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miércoles, 29 de junio de 2022

El caso del mecánico especialista

Rafael de Mendizábal Allende razona en Misión en África. La descolonización de Guinea Ecuatorial (1968-1969) que «Guinea como las Islas Canarias, había sido lugar de destierro o confinamiento de revoltosos durante la insurrección en Cuba, al final del siglo XIX, la Dictadura de Primo de Rivera -Unamuno- y la República en el siguiente y de refugio más o menos solapado de disidentes en el régimen nacido de la guerra civil...».

La Universidad de Alicante ha elaborado una base de datos de La represión franquista en la provincia de Alicante, y entre la biografías recopiladas tal vez se ajuste la de Luis Sancho Riera a la situación que describía Rafael de Mendizábal:

Nacido en Alicante, 29 de junio de 1918, en una familia de 11 hermanos, su padre era alcoyano y mecánico, murió a los 35 años. En la guerra Luis Sancho prestó sus servicios como mecánico especialista de la aviación republicana con empleo de cabo. Salió hacia el exilio en los últimos días de la guerra acompañando al piloto en un avión de entrenamiento de dos plazas. Estuvo dos meses en la cárcel de Orán, después en Camp Suzzoni en Boghar. Tras pasar un tiempo en Camp Morand en Boghari, fue integrado en una de las compañías de trabajadores extranjeros y enviado hacia el sur del desierto, al campo de Bou Arfa, en la construcción del ferrocarril transahariano. En su testimonio, Luis Sancho dice que se organizaban campamentos cada cinco kilómetros del trazado del ferrocarril y allí se levantaban de 30 a 40 tiendas de campaña (marabouts). Cada campamento construía los 5 kilómetros que le correspondían de vías y cada grupo de tres personas tenían que picar 3 m³ de tierra todos los días por obligación. Pasó después a las minas de carbón de Yerada en Marruecos, justo en la frontera con Argelia, ejerciendo de mecánico reparando los motores diésel de las vagonetas y las instalaciones eléctricas. Enfermó de tifus y lo llevaron a un hospital en Sidi Bel Abbed. Habían pasado cuatro años desde su llegada. Debió ser ya en 1943, poco después de la llegada de los Aliados, cuando decide volver a España.

Volvió a España y tuvo que repetir el servicio militar en infantería en Cádiz. Al terminar volvió a Alicante y trabajó en diversos oficios, empleándose en una fábrica de cerámica. Por su actividad política tuvo que marchar a Andalucía, primero a Granada y luego a Cádiz donde trabajó de carpintero. Se trasladó después a Madrid, a Torrejón de Ardoz donde vivió varios años. En Madrid optó a una oposición de mecánico-electricista y fue enviado a Guinea, trabajó en telefonía y en una empresa de desguace de buques [y su Expediente Personal de Reservista fue transferido a la Guardia Colonial como reemplazo de 1939].
Posteriormente entró como personal civil en el Ministerio del Aire, trabajando en el aeropuerto en la central eléctrica. Consiguió traslado al aeropuerto de El Altet donde se jubiló.

Fuente: Manuel del Río Martín: La memoria y los aviadores de la IIª República durante la Guerra Civil. Tesis doctoral, UA, 2015. Publicaciones Universidad de Alicante, 2018. Alicante.

sábado, 25 de junio de 2022

El Ciudad de Mahón causa baja en la flota

Recoge La Vanguardia en su edición de 25 de junio de 1974:


Después de cuarenta y tres años de ininterrumpidos servicios, ha causado baja en la flota de la compañía Trasmediterránea la motonave «Ciudad de Mahón», veterana y constante visitante de nuestro puerto, especialmente en los años en que sirvió las líneas Barcelona-Matón y Barcelona-lbiza.
En los últimos tiempos de la Monarquía, la compañía. Trasmediterránea estaba —igual que ahora— lanzada a la realización de un plan de renovación de la flota, y a los astilleros gaditanos de Echevarrieta y Larrinaga encargó dos motonaves de 1.550 toneladas de registro y 2.150 de desplazamiento que se botaron en 1931 y recibieron los nombres de «General Berenguer» y «General Jordana». Poco después del lanzamiento de tales buques se proclamó la República en nuestro país y los citados nombres de los dos nuevos buques fueron trocados por «Ciudad de Mahón» y «Ciudad de Málaga», respectivamente. En enero de 1936, el segundo resultó hundido saliendo de Las Palmas al ser abordado por un mercante inglés.

