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lunes, 25 de julio de 2022

El cura Galeote

Recreación del asesinato del
obispo Martínez Izquierdo.
¿Recordáis el asesinato del gobernador Sostoa a manos de Restituto Castilla?

Es una historia vieja, pero no fue el primer magnicidio vinculado al territorio ecuatorial.

Os rescatamos la historia del cura Galeote, que fue sacerdote castrense en Fernando Poo, y el asesinato del obispo Martínez Izquierdo, primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá:
El presbítero Cayetano Galeote Castillo, por motivos que iremos viendo y estudiando, el día 18 de abril de 1886, Domingo de Ramos y cuando entraba en la Iglesia Catedral de San Isidro de Madrid, para celebrar la misa solemne, se dirigió a él con el templo abarrotado de fieles y le disparó tres tiros de revólver a quemarropa por la espalda, exclamando: "¡Ya estoy vengado!". Seguidamente trató de suicidarse disparándose con la misma arma, lo que pudieron impedir los que le rodeaban entregándole a los inspectores de policía que le llevaron a la Prevención de la Calle de Juanelo, teniéndole que arrancar de las manos del público que le quería linchar.
Dos médicos que se encontraban en la iglesia dieron una primera asistencia a Monseñor Martinez Izquierdo para después ser revisado por los Dres. Creus, Cárceles, Bueno y Moreno Pozo que le practicaron la primera cura.
Según observaron estos facultativos "el Obispo presentaba una herida en el hipocondrio derecho, habiendo atravesado la bala el borde inferior del hígado, lesionando o produciendo conmoción en la médula, a juzgar por las falta de movimiento de los miembros inferiores y carencia en ellas de sensibilidad. La falta de paralelismo de los bordes del trayecto de la herida hizo infructuosa la exploración con el estilete, ignorándose realmente la implantación y hasta la dirección del proyectil.
"Además, presentaba otra herida en el muslo derecho, entrando el proyectil por la aparte posterior, siguiendo la dirección de abajo arriba y de atrás adelante, quedando implantado en la parte anterior del muslo, el cual se extrajo haciéndole una incisión de 4 cm de longitud por un centímetro de profundidad.
"En el brazo derecho presentaba una contusión. No perdió el conocimiento en ningún momento ni exhaló una sola queja durante las operaciones que sufrió."
El canario Benito Pérez Galdós le dedicó una serie de artículos recopilados en el libro "El crimen de la calle Fuencarral. El crimen del cura Galeote". Éste, tras visitarle dirá de él que «Galeote parece una fiera enjaulada, balanceándose con un movimiento semejante al de los cuadrúpedos aprisionados».

Pero ¿quién era el cura Galeote?

