CB

lunes, 30 de noviembre de 2020

La discreta tierra ecuatorial II

¿Recordáis la entrada sobre el Refugio ecuatorial? y la de ¿La discreta tierra ecuatorial?

Según Rafael de Mendizábal Allende en Misión en África. La descolonización de Guinea Ecuatorial (1968-1969), el territorio servía no solo como castigo (como señalábamos en Desterrado... en Guinea), sino también como «refugio más o menos solapado...» de disidentes, pero también de aquellos que necesitaban distanciarse de conflictos.

Pero también sirvió como tierra de asilo durante 2 guerras mundiales, así contábamos recientemente en El recital español, que 

Conocemos de los refugiados alemanes de Camerún, que durante la I Guerra Mundial pidieron asilo en el territorio neutral de la Guinea Española. Incluso, en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel hemos mostrado cómo los territorios limítrofes de Camerún y Gabón permitieron al inicio de la guerra civil "acogerse a sagrado" a los golpistas fallidos del Río Muni, y posteriormente a los frentepopulistas españoles tras el bombardeo y caída de Bata.

Y -en menor medida- esta situación se reproducirá con los franceses leales a Vichy, que desertaron y huyeron a Río Muni tras ser derrotados en la batalla de Gabón en noviembre de 1940.

Hoy, en "Arguineguín hace 104 años" nos recuerdan desde El Mundo que  precisamente que «Los primeros campamentos españoles para refugiados africanos fueron en Fernando Poo».

«Febrero de 1916. Antigua colonia Española de Guinea. Los combates en la vecina Camerún, hasta ese momento dominada por los alemanes, casi han cesado después de que las tropas del káiser Guillermo haya sido vencidas por los aliados franceses y británicos y la colonia germana se bate en retirada. Son 850 civiles, militares, funcionarios y comerciantes, pero con ellos emprenden la marcha los 6.000 soldados nativos que los alemanes habían adiestrado y que eran absolutamente leales a la bandera imperial y varias decenas de miles de cameruneses les acompañan. Las fuentes históricas que ha ido consultando Font Gavira —cuya investigación está plasmando en una tesis doctoral que verá la luz en breve bajo el título Los refugiados alemanes del Camerún. Impacto en la neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial— no se ponen de acuerdo acerca de la cifra de civiles cameruneses, pero rondarían los 50.000, algunos hablan de hasta 60.000 personas. En el paso fronterizo de Río Campo, los guardias coloniales españoles se limitan a dar la alerta al gobernador, instalado en la capital, Santa Isabel, en la isla de Fernando Poo, de la magnitud del éxodo que está cruzando a suelo español. Poco más pueden hacer, son tres, cuatro a lo sumo, guardias sin apenas equipamiento que asumen un papel poco más que de testigos de la riada humana que pasa antes sus ojos y que va a arribando a la ciudad de Bata. (...) 

Mujeres, niños, ancianos... Llegan en oleadas sin apenas pausa y cruzan la línea invisible de la frontera huyendo del hambre y de la guerra. Se cuentan por miles y no tienen más patrimonio que lo que llevan
encima.
En pocos días, en apenas unas semanas, son tantos ya que las autoridades se confiesan desbordadas.
No hay dónde alojarlos ni comida para alimentarlos y la crisis humanitaria estalla en toda su crudeza. Se hacinan junto al Atlántico, en asentamientos improvisados y sobreviven como pueden, de la caridad de los lugareños y de lo que se procuran por sus propios medios, que no son muchos. La situación es dramática y en las primeras semanas mueren más de mil de inanición y de enfermedades. El Gobierno español repatría a la mitad de ellos de forma expeditiva y con la promesa de que, al menos, no iban a ser objeto de represalias por su huida de su lugar de origen. Pero queda la otra mitad y la crisis no está resuelta, así que se opta por construir un enorme campo de refugiados en el que puedan esperar, ellos también, a ser devueltos a sus países...».





