Mi homenaje semanal para l@s que lucharon por la #RepublicaEsVida— no_pasaran# (@fermont1965) 30 de marzo de 2016
Miliciana de color luchando en Barcelona
Julio1936 pic.twitter.com/1h0jHxojXQ
Elementos para conocer la guerra civil española en los antiguos territorios españoles del golfo de Guinea. Actual Guinea Ecuatorial.
CB
jueves, 30 de marzo de 2017
Homenaje semanal
jueves, 23 de marzo de 2017
Requisitorias en el III Año Triunfal

La vieja prisión colonial
L'antiga presó colonial de Guinea, a pocs metres del mar (actual port). La posterior Black Beach encara funciona. #Història pic.twitter.com/Dt3gUff3mc— Cel #PrenPartit (@Cel_Mu) March 23, 2017
martes, 7 de marzo de 2017
El exilio de Manuel Loma Fernández
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Ficha Ministerio de Interior año 1957, Manuel de la Loma Fernández-Marchante |
Sin embargo, en algunas ocasiones la actuación de los médicos fue decisiva a la hora de decantar la adscripción del barco a uno u otro bando. Así, por ejemplo, en el caso del crucero «Méndez Núñez», que se encontraba en Guinea, es decisiva la actuación del capitán médico Manuel Loma Fernández, que es el único oficial que permanece fiel a la República y a bordo, cuando todos los demás son desembarcados. De los auxiliares de Sanidad, José Moreno Mesa, sigue con el capitán médico, mientras que Miguel Nieto desembarca en Guinea con el resto de los oficiales”. “La Sanidad en la Marina republicana”. Dr. Pedro Ferrer Córdoba. Estaba a bordo del “José Luís Díez” en su viaje de regreso a España. En el informe titulado “Comportamiento del personal en el viaje de regreso a España del destructor “José Luís Díez”, se describe su actitud de la siguiente forma: Capitán Médico. MANUEL LOMA.-Estuvo en su puesto y atendió con rapidez a los heridos.
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Editorial de Jaime Gay Compte en El Defensor de Guinea, según La Guinea Española. |
Así se recoge en Bizerta, el Exilio de los marinos republicanos:
Para casi 4000 marinos de la Flota Republicana española el exilio empezó en Bizerta. En la mañana del 7 de marzo de 1939 once buques fondearon en su rada. Para poder entrar, las autoridades francesas exigieron la entrega y el desarme total. Inmediatamente se quitaron los cerrojos de los cañones, se trincaron las direcciones de tiro, se llevaron a los pañoles los fusiles, las municiones, las ametralladoras. Se cerraron con llave que custodió el mando francés. También dieron la orden de entregar las pistolas. Según testimonios de muchos marinos prefirieron tirarlas al mar. A las dos de la tarde, les permiten cruzar el canal hasta el lago de Bizerta. Allí, uno a uno, sin arriar las banderas republicanas, fueron entrando el Miguel de Cervantes, el Libertad, el Méndez Núñez y ocho destructores el Valdés, el Lepanto, el Gravina, el Antequera, el Miranda, el Escaño, el Jorge Juan y el Ulloa. El submarino C-4 llegaría al día siguiente.
En su caso, tras abandonar el campo de concentración, se vio obligado a exiliarse en Rusia, en donde estuvo ejerciendo como médico. Allí conoció a la farmacéutica Sinaída Danilova, con quien contrajo matrimonio en septiembre de 1940 y tuvo cuatro hijos.
Manuel de la Loma regresó con su familia a España en el quinto viaje del buque Krym, en enero de 1957.
Conforme a Los médicos republicanos españoles exiliados en la Unión Soviética, falleció de manera súbita en 1968 a causa de un infarto de miocardio que le sobrevino mientras estaba trabajando en el ambulatorio de Pontones.
domingo, 5 de marzo de 2017
El hombre con remordimientos II
Hubo un tiempo en el que Arturo Pérez-Reverte, el enfant terrible de las letras ibéricas fue enviado especial del diario Pueblo. «Cuando estaba en el diario Pueblo me iba a África, pasaba allí dos meses y a la vuelta decía: “Mira, tengo esto”, y lo ponían en primera. Pero eso se acabó». De ese período quedan las crónicas "Guinea Ecuatorial: ahora o nunca" y un rosario de relatos propios y ajenos, que -tal vez- algún día se puedan leer en un único tomo...