Su historia está documentada por el de Museo de Antropología Médico-Forense Paleopatología y Criminalística en el portal del panameño Instituto Conmemorativo Gorgas, entre los artículos dedicados a la temática del magnicidio:
El cura Galeote en el manicomio de Leganés
(Heraldo de Madrid, 15/2/1912).
Era natural de Vélez Málaga, provincia de Málaga, donde vivían sus padres con otros seis hijos. Cuando cometió el atentado contra el Obispo, Monseñor Izquierdo, tenía 47 años, era delgado, alto de color cetrino. Ya desde niño tuvo un carácter irascible, quizás procedente de un defecto físico que tenía. Era sordo por haber padecido otitis bilateral que en aquellos tiempos no podía ser debidamente tratada y le dejó con una audición muy escasa. A pesar de todo, terminó su carrera sacerdotal, siendo destinado a Madrid donde estuvo en diversas iglesias. Marchó luego a Puerto Rico donde vivió cinco años. También fue cura castrense en Fernando Poo.
El año 1880 regresó a Madrid en compañía de su ama, Doña Tránsito Durda y Cortés de 33 años, natural de Marbella a la que llamaba "sobrina" y con la que vivía amancebado.
Desde 1884 Galeote estuvo adscrito a la Iglesia de la Encarnación con un sueldo de 2.50 pts por decir misa.. En 1881 pasó a la capilla de los Irlandeses con 3 pts de sueldo y más tarde a la capilla del Cristo de la Salud donde cobraba 18 reales diarios. Los frecuentes cambios de Parroquia se debían a dos motivos: quería ganar más y chocaba por su carácter con sus colegas. En cierta ocasión encontrándose en una barbería, como alguien intentó llevarle la contraria en lo que se comentaba le quiso tirar por la ventana.
Desde 1880 a 1884 su domicilio fue cambiando desde la calle de La Abada, calle del Reloj, calle Mayor y por último en el Arco del Triunfo nº 61, siempre acompañado de su "sobrina", que era quien figuraba como la inquilina y el huésped o pupilo era el Cura Galeote. Por motivos de su genio, se dejó crecer la barba y el pelo enmarañados hasta el día que cometió el atentado en que se afeitó.
El Progreso de Santa Cruz de Tenerife, 7/06/1906
El Obispo de Madrid-Alcalá D. Narciso Martínez Izquierdo, primer Obispo de Madrid-Alcalá había nacido en Rueda, partido de Molina de Aragón, diócesis de Sigüenza el 129 de octubre de 1831, muriendo en Madrid el 19 de abril de 1886. Fueron sus padres D. Andrés Domingo Martínez Vallejo y Doña Angela Izquierdo, modestos labradores. Estudió en el Colegio de Molina de Aragón y luego en el Seminario Conciliar de Sigüenza y más tarde en la Universidad de Madrid hasta alcanzar el grado de Doctor en Teología. Siendo estudiante aún, desempeñó en Sigüenza una Cátedra de Lengua griega y más tarde fue Catedrático de Religión y encargado de las Biblioteca de Sigüenza.
El 1º de abril de 1857 fue ordenado de Presbítero y en 1864 obtuvo por oposición una Canonjía Penitenciaria en la Catedral de Sigüenza. Más tarde hizo oposiciones a la Canonjía Magistral de la Metropolitana de Granada siendo nombrado Arcediano desempeñando interinamente la Secretaría del Arzobispado de Granada, encargándole el Arzobispo la dirección del Seminario Central de la Diócesis y luego el Arcedianato de la Catedral.
En 1871 fue elegido Diputado por la primera vez por el Distrito de Molina de Aragón, tomando asiento en las Cortes durante el periodo revolucionario, figurando en el grupo de los carlistas.
Reelegido en las Cortes de 1873, siendo Castelar Presidente de la República, le propuso para Obispo de Salamanca, siendo preconizado el 2 de enero de 1874, y consagrado pocos días después el 31 de enero en la Iglesia de la Encarnación. El 21 de febrero tomó posesión de su Obispado y en 1876 fue elegido Senador por la provincia de Guadalajara, participando activamente en el Proyecto de la Constitución de 1876.
La provincia eclesiástica de Valladolid le eligió de nuevo en 1881, combatiendo la Ley del Matrimonio Civil, retirándose como protesta del Senado después de haber pronunciado un excelente discurso. Fue un gran orador, aunque la política no le agradó nunca. Protegió a las Ordenes religiosas de su diócesis, implantando la disciplina eclesiástica que estaba muy relajada, y restauró los edificios religiosos como la catedral y el Seminario.
La implantación de la disciplina eclesiástica le acarreó muchos enemigos. Fueron tales sus méritos y su carácter y virtudes que fue propuesto para la nueva diócesis sufragánea de Madrid-Alcalá, donde implantó en el clero una fuerte disciplina.
Cuando la epidemia de cólera de 1885 hizo una excelente labor visitando y ayudando a los enfermos coléricos de las barriadas más pobres y ayudándoles económicamente.
Y el día 18 de abril de 1886, festividad del Domingo de Ramos, cuando subía las escaleras de la Catedral de San Isidro, recibía la muerte en forma de tres disparos hechos por la espalda de manos del Cura Galeote.
El asesino tuvo que ser aislado porque el pueblo quería hacer un escarmiento en él. Fue trasladado a la Cárcel Modelo donde ocupó la celda nº 11. Desde el principio se negó a comer y beber, tomando sólo tazas de café, lo que le produjo una mayor agitación.
El Juzgado se presentó en la casa donde habitaba Galeote donde hizo un minucioso registro en el que colaboró el ama Doña Tránsito con las autoridades. Doña Tránsito Durdal y Cortés era una mujer de buen aspecto, de 36 años, alta, ligeramente gruesa, ojos grandes, negros como el pelo, labios gruesos y abultados. La casa estaba alquilada a su nombre, pequeña y pobremente amueblada. Doña Tránsito se sobresaltó cuando el Juzgado se incautó de un retrato de ella que figuraba en un álbum al lado de otro del presbítero.
El Obispo no había muerto, pero estaba ya en su casa donde empeoraba por momentos. Había recibido las condolencias del Gobierno, Ministros, altos funcionarios y un enviado de la propia Reina. Viendo su muerte cercana pidió a su confesor que le escuchara en confesión. Perdonó a su asesino de todo corazón. El Nuncio le envió la bendición de S.S. el Papa y a su lado permanecía el Cardenal Arzobispo de Sevilla. Cuando llegaba el Nuncio para darle la bendición papal, expiró dulcemente al tiempo que el Cura de Sta. Cruz rezaba las últimas preces. Así fallecía al día siguiente del atentado, el 19 de abril de 1886.
El Proceso (Puede verse en la Gaceta de Juzgados y Tribunales)