domingo, 29 de noviembre de 2020

El exilio del farmacéutico de Bata

Lo cuenta su hijo Gonzalo Matamala en su blog Memorias:
[...]
Por aquellos tiempos España había entrado en guerra consigo misma , al haberse producido el día 18 de julio el alzamiento franquista contra el gobierno de la República , en Guinea las cosas se polarizaron de la siguiente manera: la Isla de Fernando Poo se puso a favor de los sublevados mientras que en el continente se siguió fiel al gobierno legitimo; ello motivó que en ambos territorios de la colonia solo surgiese algún incidente sin importancia de ser destacado hasta que desde Santa Isabel decidieron someter a la parte del Muni, para lo que recurrieron al engaño y a la traición como demuestra el hecho de que se presentara un barco de pasajeros armado con un cañón bajo bandera legal, luego una vez en la bahía de Bata arriaron esta bandera e izaron la bandera de los rebeldes (la actual) y sin previo aviso comenzaron a bombardear la ciudad y en especial muchos de los cañonazos fueron dirigidos hacía nuestra casa, ya que al parecer la confundieron con un centro oficial como la sede del Subgobierno, esta confusión se debió a que en días anteriores se había celebrado en nuestra casa un recepción para celebrar el aniversario de la instauración de la república, y por ello habían puesto frente a la misma banderas y gallardetes; al parecer el hecho de que este evento de celebrase en nuestra casa era el haber sido elegida por ser uno de los pocos edificios edificados de ladrillos al igual que las casas de Europa, también por se la única que en aquel tiempo tenía un salón lo suficiente amplio (el hall de la farmacia) con aforo suficiente para la celebración de estos eventos, puesto que la sede del subgobierno carecía de un local que reuniera las condiciones para ello.
Ese día sobre las seis de la mañana comenzaron a bombardear como antes he expuesto por lo que salimos de casa con apenas lo puesto y siguiendo los consejos de mi padre nos reunimos una cantidad de personas y salimos en coche camino del Camerún con el fin de no caer en manos de aquellos que querían adueñarse de la ciudad y que según mi madre no habrían dudado en matar a todos aquellos que no fueran adictos al gobierno dictatorial Fascista por lo que huimos a la mencionada colonia francesa después de toda una noche por la selva y caminos prácticamente meras sendas llegamos a Duala y de allí fuimos a Yaundé, donde se nos unió nuestro padre que se había quedado en Bata haciendo frente al desembarco de tropas en la playa y el con otros siete españoles impidieron que este se llevara acabo durante tres días con apenas armas ya que solo disponían de una ametralladora, desde Yaundé nos trasladamos al Gabón dirigiéndonos a Libreville donde tomamos un barco francés llamado Asia , desde el que comenzamos un nuevo periplo.
Cuando llegamos al Camerún sin apenas tener nada por que como he dicho salimos precipitadamente de nuestra casa sin tiempo siquiera para recoger nuestras pertenencias mas imprescindible fuimos atendidos por las autoridades francesas no así por la misión católica la cuál decía a los negros de ese país les dijeron que éramos demonios que queríamos matar a los cristianos, en cambio no fue así por parte de los protestantes que en verdad nos ayudaron en todo cuanto pudieron.

Desde Libreville comenzamos un periplo agotador ya que desde ese puesto nos partimos a Lagos y de allí fuimos a Fritao y Dakar y de allá fuimos a Burdeos , yo recuerdo que en el puerto de Libreville cuando comenzábamos a embarcar ví en la cubierta del barco a un niño que se llamaba Ferandito que también era refugiado, pues bien yo me empeñe en que quería ir donde aquel niño que era mayor que yo por lo que cogí una enorme rabieta a lo que mis padres se opusieron. Esta rabieta se me pasó una vez que embarcamos , también tengo algunos recuerdos de nuestra permanencia en el barco como del comedor así como de una tienda en la que mi padre me compró un juguete consistente en un pato de un material de pasta parecida al plástico y que flotaba en el agua, tampoco he podido olvidar como arrojaban los desperdicios al mar desde una de las cubiertas.
Cuando llegamos a Burdeos tomamos el tren con destino a España; todavía tengo en mi memoria la estación de ferrocarril que me parecía enorme y recuerdo que era metálica ese recuerdo lo tengo grabado en mi mente como si ayer hubiese ocurrido.

