Una dualidad que marcará la intimidad del hogar:
«Los domingos venía a comer un médico joven; era de Granada, como el padre; no hablaba mucho y andaba de un lado para otro de la casa fumando y hablando solo en voz baja, como si tuviera miedo de algo.
-La guerra -decía la madre-, que por culpa de la guerra mataron al padre y el pobre hombre se tuvo que ir de Granada por ser hijo de un condenado a muerte. A-s-e-s-i-n-a-d-o por los fascistas -añadía en un tono provocador, ese tono característico suyo que dejaba a todos en silencio hasta que alguno entraba al trapo y le contestaba.
Valeria no entendía lo de fascistas y esas conversaciones de asesinos y cosas así que le daban miedo y que a veces los mayores gritaban en el comedor, de pie, los brazos subiendo y bajando y los invitados del domingo enrojeciendo y escupiéndose las frases como si fueran a pegarse. Se enfurecían de tal manera que ella se acurrucaba a los pies de Pedro, el cocinero, esperando que empezaran a darse bofetones (...)».
- Si quieres saber más sobre cómo se involucró la población ecuatoguineana con la guerra civil, consulta la entrada Gran palabra tienen los blancos.
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