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lunes, 1 de noviembre de 2021

Los otros

La escritora Elsa López, nacida en Fernando Poo, nos reproduce esa dualidad en El corazón de los pájaros:

«El barco que aparece partido por la mitad en la fotografía y atracado en punta en el muelle es el Gomera, uno de los que hacían el servicio interinsular y ahora va y viene al Continente. -En Guinea, "el Continente" era Europa. Nunca decían Europa los blancos de la colonia y cuando estaban en Europa decían "el Continente" para referirse a África-. Al lado hay un barco de guerra, el Calvo Sotelo, que lo tenían aquí los nuestros para custodia de la isla. -El padre siempre decía "los nuestros" porque había sido alférez provisional durante la guerra civil española y tenía la costumbre de hacer suya la guerra; y los demás, incluida su esposa, que era republicana de pura sangre, eran "los otros", los contrarios, los enemigos. Lo de su mujer, según Florentino, era un raro accidente familiar sin importancia y además se lo reía como una gracia-. El otro grande que hay con cuatro palos es un italiano, el Duchessa de Aosta,que se internó en la bahía huyendo de la quema (...)».

Una dualidad que marcará la intimidad del hogar: 

«Los domingos venía a comer un médico joven; era de Granada, como el padre; no hablaba mucho y andaba de un lado para otro de la casa fumando y hablando solo en voz baja, como si tuviera miedo de algo.
-La guerra -decía la madre-, que por culpa de la guerra mataron al padre y el pobre hombre se tuvo que ir de Granada por ser hijo de un condenado a muerte. A-s-e-s-i-n-a-d-o por los fascistas -añadía en un tono provocador, ese tono característico suyo que dejaba a todos en silencio hasta que alguno entraba al trapo y le contestaba.
Valeria no entendía lo de fascistas y esas conversaciones de asesinos y cosas así que le daban miedo y que a veces los mayores gritaban en el comedor, de pie, los brazos subiendo y bajando y los invitados del domingo enrojeciendo y escupiéndose las frases como si fueran a pegarse. Se enfurecían de tal manera que ella se acurrucaba a los pies de Pedro, el cocinero, esperando que empezaran a darse bofetones (...)».

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