Poco después llegamos a España entrando por Port-Bou dirigiéndonos a Barcelona donde al ser refugiados nos internaron en el estadio de Montjuit...

La narración de su vivencia en ese exilio puedes leerla íntegra en la entrada de su blog Recuerdos de mi primera infancia.

Instrucción sobre la caída de Bata, recogiendo la declaración de Rafael Matamala.
Fotografía del twitter de su nieto D Matamala.

En el Boletín Oficial del Estado del 30 de julio de 1940, el TRIBUNAL REGIONAL DE RESPONSABILIDADES POLÍTICAS DE LOS TERRITORIOS ESPAÑOLES DEL GOLFO DE GUINEA publica la siguiente sentencia:


Rafael Matamala Baeza (Droguero)Dos años de destierro de estos Territorios y la multa de dos mil pesetas
Una forma más de perseguir castigar al derrotado... ya que Rafael Matamala había fallecido tres años y medio antes, el 17 de diciembre de 1936, en acción de guerra en Teruel.

Después de años de ensañamiento, incluso tras su muerte, en 1957 se anota en su expediente que ha sido indultado.

jueves, 12 de noviembre de 2020

El recital español

Tanques Hotchkiss H-35,
1era Compañía de carros de combate 
de la Francia Libre en la 
Campaña de Gabón.

Conocemos de los refugiados alemanes de Camerún, que durante la I Guerra Mundial pidieron asilo en el territorio neutral de la Guinea Española. Incluso, en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel hemos mostrado cómo los territorios limítrofes de Camerún y Gabón permitieron al inicio de la guerra civil "acogerse a sagrado" a los golpistas fallidos del Río Muni, y posteriormente a los frentepopulistas españoles tras el bombardeo y caída de Bata

Para algunos de éstos últimos ese cruce de frontera fue de hecho el inicio del exilio.

Pero no se suele guardar memoria de los exiliados franceses que buscaron refugio en Río Muni tras la batalla de Gabón durante la guerra civil entre la Francia libre bajo el mando de Charles de Gaulle y la colaboracionista de Vichy. 

En agosto de 1940, Leclerc inicia su gira africana y tras una serie de frustrados intentos de la 13ª Demi Brigade de la Legión Extranjera por desembarcar en Dakar, los expedicionarios empiezan su periplo colonial en el puerto camerunés de Duala, donde reciben una cálida bienvenida y el 27 de agosto Camerún se adhiere a la Francia Libre. En cambio, los soldados y civiles de Gabón, incitados por el obispo local, permanecerán leales a Vichy, por lo que el siguiente destino será Libreville (Gabón), vía principal de entrada de las colonias francesas del África Ecuatorial. Así, tras desembarcar en la bahía de Corisco, remontan el rio N´Tsini y traban combate por primera vez con las fuerzas de Vichy. 

La batalla de Gabón inicia con la toma de Mitzic por las Fuerzas Francesas Libres, seguida de Lambaréné. Tras duros combates (bombardeos incluidos), las tropas dirigidas por los generales gaullistas Leclerc y Koenig conquistan Libreville, y el 12 de noviembre capitulan las tropas de Vichy de Port-Gentil. Este episodio de la II Guerra Mundial, concluye con el suicidio del gobernador Masson, y la huida de los leales a Vichy al territorio español de Río Muni. Éstos fueron evacuados en diferentes fases del territorio español para reincorporarse a la Francia de Pétain.