El Fiscal D. Luis Lamas Vázquez Varela, presentó dos cartas que el cura Galeote había dirigido al periódico El Progreso en las que manifestaba su sincero arrepentimiento por el mal que había hecho. El Abogado defensor presentó un testigo que había conocido a Galeote en Puerto Rico y que aseguró "que había presenciado en Galeote accesos de locura positiva, real y manifiesta".
Galeote pidió que se le permitiera permanecer cerca del Relator durante la lectura del proceso porque era bastante sordo. El Fiscal presentó una serie de cartas dirigidas por Galeote al Obispo y a D. Nicolás Vizcaíno, Rector de la Congregación de la Capilla del Cristo de la Salud, a la prensa y a algunos Ministros. En ellas reclamaba que el Rector P. Vizcaíno comenzó a manifestar por él cierta frialdad y no le saludaba. Y un día le dijo que podía marcharse, lo que el reo consideró una injusticia y una ofensa a su honor. Reclamó al Obispo y éste no le hizo mucho caso. Pensó entonces disparar contra el P. Vizcaíno, pero al considerar que el Obispo no le había tratado como le correspondía, decidió disparar contra él.
Al preguntarle el Fiscal dónde había conseguido aquel revólver, contestó que en Puerto Rico donde se lo había comprado a un amigo que se encontraba necesitado.
Después de la lectura del Sumario, el Fiscal formuló su escrito de calificación que resumimos:
"Los hechos que se han relatado constituyen los delitos de asesinato y atentado. El acusado ha tenido en estos hechos la participación de autor. Concurriendo la circunstancia calificativa de alevosía y la agravante genérica de premeditación, sin ninguna atenuante ni menos eximente. Por tanto, el procesado D. Cayetano Galeote ha incurrido en la pena de muerte".
El Interrogatorio del procesado
"D. Cayetano Galeote Cotilla, de 47 años de edad, célibe, nacido en Vélez Málaga, provincia de Málaga, con domicilio en unas casa de huéspedes en Mayor nº 61. Hacía seis años y medio que vivía en Madrid. La dueña de la casa donde vivía se llamaba Doña Tránsito Durda y Cortés, a quien conoció en Málaga y se vino aquí por no poder ganarse la vida. "Yo la conocí y me convenía vivir en casa de ella porque me asistía muy bien".
"Cuando llegué a Madrid, dice Galeote, empecé a decir misa en la Capilla del Santísimo Cristo de San Ginés. Allí me daban dos pesetas por cada misa, como a todos los sacerdotes forasteros y transeúntes. Así estuve cuatro años. Estaban conmigo muy contentos y satisfechos, no solamente porque cumplía con exactitud, sino porque me tenían siempre dispuesto a asistencias gratis. De esta manera vivía bien, porque estaba libre e independiente. El P. Vizcaíno era el Rector con quien me llevaba bien, incluso me prestó 50 duros para socorrer a mi familia cuando hubo un terremoto. Luego hubo varios incidentes cuando me quitaron la misa. Aquello fue una bofetada para mí. Ví mi honra y dignidad hollada porque no se me daban explicaciones sobre mi separación. Yo le pedí una orden por escrito para quejarme a mi Prelado. Fui a ver al Señor Obispo explicándole que tenían el propósito de echarme de la Capilla. Advertí que diría misa en el Altar Mayor o promovería un escándalo.
"Tuve la idea de darle un tiro al P. Vizcaíno. Pero como el Obispo no me hizo caso, le hice responsable a él, así que me fui del Norte con mi revólver a ver si pasaba el coche en que iba el Obispo. Pero no le encontré. Llegó el Domingo de Ramos y me fui a la Catedral. Llegó el Obispo, me apoyé en una columna, aparté a la gente, saqué el revólver y sin apuntar, pin...pin...pin, le disparé por la espalda. Luego me quise matar con el mismo revólver, pero me cogieron por los brazos y me llevaron a la cárcel."
Insistió el Fiscal y le preguntó: "¿Por qué ha matado Usted al Obispo, cuando el resentimiento era contra el P. Vizcaíno?"
A lo que contestó Galeote: "Porque ya el Sr. Vizcaíno no tenía nada que ver ni era responsable de nada. El responsable era el superior, porque en sus manos estaba el asunto de mi honra... Me trató como a un perro...Yo quería ser atendido".
Preguntó el Fiscal si había tenido remordimientos. Galeote contestó: "No, no he tenido remordimientos". Esa misma pregunta le hizo el abogado defensor D. Rafael Villar y Rivas, y le contestó: "Cuando divisé el coche, como arrastrado por una fuerza irresistible, me abrí paso, llegué hasta el Obispo y disparé sobre él maquinalmente dos o tres veces sin advertir lo que pasó después".
Intervención de los médicos forenses
Los médicos forenses que hicieron la autopsia del Obispo fueron el Dr. Gregorio Sáez Domingo, el Dr. Bibiano Escribano y el Dr. Joaquín Sicilia que presentaron el siguiente informe:
Después comparecieron los Drs. D. León Corral y Maestre, D. Manuel Fernández Cárceles, D. Francisco Blanco y D. Adolfo Moreno Pozo.
El Dr. Corral dijo que se hallaba ándose cerca de la Iglesia de San Isidro cuando se oyeron los tiros. Le dijeron que estaba herido el Obispo, al cual atendió como médico auxiliándole en los primeros momentos hasta que llegó el Dr. Moreno Pozo a quien como médico de la casa, cedió el puesto.
El Dr. Corral consideró que la herida parecía grave, pero no mortal de necesidad. Las otras heridas parecían graves, la que afectó a la médula también era grave. Había producido una paraplejia. Hubo hemorragia interna que no se pudo detener en aquel momento.
Luego hubo una discusión entre los médicos sobre el tratamiento que siguió.
Seguidamente intervino otro testigo, el perito armero Leoncio del Caño que confirmó que el revólver que se le presentaba era el mismo que él había estudiado. Tenía tres balas cargadas y tres descargadas.
En relación con la distancia a que fue descargado calcula que fue a bocajarro por el agujero que tenía en la capa pluvial, por ser ésta de seda, cuya tela opone resistencia. Por lo de más el revólver podía alcanzar lo mismo a diez o doce metros.
Siguen otros testigos; D. Manuel López Oliva que presenció el suceso declarando que fueron tres tiros y que el Obispo estaba en la escalera. El policía urbano Mariano Miguel que ayudó a detener a Galeote y que evitó que la multitud le linchara. Le ayudó Julián Hernández, otro guardia de Orden Público que iba detrás del Obispo sirviéndole de custodia.
