Pero Ndongo no será el único que sostendrá ese análisis...; veíamos en La Gürtel del gobierno de derechas y Guinea que «entre la documentación elaborada por José Antonio Primo de Rivera en la prisión de Alicante, se incluye la referencia al "Asunto de Guinea..." como parte de su "síntesis moral" de los motivos que condujeron a la "rebelión" en julio de 1936».
Manzaneque, ex Gobernador de La Guinea, momentos antes de jurar su declaración por al asunto Nombela ante la comisión parlamentaria el 4 de diciembre de 1935. |
Pedro Medina Sanabria, recoge este texto en su imprescindible blog:
El 29 de noviembre de 1935, la prensa madrileña anunció con grandes titulares otro escándalo, y Miguel Maura planteó una interpelación pidiendo una investigación parlamentaria.
Aquella mañana pasé por la Presidencia, mientras se halla en sesión el Consejo de Ministros, y advertí grupos de gente estacionados en la calle, en hosco silencio, con un número desacostumbrado de guardias civiles entre ellos.
La historia del nuevo escándalo se extendió como fuego sobre un llano después de una sequía. Algún tiempo antes el Gobierno había contratado con un armador dos barcos para el servicio de la Guinea Española. Los barcos entregados estaban tan carcomidos, que uno se hundió en las mismas aguas del muelle y el agente del Gobierno canceló el contrato. El vendedor demandó por daños y perjuicios quinientas mil pesetas, La reclamación fue a manos de Lerroux, amigo del vendedor, y aquel la entregó a su secretario para investigación. De acuerdo con la historia que circulaba, este último habíase asombrado ante la moderación de la demanda. «¿Cómo? ¡Esto es ridículo!
La cantidad es demasiado pequeña. Debemos subirla lo menos a tres millones de pesetas». y así fue hecho al principio, tras la insistencia del demandante. Entonces, así reza la historia, la cantidad se elevó a siete millones; pero, intimidados por su propia audacia, se dejó en tres millones. Tras esto, Lerroux avisó al agente en la Guinea Española para que pagase la cantidad dando la impresión de que la orden procedía del Consejo de Ministros. Pero el agente, hombre honesto, se negó a cumplir la orden, siendo por ello sumariamente depuesto. Regresando a Madrid a toda prisa, el agente visitó a otros ministros, que negaron todo conocimiento de la transacción si bien un distinguido ministro, notable por su piedad, pensó que era menos peligroso pagar que exponerse a las consecuencias políticas de una denuncia.
A medida que la historia era conocida, aparecía claro que los cansados hombros de Lerroux tenían que cargar con el fardo, por lo que su resentimiento echaba chispas. Sus lugartenientes no aparecían en sus escaños, y un día Lerroux, encarándose con sus con sus colegas de la derecha, les dio una explicación directa. Estos se sintieron considerablemente afectados por el gesto. Lerroux compareció ante la Comisión e insistió en que los ministros habían sido consultados.
Tras la cortina, los dirigentes derechistas trabajaban febrilmente para manipular el informe, Maura, presidente de la Comisión, dimitió como protesta., La Ceda, insistiendo en la prístina pureza de Lerroux, echaba las culpas sobre el humilde secretario, elegido como chivo expiatorio. Los monárquicos deseaban declarar culpables a los dos, amo y secretario, pero solamente de un «error administrativo». Los republicanos de izquierda estaban dispuestos a considerar culpables, no solamente al amo y al secretario, sino a Gil Robles como encubridor del hecho.
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La Comisión no pudo llegar a un acuerdo, y sólo un informe firmado encubriendo los hechos y firmado por nueve de los veintiuno que la formaban fue presentado por la Ceda como «el informe de la Comisión»; pero las opiniones discrepantes de los monárquicos y los partidos de izquierda ni siquiera se leyeron. Según el «informe de la Comisión», Lerroux salió «puro como la luz e inmaculado como una estrella», víctima inocente de un perverso secretario, que fue desollado con justa cólera.
Disgustado por la farsa y la hipocresía de todo ello, José Antonio Primo de Rivera estaba como un toro furioso en una tienda de porcelanas. Atacó demoledoramente el hecho hipócrita, con pruebas, y su vigorosa acusación contra la corrupción creó intranquilidad. Sabiendo que Lerroux solamente podía ser exonerado por órdenes de Gil Robles, se dirigió en tonos dramáticos a él, llamándole por su nombre, implorándole que no se hiciera el habitual defensor de aquellos culpables de fraude contra el Estado. El requerido, con enrojecido rostro y semblante de furor, retorciéndose y contorsionándose en su asiento, hubo un momento en que pareció que iba a levantarse, pero cambió de parecer. Lerroux permanecía sentado e inmóvil, con los brazos cruzados.
Fue un debate violento, pero sin sentido, una batalla vergonzosa. A las diez, las Cortes suspendieron la sesión hasta la una y media de la madrugada. A las seis de la mañana se verificó la votación. Lerroux fue exonerado, condenado su oscuro secretario, con la teoría de que a mejor día, un hecho mejor – pues era domingo por la mañana. Pero apenas se anunció el resultado, cuando una penetrante voz se levantó de la desierta tribuna diplomática: «¡Viva el estraperlo!»
Los diputados miraron a la cara del travieso José Antonio Primo de Rivera, quien, con el desparpajo de un niño malicioso, se reía de sus mayores. Los diputados miraron con ceñudo enfado y se echaron a la calle, desierta.
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Fuente:Autor: Claude G. Bowers, Embajador USA en España de 1933 a 1939
Título: Misión en España (My Mission to Spain)
1955 Editorial Grijalbo.- México
CAPITULO XII .- «!VIVA EL ESTRAPERLO!» FRUTOS PODRIDOS! Páginas 172 a 174.
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- No te pierdas el Discurso pronunciado en el Parlamento el 7 de diciembre de 1935.
- O la Entrevista a Antonio Nombela
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