El 3 de septiembre de 1940, Falange: diario de la tarde publicaba que «El lunes al mediodía, la radio francesa desmintió categóricamente las noticias según las cuales se ha extendido también a la colonia de Gabón el movimiento rebelde fomentado por el general De Gaulle dijo el locutor que el gobierno francés ha recibido un telegrama del alto comisario de Dakar, Boisson, diciendo que reina absoluta tranquilidad en dicho territorio colonial…». Dos meses después, Libreville era liberado por las tropas de Leclerk.


Aunque La Guinea Española no recogerá noticias de la batalla de Gabón siguiendo la lógica de no mostrar conflictos entre europeos, la prensa peninsular sí publicará diferentes informaciones. 

Incluyendo la denuncia del sufrido confinamiento de 500 prisioneros franceses que pelearon contra "los de gaullistas". De ahí huirán esporádicamente a territorio español, según José U. Martínez Carreras en Guinea Ecuatorial española en el contexto de la Segunda Guerra Mundial:

Días después, el buque «Calvo Sotelo» lleva a Santa Isabel desde Bata a ocho franceses de Vichy, marineros del «Bougainville», que se ha visto implicado en las operaciones próximas a Libreville, y que han sido acogidos como internados de guerra en Fernando Poo; también a comienzos de 1941, otros nueve marineros franceses escaparon de un campo de prisioneros en Gabón y se refugiaron en Río Muni.

Se generó, un éxodo de huidos y desertores franceses de Gabón. Una vez más, la misma frontera que protegió a los refugiados alemanes del Camerún de la I Guerra Mundial sirvió de protección a los franceses leales a Vichy que buscaban refugio en el Muni: la frontera sur que había protegido un año antes a los soldados franquistas tras la escaramuza del río Ekuku o incluso a los republicanos tras la caída de Bata volvió a ser protagonista.

Y el gobernador general -en funciones por ausencia de Juan Fontán- Víctor Suances verá con preocupación cómo el territorio continental quedó rodeado por los aliados y tan sólo el río Utamboni le separará de soldados republicanos organizados y mejor equipados que las tropas coloniales. Luis de Sequera recogerá en Poto Poto, las tropas de guarnición en los territorios españoles de Guinea, cómo los aliados se referirán al gobernador como «de tendencia acusadamente germanófila, se favorece el internamiento de franceses huidos de la prisión del Gabón, así como las actividades y concentraciones de alemanes en Guinea, y no se reconoce al gobierno de Francia Libre por considerarlo rebelde al de Vichy».

Pero es normal que no te suene: a la amnesia colectiva sobre Guinea Ecuatorial, hay que sumarle el temor del Gobierno franquista de evidenciar su velada colaboración con los países del Eje de los que era claro aliado el régimen del mariscal Philippe Pétain.

Si buscamos bien, seguramente este suceso con eufóricos soldados republicanos españoles en Gabón, separados tan sólo por el río Utamboni del territorio bajo administración española... y que supondrá el aislamiento de la España de Franco en el África ecuatorial, daría para otro interesante episodio de El Taiwán Ibérico

No lo haremos en esta ocasión, ya que cada vez que sacamos el tema se generan acaloradas discusiones (casi tantas como cuando dijimos que Negrín fue el primer presidente africano de España). Tan sólo vamos a rescatar un fragmento de Morir bajo dos banderas de Alejandro M. Gallo, que narra cómo terminada la guerra civil española, los soldados de la II República se dispersaron por el mundo. Meses después, al comenzar la II Guerra Mundial, algunos reagruparon en las unidades militares que combatieron al nazismo y al fascismo en todos los frentes, no sólo con las tropas de Lecrec que liberaron París, también con las que liberaron de Gabón, en donde los españoles de la 13ª DBLE participarán en algunos de los enfrentamientos más decisivos, como la toma del aeródromo de la capital, Libreville.

