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lunes, 29 de julio de 2024

El franquismo como fuente normativa del derecho (II)

Lo recordábamos en una vieja entrada: En el franquismo como fuente normativa del derecho, veíamos cómo las leyes españolas son de aplicación subsidiaria en la República de Guinea Ecuatorial, sean leyes penales, civiles, mercantiles, administrativas, laborales y militares conforme regían hasta el 12 de octubre de 1968. 

Es decir, en ausencia de una norma propia, se aplica la española conforme a su desarrollo hasta el día de la independencia, dándose la paradoja espacio-temporal de que la normativa española (y franquista) sigue en vigor medio siglo después fuera del territorio español. Así, normas españolas como el decimonónico código civil, puede ser invocado por las autoridades ecuatoguineanas en su redacción del 23 de julio de 1960, mientras en la España actual la última modificación fue del 1 de marzo de 2023. Por eso (y otras cosas) Gustau Nerín habla del franquismo tropical, y la escritora Melibea Obono nos recuerda reiteradamente que en Guinea Ecuatorial «mantenemos la ley de vagos y maleantes de 1954, que castiga a  entre 12 y 24 meses de prisión a las personas homosexuales».

En Diario Rombe le dedican una entrada a esta aplicación subsidiaria, y concluyen: «Tenemos leyes básicas que contradicen lo previsto en la constitución, a saber: Código Civil (franquista). Código Penal (franquista), Ley de Enjuiciamiento Civil (franquista), Ley de Enjuiciamiento Criminal (franquista), Código de Justicia Militar de 1945 (de la segunda guerra mundial)».

¿Otro ejemplo? En 2017, el personal de servicio exterior de España (incluyendo a los empleados públicos de Malabo y de Bata) convocó una huelga general para pedir la actualización de sus salarios congelados desde la crisis del 2008. En Malabo, la huelga se saldó con 5 expedientes disciplinarios y varios despidos. Mientras el abogado del Estado esbozaba el dudoso argumento de que las huelgas están prohibidas en Guinea Ecuatorial, la defensa de los trabajadores afirmaba con contundencia que -siendo un derecho recogido en la Constitución ecuatoguineana- su no reglamentación quedaba compensada con la regulación española por derecho supletorio. Ponciano Mbomío Nvo, doctor en derecho por la UNED, obviaba que la ley supletoria involucrada era el Fuero del Trabajo, formulado por el Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS en plena guerra civil (1938), que consideraba la huelga como delito de lesa patria... 
Afortunadamente, el lapsus del veterano abogado defensor fue ignorado y el juicio siguió con normalidad. Como curiosidad, la jueza sentenció que las sanciones disciplinarias habían sido "asombrosamente desproporcionadas" y las anuló, a la vez que recalcó sus "exiguos salarios"; cayeron preguntas parlamentarias y las centrales sindicales UGT, CCOO y CSIF solicitaron el cese de Luis Tejada como director de la Agencia. Pero esa es otra historia.

Tal vez algún día, Francisco Ballovera cuente ese incidente en un poema...



Parece anecdótico, pero no se puede obviar que el recurso de las normas españolas preconstitucionales tiene consecuencias sociales y personales. El Salto nos comparte la historia de una malabeña que sufrió en sus propias carnes la inusual situación de que «hasta el año pasado, 2023, en Guinea Ecuatorial estaba en vigor el código penal de 1968, que otorgaba a los maridos el deber de corrección sobre la mujer»:

Claudia, nombre ficticio de una joven procedente de Malabo, Guinea Ecuatorial, mece en brazos a su hijo de dos meses y a la vez da de merendar a su hija de dos años, mientras cuenta las dificultades que la vida le ha puesto en su camino con tan solo 22 años. La joven vive con sus dos hijos, Ana y Pedro, en un piso de acogida que una fundación de Madrid ofrece para mujeres vulnerables y con hijos a su cargo o embarazadas que no tienen un ‘techo’ para vivir. En el inmueble, situado en la planta baja de un edificio del madrileño barrio de Puente de Vallecas, viven ocho mujeres, todas de diferentes países y con duras historias a sus espaldas. Conviven acompañadas de una trabajadora social y una monja que les ayuda con los niños, mientras estudian o se reincorporan al mundo laboral. Entre ellas realizan las tareas del hogar y se organizan para hacer menús diarios para todas. Se llevan bien, pero en ocasiones discuten por los temas cotidianos del día a día. Mientras comentan lo que hacen cada día, una de ellas de 19 años, prepara leche de avena para todas las que estamos en el salón. La joven, de nombre Niurka, está en el piso de acogida con su hijo de seis meses porque su pareja está en la cárcel por pertenencia a una banda organizada.

