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lunes, 4 de julio de 2022

La fuga de José Serrano

Son numerosos los testimonios de la dureza del campo de concentración del viejo lazareto de Gando, en donde fueron confinados los 150 coloniales y la tripulación del Fernando Poo. En este paseo por la calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel hemos recopilado algunos de ellos, incluyendo el de los maltratos, hacinamiento, enfermedades, falta de higiene y desnutrición.

Sirva como ejemplo el «testimonio de un tal Ricardo [Sáinz García], abogado residente en Santa Isabel, colaborador del Diario de Guinea y de la prestigiosa Revista de Criminología Forense, recogido por María Manuela de Cora en su libro Retaguardia enemiga, la bestialidad era la tónica del trato de sus captores. Cuenta Ricardo, detenido en los primeros días de la sublevación y mantenido preso sin ninguna imputación formal, que una de las peores torturas era la conocida como "la pena del palo", que se aplicaba por cualquier infracción del reglamento o ante la menor indisciplina. Consistía en situar al penado, erguido, ante un poste en cuyo extremo superior lucía una bombilla, y mantenerlo ahí, de pie, sin dormir, ocho o quince noches seguidas, obligándole durante el día a cumplir el trabajo forzado ordinario. Los compañeros, que asistían al derrumbamiento físico y mental del así castigado, procuraban quitarle parte de la faena, pero sobre la víctima se cernía durante esas jornadas, por parte de la guardia, una vigilancia reforzada. El atrabiliario obispo Pildain, que odiaba a Unamuno, a Galdós y a las mujeres, no reparaba durante sus frecuentes visitas al campo en esas aberraciones que se cometían con los que, a todo trance, pretendía inducir a confesar y comulgar para arrancarles sus pecados», recogido por  Rafael Tórres en Los Esclavos de Franco.

Palo ubicado en el patio del campo de concentración del Lazareto de Gando en Gran Canaria, recurrente en los testimonios de maltrato. Fotografía cortesía de Fernando Caballero Guimerá, incluida en "Los campos de concentración de Franco" de Carlos Hernández de Miguel.

No es de extrañar que -como cuenta Antonio Tejera Afonso (Antoñe) en Ontica Libertaria- «de Gando todo el mundo quería fugarse. Y se preparó una fuga [en julio de 1938]: “Salía a buscar leña para hacer la comida. Iba con un brigada por esos campos, por Mogán. Arguineguín . . . y ahí fue donde empecé a mirar al terreno. Se lo dije a la gente: Hay una falúa y hay botes’. Y empezamos a estudiar el asunto”. Los participantes en la aventura fueron: “José Serrano Roldán, republicano de Fernando Poo; Facundo Fernández Casseca, palmero, Araneta, capitán de la marina de La Palma; Tristán Santana, abogado socialista; y yo”. Ya en marcha el plan, se dice “que la falúa no porque era un entorpecimiento y en esa época que nos fuimos la corriente era de tres millas hacia el sur, -decía Araneta- ‘es mejor un bote, porque el bote se desliza’, -lo tenía calculado todo”. Y llegó el día señalado: “Salimos de Gando, pam, paramos en la venta; el camión siguió para Mogán a buscar la leña. Nos metimos allí. Ya estaba todo el plan. Bajé a la playa y le dí un mitín a los pescadores: ‘Ya llego el momento de lo que la República prometió; la fábrica de salazón que estaba prometida aquí la hace el generalísimo Franco, y usted hombre indicado, -se llamaba Garrancho, el que maneja aquello- dentro de unos minutos vendrá el ingeniero para tomar medidas, y usted será el que elegirá la gente que va a trabajar aquí’. El hombre encantado, ‘nada, ahora vendrá el ingeniero; necesitamos un barco para inspeccionar la costa’. En esto, que no aparece ninguno. Para arriba otra vez. Digo: ‘Coño ¿pero qué pasa?, si está todo preparado ya’. ‘Pero es que no se duerme el brigada’, -borracho-. ‘¿No se duerme?. Venga, ¿dónde está eso?. Dele café en seguida; le pongo aquello dentro (luminal), bébete esto borrachín del carajo para que se te quite’. Se quedo durmiendo, pom, frito. Uno con un saco al hombro, otro con otro, venga por ahí para abajo. Los marinos estaban esperando al ingeniero, nos ven a todos con un saco, ‘¿qué coño es esto?’. Ya allí era... ese barril de agua aquí pim pum, lo otro aquí, venga lo otro allá, pum, el barco al agua, y enseguida, ‘eh ¿qué pasa? ¡Ladrones!’ Venga las velas arriba parecía una paloma el barco. Cantando ya: ‘¡Viva la República, viva!’. Al día siguiente perdida la isla. Al otro día empezó un viento, un temporal..., bueno, nos rompió las velas, rompió el timón, nos quedamos al garete. Tuvimos que tirar los víveres al agua, -el gofio ya no servía- chupando leche condensada por el boe. Siete días encima del mar, noche y día, y gracias a Araneta si no nos ahogamos como perros. Un temporal que no salían los barcos del puerto, del temporal tan terrible. Ya extenuados estábamos frente a Tenerife; el tiempo otra vez, pum, nos metió en Las Palmas. En eso la falúa de la Comandancia nos había visto, dieron parte, vinieron a buscarnos y allí nos cogieron. ¡Para Gando!».