Entre otros el adjudant Felipe Maeztu y Etelvino Pérez, siendo condecorados con la Compagnon de la Libération y Chevalier de la Légion d'Honneur, o Antonio Medina Pérez "Turuta" y Miguel Campos que junto a La Nueve entró en primer lugar en París en agosto de l944:

(...) en un lugar perdido u oculto del Camerún o el Gabón o en medio de ambos o de ninguna parte con nombre propio, se asentaba uno de los batallones coloniales de la Legión Extranjera y lo que en ellos pasó sería el germen de vuestro asalto a los cielos. Los que habían regresado vivos de allí dijeron que se hallaba «en el manglar cerca del estuario del río Muni»; «incrustado en las piedras de los Montes Cristal», alegaron los que nunca lo visitaron; «con los dioses vengativos, en la cumbre del Iboundji», murmuraban los nativos; «en un valle profundo del Ogooué», publicitaban en la Legión. Cualquiera que fuese su ubicación exacta, sólo había una cuestión clara: nadie la conocía.
(...) los acontecimientos en el África Ecuatorial Francesa se precipitaban sin llegar aún a vosotros. Era viernes cuando noviembre de 1940 hizo su aparición bajo lluvias violentas y una temperatura de veintinueve grados. Aquel día, los integrantes del batallón colonial de Gabón no se despertaron a las cinco al toque de corneta. Media hora antes, una explosión a lo lejos los sacó de los camastros. 
-Han entrado en nuestras líneas. Todo el mundo a sus puestos -gritó el comandante Decoux. Los legionarios revisaron sus correajes, comprobando que las granadas de mano se encontrasen bien amarradas. Después empuñaron los fusiles y corrieron a ocupar las posiciones de defensa que mil veces habían ensayado. Aquella mañana, la bandera no se izó.
-Leclerc pensó que nos cogería desprevenidos, pero se equivocó -sentenció el comandante desde una de las torres de vigilancia, mirando por los prismáticos. Más explosiones. El cuerpo expedicionario de vanguardia de Leclerc caía en el campo de minas oculto entre la densa vegetación de la tundra. De repente llegó el silencio. «Se retiran», se dijo el comandante. Pero una explosión cercana le impidió saborear la idea. Un proyectil enemigo había impactado contra una de las torres del campamento, derrumbándola.
-¡Mierda, tienen artillería! -aulló Decoux-. ¡Todos a cubierto!
-Por el impacto no parece artillería pesada. Debe tratarse de un proyectil del 75 -opinó uno de sus tenientes. Tres nuevas explosiones en la selva produjeron más bajas en la vanguardia de Leclerc, pero, además, esta vez habían sonado cerca de las trincheras. Los legionarios del batallón colonial no habían disparado sus armas. Les habían educado bien y no malgastaban municiones. Con el dedo en el gatillo, esperaban a que asomara alguien entre la vegetación. Le siguió una media hora sin detonaciones, lo que indicaba que los soldados de choque de Leclerc habían abierto un corredor seguro. En cualquier momento se lanzarían sobre las trincheras y casamatas. La tensión crecía entre los hombres del batallón colonial. Ahí estaban: un pelotón se lanzó sobre una de las esquinas de la línea defensiva que bordeaba el fuerte. Granadas y balas llovieron sobre ellos. Uno a uno, comenzaron a caer. Sólo dos llegaron con vida, bayoneta en mano, hasta la posición de la primera sección de los coloniales. Una ráfaga de balas los tumbó dentro de la zanja defensiva. El sargento Torres se acercó a los caídos. Uno de ellos, un muchacho que alcanzaba con dificultad los veinte años, aún vivía. Torres le colocó la mano bajo la nuca y elevó un poco su cabeza del suelo.
-¿Quieres agua, chaval? -le preguntó en francés.
-No, maldito francés fascista -contestó el otro en castellano, y escupió.