En la sala principal del piso, entre pañales, llantos y conversaciones sobre niños, Claudia comienza diciendo que sufrió violencia de género por parte de su pareja y padre de sus dos hijos cuando estaba en Malabo, Guinea Ecuatorial. ‘’Cada vez se ponía más agresivo, me pegaba, y cuando se dio cuenta que me quería venir a España con mi hija, nos rompió los pasaportes que tanto me costaron conseguir’’, cuenta Claudia tensa . “Le sentó tan mal que nos quisiéramos ir de su lado, que nos encerró a las dos en casa sin comida durante cuatro días, hasta que mi madre vino a salvarnos’’. ‘’Además, estaba embarazada de él’’, refiriéndose a su hijo.

Hasta el año pasado, 2023, en Guinea Ecuatorial estaba en vigor el código penal de 1968, que otorgaba a los maridos el deber de corrección sobre la mujer

Claudia no desistió y vendió todas sus cosas para volver a conseguir un pasaporte y huir a España porque estaba a punto de dar a luz a su hijo Pedro. ‘’Me vine a España sola con la niña y embarazada de nueve meses’’, dice la joven mientras sonríe al mirar al niño y llamarle “superviviente”. “Cuando mi pareja se enteró que estaba embarazada, me pegaba para que abortase’’, explica tajante. La joven cuenta que se tomó una pastilla para abortar, pero se puso muy enferma. Tras no mejorar, fue al hospital donde le comunicaron que la enfermedad era porque tenía una infección provocada por los restos que le quedaron del aborto cuando ingirió la pastilla. Pero para su sorpresa, en la ecografía también le vieron que tenía otra bolsa amniótica con un feto, es decir tuvo un embarazo múltiple. A pesar de que en el hospital de Guinea la intervinieron para sacarle los restos del aborto, fue operada por segunda vez cuando vino a España porque aún tenía infección. Semanas después nació Pedro y cuando le dieron el alta en el hospital se vino directamente a este piso de acogida. Claudia huyó del maltrato físico y psicológico de su pareja a pesar de que el hombre fue al aeropuerto detrás de ella antes de partir. Ahora, afirma que mantiene el contacto con él y le pasa fotos de los niños de vez en cuando.

Hasta el año pasado, 2023, en Guinea Ecuatorial estaba en vigor el código penal de 1968, que otorgaba a los maridos el deber de corrección sobre la mujer. Guinea, que fue colonia española hasta su independencia en 1968, está dirigida por el dictador militar Teodoro Obiang Ngema tras el golpe de estado de 1979, 45 años de régimen que hacen de este mandatario el más longevo del mundo. El país es uno de los más ricos en hidrocarburos de todo África, sin embargo, tres cuartos de la población sobrevive con menos de tres dólares al día.

 


Claudia no solo ha sido agredida por su pareja, también tiene otra niña de ocho años fruto de una violación que sufrió en Madrid antes de volver a Guinea. “Antes de marcharme a Guinea con mi madre, vivía y estudiaba en Madrid y cuando tenía 14 años me violó un conocido guineano’’, relata antes de apuntar que prefiere no seguir hablando de ello. La niña de ocho años se encuentra en un internado de monjas en Sevilla al no tener recursos económicos para cuidarla. ‘’Cuando mi madre se enteró que estaba embarazada me llevó con ella a nuestro país, Guinea, por vergüenza . Al cabo de los meses le conté con mucho esfuerzo que me habían violado, pero nunca me replanteé abortar porque sé que mi madre no me dejaría’’, añade la chica, que también denunció a su agresor, pero nunca lo encontraron, ella piensa que se libró porque tenía contactos con la policía.

“Las mujeres en Guinea no se atreven a denunciar si sufren malos tratos porque no hay ninguna ley que las ampare, existe inseguridad jurídica y no consta un proceso de formación en materia de género. Lo que sí se ha conseguido es que la violencia doméstica esté incluida en el Código Penal’’, afirma Anita Hichaicoto, una guineana de 31 años que actualmente reside en Bilbao (País Vasco), donde estudia un máster de Derechos Humanos como formación a su puesto de funcionaria en el Ministerio de Cultura de Guinea. Hichaicoto es escritora, funcionaria, feminista, directora de la ONG ‘Adave Motiva’, creadora de la plataforma sobre feminismo negro ‘Karityobo’, y activista que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en su país. En Guinea no hay ayudas para mujeres maltratadas, ni ayudas para ninguna mujer vulnerables mientras no haya trabajado y cotizado ella o su marido en la Seguridad Social. La falta de ayudas y la vida en matrimonio ha provocado un cambio en la composición social del país: hay cada vez más mujeres que tienen hijos solas.

