La Compañía Española de Colonización Africana-ALENA fue uno de los grandes poderes fácticos del territorio, y sin embargo apenas tiene presencia en este paseo por la
calle 19 de Septiembre de la vieja Santa Isabel. De hecho, no son pocos los que analizan que la
materia reservada que imperó por años en los asuntos ecuatoguineanos estaban vinculados a los intereses económicos de los accionistas de ALENA, Carrero Blanco incluido.
Así, su presencia se toca tan sólo tangencialmente cuando hablamos de la Bata republicana: Está en la lista de donantes de las
10.353,65 pesetas para la República, y su sede en Bata fue el alojamiento intermedio para los 17 religiosos confinados en el correo
Fernando Poo. Igualmente está documentado el procesamiento de José E. Barráu, empleado de Casa Alena por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Santa Isabel, y su condena a
dos años de destierro y abonar una multa de 500 pesetas (cantidad que coincide con la donación realizada por la empresa). Poco más.
Curiosamente,
Ángel Miguel Pozanco, recoge en
Guinea mártir que ALENA asumió los activos guineanos de la Trasatlántica, otra gran empresa vinculada históricamente al territorio: «La ALENA, cuya iniciación fue el mayor
bluff imaginable, era en Bata un poder más fuerte que la propia Administración. La ALENA era amiga de los frailes. Hasta entonces había sido intocable. A la larga, mediante cualquier
procedimiento, hubiera sido la dueña de la mayor parte de Guinea».
De hecho, Fernando Ballano en
Aquel negrito del Africa tropical relata que «en 1925, tras el fallecimiento de Claudio López Bru en abril de ese año, la Trasatlántica vende sus activos guineanos a la Compañía Colonial de África. posteriormente, en 1929, el Banco Hispano Colonial y el Banco de Cataluña crean la Compañía Española de Colonización Africana (ALENA) que se hará cargo de los activos de la C.C.A. y va a seguir ampliando negocios de todo tipo (madereros, agrícolas, comerciales, etc.) en la colonia. Posteriormente veremos que varios historiadores como Liniger, Pelissier y Rafael Fernández; y políticos como García-Trevijano y Macías harán referencia a la fuerte participación accionarial en la empresa de Carrero Blanco y otros gerifaltes del franquismo. No olvidemos que Carrero conocía bien la región pues uno de sus primeros destinos como oficial fue cartografiar la desembocadura del Muni por lo que sabía las posibilidades económicas de la zona. En otras fuentes se dice que la creación de ALENA fue en 1926, con financiación del Banco Exterior de España y con Carrero Blanco como accionista principal. En 1968, en el momento de la independencia, la ALENA, la empresa sucesora de la Trasatlántica poseía 3.000 hectáreas en Guinea.
(...) En 1971 -concluye Ballano-, ALENA decide el cese total de sus actividades en Guinea».
Una vez más, nos topamos con la dificulta de obtener información.De haberla, ésta es de difícil acceso. Pero si saber sobre ALENA en el territorio ecuatorial es difícil... ¿por qué no conocer un poco más de la empresa es España?
«No fueron
hechos aislados y en el barrio no estuvieron al margen. De los más sonados,
por su repercusión no sólo entre los vecinos sino en la ciudad entera, fue lo
ocurrido por el conflicto de la fábrica Alena. (...)
La Compañía Nacional de Colonización Africana (la ALENA) era de reciente creación. El Banco Hispano Colonial, con el apoyo del Banco de Cataluña,
y unos cuantos prohombres no dejaron escapar la oportunidad de hacer más
negocio si aprovechaban las concesiones que les brindó la dictadura de Primo
de Rivera para expoliar, sin contemplaciones, los bosques de la Guinea Ecuatorial —entonces— española. Allá explotaban, sin ningún escrúpulo, a los
esclavos negros; acá, en la fábrica de tableros contrachapeados que habían
montado en la carretera del Port número 395, pretendían hacer lo mismo con
los esclavos blancos: los peones cobraban entre cuatro y cinco pesetas por
jornal y el despotismo se ejercía como en un presidio. Los primeros pasos para
negociar unas bases de trabajo los dio el gerente de la empresa, despidiendo al
delegado de los obreros. Sin embargo, por el plante de los compañeros tuvieron que readmitirlo, aunque al poco y alegando la necesidad de montar unas
nuevas máquinas, los despidieron a todos hasta nuevo aviso. La reapertura
llegó en junio, pero con una condición: la empresa sólo admitiría a los obreros
que ella precisara en cuantía y con el perfil requerido. Los que pertenecían a
la CNT no entraban en aquellos requisitos y unos recién afiliados a la UGT -estuvieran antes o no trabajando en la casa ALENA- fueron contratados.