Participación en la guerra civil

En sus primeros años de actividad el «Ciudad de Mahón» cubrió la línea Palma-Alicante-Mahón. En julio de 1936 se hallaba el buque en las Islas Canarias y en septiembre del mismo año fue incautado por las fuerzas nacionales para llevar a cabo una misión de la que, por cierto, apenas se ha hablado en las múltiples referencias históricas, oficiales y oficiosas, publicadas sobre el tema de nuestra guerra civil: la ocupación del territorio e islas de la entonces llamada Guinea española. En efecto, armado con una  pieza de 102 mm. y otra de 47 mm., el «Ciudad de Mahón» embarcó en Las Palmas una fuerza  expedicionaria compuesta por menos de 500 hombres que contaban con una batería de artillería de campaña y una sección de ametralladora. A mediados de octubre el «Ciudad de Mahón» apareció ante Bata en cuya bahía se encontraba el vapor «Fernando Poo» con un contingente de milicianos. Al negarse éstos a rendirse según la intimidación lanzada desde el «Ciudad de Mahón», entró en acción la pieza de 102 mm. que abrió amplio boquete en la flotación del «Fernando Poo». A bordo de éste se declaró un incendio que acabó con el navío, hundiéndose en la rada de Bata. Las tropas embarcadas en el «Ciudad de Mahón» tomaron rápidamente la colonia que quedó ya, desde entonces, bajo el control de la España nacional.

Servicio regular Barcelona-Palma

El «Ciudad de Mahón» quedó adscrito a la Armada como crucero auxiliar y en marzo de 1939, recién liberada Barcelona y no terminada todavía la guerra, nuestro buque reanudó el servicio marítimo regular Barcelona-Palma. Después, las necesidades del tráfico y de acuerdo con el material disponible en la diezmada flota de la Trasmediterránea, le llevaron a servir en varias de las líneas Península-Baleares.
Ahora, como todo barco viejo y poco menos que inútil, el «Ciudad de Mahón» ha causado baja en la flota para ser vendido «en pública subasta como un montón de chatarra.

miércoles, 22 de junio de 2022

Los elefantes de la calle Pinto

Contaba ayer Juan Tomás Ávila Laurel en FrontraD sobre La historia de los diez mil elefantes y los nombres
borrados del colonialismo

En estos días los promotores del proyecto que lleva por título Diez mil elefantes (Reservoir Books, 2022)  fueron protagonistas de alharacas mediáticas porque su ansiado proyecto vio la luz. En efecto, anunciado con la antelación necesaria, se produjo finalmente la  presentación en público del referido cómic,  obra de la que se dice que un cronista español y un dibujante guineoecuatoriano aunaron sus esfuerzos para crear un producto que iba a ser una sensación. Pero lo curioso del asunto es que ninguno de los que acogieron la noticia con inocultable entusiasmo reparó en el hecho de que sí parecía que lo natural hubiera sido al revés, que fuera el guineano el que aportara la historia, por estar destinada a conocerla mejor, y el español el que la fijara con sus dibujos.