-«¿Francés fascista?» -repitió Torres, sin salir de su asombro -. ¿Eres español?
-Claro que… ¿Tú también?
-¿Hay más de los nuestros con Leclerc?
-Sí, algunos que… combatimos a los nazis en…
-¡Médico para este soldado! -gritó el sargento y, mirando a los ojos del herido, añadió-: Muchacho, acabas de detener una matanza. Torres salió de la trinchera y corrió al encuentro del sargento jefe Fábregas y del cabo García.
-Seguidme -les ordenó-. Hay que liberar a Campos y detener esta locura. Los tres corrieron entonces entre las balas y el aguacero hacia el interior del fuerte. Su objetivo: el calabozo de tropa. El cabo García, manipulando una palanqueta, arrancó el candado de la cadena que aprisionaba la puerta de la celda.
-Campos -dijo el sargento Torres-, tenías razón: hay españoles con la Francia Libre.
-¿Qué hacemos? -preguntó el sargento jefe Fábregas.
-Id a detener a los tenientes; si se resisten, los matáis. Luego explicáis lo que ocurre al resto de los soldados españoles e izáis bandera blanca.
-¿Y tú? -preguntó Fábregas.
-Yo me ocuparé del señorito del comandante. Los tres mandos españoles de aquel batallón, jóvenes veteranos de una guerra perdida contra el fascismo en España y nada dispuestos a desaprovechar la revancha que les ofrecía la Historia, se apresuraron a cumplir las órdenes de su adjudantchef. Campos irrumpió con un fusil ametrallador en el despacho de Decoux, que, parapetado tras sacos de arena, oteaba el exterior con los prismáticos.
-¡Qué cojones…! -exclamó el francés, sin acabar la frase.
-Mi comandante, o iza la bandera blanca o queda detenido.
-Adjudant-chef, se lo advierto: esto es sedición y se castiga con la muerte. No sume al quebranto de su arresto mayor gravedad. Baje el arma. ¡Se lo ordeno! -gritó, y llevó rápidamente su mano a la cartuchera.
-Mi comandante, no lo haga.
-No va a mancillar un piojoso español el honor de mis raíces familiares -dijo, alzando la pistola.
-Se lo previne -sentenció Campos, y disparó una ráfaga. El comandante se retorció mientras su pistola se estampaba contra el suelo y su sangre brotaba del pecho y la boca.
-Este ya es historia -susurró el sargento jefe Fábregas, entrando en ese momento.
-¿Y los tenientes? -preguntó Campos.
-Detenidos.
-¿Alguna resistencia más?
-Ninguna, los suboficiales son nativos y no quieren morir. Y, por supuesto, la tropa española está con nosotros.
-¿Izasteis la bandera?
-Incluso está limpia, la condenada. Fábregas señaló el mástil donde hasta ese día había ondeado la tricolor para dejar paso a una sábana. Desde la ventana, Campos gritó:
-Coronel Leclerc, soy el adjudant-chef Miguel Campos. Pido un alto el fuego para que hablemos. Los disparos de los dos bandos cesaron y la tundra se silenció.
-Vamos -ordenó Campos a Fábregas. En cuatro zancadas alcanzaron la puerta del fuerte y la abrieron. Campos caminó despacio, seguido de Torres y Fábregas; el cabo García iba el último con un fusil ametrallador en bandolera, como protegiendo a los demás. Fábregas se situó a la derecha de Campos, y Torres a la izquierda. A veinte metros de la puerta y cincuenta del primer arbusto, se detuvieron. El silencio se había apoderado de las trincheras, del fuerte y de la selva. La bandera blanca se sacudía mecida por el cálido y violento viento que presagiaba el reinicio del diluvio. De pronto un todoterreno se interpuso entre los cuatro mandos y la selva. Cinco galones blancos: un coronel. Su figura les llamó la atención: botas de antílope y traje y gorra coloniales, muy desgastados. No era ningún señorito, sino un combatiente. Descendió del vehículo y andando con dificultad apoyado en un bastón, se ubicó a diez pasos de