El miércoles 10 de junio la prensa daba cuenta de la sangrienta colisión
entre obreros a las puertas de la fábrica y recogía las declaraciones del entonces
gobernador Companys: se ha acabado el matonismo, «allí donde se pida fuerza para garantizar el orden y la libertad del trabajo, será enviada». Por lo que
contaron los vecinos —en una carta que suscribieron unos trescientos y en las declaraciones de otros ante el juez instructor—, los que arbitrariamente fueron despedidos se apostaron en los accesos a la fábrica; luego vendrían los
disparos que procedían de la taberna de enfrente, donde estaban algunos de
los recién contratados que lucían ahora el carnet de la UGT, pero que hasta
hacía poco ostentaban el de los Sindicatos Libres. El saldo del desigual combate que se libró —unos con pistolas, los otros con mazas y garrotes— fue de
trece heridos, cuatro de gravedad. La peor parte se la llevaron los de la CNT.
El informe de la Cámara ya lo recogía: los obreros persisten en hacer valer
sus bolsas de trabajo. Nada mejor, entonces, que hacer pasar como colisión
entre obreros lo que era, en el fondo, litigio abierto entre clases. La libertad del
trabajo, para los partidarios del orden, consiste en la libertad de contratación
y de despido que erradique la conflictividad. En aquellas circunstancias, eso
representaba amansar o borrar del mapa a la CNT valiéndose de otras formaciones sindicales. Al cabo de una semana, una asamblea del ramo de la Madera recogió el guante. Sabedores de que no era el momento de llorar ni de
lamentaciones, plantearon el boicot total a la empresa y reclamaron la solidaridad del Sindicato del Transporte —en especial de los portuarios— para que
no descargasen ninguna madera de la ALENA, mientras ellos se encargaban de
no manipularla en sus talleres y de que no funcionasen las máquinas en la
carretera del Port. La empresa, en su memoria del año siguiente, reconoció el
enorme quebranto que le provocó aquel boicot: se estropearon casi 3.000 toneladas de madera en troncos que tenían en existencia y tuvieron que desviar
los cargamentos flotantes hacia el puerto de Hamburgo. De poco sirvió que
se intentara recurrir a borrar el nombre de ALENA de los tableros que se pretendían distribuir o que algún avispado lo sustituyera por el de Susex. El Sindicato reaccionó poniendo en práctica aquel ingenio del label: procederían ellos
a marcar con su sello —un triángulo con la inscripción CNT-Ramo de la
Madera-Label— los únicos tableros que se podrían emplear para la fabricación de muebles u otros objetos.
Mediado el mes de agosto, el conflicto y el boicot se dio por zanjado.
Aquella compañía todopoderosa —de negreros, decían los obreros— firmó
las bases del arreglo donde reconocía al Sindicato, readmitía a todos los obreros, abonaba tres semanas íntegras de jornal atrasado, se comprometía a abonar los gastos de curación y clínica derivados de aquella colisión sangrienta y al delegado —que quedó imposibilitado físicamente tras las graves heridas de
aquel día— le daría un trabajo adecuado y se encargaría de cubrir su convalecencia. En la memoria de 1932, no en vano, se recogerá que, tras aquellos
tropiezos, "actualmente ALENA está en excelentes relaciones con todas las
agrupaciones obreras y aun podemos afirmar que llegan a ser cordiales, resolviéndose amistosamente cualquier dificultad que se presenta". Bueno, era un
decir, porque en junio del 36 los obreros protagonizaron otra enconada huelga que volvieron a ganar: los horarios se redujeron y los jornales se incrementaron considerablemente».
Iniciada la guerra, fue colectivizada, y tras caer Barcelona fueron depurados tanto los trabajadores vinculados a movimientos sindicales -identificados por los directivos de la empresa- como los que participaron en el proceso de colectivización: «Entre ellos estaban Andrés Navarro, Cristóbal Alcón,
José Martínez, Antonio Cantó y José Valcárcel, que cargaron con un consejo
de guerra entre cuyas acusaciones constaba su impronta relevante en los trastornos que sacudieron a los amos y directivos de "la guineana" ALENA».
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Vista aérea de ALENA, Etembue |