El Secretario del Obispo declara que estaba en la puerta con la Comisión del Cabildo para recibir al Prelado. Oyó los disparos, vió al Obispo tambalearse. Corrió en su ayuda, pero ya había personas que le estaban cuidando. Conoció a Galeote por haber conversado con él en el Obispado. Galeote fué por el tema que había hablado con el Obispo sobre su entrada en la Capilla del Santísimo Cristo de la Salud. Parece que el Sr. Vizcaíno no quería admitirlo en la capilla. Había hablado con Vizcaíno interesándose por Galeote y éste le dijo que no convenía por su carácter. Como llevaba muy poco tiempo de Secretario, no pudo conocer muy bien el problema de Galeote. El carácter de Galeote había sido ya observado por otras personas y todos coincidían en que era violento. Había oído a algunas personas que Galeote estaba loco. Galeote le había dicho que sólo servía para Sacristán. También había escrito algunas cartas amenazadoras al Obispo. Siempre tenía palabras de conmiseración para él. Cree el Sr. Almaraz que Galeote no está cuerdo al actuar como lo hizo.
Otro testigo, D. Enrique Perchín auxilió al Obispo. No puede añadir más. La declaración del P. Gabino Sánchez, Confesor del Obispo, hombre de 77 años, pequeño de estatura, con barba blanca, despertó muchas simpatías. Dijo que le apenaba mucho la muerte del Obispo pero también ver a un sacerdote en el banquillo de los acusados. Ignora si Galeote ha padecido accesos de locura. El había hecho gestiones a favor del acusado para que lo repusieran en la Capilla del Santísimo Cristo de la Salud. Recibió de él una carta pidiéndole colocación. Termina diciendo que si Galeote se hubiese dirigido al Obispo de otra manera, le habría atendido.
Declara el Presbítero D. Francisco Hernando Bocos y dice que conocía a Galeote por haberle ofrecido un trabajo en la Iglesia de Cuatro Caminos, pero lo rechazó porque era sordo. Tenía un carácter fuerte y el Obispo ya se lo había advertido diciéndole que tratase de "encauzarlo".
Declaran varios Presbíteros y todos coinciden en que Galeote era "nervioso" e "irritable".
D. Jaime Agustí que le había conocido en Puerto Rico y que le había visto en Madrid con barba le había recomendado que se la quitara. Le recomendó al Obispo pero éste le dijo que estaba loco, no eras bueno para decir misa.
Después declaró el P. Vizcaíno, clérigo joven de 34 años, Rector de la Capilla del Cristo de la Salud en la Plaza de Antón Martín, junto a la Iglesia de San Juan de Dios. Dice que le había admitido en marzo de 1884 para decir misa. Lo hacía puntualmente. Un buen día recibió una carta en la que le decía que estaba enojado con él y que no iría al día siguiente. Llamó a otro cura. Y se presentó Galeote y le dijo diciéndole de muy malos modos que él iba a decir la misa. Le dijo que se marchase y se puso hecho una fiera, diciéndole palabras ofensivas. La Congregación decidió que Galeote no recibiese estipendios. Resumiendo, dice el P. Vizcaíno que la conducta de Galeote es anómala y sus repetidas amenazas le hacían peligroso.
Cuando declaró Doña Tránsito hubo un fuerte murmullo en la sala. Declaró que vino a Madrid concertando con Galeote que sería su pupilo y pagaría él los gastos. Confirma que tenía mal carácter y era sordo por lo que ella tenía que traducirle cuando alguien venía. Confirmó que se ofendió por lo que le hizo Vizcaíno. Cuando estaba arrebatado, ella procuraba calmarle. A veces le parecía que estaba loco. A la pregunta del Fiscal de qué hacía para calmarle, contestó: "Le calmaba dándole lo que él deseaba" (El público estalló en risas estrepitosas, lo que obligó al Presidente D. Juan Manuel Romero a dar un fuerte campanillazo). El propio Galeote le dijo varias veces que "estaba loco". Se enteró de la muerte del Obispo cuando esperándole para almorzar, se presentó un guardia que venía de la Cárcel Modelo a la que había sido llevado Galeote y le dijo que quería que fuese. Había estado muy nervioso durante varios días, llorando y entrando y saliendo de casa. Cuando el guardia le dijo que había matado al Obispo no loe podía creer.
Mientras tanto, Galeote en el banquillo de los acusados había interrumpido tantas veces al Fiscal, y a los testigos que el Presidente del Tribunal le había llamado la atención repetidas veces amenazándole con hacerle salir de la sala. Al oír esto, exclamó con voz fuerte: ""¡Protesto, protesto, no me dejan hablar, yo quiero contender con ellos. Esto no me gusta. Esto es una pantomima!". Mientras declaraba Doña Tránsito, el Cura Galeote se volvió a los periodistas y les dijo: "¿"Qué tal pico tiene Doña Tránsito, eh?".
El Sr. Malagarriga, Redactor Jefe de "El Progreso" afirmó que de sus conversaciones con Galeote dedujo que estaba Loco.
El Sr. D. Antonio María de Prida, Magistrado del Supremo y Presidente de la Congregación del Santo Cristo de la Salud, señaló que los motivos de disgusto entre el cura Galeote y el P. Vizcaíno es que éste no le había saludado en varias ocasiones.
Al escuchar la lectura de alguna de las 24 cartas que se presentaron como pruebas en las que se mencionaba a su padre prorrumpía en sollozos gritando: "¡Señor Presidente, Sr. Presidente!, ¡Justicia, Justicia! ¡Pobre padre mío!". El Presidente trató de tranquilizarle.
Entre los testigos que presentó la Defensa, uno de ellos fue José María Palacios, presbítero y condiscípulo de Galeote señaló que desde niño Galeote tenía un carácter muy raro y cierta incoherencia en sus facultades mentales. Tuvo un hermano que enloqueció y murió loco y una hermana también loca.
D. Salvador Padilla de Vélez Málaga declara que varios sacerdotes compañeros de Galeote, le dijeron que estaba "chiflado".
D. Eduardo Moreno, Comandante de la Guardia Civil, nacido en Vélez Málaga, conocía a Galeote hacía muchos años, aunque también hace muchos años que no le ve. Unos sacerdotes compañeros de él le dijeron que se había dejado la barba, andaba de paisano y tenía alterada la razón. Tenía dos hermanas con la razón perturbada.