Campos. Pero si su estampa sorprendía a los mandos del batallón colonial, al coronel tampoco le pasó inadvertida la imagen de aquellos hombres que le esperaban: camisa abierta, barba de meses y cabeza rapada. El sargento de la derecha del adjudant-chef incluso llevaba un arete dorado. «Dan miedo al miedo. Parecen salvajes», pensó Leclerc. Frente a frente, los dos jefes de aquellos destacamentos se miraron a los ojos bajo la lluvia torrencial que había regresado y a la que se mostraban ajenos. Comprendieron que tenían algo en común: ambos habían borrado de sus diccionarios particulares la palabra miedo. Leclerc fue el primero en hablar. Tras presentarse, preguntó:
-¿Quiere plantearme las condiciones de su rendición?
-¿Rendición? -exclamó extrañado Campos-. No, coronel. Nosotros nunca nos rendimos.
-Entonces, ¿de qué quería parlamentar?
-De sumar nuestro batallón a la Francia Libre. Leclerc sonrió y, apoyándose en su bastón, se acercó tres pasos hacia Campos. Se acarició el bigote.
-Contrato hasta echar a los nazis de la Francia ocupada - contestó.
-Hasta el fin de la guerra, coronel.
-Expulsar a los nazis de territorio francés es el final de la guerra.
-Nuestra guerra es contra el fascismo.
-Que así sea, adjudant-chef. Hasta ese final, entonces. Se dieron la mano y gritos de «¡Viva la Francia Libre!» y «¡Viva la II República!», tanto en castellano como en francés, irrumpieron desde las trincheras y entre la espesura de la selva.
-Puede izar su bandera, mi coronel.
-Campos señaló el mástil sobre el que ondeaba la sábana.
-Nuestra bandera, adjudant-chef
-corrigió Leclerc, y se giró hacia el jeep para gritar-: Teniente Dronne, ordene traer la bandera de la Francia Libre.
-Tuguta -llamó el teniente girándose hacia la selva.
-¿Tuguta? -murmuró Campos extrañado. Entonces, de entre la espesura de la tundra, un soldado moreno y bajito, con una trompeta y una bandera tricolor cruzada por la Cruz de Lorena, avanzó rápidamente hacia la puerta del fuerte. Al llegar a la altura de Campos, le dijo:
-A sus órdenes, mon adjudant-chef Soy el Turuta. Nací en Ciudad Real y también combatí contra el fascismo en España. Me llamo…
-Tuguta -exhortó de nuevo el teniente desde el jeep-, coloque la bandera de una puta vez. El Turuta iba a iniciar la carrera hacia el mástil, cuando Campos ordenó al sargento jefe Fábregas:
-Entrégale una bandera de la II República y que la ice también. Nosotros, a partir de ahora, peleamos bajo dos banderas. Leclerc sonrió.
-Veo que no es su costumbre solicitar permiso a sus superiores -comentó.
-Mi lema es «Ni Dios, ni amo». El coronel meneó la cabeza y añadió:
-Extraño sitio para un anarquista.
-Extraño sitio para un aristócrata, mi coronel. La incipiente tempestad se convirtió en testigo de la alianza de sangre firmada, en aquel instante, entre aquellos dos hombres.
-A propósito, adjudant-chef, ¿este Batallón de Marcha no tenía oficiales franceses?
-Ordené que se les encerrase, al seguir defendiendo al régimen de Vichy…
-Entiendo. ¿Quién estaba al mando?
-El comandante Decoux.
-Ah, Jaques Marie Decoux. El hijo del duque de Mena… Voy a hablar con él.
-Me parece que no será posible, mi coronel.
-Y eso, ¿por qué?
-Contrajo una extraña enfermedad y murió de repente.
-Una lástima.
-Leclerc se giró de nuevo hacia el teniente Dronne y le ordenó-: Teniente, que los hombres entren al fuerte a guarecerse de la lluvia.
-¿Cuál es el siguiente paso, mi coronel? -preguntó Campos.
-Tomar el último foco de resistencia del África Ecuatorial Francesa: Libreville.
-Lo defienden franceses, mi coronel.
-Lo sé.
-Leclerc tragó saliva, alzó su mirada al cielo y sentenció-: Será nuestra propia guerra civil.