Juan Rodríguez Doreste vivió así su regreso: «Desde las ventanas de las plantas altas que se asomaban hacia fuera les vimos entrar en el pabellón del Jefe del Penal, acompañados de sus captores, varios guardias civiles. Venían en un estado lamentable, las ropas deshechas, barbudos, sucios, con evidente derrota física. A los pocos momentos nos reunían a todos -éramos más de mil quinientos- en el patio. El Jefe superior, demudado de cólera, después de insultarlos, nos amenazó:
-Los voy a tener a pan y agua hasta que expiren y a los que los ayuden de cualquier forma les estoy dando palos desde el toque de diana al toque de retreta.
Los encerraron en un cuarto sin ventanas en la parte baja de uno de los pabellones. Dos veces al día los sacaban uno a uno y los castigaban, buscando también inútilmente los posibles cómplices. Facundo fue siempre el más aspaventero. Al regresar de cada sesión, las ropas desordenadas, desorbitados los ojos, les decía a sus compañeros de calabozo:
-Lo que quieren éstos es matarnos, matarnos.
Mas los evadidos supieron resistir firmes y enteros los largos días del encierro. La condena a pan y agua fue realmente teórica. Apenas metidos en el sótano abrimos un hueco en el techo de madera por donde recibían diariamente las mejores provisiones de que disponíamos: galletas, chocolates, salchichón, queso. Cuando al fin los incorporaron nuevamente a la rutina general, estaban en verdad más gordos, aunque en su palidez y en las trazas físicas acusaran la doble huella de la privación del sol y de los bárbaros castigos».

«Desde que entramos en Gando, todos los días una paliza. Nos daba palos ahí un rebenque que le decían el Guanche. Un teniente que había, Arismendi, vasco, el segundo día le dijo: ‘Venga, verdugo, a cumplir con tu deber’. Y ya no nos pegaron más. Y a pan y agua tres meses, pero encima había la enfermería, -era de madera- entonces abrieron un boquete, y con una caña nos metían café con leche, plátanos... y así vivíamos”», concluye Antoñe su recuerdo de la que fue la fuga más espectacular de Gando.

Por esta fuga son condenados a un año de prisión menor por quebrantamiento de condena, sentencia que es firme el 16 Septiembre 1939.
  • Juan Rodríguez Doreste se olvida del republicano de Fernando Poo José Serrano Roldán; no así de Antonio Tejera Afonso (Antoñe), del malagueño Francisco Herrera Araneta (considerado el cerebro de la evasión) o del argentino Ángel Tristán Santana. Siendo su libro Cuadros del penal: (memorias de un tiempo de confusión una bitácora imprescindible, ésta es citada reiteradamente generando así la desaparición de Serrano de los relatos. Como bien recuerda Pedro Medina Sanabria, aunque fuera carente de toda intencionalidad «hay demasiados libros, escritos por individuos reconocidos como 'autoridades en la materia', plagados de inexactitudes y errores...».

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