Declaró la hermana de Galeote Doña Ana Galeote Cotilla, que iba de riguroso luto, y al ver a su hermano intentó abrazarle, pero éste la rechazó diciendo: "¡Quita! ¡Quita!". Para que el reo no pudiera oir su declaración, se acercó al estrado. Dijo que su hermano tuvo siempre mal carácter, se irritaba por cualquier contrariedad. Sin embargo, todos los ahorros que trajo de Puerto Rico que fueron 40.000 reales los repartió entre la familia quedándose sin nada para él. En la familia un hermano había muerto demente. El mayor estaba loco y había varios epilépticos en la familia. Fue ella quien aconsejó a Doña Tránsito acompañar a su hermano a Madrid para cuidarle habiendo quedado huérfana y sin familia. Sufrió un síncope emocionada Doña Ana. Al verlo Galeote, exclamó: "¡Ahora sí que mataba yo aunque fueran 14 Obispos!".
Comparece otro hermano de Galeote vestido de Guardia Civil. Declaró que un hermano suyo murió loco y otros dos hermanos y hermana están medio locos. Su hermano el cura siempre tuvo carácter brusco, sobre todo desde que padeció unos "derrames de sangre". Doña Ana había dicho que arrojó sangre por la boca.
Fue llamado como testigo D. José Navarrete, médico residente en Vélez Málaga que había enviado al periódico "El Progreso" un comunicado sobre la salud del Cura Galeote y las influencias que las enfermedades habían podido tener en la alteración de sus facultades mentales.
D. José García, Capitán de Caballería, cuyo uniforme viste, declara que conoce a Galeote desde la infancia. Que cuando regresó de América dio todo su dinero a la familia. Su hermano Gabriel estaba loco y Daniel murió demente. Un individuo de la familia por parte de madre está en estado de "idiotismo" y le llaman "El tonto Cotilla".
Reanudada la sesión el 4 de octubre de 1886, Galeote abandonó precipitadamente su asiento y con un papel en la mano exclamó con fuerte voz: "¡Protesto contra todo!" y seguidamente dio copia a todos los periodistas de su protesta. En ella exponía su deseo de aclarar muchas cosas, de carearse con los testigos y dejarle hablar para explicarlo todo.
El Presidente le ordenó que se calmase y se sentase.
A continuación presentaron sus informes los médicos psiquiatras, el primero fue el Dr. Luis Simarro Lacabra. Tenía una gran experiencia en este tipo de informes primero por ser Jefe Facultativo del Manicomio de
Leganés y después por su práctica ya que había intervenido en numerosos
Juicios estudiando a criminales o presuntos criminales. Había estudiado en París con el gran psiquiatra y neurólogo Charcot. Sus informes médico-legales eran verdaderas piezas extraordinarias no sólo por la profundidad de sus conocimientos sino por la meticulosidad de sus estudios. Aquí tenemos una muestra de lo que era capaz de hacer, en este caso sobre la mente del Cura Galeote. Es una auténtica joya de la Psiquiatría Forense.
Seguidamente presentó su informe el Dr. Escuder que tiene un gran interés antropológico, siguiendo las directrices de aquella época. Y a continuación el informe del Dr. Vera, otro de los psiquiatras que estudiaron el caso Galeote.
A continuación declararon dos peritos forenses, el Dr. Lozano Caparrós que no estuvo de acuerdo con los psiquiatras afirmando que Galeote era un apasionado, pero no un loco. Por su parte el otro perito forense, Dr. Bustamante, que era uno de los forenses más reputados de Madrid durante aquel tiempo, basándose en los signos somáticos y psíquicos dijo que Galeote era "un candidato a la locura", pero dijo a continuación que Galeote "dejó de ser candidato, porque reúne todas los elementos necesarios para dar credencial de loco Pueden figurar entre los que padecen delirio persecutorio y sufre una paranoia primitiva persecutoria que generalmente dan ocasión a los crímenes más horrendos".
El Fiscal, no obstante la exposición de los peritos psiquiatras consideró que Galeote "era responsable". Terminó su discurso diciendo que "calificaba los hechos como constitutivos de asesinato y atentado a la autoridad, con la cualificación de alevosía y la agravante de premeditación solicitando se le impusiera la pena de muerte".
La defensa que hizo Galeote de sí mismo fue algo inenarrable, lloró, rabió, se le salían los ojos de las órbitas, amenazó a todos, en su furia insana se mordía los puños, retorcía sus manos...
El Juez, después de escuchar al Abogado Defensor quien expuso que Galeote era un demente, anunció que estaba listo para sentencia.
La sentencia fue pronunciada el 9 de octubre de 1886: "Pena de muerte". La Sala Segunda del Tribunal Supremo ratificó esta sentencia con fecha de diciembre de 1887 y declaró no haber lugar al recurso de casación.
A pesar de todo fue tal el revuelo que se organizó por la Prensa que se solicitó a la Real Academia de Medicina un nuevo informe que emitió esta Ilustre Corporación el 3 de diciembre de 1887.
Como consecuencia de este informe, Galeote fue declarado loco e ingresado en el Manicomio de Leganés, después de dos años de numerosos incidentes.
Galeote ingresó por lo tanto en el Manicomio de Leganés el 15 de marzo de 1888 y falleció en dicho Manicomio el 3 de abril de 1922. El Certificado de Defunción llevaba como diagnóstico: "Consunción orgánica".
Falta en esta crónica la anécdota de su fuga en 1898, descolgándose por una ventana de manicomio
de Carabanchel, y su posterior detención en la estación del Mediodía, en donde «Galeote habla hecho comprar otro billete de segunda clase para Alicante. Su propósito era dirigirse desde dicha capital a Cartagena, donde debía embarcarse para Orán».
En cualquier caso, este cura castrense de Fernando Poo ha  pasado a la historia como el primer condenado en España a quien conmutaron la pena de muerte por reclusión a perpetuidad en un manicomio. Concluirá Benito Pérez Galdos, que «tenemos pues, a Galeote sometido, no a una corrección penitenciaria, sino a un tratamiento médico. Supongamos que este es tan hábil que el enfermo cura. Pues bien; restablecido Galeote de la enfermedad que le impulsó a dar muerte al obispo, no hay ley ninguna que le pueda retener en la clausura del manicomio (...). A esta serie de consideraciones hipotéticas se contesta que Galeote debe ser encerrado en un manicomio a perpetuidad; pero no hay manicomios penitenciarios. La justicia moderna, aliada con la frenopatía, debe empezar por crearlos. Y si los crea, ¿no es absurdo que se tenga encarcelado a un hombre después de haber recobrado la razón? Si se sostiene la necesidad de los manicomios penales, se reconoce que hubo responsabilidad en el loco que cometió un crimen, pues de otro modo no sería justa la reclusión perpetua».