Y no solamente pasó inadvertido para ellos aquella inversión de los roles, sino que, por ser quienes eran, debían saber que parte de la verdad se ocultada con aquel asunto. Actuaron, además, como si hubieran recibido la consigna de huir hacia adelante. Pero para asentar esta historia en sus cauces cabales y así facilitar la compresión de las aseveraciones aquí hechas, aclararemos que cerca del año del Señor de 2008 recibimos el encargo del actual «cronista español», uno de los autores del cómic en cuestión, de escribir una historia a propósito de un colono español que se había empecinado en vivir la experiencia de encontrarse con diez mil elefantes. Para animarnos en aquella empresa nos facilitó una decena de fotos de la colección del cineasta también colonial Manuel Hernández (1915-2008), de quien se hizo precisamente divulgador y tras recuperar cientos de fotos que aquel hiciera en Guinea bajo los auspicios del régimen franquista allá a mediados de los años 40. Para aquella tarea de redacción hubo la pertinente correspondencia económica, esto que el cronista alude como «compra». Aclaremos inmediatamente que debido al hecho de que aquellos dineros no provenían de la bolsa de un desinteresado y aquijotado filántropo, sino de una financiación pública, aquel entendimiento se llamaría «colaboración», pues no vale sostener la idea de la compra si hubo mediación de unas fotos para que el autor se haga una idea de las personas sobre las que escribiría. La realidad fue que aquella propuesta era un lanzarle a uno los guantes en toda regla; o sea, un reto mayúsculo, pues aquellas fotos nunca constituirán ningún material para coser una historia.

Hemos de decir también que de aquella colección de fotos, debidamente restituidas, se hizo una selección que el mismo recogió en un voluminoso libro titulado Mbini, cazadores de imágenes (Altair, 2006). Supimos que aquel nombre le vino inspirado por nuestra novela corta La carga, (Editorial Palmart, 1999), ambientada en el Río Benito de la época colonial, localidad costera de Río Muni que luego pasó a llamarse Mbini. Curiosamente, y sin que pareciera venir a ningún cuento, esta novela corta se menciona en la información facilitada en el cómic Diez mil elefantes, cuyos autores son presuntamente los señores ya mencionados. Creemos que esta mención es debida a un irreprimible remordimiento de conciencia por un hecho que ya tiene asentada una tradición: el esfuerzo continuado por silenciar las voces africanas y, en particular, las guineanas. Precisamente sobre este hecho centré mis palabras en un acto que tuvo lugar en el Instituto Cervantes de Madrid en el mes de octubre del pasado año, en el marco del II Encuentro de hispanistas África-España. Para abundar en la idea de este esfuerzo silenciador diremos que de las miles de fotos de la colección de Hernández San Juan no hay ninguno de los fotografiados al que se pudiera identificar con un nombre, todos eran meros cuerpos, caras, rostros anónimos, aunque estuvieran embarcados en la actividad más llamativa. Es decir, para el colonialismo, que de aquello se trataba, no es importante conocer los nombres de nadie, sobre todo de los nativos.

Precisamente contra esto queremos luchar. En nuestra mencionada novela corta La Carga, ambientada precisamente en los tiempos en que aquellas fotos fueron tomadas, los protagonistas sí tienen nombres. Y siguieron teniéndolos en el relato registrado posteriormente como Elefantes en la luna y del que primero se hizo una película de animación deliciosa, Un día vi 10 mil elefantes, (dirigida por Álex Guimerá y Juan Pajares, 2015) donde sí se da crédito a un servidor como autor del relato en que se basa y luego el cómic por el que hemos salido hoy a la palestra. En este empeño por poner nombres a los protagonistas de nuestras historias no hemos necesitado, además, a ninguna antropóloga, como sí le ha ocurrido al cronista y autor del cómic.

