Juan Bote García pertenece a esa raza de héroes morales que tanto admiro. Nació en 1896 en el pueblo de Alcuéscar, en Extremadura, de familia humilde, y supo labrarse una profesión: licenciado en Ciencias Naturales, luego médico y educador.
La historiadora Luiza Iordache Crstea, ha trazado circunstanciadamente su peripecia y a ella me ciño.
Luego de trabajar durante cinco años en la Guinea Española [siendo director del Laboratorio de Santa Isabel y del Hospital de San Carlos en la isla de Fernando Poo, realizando una extraordinaria labor en el tratamiento de la malaria], Juan Bote regresó a España en 1933 y obtuvo una cátedra de Ciencias Naturales en Barcelona. Tenía fama de profesor duro, pero querible y provechoso.
La historiadora Luiza Iordache Crstea, ha trazado circunstanciadamente su peripecia y a ella me ciño.
Luego de trabajar durante cinco años en la Guinea Española [siendo director del Laboratorio de Santa Isabel y del Hospital de San Carlos en la isla de Fernando Poo, realizando una extraordinaria labor en el tratamiento de la malaria], Juan Bote regresó a España en 1933 y obtuvo una cátedra de Ciencias Naturales en Barcelona. Tenía fama de profesor duro, pero querible y provechoso.
Probablemente a esa altura ya había abrazado el comunismo. Lo cierto es que durante la Guerra Civil fue persona de confianza de los comunistas, que regían el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad.
Así fue que durante el proceso de evacuación de niños españoles hacia la Unión Soviética, Bote viajó con unos 300 que partieron de Barcelona el 25 de noviembre de 1938. Allá se incorporó a la Casa de Niños Nº 2, en enero del 39, enseñando Ciencias Naturales, Geografía y Matemáticas.
Pronto, tres maestras pidieron su destitución, con el apoyo de una inspectora soviética. La intriga, la calumnia y la delación estaban a sus anchas en el colectivo de comunistas españoles. Pero Bote fue evaluado positivamente por las autoridades; sus conocimientos superiores tanto médicos como pedagógicos eran indiscutibles.
Pasaron unos meses y las denuncias volvieron, ahora recargadas: "Juan Bote no quiere reconocer la pedagogía soviética, se coloca en plan de superioridad con respecto a los camaradas soviéticos, tiene un carácter muy raro y retraído".
Las cosas se calentaron cuando una comisión española examinó a los alumnos. Quedaron escandalizados al percatarse de que ignoraban una serie de cuestiones tan fundamentales como la traición de Casado, la fecha de nacimiento de Dolores Ibárruri o la de promulgación de la Constitución soviética. Los niños necesitaban menos matemáticas y más marxismo, le advirtieron.
Pero la gota que derramó el vaso fue una anécdota que cualquiera —salvo aquellos energúmenos— consideraría menor. Otra profesora, Carmen Parga la relató en sus memorias: Bote "era alérgico al rechinar del papel [borrando] el pizarrón. Un día que estaba especialmente sensible, no se pudo contentar y exclamó: En los países capitalistas ¡hay trapos!. Verdad evidente que le catalogó como antisoviético y que le abrió las puertas de Siberia adonde fue a parar cuando empezó la guerra y llegó la orden de limpiar la retaguardia".
Le destituyeron en febrero de 1940. Apartado de su trabajo, inició gestiones para regresar a España sin importarle las consecuencias que sufriría en la dictadura franquista. Lo mismo estaba haciendo un grupo importante de marinos y pilotos de aviación.
La dirección del Partido Comunista Español era durísima respecto de la salida de los españoles de la URSS. Decía Dolores Ibarruri, la Pasionaria, que no estaba dispuesta a "permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos". A cambio de la negativa, le ofrecieron trabajar en un Centro médico de Moscú. Se negó e insistió.
De izquierda a derecha, el marino Agustín Llona, el aviador Francisco Llopis y el doctor Juan Bote en el Gulag. Fotografía de "Harina de otro costal": Los republicanos españoles en el Gulag (I) |
La invasión alemana empeoró las cosas. Por orden de Beria, Juan Bote, veinticinco pilotos y cuarenta y ocho marinos españoles fueron a parar al campo de concentración de Norilsk, al norte del círculo polar ártico. Su peripecia concentracionaria se inició el 25 de junio de 1941. Un largo viaje en condiciones infrahumanas los depositó en la minas de níquel. En abril de 1942 pasaron a un complejo de la industria maderera. Las jornadas de doce horas diarias y, peor aún, el suplicio de alcanzar la cuota, en función de la cual recibían su alimentación, aniquilaban a los internados. En octubre de 1942 fueron trasladados sucesivamente a otros campos: Karabas, Spassk y por fin Karagandá, la estepa del hambre en Kazajstán.
Terminada la guerra, a lo largo de los años 1945-1947, los prisioneros de guerra de distintas nacionalidades volvieron a sus países y el drama de los españoles se conoció en Francia, donde la Federación Española de Deportados e Internados Políticos fundada en 1945 por los supervivientes de los campos nazis, denunció la situación. La respuesta fue clásica y estuvo a cargo de Ilyá Ehrenburg, escritor y periodista soviético, corresponsal de guerra y cronista del Holocausto, repetida por todos los medios comunistas de occidente: los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. En realidad se encontraban ahora en el campo Nº 159 de Odessa trabajando en una fábrica de papel en carácter de confinados.
Las condiciones mejoraron un poco y Juan Bote pudo enviar cartas a las autoridades soviéticas preguntando si de su conducta se infería algún delito de propaganda contra la URSS. Sin respuesta. En otra carta dirigida al Presídium del Consejo Supremo de la URSS solicitaba "hacer efectivo el derecho más sagrado del hombre, el derecho a la Patria, derecho contra el cual no pueden, ni propios ni extraños, oponer razones legítimas ni humanitarias". En otra aun decía: "Considere Excmo. Sr. que cuando llega la vejez y nos acercamos a NO SER, sólo la presencia de aquellos lugares en que discurrieron los años de niñez, puede servir de alivio al gran desconsuelo que es EL MORIR."
La respuesta fue una nueva prisión. El 24 de junio de 1949, junto a Francisco Llopis y Agustín Llona, fue enviado a la cárcel de Odessa, en base a la orden de detención que estipulaba actividades contrarrevolucionarias y peligrosidad para dejarlos en libertad. En febrero de 1950, Juan Bote fue condenado a cinco años de destierro
Cuando supuestamente terminaba el plazo de castigo, pidió la documentación necesaria para repatriarse y allí comenzaron las chicanas burocráticas hasta que el 22 de septiembre de 1956, él y luego sus compañeros Llona y Llopis lograron salir de la URSS.
Para Juan Bote se abrían otras incógnitas. En España pesaba sobre él orden de busca y captura "por sus cargos desempeñados durante la dominación roja a favor de la causa marxista." Pero fue dejada sin efecto puesto que Bote se había hecho acreedor "por su conducta, al reconocimiento y gratitud de la Patria." Un paso para convertir su legítimo resentimiento en un instrumento de propaganda del régimen.
Pero Juan Bote no entró en el juego. Se refugió en Alcuéscar donde comenzara su vida y donde falleció en 1967, a los 71 años. Una calle lleva su nombre.
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