Sobre el asunto del otro magnicidio vinculado con el territorio ecuatorial, le hemos dedicado anteriormente un par de entradas en este paseo por la vieja calle 19 de septiembre de Santa Isabel:
Y sobre el cura Galeote, ya teníamos una anotación previa en Sombreros de copa en Fernando Poo.

sábado, 23 de julio de 2022

Congosá por Luis García Montero


De paseo por Malabo, Luis García Montero ha inaugurado la Tribuna del Hispanismo y comprometido la creación de un Observatorio del Español en el África Subsahariana.

Igualmente, nos regala el verso libre "Congosá":

Inauguración de la Tribuna del Hispanismo
en el Centro Cultural de España en Malabo.

 La política parece siempre un río revuelto, una corriente de discusiones, enfrentamientos, ruidos, inercias, declaraciones y corrientes de opinión que suele dirigir los debates a zonas interesadas de enfrentamiento. Se trata de tensiones accidentales que encubren los verdaderos motivos de tensión. Por ejemplo, si una fuerza política quiere aprobar una fiscalidad justa para distribuir la riqueza y otra quiere seguir manteniendo los privilegios de las élites sociales, es muy posible que la controversia sobre los impuestos sea desplazada por pases de pecho, picas, pullas manoletinas, estocadas y vueltas al ruedo que tengan que ver con ETA, las víctimas del franquismo, la sexualidad trans o los libros de texto.

Y no es que dejen de tener importancia estos y otros asuntos relacionados con la dignidad democrática. Pero no conviene olvidar en medio de la trifulca que hay intereses centrales dispuestos a ocultar el debate de fondo, aquello que define en realidad las opciones de la política en el presente. No conviene olvidar que las grandes élites económicas están interesadas en comprar comisarios, periodistas y políticos para evitar la pérdida de sus privilegios económicos y obstaculizar cualquier alternativa de gestión que evite el empobrecimiento de la mayoría, las brechas sociales y el aumento descabellado de beneficios en favor de los que más tienen. Todo es importante, pero resulta necesario comprender lo que está en juego de verdad en cada momento.

El ruido y el griterío tiene en ocasiones como aliada a la rumorología, otra buena manta que sirve para cubrir los debates decisivos de la actualidad. En el pichinglis, uno de los idiomas que se hablan en Guinea Ecuatorial, se utiliza la palabra congosá para aludir a la dinámica que convierte a Malabo en un patio de vecinos, el cotilleo convertido en lugar de la verdad para dominar los fluidos de las actualidades. La palabra congosá es una buena aliada para entender la circulación de noticia en las redes sociales y los procesos de comunicación dominados por el vértigo y las interpretaciones. La política se convierte en un patio de vecinos.

Vuelvo a repetir: en los diversos debates hay cuestiones de calado para la dignidad democrática. Tampoco carecen de interés las noticias sobre los motivos de un cese o las razones de un nombramiento. Lo que se sabe, lo que se dice, lo que se calla, lo que se intuye… nada carece de interés. Pero ese interés, convertido en protagonista único de la actualidad, sirve de manera peligrosa para que la congosá olvide el debate principal de la democracia española en el día de hoy y de mañana: la posibilidad de hacer justa la convivencia, limitando los privilegios empresariales y fiscales de unas élites económicas más interesadas en el saldo espectacular de sus beneficios que en el patriotismo del bien común. Mientras que la Unión Europea se mantenga como realidad política, es difícil que esas élites puedan volver a las tentaciones golpistas del pasado, porque se quedarían fuera de juego en su contexto económico. Lo que se ha demostrado ya es que no les importa, si hace falta, llevarse por delante la dignidad de la política, el periodismo y los poderes del Estado.

Por mucho que se empeñen en caricaturizar al presidente Pedro Sánchez y conviertan su apellido en un adjetivo contagioso, a los maniobreros del poder secreto les importa tan poco el presidente como los otros políticos que compran y ponen a su servicio igual que marionetas. Por mucho que pretendan desprestigiar a la vicepresidenta Yolanda Díaz y a su proyecto de sumar en la izquierda, ella les preocupa tan poco como el comisario corrupto que sobornan o el juez que mantienen al servicio de sus intereses. Lo que les importa, ocultos en el ruido y en la congosá, es que de las próximas elecciones pueda salir un gobierno que siga dignificando los contratos laborales, las pensiones y los despidos; un Gobierno que se atreva a acometer la reforma fiscal necesaria para defender los servicios públicos en la nueva crisis económica y política que ha caído sobre el mundo.

Cuidado con la [el] congosá. Que los amigos, los enemigos, los cómplices, los adversarios, los compañeros de viaje o las soberbias personales oculten o se olviden de la discusión principal, supone el mayor peligro para el futuro inmediato del pensamiento progresista español.

Y si os interesa el congosá, no dejéis de leer:

domingo, 10 de julio de 2022

Las peladas en Guinea Ecuatorial


Resulta interesante, que en un contexto como el ecuatoguineano, en el que en pleno siglo XXI las leyes del franquismo operan como fuente normativa del derecho, se presente la obra "Las peladas" que reflexiona sobre la memoria (también la memoria histórica), la represión y la (auto)represión. 

Cuenta el director David Roldán en su blog, que «después de ganar todos los premios a los que optaba en los festivales de teatro de Teba y Frigiliana (Málaga). Mejor espectáculo, Premio del público y Premio mejor actor para Alfonso Rodríguez, Las peladas cruza nuestras fronteras y viaja en diciembre de 2021 a Guinea Ecuatorial con dos representaciones en los Centros culturales españoles de Bata y Malabo dentro del programa Excenario de AECID (Agencia española de cooperación internacional para el desarrollo) del Ministerio de asuntos exteriores de España».