Cuando tratamos en privado el asunto de cómo hemos sido, otra vez, silenciado en un asunto en que deberíamos ocupar un lugar central, dijimos que nuestro amigo, el cronista español, se ha pegado un tiro en el pie. Que este tiro no se convierta en una historia de mayor calado pasaría porque nuestro nombre, el mío, fuera restituido en la portada del libro, así como las relaciones económicas que exigen el caso. Lo contrario de este hecho sería la historia de un señor que, amparado en el desconocimiento resultante del ocultamiento sistemático de los nombres guineanos, se hiciera autor de una obra que no ha escrito, por más que estuviera en los inicios de su concepción, haciendo el encargo de que se escribiera. Esto, lo saben, es un fraude, y mencionarlo ahora es hacerle un flaco favor. Es decir, lo del tiro en el pie se queda corto.

miércoles, 15 de junio de 2022

Chacar & Adrián

El caso de Fernando Chacar Bru, es un misterio:

Con las fuentes de información accesibles es posible rastrear la presencia temprana de la familia Chacar en el territorio ecuatorial. Así, Miguel Chacar habría ido en 1903 comisionado a Monrovia para conseguir trabajadores. Hay incluso una finca Chacar en Basakato del Oeste (cruzada por el río Rupe) que con el paso del tiempo fue de la familia Ligero.

Suficiente arraigo familiar en la isla, como para que Fernando Chacar Bru fuera bautizado en la parroquia de Basile el 6 de marzo de 1900. Incluso en La Guinea Española recurren en 1944 al trabajo del «Sr. D. F. Chacar notable cronista de la casa [Bokoko]» para documentar un artículo sobre el origen de la antigua finca de Veiga y Avendaño.

Así con todo, fallecería en Barcelona el 13 de noviembre de 1936, a la de edad de 36 años y dejando una viuda de 26 años.

Aquí es dónde empieza el misterio, ya que su nombre (aunque baila entre Fernando y Frederic) estará entre lo que los apologetas del golpe de Estado del 36 llamarán el “genocidio” de ERC, «con más 8.500 personas asesinadas por Lluís Companys».

De las resoluciones de concesión de pensión a su viuda, la zaragozana Asunción Adrián Comerás, se deduce que éste sería un paisano militarizado con el rango reconocido de cabo de infantería.


Ficha de Asunción Adrián Comeras
en el Centro Documental de la Memoria Histórica

Sin embargo, pese a estar entre los muertos en territorio bajo administración republicana, la propia Asunción -viuda y pensionada- habría sido expedientada y sancionada en 1939 con «pena de multa, remisión o a disposición de otras autoridades» por el Tribunal Militar Territorial Tercero.

Y por esa sanción habría sido “redimida” en 2017 e incluida en la lista de reparación jurídica de víctimas del franquismo (1938-1978) de la Generalitat de Catalunya. Se decreta así la nulidad de su condena y se “restablece el honor, la dignidad y la memoria” de una víctima “injustamente procesada por los tribunales franquistas”.



Aunque igual la historia es más sencilla y cotidiana. Al fin y al cabo, puede ser una historia tan simple como la que relata Elsa López, escritora nacida en Fernando Poo, en El corazón de los pájaros: «El padre siempre decía "los nuestros" porque había sido alférez provisional durante la guerra civil española y tenía la costumbre de hacer suya la guerra; y los demás, incluida su esposa, que era republicana de pura sangre, eran "los otros", los contrarios, los enemigos. Lo de su mujer, según Florentino, era un raro accidente familiar sin importancia y además se lo reía como una gracia».

lunes, 6 de junio de 2022

Donación y castigo

La Gaceta de Madrid del 5 Noviembre 1936 publica la Relación de donantes y donativos correspondientes a la cantidad de 10.353,65 pesetas que figura anteriormente por el Gobernador del Golfo de Guinea

Y Ángel Miguel Pozanco lo recoge también en “Guinea Mártir”: «La guerra de la metrópoli determinó de manera comprensible que el servicio de vapores correos para la línea de Guinea se hallase irregularizado. A pesar de las dificultades que representaba, en el mes de agosto fondeó en la bahía de Bata, tras un largo recorrido, el Ciudad de Ibiza, pequeño barco que transportaba productos alimenticios, medicamentos y correspondencia. Ese mismo barco, en su viaje de regreso, llevaba destinadas al Gobierno diez mil pesetas que se recaudaron en el continente para las fuerzas leales que luchaban en los frentes».