El Instituto Nacional de Estadística de Guinea Ecuatorial (INEGE) publicó en noviembre de 2023 el Boletín de Estadística Trimestral. En el segundo trimestre de 2023, el número de nacimientos en los hospitales tanto públicos como privados fueron de 3.876. En cuanto al estado civil de las madres, el 56,4 % eran solteras, frente al 43,6 % casadas. “Para hablar sobre feminismo, hay que analizar la raíz del problema, en este caso, un país como Guinea Ecuatorial viene marcado por el contexto cultural y las tradiciones, además de por la religión’’, afirma la feminista guineana.

Revisando la tradición

Según la cultura, hay etnias de origen bantú como la fang, bubi, bisio, annobonesa y ndowé, y etnias no bantúes como los criollos y los fernandinos. El término bantú no define específicamente ni a una etnia ni a un lenguaje en particular, sino a un conjunto de más de 400 grupos étnicos que hablan lenguas bantúes. La etnia fang de cultura bantú es la mayoritaria en el país y representa un 80% de la población. Jimena Adugu es una activista que pertenece a esta etnia cuya estructura es patrilineal, es decir, tradicionalmente, se considera que los hijos del matrimonio están ligados a la familia paterna. “Nací en un estatus de poligamia, mi padre ha llegado a tener hasta cinco mujeres e ir con las amantes a casa. Esto no es normal, pero las mujeres lo tienen que aguantar’’, explica Adagu sentada en el sofá de la casa de un amigo en Leganés y rodeada de numerosos instrumentos musicales africanos.

“Mi padre conoció a mi madre como su alumna porque él es profesor, se llevan 24 años y es la segunda esposa de todas las que ha tenido mi padre a la vez. Cuando se casaron, la primera mujer fue a la boda de mis padres. En un estatus de poligamia siempre manda la primera mujer’’, describe la joven de 33 años. Mientras cuenta su día a día cuando vivía en Guinea Ecuatorial, Adagu sostiene en la mano el libro que termina de publicar, Autoestima en la mujer guineana: la mujer es la llave maestra. Además, también lleva puesta una camiseta verde con el título del libro. Durante estos meses, la joven escritora se encuentra haciendo la promoción de su libro e intentando vender el máximo número de ejemplares posibles porque no tiene trabajo. El único empleo al que puede optar es de media jornada, pues tiene un hijo de diez años que debe llevar y recoger del colegio y está sola en España.

‘‘Una de las tradiciones de Guinea es que la mujer no puede mantener relaciones sexuales mientras da el pecho al niño porque el semen puede pasar a la leche materna, de ahí al bebé y tras ello enfermar... Yo, sin embargo, cuando tuve a mi hijo, quise tener relaciones sexuales con mi pareja y pasé a darle el biberón’’. Estas tradiciones heredadas tienen consecuencias negativas para la pareja. Algunos hombres pueden llegar a tener relaciones sexuales con otras mujeres porque su pareja se encuentra amamantando al bebé.

El hijo de Adagu fue el motivo por el que ella se vino a España desde Guinea. El pequeño estaba enfermo y necesitaba medicación y el sistema sanitario en Guinea es deficiente y costoso. La mujer sostiene que su pareja y padre de su hijo le ha sido infiel cuando ella vino a España en 2020 con su hijo para ponerle en tratamiento. “Yo tomo medidas si me ponen los cuernos, pero en mi país, la mujer aguanta mucho, incluso soportan que las peguen’, he visto a hombres que llevan a rastras por la calle a sus mujeres y nadie dice nada’’, pero “la mujer guineana es fuerte y aguanta situaciones insostenibles’’. Para Adagu, esto ocurre porque la mujer en Guinea Ecuatorial acaba siendo un “objeto” por falta de conocimiento y dentro del matrimonio es utilizada como herramienta para cuidar a los niños e incluso ganar dinero a consta de vender su cuerpo: “Hay hombres que obligan a sus mujeres a quedarse embarazadas de otros hombres para que estos varones les paguen por participar en el adulterio de su mujer’’, explica antes de marcharse a su casa en Alcorcón para darle la medicación a su hijo.