Mientras, disfrutemos de El misterio del 'Castillo Montealegre':
Hace un año les contaba a ustedes en esta página -El marino que lloraba- un recuerdo infantil, de cuando mi tío Antonio Pérez-Reverte, capitán de la marina mercante, se reunía en mi casa con otros dos capitanes amigos, Salvador Pérez García y Ginés Sáez, íntimos los tres desde que eran alumnos de Náutica. Contaba en el artículo que Salvador había sobrevivido al torpedeamiento de su barco durante la Segunda Guerra Mundial; y que su relato me impresionaba al escucharlo de niño, por la amargura con que refería la suerte de varios compañeros desaparecidos en el mar: un grupo a bordo de una balsa que dificultaba la navegación del bote salvavidas donde iba el resto de náufragos, y que se perdió de noche, después de que alguien cortara el cabo y dejase la balsa a la deriva. Eso es lo que conté en mi artículo, y poco más; pues nunca hasta entonces supe otra cosa: ni dónde fueron torpedeados, ni cuándo, ni por quién. Hasta desconocía el nombre del barco, o lo olvidé tras escucharlo siendo niño. Fue la tragedia de aquellos hombres abandonados y la desolación de Salvador al recordar -a veces veía lágrimas en sus ojos- lo que retuve toda mi vida. Con eso escribí la página, sin ir más allá. Un recuerdo infantil del mar y sus tragedias. Eso era todo.
Sin embargo, se produjo un efecto curioso. Mi tío Antonio, Salvador y Ginés habían muerto cuando publiqué el artículo; pero mi memoria del suceso, breve y vago recuerdo infantil, era compartida por otros. Lo supe después, cuando varios lectores -compañeros de Salvador, hijos y amigos de supervivientes- me hicieron llegar informaciones complementarias y detalles del naufragio, incluido el informe oficial de la compañía Trasmediterránea sobre la pérdida del buque. Gracias a ellos puedo hoy completar aquel impreciso recuerdo mío, reconstruyendo la historia completa; el drama que hacía llorar a Salvador cuando, con un cigarrillo en la boca y un vaso de whisky en la mano, recordaba la tragedia de un barco cuyo nombre conozco ahora: el Castillo Montealegre.
Desplazaba 3.792 toneladas y era de bandera española. El 8 de abril de 1943 navegaba bajo el mando del capitán don Francisco Zamora, con 47 tripulantes y cargamento de madera de Guinea Ecuatorial, cuando a mediodía fue avistado por el submarino alemán U-123. Aunque el barco llevaba la bandera española pintada en los costados como los reglamentos marítimos estipulaban para buques de países neutrales, el comandante Horst von Schroeter ordenó disparar tres torpedos que hundieron el Castillo Montealegre en menos de un minuto. Cinco hombres desaparecieron con el barco y el resto pudo salvarse gracias a un bote que flotó milagrosamente y a los restos dispersos en el mar. El comandante alemán se limitó a emerger -los supervivientes lo describieron con barba rubia y gorra de capitán, asomado a la torreta-, preguntó «What ship?» y, pese a confirmar que había echado a pique a un neutral, volvió a sumergirse sin prestar ningún socorro a los náufragos.
El bote que había quedado a flote estaba maltrecho; y mientras algunos supervivientes lo calafateaban con trozos de ropa, taponaban agujeros y achicaban agua, otros, incluidos cinco heridos, se agruparon sobre una balsa hecha con restos del naufragio. Quedaron, al fin, veintinueve hombres en el bote y trece en la balsa; pero al ir una y otro unidos por un cabo, y estar el bote averiado, la mala mar y los tirones de la balsa amenazaban con hundirlos a todos. Hubo discusiones. Y de noche, la balsa se soltó -Salvador decía que alguien cortó el cabo al amparo de la oscuridad-. Los veintinueve del bote fueron rescatados dos días más tarde por la corbeta inglesa HMS Inkpen. De los que quedaron en la balsa, nunca se supo: la noche se los tragó para siempre, y pasaron a formar parte de la extensa relación de misterios que el mar guarda en sus entrañas. El torpedeamiento de un neutral no perjudicó la carrera del comandante Von Schroeter, que más tarde recibiría la cruz de caballero, sobrevivió a la guerra y llegó a ser almirante de las fuerzas navales de la OTAN. En cuanto a los supervivientes del Castillo Montealegre, las buenas relaciones entre el gobierno de Franco y la Alemania nazi pusieron sordina al asunto: se les ordenó cerrar la boca. En los informes oficiales, el incidente de la balsa a la deriva se resolvió como acuerdo voluntario entre los náufragos para arreglárselas cada uno por su cuenta; pero los gritos de «¡No nos dejéis aquí!» que a Salvador arrancaban lágrimas al recordarlos alejándose en la oscuridad, ponen las cosas en su sitio: hombres y mar, supervivencia, vida o muerte. Tragedias viejas como el mundo. Historias como ésta que hoy, al fin, puedo completar para ustedes.