La recoge Carmen Doncel en «“Cuando Franco quiso mandarnos a Fernando Poo”. Miedos y esperanzas en la memoria de un hombre gitano», y se cita en Gitanos: una historia negada:
Tío Silvino:
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Hubo algo, aquí en Madrid que mataron a dos serenos, y entonces hubo
una orden de que todos los gitanos de España iban a salir de España. Y la
hija lo detuvo y le dijo que no, que eso no podía hacerlo.
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Carmen:
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¿La hija de quién?
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Tío Silvino:
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De Franco.
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Carmen:
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Ah, ¿sí?
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Tío Silvino:
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Claro. Que eso no podía
hacerlo porque éramos muchos y si había un día un levantamiento de armas que
podíamos estar en contra de ellos. Entonces aquí, después de rechazar eso,
dio la orden de que todos los gitanos que estuvieran viviendo en sus casas
que tenían marchar de sus casas. Y eso sí se cumplió.
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Carmen:
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¿Y dónde se fueron entonces?
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Tío Silvino:
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Aunque no fuera más que 24
horas, salir de la casa y volver a entrar.
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Carmen:
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Pero ¿por qué?
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Tío Silvino:
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Caprichos de don Franco.
Salieron todos en general. Mi padre vivía en Oviedo. De aquella había tres
familias en Oviedo viviendo en casas, y tomó la guardia civil y la policía,
hablaron con mi padre: «Jiménez, pasa esto, tenéis que salir». «Pero, ¿cómo
voy a marcharme yo de mi casa». «Es una orden, tiene que salir. Márchese
usted hoy y vuelva mañana, pero tiene que salir. Tenemos que hacer el visto
bueno de que ha salío de su casa». Tenía que hacer el visto bueno. Las tres
familias que había, las tres tuvieron que salir, y en Gijón y en Avilés…
Bueno, en Asturias, en todas las partes, porque mataron los gitanos allí a
dos serenos, pero ¿qué culpa tenemos los gitanos de Oviedo, ni los de aquí
tampoco?
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Carmen:
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Y eso ¿en qué año fue más o
menos, Aquilino?
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Tío Silvino:
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Pues te voy a dicir…
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Carmen:
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¿Era usted pequeño?
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Tío Silvino:
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Sí, pero no recuerdo en qué
años fue.
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Carmen:
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¿Después de la guerra?
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Tío Silvino:
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Sí, sí, sí, por supuesto, por
mucho […] entre el 50 y el 60.
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[…]
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Tío Silvino:
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Y esto que estamos hablando,
Franco quiso mandarnos a las islas de Fernando Poo y la India dijo que se los
mandaran a sus tierras que eran de allí.
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Carmen:
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Ah, ¿sí? Yo no sabía esa
historia Aquilino. ¿En qué año?
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Tío Silvino:
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Pues esto fue en la posguerra,
no recuerdo en qué año, en el cincuenta y tantos. ¿Tú no sabes que aquí
mataron a unos serenos que todos los gitanos tuvieron que salir de sus casas
porque estaban muy afectados?
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Carmen:
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Sí, me acuerdo que me lo
contó.
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Tío Silvino:
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En aquella época.
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Carmen:
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¿A la isla de Fernando Poo?
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Tío Silvino:
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Y la hija de Franco dijo que no, que éramos españoles, que llevábamos
muchos años aquí, ella fue la que aconsejó a su padre, que era imposible, que
si se levantaba una guerra y estos hombres que saltábamos de aquí, que
sacaban de España, que serían grandes enemigos. Y por eso no salimos de aquí.
Pero él dijo esto.
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Las fuentes orales -analiza Begoña Barrera- son un instrumento privilegiado para el acceso a una historia de los gitanos que en ocasiones no ha dejado documentación escrita en la que rastrear este pasado. Convencida de la necesidad de recuperar los testimonios de los propios protagonistas de la historia, Carmen Doncel entrevista al Tío Silvino, un «hombre de respeto» gitano de Asturias, que le descubre un suceso para ella (y para la mayoría de nosotros) desconocido: en 1954, un conflicto entre un grupo de gitanos y una pareja de serenos en el Puente de Vallecas acaba con la vida de uno de estos últimos y deja mal herido a su compañero. Más allá de ser llevados ante la justicia, los gitanos involucrados en el acontecimiento se ven sometidos a una oleada de rechazo y de ataques que pronto se extienden a todos los gitanos del España. En la segunda mitad de esta década, la prensa contribuye a magnificar lo ocurrido en Vallecas y a emplearlo en una campaña de xenofobia contra la población gitana (un proceso justamente paralelo al de su construcción como «enemigo público» en lo parapenal, [...]). El resultado de todo ello no es solo la estigmatización y la criminalización de muchos grupos de gitanos que nada tenían que ver con la reacción agresiva que habían protagonizado los de Vallecas, sino la extensión de la sensación de inseguridad y vulnerabilidad entre todo su pueblo que, tristemente acostumbrado a vivir bajo la amenaza de ser expulsados de sus casas, teme acabar sus vidas siendo «mandados por Franco a Fernando Poo». Como explica Carmen, poco importa si esta última opción estuvo o no en la agenda del gobierno franquista; lo que resulta verdaderamente significativo es entender cómo la subjetividad del Tío Silvino, como la de tantos otros gitanos, se ha construido sobre esta horrible expectativa, que marcó su forma de ser y su modo de relacionarse con la sociedad mayoritaria, de la que inevitablemente desconfiaba.
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