcón o azotea salían los sonidos inconfundibles de los papagayos, adquiridos a cambulloneros, traídos como regalo o como recuerdo de la estancia en la colonia africana de muchos canarios que hicieron el servicio militar en aquella plaza. Como quienes aparecen en esta foto, entre los que se encuentra Tomás Pérez Sánchez, canario del Carrizal de Ingenio que cumplió parte de sus siete años de servicio militar en la antigua colonia española, viviendo el desarrollo de la guerra civil desde aquel lugar tan alejado del campo de batalla peninsular, donde fue testigo directo del hundimiento de la motonave Fernando Poo».