Las mujeres guineanas tienen sus propias estrategias feministas para protegerse entre ellas y sobrevivir al patriarcado, explica Anita Hichaicoto

Otra de las etnias de cultura bantú en Guinea Ecuatorial es la bubi. Este grupo étnico es uno de los minoritarios en Guinea y representa cerca del 6,5% de la población total del país. Su origen está en la isla de Bioko y a diferencia de la etnia fang, es matrilineal, es decir los hijos pertenecen a la familia matera. Desde sus orígenes, las mujeres guineanas tienen sus propias estrategias feministas para protegerse entre ellas y sobrevivir al patriarcado, explica Anita Hichaicoto, desde su vivienda: “En el caso de los bubis encontramos prácticas como cuando la mujer terminaba de dar a luz, que no se le permitía al marido entrar a la habitación hasta dentro de unos siete días’’, detalla Ana. Estas formas de vida tradicionales para la mujer como la de no mantener relaciones sexuales mientras se amamanta al bebé, son a su vez discursos para proteger su integridad física. El hombre es consciente de que no puede mantener relaciones sexuales con su pareja porque tiene que proteger a su hijo y la mujer se aprovecha para recuperarse físicamente. Además, otra de las ventajas para la mujer en esta tradición es que, si no tiene relaciones sexuales en aproximadamente un año que amamanta a su hijo, no hay probabilidades de quedarse embarazada de nuevo, ‘’Guinea es un país en el que no existe educación sexual’’, recuerda.

Adagu explica que los feminismos son diversos: está el feminismo occidental, está el feminismo negro. Dentro de este grupo está el africano. ‘’Lo que realmente te hace ser africano es la identidad cultural, porque la realidad cultural que yo vivo no es la misma que la que vive una mujer afrodescendiente española o afroamericana’’. El feminismo africano tiene estrategias propias que las mujeres han adquirido con el fin de esquivar el patriarcado, ‘’por ejemplo, la cocina era un lugar sagrado para la mujer, era su espacio de confianza e incluso tenían una cama para dormir. Cuando llegaban otras mujeres eran ahí recibidas para que el ruido de los utensilios de cocina camuflase sus conversaciones’’, explica la joven.

Son numerosas las activistas guineanas como Mama Anastasia o Trifonea Melibea que luchan porque las mujeres algún día tengan los mismos derechos que los hombres en Guinea Ecuatorial, aunque esto suponga arriesgar sus vidas, recibir denuncias, insultos o ser detenidas en un país en el que no existe la libertad de expresión. La activista Melibea fue detenida el año pasado por la policía tras haber colaborado en la redacción de dos informes sobre represión al colectivo LGTBIQ+. La mujer, pionera en la lucha por los derechos LGTBI en el país, estuvo dos días privada de libertad e incomunicada en la sede del ministerio de la Seguridad Social, un sitio con tan pocas garantías que allí todo el mundo lo llama ‘Guantánamo’. Este mismo ministerio estuvo en el punto de mira en enero de este año cuando el secretario general de la seguridad nacional en Guinea, Santiago Edu Asama, violó en reiteradas ocasiones a una mujer que tenía contratada en su casa, además de abofetearla y patearla. El caso ha sido muy mediático en el país en las últimas semanas porque se publicaron imágenes de las heridas que sufrió la mujer y, también salió ella misma explicando lo ocurrido en un canal de televisión. “Nos hemos enterado de este caso porque ha llegado a las manos, si hubiese sido solo violencia psicológica no se habría publicado”, valora Adayu.

El trabajo de las activistas feministas consiste primero, en el estudio del contexto cultural del territorio, después visibilizar el problema y asesorar jurídicamente a la víctima para presionar de manera directa o indirecta a que el Estado garantice seguridad a las mujeres, y, por último, la divulgación mediante charlas y conferencias para la toma de conciencia por parte de la población. El pasado mes de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer, Adayu preparó conferencias junto a mujeres feministas en su plataforma ‘Karityobo, feminismo negro’.

La violencia machista, así como la brecha de género y las barreras que aún obstruyen los derechos y libertades de las mujeres, es un problema social que a día de hoy continúa afectando a todas las sociedades. En el caso de España, 1.247 mujeres han muerto a manos de sus parejas o ex parejas por violencia de género desde 2003. 55 en todo el año 2023 y siete en lo que llevamos de 2024. Hay países como Guinea Ecuatorial, entre muchos otros del mundo, en los que además no existe ninguna ley que ampare a las mujeres y por tanto, bajo ningún concepto se publican cifras oficiales de víctimas mortales de violencia de género.


 

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