Finalmente, tras el colapso pandémico, llega en julio a Malabo y Bata.

«‘Las peladas’ -nos recuerda RealEquatorialGuinea- es al mismo tiempo un thriller psicológico y una tragicomedia que recupera la memoria y rinde homenaje a las víctimas de los abusos que se perpetraron tras la guerra civil española. También lleva al escenario temas universales como la vejez, el amor y el miedo, tratados con realismo y sensibilidad y en los que el espectador no podrá evitar verse reflejado».

Según Horacio Otheguy, se trata de:

...un testimonial que debería figurar de manera estable en una sala dedicada exclusivamente a textos relacionados con la guerra civil, abarcando precuelas y las largas secuelas de posguerra. No hay mucho representado y en general bajo el sotto voce típicamente impuesto por las dictaduras fascistas. Aún hoy en España el miedo circula entre los más ancianos, clavados en la frustración de no haber enterrado a sus seres queridos asesinados por el régimen, o vengado tanta crueldad o, sencillamente, la enorme frustración de ver pasar los años, enseñorearse tantos con la palabra Democracia pero nadie mueve pieza y todavía hay que convivir con torturadores de entonces y la complicidad de sus allegados de hoy. Ante esta tremenda fuerza de la naturaleza que no se permite un momento de respiro para obtener la mayor cantidad de justicia posible, el teatro brinda, en su infinita modestia del gran esfuerzo económico que implica cualquier montaje, por sencillo que parezca, para ir más allá de los innumerables artículos periodísticos y libros en circulación. Variadas expresiones teatrales que evitan el mitín fácil y se explayan en historias cuya cercanía crea espectadores nuevos, al tiempo que fortalece a los más maduros: personajes en acción, situaciones límite donde el desprecio al contrario ideológicamente forja sórdidos crímenes amparados por leyes marciales.

Alejada de un directo tono mitinero, Las peladas (Soledad de ausencia) escrita y dirigida por David Roldán-Oru se desarrolla en un contexto de teatro de intriga psicológica. Respeta coordenadas escénicas tradicionales para dar un mensaje de absoluta claridad afianzando hacia el final de la trama el objetivo principal: la denuncia sobre el compromiso de la Iglesia Católica con los crímenes de la dictadura franquista, y la impunidad que aquellos hechos tienen aún en el estado democrático español. Hay además un tema de niños robados que internacionaliza el conflicto en relación con las dictaduras militares hispanoamericanas, e incluso en España en tiempos «normales» donde el abuso de poder se ha convertido además en un buen negocio para religiosos y seglares.

Los personajes se encuadran en el teatro costumbrista y sus tres intérpretes ofrecen composiciones austeras, muy logradas, tanto en la fresca simpatía de la enfermera (Sofía Gano), la estoica disciplina de una monja severísima y una compañera adorable (ambos personajes a cargo de Laura Garmo), y el esfuerzo de envejecer entre tinieblas, alucinado y doliente Benito, a cargo de Alfonso Rodríguez.

El espacio sonoro tiene especial importancia, ya que ofrece una atmósfera histórica clave (estremece la voz estridente de Manuel Fraga). La escenografía y la iluminación conforman la precisa creación de un ambiente lúgubre que va convirtiéndose en ideológicamente radiante.

lunes, 4 de julio de 2022

La fuga de José Serrano

Son numerosos los testimonios de la dureza del campo de concentración del viejo lazareto de Gando, en donde fueron confinados los 150 coloniales y la tripulación del Fernando Poo. En este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel hemos recopilado algunos de ellos, incluyendo el de los maltratos, hacinamiento, enfermedades, falta de higiene y desnutrición.

Sirva como ejemplo el «testimonio de un tal Ricardo [Sáinz García], abogado residente en Santa Isabel, colaborador del Diario de Guinea y de la prestigiosa Revista de Criminología Forense, recogido por María Manuela de Cora en su libro Retaguardia enemiga, la bestialidad era la tónica del trato de sus captores. Cuenta Ricardo, detenido en los primeros días de la sublevación y mantenido preso sin ninguna imputación formal, que una de las peores torturas era la conocida como "la pena del palo", que se aplicaba por cualquier infracción del reglamento o ante la menor indisciplina. Consistía en situar al penado, erguido, ante un poste en cuyo extremo superior lucía una bombilla, y mantenerlo ahí, de pie, sin dormir, ocho o quince noches seguidas, obligándole durante el día a cumplir el trabajo forzado ordinario. Los compañeros, que asistían al derrumbamiento físico y mental del así castigado, procuraban quitarle parte de la faena, pero sobre la víctima se cernía durante esas jornadas, por parte de la guardia, una vigilancia reforzada. El atrabiliario obispo Pildain, que odiaba a Unamuno, a Galdós y a las mujeres, no reparaba durante sus frecuentes visitas al campo en esas aberraciones que se cometían con los que, a todo trance, pretendía inducir a confesar y comulgar para arrancarles sus pecados», recogido por  Rafael Tórres en Los Esclavos de Franco.

Palo ubicado en el patio del campo de concentración del Lazareto de Gando en Gran Canaria, recurrente en los testimonios de maltrato. Fotografía cortesía de Fernando Caballero Guimerá, incluida en "Los campos de concentración de Franco" de Carlos Hernández de Miguel.