Imágenes de la campaña de Gabón
Y un último párrafo:

-Cuando la 13.ª asaltó el aeródromo -dijo Leclerc-, se oyeron gritos en español desde sus filas. Koenig sonrió.
-¿Gritos como estos? -preguntó, y alzó la voz-: «¡Cómo en el Ebro, compañeros!». «¡Cómo en Madrid!». «¡No pasarán!»…
-A eso me refiero.
-Lo llamamos el «recital español». Todos los republicanos españoles se lanzan al ataque a golpe de esas consignas. Para ellos esta guerra es continuación de la suya.
-¿Cuántos españoles tienes en la 13.ª?
-La mitad: quinientos. Pero en la 1.ª División hay casi tres mil. (...)


Así, que no sólo participaron los exiliados republicanos en la liberación de París; también en la de Libreville.


Homenaje a La Nueve.

 

martes, 10 de noviembre de 2020

Un català d’Urgell venerat a Malabo

¿Recordáis la entrada El santoral ecuatoguineano? y ¿La nostra Guinea?

Pues nos acabamos de tropezar con un viejo artículo que os compartimos:

Un català d’Urgell venerat a Malabo

La historia de Guinea Ecuatorial está muy marcada por la labor de los claretianos, la congregación fundada por el catalán San Antonio María Claret, que con su labor evangelizadora hicieron un gran bien a aquellos pueblos hermanos. El año 1883 llegaba a Guinea la primera expedición de 12 Misioneros Claretianos. A esta primera expedición seguirían otras, sin interrupción, de tal suerte que en poco más de 2 años se encontraban trabajando incansablemente en aquellos territorios un total de 64 claretianos y habían fundado 8 misiones: 4 en la isla de Fernando Poo, la actual Bioko, una en la isla de Annobón, otra en la de Corisco, una en la isla de “Elobey Chico” y la octava en la zona continental de “Cabo San Juan”. Con la fundación de una misión se fundaba siempre un colegio.



El padre Armengol Coll fue el primer obispo de la orden de los claretianos, y una de las figuras claves en los primeros años de historia de Guinea Ecuatorial. Nacido en Ibars de Urgel en 1859, llegó a Malabo (entonces Santa Isabel), en el año 1890. Durante su larga estancia allí recorrió todas las islas, así como la zona continental; se relacionó con todas las etnias del país y aprendió sus distintas lenguas y culturas. En 1909 dio un paso trascendente con la creación de un instituto religioso femenino, que fue además la primera congregación religiosa autóctona africana, y que llevaría el nombre original de “Auxiliares de las Misiones”, hoy “Misioneras de María Inmaculada”. Más tarde, en 1914, fundó en Riaba el primer seminario para la formación de clero indígena.

No es de extrañar que los restos del obispo Armengol Coll -el Padre Grande de Guinea- reposen en la Catedral de Malabo, donde son venerados por los fieles ecuatoguineanos, agradecidos por el inmenso bien recibido de este hijo de la comarca de Urgell. (...)






martes, 3 de noviembre de 2020

Las maestras auxiliares

¿Recordáis la entrada La Sección Femenina?

Fue una narración memorable en este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel.

Uno de los resultados de esa opción africana de la Sección Femenina es el surgimiento de una generación de maestras auxiliares. De hecho, ellas garantizarán la supervivencia del movimiento tras la salida de los cuadros españoles en 1969.

«Franco y Carmen Polo de Franco con las maestras auxiliares 
de Guinea Española» dirá el archivo.

Hay interesantes registros fotográficos de sus formaciones y desplazamientos a la península, pero de todas ellas -aunque tenga menor valor documental- nos quedamos con ésta de Franco y Carmen Polo recibiéndolas.