No es algo tan inusual... Gustau Nerín ya recogía en el clásico Blanco bueno busca Negro pobre, que «Durante el franquismo, en España era muy popular la campaña anual del Domund, en que se recaudaba dinero para las misiones católicas. En el año 1953, la diócesis de España que más dinero por habitante aportó fue la de la Guinea Española. Los blancos y los negros de Guinea dieron mucho más para los "negritos" que los españoles de la metrópolis: los habitantes de la colonia dieron 2,61 pesetas de medía, en tanto que los de Barcelona dieron solo 0,80. Pero hay más: los que daban más para los negros eran los mismos negros, pero estos también daban mucho para los blancos. Los guineanos colaboraron intensamente en las recaudaciones proValencia de 1957 y pro-Barcelona de 1962, destinadas a recoger fondos para paliar la devastación causada por los temporales de Valencia y del Vallés. De esta forma, los campesinos africanos ayudaron en aquella ocasión a los "pobres" valencianos y a los "pobres" catalanes». Y no sólo en 1953, año tras año, campaña tras campaña, la diócesis que más aportaba era ecuatoguineana...

Colecta para negritos de África en Chamberí, 1955


Pero volviendo a nuestro tema: Durante la guerra civil, se hicieron diferentes campañas apelando a la solidaridad de la ciudadanía. 

En el caso del territorio ecuatorial, la historiografía franquista narrará que «el jefe de Correos, Isidro Álvarez Martínez, inició una suscripción para las “fuerzas leales que luchan en los frentes”. Porcel la encabezó con quinientas pesetas y llegaron a recaudarse unas diez mil, que se entregaron al comité del control del barco para que las pusiese en manos del Jefe de Gobierno. También empezaron a cargarse en el correo frutos del país donados para los milicianos por los agricultores coaccionados por el Subgobernador»

Pero en el contexto del triunfo del golpe de Estado, ese listado de donantes se convirtió en probatorio de auxilio al gobierno de la República, por lo que los aportantes fueron cuestionados y depurados.

Obsérvese que -pese a que se ha sostenido que la población local permaneció indiferente al conflicto,  entre los donantes no son extraños los apellidos de orígen africano y fernandino, como Barleycorns, Roku, Muañache, N'guema, N'sé, Obiang, Esono, Estrada, Modipo, Boneke, Otanga, Bolopá, Eyeme, Eyanga, Ebute, Noula, Upolo... así como otros que ya han recorrido con nosotros la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel: Francisco Hinestrosa, Gonzalo Carrillo, Emilio Fontanet, Raimundo del Pozo, Manuel Aláiz, Luis Buelta, José Lozano, Sebastián Nacarino, Joaquín Mallo (hijo)... . Surgen los nombres de muchos de los que acabaron en el campo de concentración del lazareto de Gando, o que sufrieron destierro, o simplemente desaparecieron..., al fin y al cabo, tirar de la manta, nunca fue tan fácil como leer el BOE. Esta lista publicada con posterioridad a la caída de Bata será decisiva para la incoación de expedientes y la aplicación de sanciones.


Así, tampoco es de extrañar que poco después del triunfo de los golpistas, la Cámara Agrícola diera una donación ejemplar del 20% de la producción.
"Voluntaria", dirán algunos, aunque trabajos como los de Donato Ndongo han demostrado de ésta fue inducida, y dictada su reglamentación desde la Gobernación General... pero discrepada en la intimidad. En parte, para evitar lo que Vila-San Juan definía como la desconfianza hacia los coloniales profranquistas, que -pese a haber triunfado- «los que se habían sublevado (la gente de orden), eran tratados casi como "nacionales de 2ª clase" o "semirrojos"».
En total -nos recuerda Bokung Ondo Akum- «durante la Guerra Civil Española, la Guinea Colonial aportó 61.500.000 de pesetas anuales a la causa franquista», sin contar materias primas.