No es de extrañar que -como cuenta Antonio Tejera Afonso (Antoñe) en Ontica Libertaria- «de Gando todo el mundo quería fugarse. Y se preparó una fuga [en julio de 1938]: “Salía a buscar leña para hacer la comida. Iba con un brigada por esos campos, por Mogán. Arguineguín . . . y ahí fue donde empecé a mirar al terreno. Se lo dije a la gente: Hay una falúa y hay botes’. Y empezamos a estudiar el asunto”. Los participantes en la aventura fueron: “José Serrano Roldán, republicano de Fernando Poo; Facundo Fernández Casseca, palmero, Araneta, capitán de la marina de La Palma; Tristán Santana, abogado socialista; y yo”. Ya en marcha el plan, se dice “que la falúa no porque era un entorpecimiento y en esa época que nos fuimos la corriente era de tres millas hacia el sur, -decía Araneta- ‘es mejor un bote, porque el bote se desliza’, -lo tenía calculado todo”. Y llegó el día señalado: “Salimos de Gando, pam, paramos en la venta; el camión siguió para Mogán a buscar la leña. Nos metimos allí. Ya estaba todo el plan. Bajé a la playa y le dí un mitín a los pescadores: ‘Ya llego el momento de lo que la República prometió; la fábrica de salazón que estaba prometida aquí la hace el generalísimo Franco, y usted hombre indicado, -se llamaba Garrancho, el que maneja aquello- dentro de unos minutos vendrá el ingeniero para tomar medidas, y usted será el que elegirá la gente que va a trabajar aquí’. El hombre encantado, ‘nada, ahora vendrá el ingeniero; necesitamos un barco para inspeccionar la costa’. En esto, que no aparece ninguno. Para arriba otra vez. Digo: ‘Coño ¿pero qué pasa?, si está todo preparado ya’. ‘Pero es que no se duerme el brigada’, -borracho-. ‘¿No se duerme?. Venga, ¿dónde está eso?. Dele café en seguida; le pongo aquello dentro (luminal), bébete esto borrachín del carajo para que se te quite’. Se quedo durmiendo, pom, frito. Uno con un saco al hombro, otro con otro, venga por ahí para abajo. Los marinos estaban esperando al ingeniero, nos ven a todos con un saco, ‘¿qué coño es esto?’. Ya allí era... ese barril de agua aquí pim pum, lo otro aquí, venga lo otro allá, pum, el barco al agua, y enseguida, ‘eh ¿qué pasa? ¡Ladrones!’ Venga las velas arriba parecía una paloma el barco. Cantando ya: ‘¡Viva la República, viva!’. Al día siguiente perdida la isla. Al otro día empezó un viento, un temporal..., bueno, nos rompió las velas, rompió el timón, nos quedamos al garete. Tuvimos que tirar los víveres al agua, -el gofio ya no servía- chupando leche condensada por el boe. Siete días encima del mar, noche y día, y gracias a Araneta si no nos ahogamos como perros. Un temporal que no salían los barcos del puerto, del temporal tan terrible. Ya extenuados estábamos frente a Tenerife; el tiempo otra vez, pum, nos metió en Las Palmas. En eso la falúa de la Comandancia nos había visto, dieron parte, vinieron a buscarnos y allí nos cogieron. ¡Para Gando!».

Juan Rodríguez Doreste vivió así su regreso: «Desde las ventanas de las plantas altas que se asomaban hacia fuera les vimos entrar en el pabellón del Jefe del Penal, acompañados de sus captores, varios guardias civiles. Venían en un estado lamentable, las ropas deshechas, barbudos, sucios, con evidente derrota física. A los pocos momentos nos reunían a todos -éramos más de mil quinientos- en el patio. El Jefe superior, demudado de cólera, después de insultarlos, nos amenazó:
-Los voy a tener a pan y agua hasta que expiren y a los que los ayuden de cualquier forma les estoy dando palos desde el toque de diana al toque de retreta.
Los encerraron en un cuarto sin ventanas en la parte baja de uno de los pabellones. Dos veces al día los sacaban uno a uno y los castigaban, buscando también inútilmente los posibles cómplices. Facundo fue siempre el más aspaventero. Al regresar de cada sesión, las ropas desordenadas, desorbitados los ojos, les decía a sus compañeros de calabozo:
-Lo que quieren éstos es matarnos, matarnos.
Mas los evadidos supieron resistir firmes y enteros los largos días del encierro. La condena a pan y agua fue realmente teórica. Apenas metidos en el sótano abrimos un hueco en el techo de madera por donde recibían diariamente las mejores provisiones de que disponíamos: galletas, chocolates, salchichón, queso. Cuando al fin los incorporaron nuevamente a la rutina general, estaban en verdad más gordos, aunque en su palidez y en las trazas físicas acusaran la doble huella de la privación del sol y de los bárbaros castigos».

«Desde que entramos en Gando, todos los días una paliza. Nos daba palos ahí un rebenque que le decían el Guanche. Un teniente que había, Arismendi, vasco, el segundo día le dijo: ‘Venga, verdugo, a cumplir con tu deber’. Y ya no nos pegaron más. Y a pan y agua tres meses, pero encima había la enfermería, -era de madera- entonces abrieron un boquete, y con una caña nos metían café con leche, plátanos... y así vivíamos”», concluye Antoñe su recuerdo de la que fue la fuga más espectacular de Gando.

Por esta fuga son condenados a un año de prisión menor por quebrantamiento de condena, sentencia que es firme el 16 Septiembre 1939.
  • Juan Rodríguez Doreste se olvida del republicano de Fernando Poo José Serrano Roldán; no así de Antonio Tejera Afonso (Antoñe), del malagueño Francisco Herrera Araneta (considerado el cerebro de la evasión) o del argentino Ángel Tristán Santana. Siendo su libro Cuadros del penal: (memorias de un tiempo de confusión una bitácora imprescindible, ésta es citada reiteradamente generando así la desaparición de Serrano de los relatos. Como bien recuerda Pedro Medina Sanabria, aunque fuera carente de toda intencionalidad «hay demasiados libros, escritos por individuos reconocidos como 'autoridades en la materia', plagados de inexactitudes y errores...».